Héctor pasaba sus días sumergido en la rutina de la fábrica de perfumes, pero siempre encontraba un respiro en ella. Liz. Su amor platónico. Su musa secreta. Trabajar juntos era la mayor fortuna de su vida, aunque nunca se atreviera a confesarle lo que sentía. Pero todo cambió el día que la vio llorar.

Estaba en la línea de empaquetado, con la mirada perdida en el suelo y los ojos hinchados. Héctor, incapaz de ignorarla, se acercó con la torpeza de quien quiere ayudar, pero no sabe cómo.

—¿Estás bien? —le preguntó con suavidad.

Liz tardó en responder. Tragó saliva, como si las palabras dolieran demasiado. Finalmente, con la voz rota, confesó:

—Estoy embarazada… de Manuel.

El corazón de Héctor se desplomó. Su mejor amigo, Manuel, el "Don Juan", el chico que nunca se enamoraba, la había dejado en esa situación. La noticia lo golpeó como un puñetazo en el estómago, pero no era momento de pensar en sus propios sentimientos. Liz estaba asustada, y él tenía que estar ahí para ella.

Le contó su miedo a ser rechazada por su familia. Su desesperación al no tener dinero. Su decisión de interrumpir el embarazo.

—No puedo tenerlo, Héctor… pero la clínica cuesta 4800 dólares —susurró con la voz entrecortada—. No sé qué hacer…

Héctor no respondió. Su mente trabajaba a mil por hora. 4800 dólares. Para Liz, era imposible juntar esa cantidad. Para él, era un número abrumador… pero no podía dejarla sola.

Y entonces tomó una decisión.