Cuatro meses pasaron desde aquella confesión en la fábrica. Héctor había sido su refugio en los días más oscuros. La cuidó, la protegió, la acompañó en su peor momento.
Y hoy, después de tanto, había decidido declararse.
Compró una caja de chocolates y doce rosas, una por cada día que había estado a su lado cuando estuvo en cama.
Tomó el autobús con una mezcla de nervios y emoción. Iba a decirle lo que sentía, a decirle que no tenía que buscar más, que él siempre había estado ahí para ella.
Pero al llegar, su mundo se derrumbó.
Desde la ventana del autobús vio la escena que destrozó su corazón.
Liz estaba en la plaza frente a la fábrica… besándose con Manuel.
Héctor sintió como si le hubieran dado un golpe en el pecho. Se quedó paralizado, viendo cómo la chica que amaba volvía con el hombre que la había dejado sola.
Sus manos temblaron. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Caminó sin rumbo fijo, con los chocolates y las rosas aún en sus manos. Pasó junto a un basurero y, sin pensarlo, dejó caer todo dentro.
Tomó el autobús de regreso, con la mirada perdida en el vacío y las lágrimas rodando por sus mejillas.
Había hecho todo por ella. La había cuidado, la había amado en silencio. Y al final, no importó.
Al final, ella nunca lo vio.
Y quizás, nunca lo haría.
Fin.