04/03/2026, 4:00 am. A las afueras de Berlín, Alemania.
Bajo el manto de sombras que cubría el inmenso bosque, los árboles permanecían inmóviles, como antiguos guardianes de secretos enterrados en el tiempo. Las ramas nudosas se entrelazaban en la penumbra, creando siluetas que parecían figuras humanas deformes, un testimonio de la naturaleza misma retorcida por el paso del tiempo. El aire estaba cargado de humedad, impregnado de un aroma acre a vegetación en descomposición que invadía los sentidos y daba la impresión de que incluso la naturaleza se resistía a la intrusión humana.
El laboratorio Antena Fortte se alzaba como un espectro monolítico en medio de ese caos natural. Sus muros de concreto estaban recubiertos de musgo y grietas que parecían pulsar con vida propia bajo la luz intermitente de las antenas. Las cámaras de seguridad giraban con un zumbido mecánico, su lente brillando como un ojo omnisciente. Todo en el lugar transmitía una sensación de aislamiento deliberado, como si la estructura se hubiera erigido no para protegerse de intrusos, sino para encerrar algo más oscuro en su interior.
Un repentino crujido interrumpió la quietud. Un guardia, con una linterna temblorosa, avanzaba por el camino de grava que llevaba al edificio principal. Su rostro estaba bañado en sudor, y cada paso resonaba como un eco hueco en el abismo de silencio. Cuando una sombra cruzó fugazmente su campo de visión, su respiración se agitó. "¿Quién anda ahí?", preguntó con voz quebrada. La respuesta fue un silencio tan profundo que parecía devorar las palabras mismas.
Dentro del laboratorio, los corredores estaban envueltos en una penumbra asfixiante. El zumbido constante de los sistemas de monitoreo llenaba el aire con un ruido blanco que apenas disimulaba la tensión. En el centro de la sala principal, Toya Ibara observaba una serie de pantallas que proyectaban datos interminables. Su rostro, iluminado por el resplandor azulado de los monitores, estaba marcado por una expresión de agotamiento y una determinación casi inhumana. Ajustó sus gafas mientras sus dedos tamborileaban sobre la mesa, un gesto mecánico que traicionaba su nerviosismo. Su figura delgada y su cabello oscuro y ligeramente despeinado lo hacían parecer más un profesor distraído que un hombre enfrentado a una catástrofe inminente.
"Se están acercando", murmuró para sí mismo, aunque la sala estaba vacía salvo por su propia presencia. Su voz era un susurro cargado de tensión. Sabía que esta noche marcaría un antes y un después en su investigación, pero también entendía que la amenaza externa no era algo que pudiese controlar con cálculos y datos.
En otro extremo del laboratorio, una figura alta y musculosa observaba desde las sombras. Sus cuatro brazos cruzados frente a su pecho proyectaban una figura intimidante bajo la tenue luz roja de emergencia. Su piel, de un tono cetrino que comenzaba a adquirir un matiz violáceo, brillaba con un sudor que parecía evaporarse al contacto con el aire. Sus ojos oscuros, profundos y calculadores, escudriñaban el pasillo que llevaba a la entrada principal, como si esperara el momento exacto para entrar en acción.
"No serán un problema", dijo con voz grave, casi gutural, mientras una leve sonrisa torcida cruzaba su rostro. "Nadie saldrá con vida."
Detrás de él, una mujer de cabellera rubia y ojos verdes emergió de las sombras con un paso silencioso pero deliberado. Su piel pálida, casi translúcida, brillaba bajo la tenue luz, y un par de alas membranosas plegadas descansaban sobre su espalda como una amenaza latente. Vestía un traje ajustado de combate que destacaba tanto su figura estilizada como su postura autoritaria y tenía una cola similar a la de un diablo.
"Haz tu trabajo rápido y sin errores", dijo con voz fría. Su tono era afilado como una hoja, una mezcla de amenaza y orden que hacía innecesario cualquier tipo de cuestionamiento. "No podemos permitirnos fallar, no esta noche."
El hombre de los cuatro brazos inclinó ligeramente la cabeza, un gesto que podía interpretarse como respeto o simple conformidad. "Entendido. Pero recuerda, no soy uno de tus peones." Su mirada se cruzó con la de ella por un breve instante, y en ese intercambio silencioso de desafíos e intenciones, la tensión en el aire pareció aumentar.
Mientras tanto, en el exterior, la penumbra se quebró con el estruendo de una explosión. Una de las torres de vigilancia se desplomó en una lluvia de escombros y chispas, iluminando brevemente la oscuridad. Las alarmas comenzaron a sonar, llenando el ambiente con un grito mecánico que anunciaba el inicio del caos.
"Es hora", dijo la mujer, girándose hacia el hombre mientras desplegaba sus alas membranosas con un movimiento elegante pero letal. "Encárgate de ellos."
Sin una palabra más, el hombre se abalanzó hacia la entrada principal, sus cuatro brazos moviéndose con una precisión letal mientras su piel adquiría por completo el tono púrpura característico de su transformación. Detrás de él, la mujer avanzó con una calma que contrastaba con la violencia que estaba a punto de desatarse, sus pasos resonando como un presagio de muerte en los corredores desolados del laboratorio.
El estruendo de la explosión se disipó lentamente, dando paso a un silencio que solo era roto por el crujir de los escombros y el chirrido de las alarmas de emergencia. Las luces intermitentes teñían todo de un rojo espectral, transformando el interior del laboratorio en un escenario de pesadilla. Las sombras parecían cobrar vida, proyectadas de manera caótica en las paredes mientras el humo denso llenaba el aire.
En el lobby principal, un grupo de guardias intentaba organizarse en una formación defensiva. Sus trajes blindados y rifles automáticos los convertían en una línea de defensa aparentemente sólida, pero sus miradas traicionaban un pánico que se extendía como un virus. "¡Mantengan la formación!" rugió el capitán, un hombre de rostro curtido que blandía una escopeta con manos firmes, aunque su voz no lograba enmascarar del todo su nerviosismo. "Nada entra por esa puerta."
El intruso púrpura irrumpió como una fuerza imparable, arrancando de raíz una de las puertas reforzadas y lanzándola como si fuera un proyectil. El pesado metal chocó contra un grupo de guardias, aplastándolos sin piedad contra la pared. Su piel púrpura brillaba con un resplandor antinatural bajo las luces de emergencia, y sus cuatro brazos se movían con precisión letal, derribando todo a su paso. A medida que avanzaba, los disparos de los guardias rebotaban inútilmente en su piel endurecida, resonando como pequeños martillazos contra un yunque.
"¡Fuego!" gritó el capitán, pero sus órdenes parecían caer en oídos sordos. El caos se había apoderado de sus hombres. Algunos disparaban sin control, mientras otros intentaban buscar refugio detrás de muebles volcados o columnas agrietadas. Los gritos de los heridos y el estruendo de las armas llenaban el aire, creando una cacofonía de desesperación.
En medio del tumulto, un rugido atronador resonó en la sala. Desde el humo emergió una figura que contrastaba con el caos. Un hombre de complexión media, pero de porte imponente, avanzaba con paso decidido. Su chaqueta negra estaba chamuscada en los bordes, y sus brazos desnudos irradiaban un calor que hacía que el aire a su alrededor se ondulara. "Pensé que este día no llegaría", dijo con una voz grave, su mirada fija en el intruso púrpura. Una pequeña llama danzaba entre sus dedos mientras se posicionaba entre los guardias y su enemigo.
El intruso lo miró con una sonrisa burlona. "¿Y tú quién eres? Otro insecto para aplastar."
"Llámame el fuego que consume a las bestias", respondió el hombre antes de extender ambos brazos y lanzar una ráfaga de llamas. El calor abrasador iluminó el lobby, arrancando destellos de las superficies metálicas y envolviendo al intruso en un torbellino ardiente. Pero el gigante púrpura no retrocedió. Rugiendo con una furia casi animal, avanzó entre las llamas, su piel resplandeciendo con un brillo aún más intenso. "No puedes detenerme", rugió mientras cargaba contra su oponente con la fuerza de una avalancha.
El choque entre ambos fue devastador. Las llamas del cazador crepitaban contra la piel endurecida del intruso, mientras los golpes de este último sacudían los cimientos del edificio. Las paredes comenzaron a agrietarse, y fragmentos del techo cayeron en cascada. Un tanque de gas cercano explotó, lanzando una lluvia de chispas y fragmentos que obligó a los guardias supervivientes a retroceder aún más.
Algunos investigadores, atrapados en el lobby durante el ataque, intentaban desesperadamente buscar refugio. Una mujer joven tropezó mientras corría hacia una salida lateral. Antes de que pudiera levantarse, una viga colapsada cayó cerca de ella, sepultando parcialmente su pierna. Sus gritos de dolor se mezclaban con el rugido del fuego y los impactos ensordecedores del combate. "¡Ayuda! ¡Por favor, alguien ayude!" clamaba, mientras trataba inútilmente de liberar su pierna atrapada.
"¡Sáquenlos de aquí!" gritó el capitán a sus hombres, pero el caos hacía que sus palabras se perdieran. Uno de los guardias intentó cargar a un investigador herido, pero un golpe desviado del intruso púrpura envió un escritorio volando hacia ellos, aplastándolos contra la pared. El cazador de llamas gruñó al ver el daño colateral. "¡Maldita bestia!" gritó, incrementando la intensidad de sus ataques. Con un gesto, creó un muro de fuego que bloqueó temporalmente el avance del intruso, obligándolo a retroceder unos pasos.
"¿Es todo lo que tienes?" rugió el gigante púrpura antes de romper el muro con un embate feroz de sus brazos, enviando una ráfaga de aire ardiente que barrió la estancia. Las llamas se dispersaron, lamiendo las paredes y el techo, que comenzaron a ceder. Una lámpara colgante cayó al suelo, explotando en un chorro de chispas.
El enfrentamiento continuaba en un frenesí de destrucción. El cazador de llamas intentaba contener a su oponente, creando explosiones controladas que lo rodeaban en un anillo de fuego, pero el intruso seguía avanzando, imparable. Los gritos, el calor y el sonido de los golpes retumbaban por todo el laboratorio, transformando el lobby en un campo de batalla apocalíptico donde la humanidad y la brutalidad colisionaban sin tregua. Algunos de los guardias restantes comenzaban a abandonar sus posiciones, arrastrando a los heridos mientras el fuego consumía lo que quedaba del mobiliario. A medida que las llamas se alzaban, el ambiente se volvía irrespirable, y la visión se reducía a siluetas difusas en medio del humo y el resplandor anaranjado.
El cazador sabía que el tiempo se estaba acabando. "¡No permitiré que avances ni un paso más!" exclamó, concentrando toda su energía en un último ataque. Las llamas que brotaban de sus manos se alzaron en un pilar de fuego que envolvió por completo al intruso púrpura. Por un instante, pareció que la criatura finalmente cedería, pero un rugido ensordecedor confirmó lo contrario. Entre el fuego, los ojos del gigante púrpura brillaron con una intensidad casi sobrenatural, y con un movimiento brutal, disipó las llamas y avanzó hacia su oponente, listo para terminar la batalla.
El enfrentamiento en el lobby había llegado a un clímax violento, pero en otro extremo del laboratorio, los corredores comenzaban a llenarse de un silencio inquietante. La figura de la mujer rubia avanzaba con pasos deliberados, su postura elegante y su expresión fría contrastaban con la destrucción que la rodeaba. Cada paso suyo parecía resonar como un eco cargado de amenaza.
La mujer se detuvo momentáneamente frente a una encrucijada en los pasillos, evaluando la situación. Los muros de concreto mostraban grietas y manchas de humo, y algunas luces de emergencia parpadeaban de manera intermitente. Los sonidos de la batalla en el lobby eran apenas un murmullo distante, pero ella no mostraba prisa. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad casi sobrenatural, calculando cada movimiento necesario.
"Están aquí," murmuró para sí misma mientras ajustaba los guantes negros que cubrían sus manos hasta el codo. Las alas membranosas plegadas en su espalda se estremecieron ligeramente, como preparándose para el combate. Un destello metálico cruzó su rostro cuando desenfundó una daga estilizada que llevaba oculta en su cinturón.
Desde un corredor lateral, un equipo de seguridad apareció rápidamente. Eran cinco hombres armados con rifles automáticos, sus uniformes oscuros manchados de hollín y sudor. El líder levantó una mano, ordenando a su equipo que se desplegara. "¡Alto ahí!" gritó con voz firme. "¡Tírate al suelo y levanta las manos!"
Ella no respondió. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera analizando a los hombres frente a ella. Su postura seguía relajada, pero sus ojos proyectaban un peligro latente que hizo que uno de los guardias retrocediera instintivamente.
"¡Última advertencia!" insistió el líder, alzando su rifle y apuntando directamente a la misteriosa mujer. "¡No queremos matarte, pero lo haremos si es necesario!"
Con un movimiento fluido, la mujer desplegó sus alas. El sonido fue un chasquido seco que reverberó en el pasillo. Antes de que los guardias pudieran reaccionar, ella ya estaba sobre ellos. La daga en su mano brilló bajo la luz roja mientras se movía con precisión quirúrgica, desarmando al líder en un solo movimiento y utilizando su cuerpo como escudo contra los disparos que siguieron.
El pasillo se llenó de gritos y el estruendo de los rifles. Vlyr se desplazaba con una velocidad y gracia inhumanas, esquivando balas y neutralizando a los guardias uno por uno. Sus alas membranosas se agitaban con cada movimiento, bloqueando disparos o derribando a sus oponentes con estocadas precisas. En cuestión de segundos, el equipo de seguridad estaba reducido a un grupo de cuerpos inmóviles en el suelo.
El último guardia, aún consciente, intentó retroceder arrastrándose. Su rifle estaba a metros de distancia, y su rostro estaba pálido por el terror. "¿Q-qué eres...?" logró balbucear antes de que hermosa mujer se inclinara sobre él, sus ojos verdes brillando como brasas en la penumbra.
"Soy la sombra que consume la luz," susurró antes de golpearlo con la parte plana de su daga, dejándolo inconsciente.
Sin detenerse a observar el resultado de su masacre, Vlyr continuó avanzando. Los pasillos se volvían más oscuros a medida que se acercaba a las zonas más profundas del laboratorio. El sonido de su calzado resonaba como un metrónomo, marcando el ritmo de su avance implacable.
En el camino, pasó por una sala de observación cuyas paredes de vidrio estaban astilladas pero aún intactas. En su interior, un grupo de investigadores se había refugiado, observándola con expresiones de horror. Uno de ellos, un hombre mayor con gafas rotas, levantó una mano temblorosa, como si intentara apelar a su compasión.
"P-por favor... no nos mate," suplicó.
Vlyr giró su rostro hacia ellos, sus ojos evaluando fríamente a los presentes. "Si no interfieren, vivirán," dijo con una voz suave pero firme. Luego continuó su camino, dejando a los investigadores temblando en la penumbra.
Finalmente, llegó a una puerta reforzada marcada con el letrero "Laboratorio Principal." Vlyr se detuvo frente a ella, sus alas plegándose nuevamente mientras deslizaba sus dedos por la superficie metálica. Una leve sonrisa apareció en sus labios antes de susurrar: "Aquí estás, Toya."
La puerta reforzada del laboratorio principal se abrió con un silbido mecánico, dejando entrar una ráfaga de aire denso y cargado de tensión. El resplandor de las luces blancas del interior bañó a la implacable mujer, delineando la figura estilizada de sus alas plegadas. Sus pasos resonaron en el piso metálico mientras avanzaba, su mirada fija en la figura solitaria frente a las consolas.
Toya Ibara estaba de pie al otro lado de la sala, su postura tensa pero erguida. El brillo de los monitores iluminaba su rostro cansado, donde la determinación y el miedo parecían luchar por el control. Sus dedos tamborileaban contra el borde de una mesa mientras su mandíbula se apretaba ligeramente.
"Sabía que vendrías," dijo con una voz que intentaba sonar firme, aunque una nota de duda traicionaba su esfuerzo. Ajustó las gafas sobre su nariz, un gesto mecánico que revelaba su incomodidad.
Vlyr avanzó un paso más, inclinando ligeramente la cabeza mientras su mirada lo analizaba. Su rostro era una máscara de calma, pero sus ojos brillaban con una intensidad que hablaba de algo más profundo: un juicio silencioso. "Toya," pronunció su nombre como si fuera una sentencia, su voz baja y afilada. "Siempre fuiste bueno anticipando lo inevitable."
Toya apretó los labios y apartó la mirada por un breve instante, como si buscara respuestas en los datos proyectados en las pantallas. "No tienes por qué hacer esto," replicó, su voz cargada de una mezcla de súplica y desafío. "Hay maneras de arreglar lo que está pasando."
La mujer esbozó una sonrisa breve, casi burlona, que no alcanzó a suavizar la dureza de sus facciones. "¿Arreglar?" repitió, avanzando un paso más. Su mano derecha descansó sobre el borde de la mesa más cercana, sus dedos trazando un patrón invisible en la superficie metálica. "Este mundo no se arregla, Toya. Se purga."
Toya inspiró profundamente, tratando de mantener la compostura mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho. "Eres más inteligente que esto," dijo, con un deje de frustración mezclado con esperanza. "No tienes que ser... esto."
Por un breve instante, algo cruzó el rostro de la mujer, una chispa fugaz de emoción que se desvaneció tan rápido como había aparecido. "No se trata de lo que soy," dijo finalmente, con un tono más sombrío. "Se trata de lo que este mundo necesita que sea."
La tensión en la sala se palpaba como una cuerda a punto de romperse. La mujer alzó su daga, el brillo del arma reflejando las luces frías del laboratorio. "Dime, Toya," continuó, sus alas agitándose levemente detrás de ella, como si respondieran a un impulso interno. "¿Qué estás dispuesto a sacrificar esta vez?"
Antes de que pudiera responder, un sonido metálico resonó a lo lejos, seguido por un temblor que sacudió ligeramente el laboratorio. Toya aprovechó el momento para retroceder hacia una consola, sus manos moviéndose rápidamente sobre los controles. "No me subestimes," dijo mientras activaba un protocolo de emergencia. Las luces comenzaron a parpadear y una serie de compuertas reforzadas comenzaron a cerrarse alrededor de la sala.
La fría mujer observó el despliegue sin inmutarse. Su expresión permanecía serena, pero sus ojos seguían cada movimiento de Toya como los de un depredador acechando a su presa. "Siempre tan predecible," comentó, con un tono casi aburrido. Con un movimiento ágil, se lanzó hacia la consola, sus alas desplegándose con fuerza y creando una corriente de aire que derribó varios monitores.
Toya apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que su agresora llegará a su posición. Sus movimientos eran un torbellino de precisión letal; la daga en su mano trazaba arcos elegantes mientras atacaba, obligando a Toya a esquivar con movimientos torpes y desesperados. Aunque no estaba entrenado para el combate, su instinto de supervivencia lo mantenía un paso por delante de ella, al menos por el momento.
"¡Esto no tiene que terminar así!" gritó mientras se cubría detrás de una mesa volcada, respirando con dificultad. "No tienes idea de las consecuencias de lo que estás haciendo."
"Oh, Toya," respondió la mujer, deteniéndose momentáneamente y apoyando una mano sobre la mesa. Su rostro se inclinó hacia él, sus ojos verdes brillando con intensidad. "Entiendo las consecuencias mejor de lo que crees. Y estoy dispuesta a aceptarlas todas."
La tensión llegó a un nuevo pico cuando Toya, en un último acto de desesperación, presionó un botón en su consola que activó un sistema de defensa automatizado. Desde el techo, una serie de brazos robóticos armados con pistolas láser descendieron y apuntaron directamente hacia la mujer.
Ella alzó una ceja, su sonrisa transformándose en una mueca de desafío. "Finalmente algo interesante," murmuró antes de prepararse para lo que estaba por venir.
El laboratorio principal temblaba con cada explosión que sacudía los sistemas eléctricos del edificio. Las luces parpadearon violentamente mientras la mujer, de pie en el centro de la sala, se preparaba para enfrentar los brazos robóticos que habían descendido del techo. Sus alas se desplegaron con fuerza, generando una ráfaga de viento que arrastró papeles y fragmentos de vidrio por el suelo. Su mirada era intensa, fija en las armas automáticas que la apuntaban desde todas las direcciones.
De pronto, un sonido metálico y una chispa de electricidad rompieron el tenso silencio. Los brazos robóticos, que habían comenzado a moverse hacia ella, se detuvieron abruptamente. Un segundo después, una descarga masiva recorrió el sistema, apagando las luces y dejando la sala en una oscuridad casi total, rota solo por el parpadeo ocasional de los monitores averiados.
Toya, que había estado refugiado detrás de una mesa volcada, levantó la cabeza con un sobresalto. "¿Qué...?", comenzó a murmurar, pero sus palabras se vieron interrumpidas por un eco distante que provenía de los pasillos: una explosión, seguida de un rugido inhumano que hizo vibrar las paredes. La tensión en su rostro aumentó mientras intentaba calcular qué estaba sucediendo.
La mujer permaneció inmóvil, su figura apenas visible bajo el resplandor de las llamas que danzaban fuera de la sala. Bajó lentamente sus alas y dejó escapar un leve suspiro, un gesto que parecía mezclar irritación y satisfacción. "El ogro ha cumplido con su parte," murmuró para sí misma, aunque el tono de su voz sugería que lo consideraba una obviedad más que un logro.
En el lobby, el cuerpo del cazador de llamas yacía entre los escombros, inmóvil. Mario, con su piel aún reluciendo en un tono púrpura intenso, se inclinó hacia una de las consolas parcialmente destruida. Sus dedos masivos se cerraron alrededor de un cable expuesto, y con un gruñido profundo, lo arrancó de su base. Las chispas que saltaron iluminaron su rostro, mostrando una expresión de triunfo feroz. "Adiós, juguetes," murmuró mientras un último chispazo marcaba la sobrecarga total del sistema.
De vuelta en el laboratorio principal, Toya trató de incorporarse, pero su respiración entrecortada delataba el creciente pánico que sentía. "Esto no puede estar pasando," susurró mientras sus ojos buscaban desesperadamente una salida.
La voz de la mujer lo detuvo. "No hay a dónde correr, Toya," dijo con una calma inquietante. Su silueta avanzó lentamente hacia él, con sus pasos resonando contra el piso metálico. "Sabías que este momento llegaría."
Toya levantó la mirada, sus ojos reflejando tanto miedo como desafío. "No tienes idea de lo que estás desatando," respondió, su voz temblando pero cargada de convicción. "Crees que entiendes lo que estás haciendo, pero no es así."
La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si sus palabras fueran curiosas pero irrelevantes. "¿Y tú crees que puedes detenerme con moralismos y advertencias?" replicó, sus ojos verdes brillando con intensidad. "No vine aquí a debatir contigo, Toya."
Se detuvo frente a él, bajando la daga que había mantenido lista durante todo el enfrentamiento. La tensión en el aire era palpable, y Toya tragó saliva antes de hablar nuevamente. "Ella no tiene por qué ser parte de esto. Harai es una niña, una víctima de todo esto. ¡Déjala en paz!"
Los ojos de la mujer se estrecharon al escuchar el nombre. "No estás en posición de dar órdenes, Toya. Tú sabes lo que es. Nosotros solo venimos a reclamarla."
Toya retrocedió, aferrándose al borde de una consola con fuerza suficiente para que sus nudillos se volvieran blancos. "Harai no es un objeto. Es mi hija."
La mujer dejó escapar una risa seca y carente de humor. "¿Tu hija?" repitió con un tono que mezclaba burla y desprecio. "Ella es mucho más que eso, Toya. Y tú lo sabes mejor que nadie."
Antes de que Toya pudiera responder, un ruido pesado resonó detrás de ellos. Ambos giraron hacia la puerta del laboratorio, que se abrió de golpe para revelar la imponente figura del ogro. Su piel aún púrpura, cubierta de pequeñas quemaduras y polvo, brillaba débilmente bajo la luz intermitente de emergencia. Sus cuatro brazos se movieron con un crujido, como si ajustara sus extremidades después de la batalla.
"Ya está hecho," dijo Mario con su voz grave y gutural. Su mirada se dirigió brevemente hacia la mujer antes de fijarse en Toya. "¿Terminaste aquí, o quieres que lo haga por ti?"
La mujer sonrió ligeramente, pero no respondió de inmediato. En su lugar, sacó un revólver negro de su cinturón. "No te preocupes, Ogro. Esto es personal." Sin más preámbulos, apuntó directamente al pecho de Toya.
"¡Espera!" exclamó Toya, alzando las manos en un gesto de súplica. "Si me matas, nunca sabrás todo lo que Harai puede hacer. Nunca entenderás lo que realmente está en juego."
La mujer inclinó ligeramente la cabeza, su dedo tensándose en el gatillo. "Ya entendemos lo suficiente." Un disparo resonó en la sala, seguido por el ruido sordo del cuerpo de Toya desplomándose contra el suelo.
Por un momento, el silencio se apoderó del laboratorio. La mujer guardó su arma, pero su mirada se quedó fija en el cuerpo de Toya. Una sombra de algo parecido al arrepentimiento cruzó su rostro, aunque su expresión rápidamente volvió a endurecerse. "Lo siento, Toya," murmuró apenas audible, mientras sus ojos se desviaban hacia el techo ennegrecido por el humo.
Mario observó en silencio, frunciendo ligeramente el ceño. "Entonces, ¿dónde está la niña?" preguntó después de un momento.
"No está aquí," respondió la mujer, recuperando su compostura. Guardó el revólver y se dirigió hacia la consola que Toya había estado usando minutos antes. Continuó, revisando rápidamente los datos en la pantalla aún funcional. "Alguien la sacó de aquí recientemente, un túnel."
Mario asintió lentamente, cruzando sus cuatro brazos mientras consideraba la información. "¿Un túnel? Perfecto." Su tono estaba cargado de sarcasmo, pero también de impaciencia.
La mujer giró sobre sus talones y caminó hacia la salida del laboratorio. "Nos vamos," ordenó, sin molestarse en mirar hacia atrás. "Seguimos el rastro."
El ogro que ahora era un simple hombre nuevamente la siguió, pero no sin lanzar una última mirada al cadáver de Toya. "Siempre complican las cosas," murmuró antes de desaparecer por el corredor junto a ella. La sala quedó en silencio, con solo los destellos de los monitores y el eco lejano de sus pasos como testigos de lo que acababa de suceder.
Mientras tanto no muy lejos de ahí…
El rugido del motor de la camioneta rompía la quietud de la noche. El vehículo avanzaba lentamente por un camino de tierra lleno de baches, levantando una nube de polvo que se desvanecía bajo la tenue luz de la luna. Los faros apenas iluminaban el estrecho camino rodeado de árboles, cuyas ramas desnudas parecían arañar el cielo. Dentro de la camioneta, el ambiente estaba cargado de una calma frágil, apenas contenida.
Vlakiev tenía ambas manos firmemente agarradas al volante. Su rostro, anguloso y endurecido por el tiempo, estaba marcado por cicatrices que hablaban de viejas heridas y batallas pasadas. Sus ojos grises y penetrantes parecían analizar cada centímetro del camino, buscando cualquier amenaza oculta. Una barba descuidada cubría su mandíbula, y mechones de cabello rubio se asomaban por debajo de su gorra desgastada. A pesar de su postura rígida y controlada, había algo en sus hombros tensos que revelaba un cansancio profundo.
En el asiento trasero, Harai estaba acurrucada, envuelta en una manta gris que apenas cubría su frágil figura. Su cabello oscuro y desordenado caía en mechones sobre su rostro pálido, y sus grandes ojos, húmedos por lágrimas contenidas, miraban fijamente al suelo. En sus manos temblorosas sostenía una pequeña mochila que abrazaba contra su pecho, como si fuera un escudo contra el mundo exterior.
Vlakiev rompió el silencio, su voz grave y áspera llenando el espacio cerrado. "No te preocupes por lo que dejamos atrás," dijo sin apartar la vista del camino. "Ahora solo importa lo que tenemos delante."
Harai levantó la mirada lentamente, su labio inferior temblando. "No debería haber pasado... nada de esto," murmuró, su voz quebrada por un sollozo contenido. "Todo es mi culpa."
Vlakiev chasqueó la lengua, un gesto de leve irritación mezclada con preocupación. "Eso no es cierto," respondió con firmeza, aunque sus palabras llevaban un peso que parecía contradecirlas. "Nada de esto es culpa tuya. Tú no elegiste esto."
Harai se encogió aún más bajo la manta, su respiración volviéndose irregular. "Si no estuviera aquí, nadie habría... ellos no habrían muerto." Su voz era apenas un susurro, pero el dolor en sus palabras llenaba la cabina como un grito.
Vlakiev respiró profundamente, sus manos aflojando ligeramente el agarre en el volante. "Escucha, Harai," dijo, esta vez con un tono más suave. "El mundo es un lugar jodido, y hay personas que hacen cosas terribles sin importar quién esté en su camino. Pero tú no eres responsable de lo que ellos hacen."
Harai no respondió de inmediato. En cambio, desvió la mirada hacia la ventana, donde los árboles pasaban como sombras fugaces. "No entiendo por qué todos me odian," dijo finalmente, con una mezcla de confusión y tristeza. "No quiero hacer daño a nadie."
Vlakiev apretó los labios, su mandíbula tensándose mientras buscaba las palabras correctas. "No todos te odian," dijo al cabo de un momento. "Hay personas que te protegen, que creen en ti. Como Toya, Como yo."
La mención de Toya hizo que Harai soltara un pequeño sollozo, llevándose una mano a la boca para ahogar el sonido. Vlakiev dejó escapar un suspiro, dejando que el silencio se instalará nuevamente mientras continuaba conduciendo.
El sonido de la radio interrumpió el momento, con un crujido de estática que precedió a una voz familiar. "Aquí Falk. ¿Vlakiev, me recibes?"
Vlakiev tomó el transmisor del tablero con una mano, manteniendo la otra firmemente en el volante. "Te recibo, Falk," respondió, su tono volviendo a la firmeza acostumbrada. "¿Alguna novedad sobre nuestro destino?"
"Sí," contestó Falk, con una voz grave y medida. "He confirmado un punto de encuentro en Varsovia. Capital de Polonia. Coordenadas enviadas. Tienes hasta las 10:00 am de pasado mañana para llegar. Un contacto de Toya los verá allí." Hubo una breve pausa antes de añadir: "Casa Divina no tardará en enterarse de que escaparon. Muévanse rápido."
Vlakiev asintió para sí mismo, aunque sabía que Falk no podía verlo. "Entendido. Nos vemos del otro lado."
Harai levantó la cabeza ligeramente, sus ojos rojizos grandes y brillantes llenos de incertidumbre. "¿Quién es ese contacto? ¿Estaremos seguros allí?"
Vlakiev volvió a poner el transmisor en su lugar, girando levemente la cabeza hacia ella. "Es alguien en quien Toya confiaba. Y si Toya confiaba en él, nosotros también deberíamos hacerlo."
Harai asintió, aunque su expresión seguía cargada de dudas. Se acurrucó de nuevo bajo la manta, dejando que las palabras de Vlakiev resonaran en su mente mientras el vehículo continuaba su trayecto hacia la oscuridad.
La camioneta finalmente se detuvo a un costado del camino, donde la vegetación crecía espesa y los árboles formaban un arco natural que oscurecía aún más la madrugada. Vlakiev apagó el motor y dejó escapar un largo suspiro, inclinando la cabeza hacia el volante por un momento antes de volver a erguirse. La fatiga empezaba a notarse en sus hombros tensos y su respiración controlada.
"Vamos a tomar un descanso aquí," dijo con voz grave mientras miraba por el retrovisor hacia Harai. "Necesitas comer algo y recuperar fuerzas."
Harai, que había estado acurrucada todo el trayecto, levantó la mirada lentamente. Sus ojos estaban aún hinchados por las lágrimas, y su expresión mezclaba cansancio y temor. "¿Es seguro detenernos?" preguntó, su voz apenas un susurro.
Vlakiev salió del vehículo sin responder de inmediato, abriendo la puerta del copiloto para sacar una mochila desgastada que había estado descansando sobre el asiento. "Lo es por ahora," dijo finalmente, con un tono que no admitía réplica. "Pero no podemos quedarnos mucho tiempo."
Harai asintió lentamente y salió del vehículo, abrazando la manta alrededor de sus hombros mientras sus pies descalzos pisaban el suelo húmedo y cubierto de hojas. Vlakiev colocó la mochila sobre el capó de la camioneta y sacó un termo y un pequeño paquete de alimentos secos. "Come esto," dijo, tendiéndole el paquete mientras vertía un poco de agua caliente en una taza metálica.
Harai tomó el paquete con manos temblorosas, mirando el contenido sin mucho entusiasmo. "No tengo hambre," murmuró, pero un gruñido de su estómago la traicionó.
Vlakiev arqueó una ceja y dejó la taza junto a ella. "No es una opción. Tienes que mantenerte fuerte," dijo, con una mezcla de severidad y preocupación. "La última vez que comiste fue hace horas."
Harai asintió nuevamente, abriendo lentamente el paquete y mordiendo un trozo de galleta. Mientras masticaba en silencio, su mirada se perdió en la espesura del bosque, donde las sombras parecían moverse con vida propia. "¿Tú crees que todo esto terminará algún día?" preguntó, su voz apenas audible.
Vlakiev guardó el termo en la mochila y se apoyó contra el capó, cruzando los brazos. Sus ojos grises se fijaron en ella, pero no respondió de inmediato. Finalmente, dejó escapar un suspiro y dijo: "No lo sé. Pero lo único que podemos hacer es seguir adelante, un paso a la vez."
El silencio entre ellos se instaló nuevamente, roto solo por el sonido distante del viento entre los árboles. Harai tomó otro bocado de la galleta, y por primera vez en lo que parecían horas, sus hombros se relajaron ligeramente.
"Tío Vlakiev," dijo de repente, levantando la mirada hacia él. "¿Tú también tienes miedo?"
La pregunta pareció tomarlo por sorpresa. Su mandíbula se tensó por un momento antes de responder. "Claro que lo tengo," admitió, su voz más suave de lo habitual. "Pero el miedo no significa que vayamos a detenernos. Significa que somos humanos."
Harai lo miró en silencio, procesando sus palabras. Finalmente, asintió y dejó el paquete vacío sobre el capó. "Gracias," murmuró, con un pequeño hilo de voz.
Vlakiev asintió en respuesta y sacó un encendedor del bolsillo, encendiendo un cigarrillo que había guardado detrás de su oreja. Dio una calada profunda, dejando que el humo se mezclara con el aire frío de la madrugada. "Termina tu té," dijo, señalando la taza metálica que aún estaba sobre el capó. "Pronto continuaremos."
El humo del cigarrillo flotaba lentamente hacia el cielo, y mientras Harai tomaba el té, un leve destello de algo que podría haber sido alivio cruzó su rostro. Ambos se tomaron ese momento para respirar, sabiendo que los próximos pasos serían aún más peligrosos.
Después de algunas horas conduciendo, el cielo comenzaba a teñirse con los primeros tonos del amanecer mientras la camioneta se acercaba a la estación de control fronterizo. Las luces de los reflectores iluminaban los alrededores, revelando una fila de vehículos que esperaban su turno para cruzar. Vlakiev redujo la velocidad, lanzando una rápida mirada hacia Harai, quien permanecía en silencio en el asiento trasero.
"Recuerda," dijo con voz baja pero firme, sin apartar la vista del camino, "no hables a menos que sea absolutamente necesario."
Harai asintió débilmente, ajustando la manta alrededor de sus hombros como si fuera un escudo protector. Sus ojos, aún enrojecidos por la falta de sueño, miraron fugazmente por la ventana hacia los guardias fronterizos que patrullaban con linternas y rifles colgados al hombro. A pesar del cansancio, había algo en su expresión que denotaba una profunda confianza en las palabras de Vlakiev, un vínculo familiar construido sobre años de protección y cuidado.
Cuando finalmente llegó su turno, Vlakiev detuvo el vehículo frente a una caseta de control. Un oficial uniformado se acercó con un gesto cansado, revisando su tableta electrónica mientras hacía un ademán para que bajara la ventana. "Papeles, por favor," dijo, con un tono que denotaba más rutina que interés.
Vlakiev sacó un pequeño sobre de cuero del bolsillo de su chaqueta, entregándole los documentos con una expresión neutral. "Aquí tienes," dijo, manteniendo su tono calmado.
El oficial inspeccionó los documentos con ojos agudos, revisando cada detalle mientras su linterna iluminaba el interior de la camioneta. Su mirada se detuvo brevemente en Harai, quien evitó su contacto visual fingiendo estar profundamente concentrada en un libro que Vlakiev le había dado minutos antes.
"¿Motivo del viaje?" preguntó el oficial, sin apartar la vista de los documentos.
"Visitar a un familiar en Varsovia," respondió Vlakiev, sin vacilar. "Mi sobrina ha tenido un año difícil. Pensé que sería bueno sacarla de la ciudad por un tiempo."
El oficial levantó una ceja, como si evaluara la veracidad de la historia, pero finalmente asintió y devolvió los documentos. "Todo parece en orden. Disfruten su estancia en Polonia," dijo, golpeando levemente la camioneta con la mano antes de hacer un gesto para que avanzaran.
"Gracias," murmuró Vlakiev, subiendo la ventana mientras arrancaba lentamente. Harai dejó escapar un leve suspiro de alivio, relajando sus hombros por primera vez en horas.
Cuando cruzaron la frontera, Harai levantó la vista hacia Vlakiev. "Gracias, tío," dijo suavemente, su voz cargada de gratitud genuina. Él le devolvió una leve sonrisa, una rareza en su rostro habitualmente serio. "Siempre," respondió con un tono que transmitía una promesa inquebrantable.
Finalmente cruzaron la frontera y después de recorrer el pueblo más cercano la camioneta se detuvo frente a un pequeño hostal de ladrillos envejecidos, cuya fachada estaba cubierta de enredaderas secas. Un letrero desgastado que colgaba sobre la puerta principal decía "Witamy" en letras descoloridas. El lugar tenía un aire acogedor pero rudimentario, con algunas luces encendidas en las ventanas que indicaban que ya había huéspedes despiertos.
Vlakiev apagó el motor y giró hacia Harai. "Nos quedaremos aquí por unas horas. Necesitamos descansar antes de continuar," dijo mientras sacaba una pequeña bolsa de viaje del asiento delantero.
Harai asintió, saliendo del vehículo con movimientos lentos. El aire frío de la mañana la hizo estremecerse, y se ajustó la manta alrededor del cuerpo mientras seguía a Vlakiev hacia la entrada del hostal.
En el interior, el ambiente era cálido y olía ligeramente a café recién hecho. Una mujer mayor estaba detrás del mostrador, leyendo un periódico mientras una pequeña radio reproducía una canción melancólica en polaco. Levantó la vista al escuchar los pasos de Vlakiev, ofreciéndole una sonrisa amable pero cansada.
"Necesitamos una habitación para descansar unas horas," dijo Vlakiev, colocando un billete en el mostrador. La mujer tomó el dinero y le entregó una llave sin hacer preguntas, señalando un pasillo a la izquierda.
"Habitación siete," dijo simplemente antes de volver a su periódico.
Vlakiev asintió en agradecimiento, y ambos caminaron en silencio hacia la habitación asignada. El espacio era pequeño, con dos camas individuales, una mesa de noche y una lámpara que emitía una luz tenue. Harai se dejó caer sobre una de las camas, abrazando la manta mientras sus ojos recorrían el techo agrietado.
Vlakiev cerró la puerta con cuidado y dejó la bolsa sobre la mesa. "Intenta dormir un poco," dijo mientras se quitaba la chaqueta y la colocaba sobre una silla. "Yo haré lo mismo."
Harai no respondió de inmediato. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras sus pensamientos regresaban a los eventos de las últimas horas. "¿Crees que él... que Toya nos perdonaría?" preguntó en voz baja, su mirada perdida en el techo.
Vlakiev se detuvo en medio camino cuando se desataba las botas. Su mandíbula se tensó, y por un momento pareció estar buscando las palabras correctas. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo. "No sé si el perdón importa ahora," respondió, sentándose en el borde de su cama. "Lo que importa es que sigamos adelante. Por él. Por Vivka. Por ti."
Harai levantó la mirada, sorprendida por la mención de su madre. "¿Tú crees que mamá querría esto? Que sigamos corriendo todo el tiempo..." Su voz se quebró mientras las lágrimas rodaban silenciosamente por sus mejillas.
Vlakiev se acercó lentamente a su cama, sentándose a su lado. "Vivka quería que estuvieras a salvo," dijo, colocando una mano firme pero reconfortante en su hombro. "Eso es todo lo que le importaba. Y yo haré lo que sea necesario para cumplir con eso."
Ella asintió lentamente, cerrando los ojos mientras el peso del cansancio finalmente comenzaba a vencerla. Vlakiev apagó la lámpara, dejando que la oscuridad llenará la habitación. "Descansa," dijo en voz baja, aunque sabía que el sueño no sería fácil para ninguno de los dos.
Después de algunas horas un suave rayo de luz atravesaba las cortinas descoloridas, iluminando la habitación con un resplandor cálido y tenue. Harai abrió los ojos lentamente, pestañeando contra la claridad que se filtraba en el pequeño espacio. El techo agrietado y las paredes cubiertas de papel tapiz desgastado le daban al lugar un aire nostálgico, como si estuviera atrapado en el tiempo.
Vlakiev ya estaba despierto, sentado al borde de su cama. Su chaqueta oscura estaba cuidadosamente doblada sobre la silla junto a la mesa, y su camisa negra de mangas largas estaba arremangada, dejando al descubierto sus antebrazos marcados con cicatrices y tatuajes desvaídos. Tenía el rostro serio, sus ojos grises estudiaban un mapa extendido frente a él mientras trazaba rutas con un dedo calloso.
Harai se sentó lentamente, frotándose los ojos con las manos pequeñas y delgadas. Aún envuelta en la manta gris que había llevado consigo desde la camioneta, observó en silencio a Vlakiev por un momento antes de hablar.
"¿No dormiste?" preguntó, su voz suave y cargada de preocupación.
Vlakiev levantó la mirada, y una sombra de cansancio cruzó sus facciones angulosas. "Dormí lo suficiente," respondió, dejando el mapa a un lado. "Tenemos que estar listos para partir pronto."
Harai asintió, bajando la vista hacia sus pies descalzos que colgaban del borde de la cama. "No quiero seguir corriendo todo el tiempo," murmuró, más para sí misma que para él.
Vlakiev se levantó, estirando ligeramente su espalda mientras tomaba la chaqueta de la silla. "No es lo que yo quiero tampoco," dijo, con una sinceridad que era rara en él. "Pero no podemos permitirnos quedarnos quietos por ahora." Su tono era firme, pero no carecía de calidez, un delicado equilibrio que usaba cuando hablaba con ella.
Mientras Harai comenzaba a vestirse, sacó de su mochila una sudadera azul con capucha que parecía demasiado grande para ella, y unos jeans desgastados que habían visto mejores días. Vlakiev la observó de reojo mientras se colocaba las botas. "Tienes que comer algo antes de salir," dijo, señalando un pequeño paquete de galletas y un termo que había dejado en la mesa. "Nos esperan unas horas de carretera."
Harai tomó las galletas, mordiéndolas con pequeños bocados mientras sus pensamientos parecían alejarse. "¿Crees que mamá estaría orgullosa de nosotros?" preguntó de repente, sus ojos buscando los de Vlakiev.
Vlakiev se detuvo en seco, ajustando el cinturón de su chaqueta. Su rostro endurecido mostró un destello de vulnerabilidad antes de que volviera a controlarlo. "Vivka estaría orgullosa de que seguimos adelante," dijo finalmente, con un tono que no admitía dudas. "Ella siempre quiso que estuvieras segura, y eso es lo que estamos haciendo."
Harai asintió lentamente, su mirada cayendo nuevamente sobre las galletas en su mano. "La extraño," murmuró, con una voz tan baja que apenas se escuchó.
Vlakiev no respondió de inmediato. En lugar de ello, se acercó a la puerta y la abrió ligeramente, dejando que el aire fresco de la mañana entrara en la habitación. "Vístete y termina de comer," dijo, girándose hacia ella. "Voy a revisar la camioneta. Nos vamos en quince minutos."
La carretera se extendía frente a ellos, flanqueada por campos verdes y colinas bajas. Dentro de la camioneta, el silencio era cómodo, roto solo por el suave ronroneo del motor y el crujido ocasional de las galletas que Harai seguía mordisqueando. Vlakiev mantenía las manos firmes en el volante, sus ojos alternando entre el camino y los espejos laterales.
"¿Qué crees que pase cuando lleguemos a Varsovia?" preguntó Harai, rompiendo el silencio. Su voz tenía un toque de curiosidad, pero también de inquietud.
Vlakiev tomó un momento antes de responder. "Como te dije anoche, nos encontraremos con alguien que puede ayudarnos. Un contacto de Toya." Sus palabras eran medidas, como si evitara decir más de lo necesario. "De ahí, veremos cuáles son los siguientes pasos."
Harai asintió, aunque su expresión seguía siendo de incertidumbre. Miró hacia afuera, observando cómo los campos daban paso a pequeños pueblos con casas de tejados inclinados y chimeneas que emitían finas columnas de humo.
Tras manejar un rato más avistaron una gasolinera en el camino y la camioneta se detuvo junto a una de las bombas de combustible, y Vlakiev apagó el motor. "Quédate aquí," dijo con firmeza, sacando su billetera del bolsillo de su chaqueta. "No tardo." Harai asintió, observando cómo salía del vehículo y comenzaba a repostar.
Mientras Vlakiev llenaba el tanque, su mirada recorría el entorno. La gasolinera estaba tranquila, con solo un par de coches estacionados cerca del edificio principal. Dentro, un empleado joven miraba su teléfono mientras una anciana, vestida con un abrigo de lana y un pañuelo en la cabeza, pagaba en el mostrador. Cerca de las bombas, un grupo de aves picoteaban el suelo en busca de migas.
En el interior de la camioneta, Harai sacó su cuaderno y comenzó a dibujar. Las líneas pronto formaron un bosque, oscuro y denso, con una figura pequeña y solitaria caminando entre los árboles. Sus dedos temblaban ligeramente mientras trazaba los detalles, pero su expresión era de concentración.
Vlakiev regresó unos minutos después, con una botella de agua y un paquete de pan. "Aquí," dijo, entregándole el pan mientras subía al asiento del conductor. "Come un poco más."
Harai tomó el paquete, mirándolo por un momento antes de abrirlo. "Gracias," dijo, con una leve sonrisa que parecía sincera. "¿Qué más dijo el contacto de Toya?"
Vlakiev encendió el motor y dirigió la camioneta de vuelta a la carretera. "Solo que estará esperando en Varsovia," respondió. "Y que debemos ser cuidadosos en el camino."