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Saigo no damu (La ultima presa)

🇲🇽Ibara_Yahiro
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Synopsis

Prólogo: Saigo no damu (La última presa)

El mundo que conocemos quedó atrás, enterrado bajo las ruinas de un cataclismo que la historia solo recuerda como "El Día Perdido". Fue un evento sin precedentes, no solo por la devastación inmediata, sino por el vacío inexplicable que dejó. Un día arrancado de la línea del tiempo, cuyos misterios aún escapan a la comprensión humana. La única certeza es que algo se quebró en el tejido de la realidad. Las consecuencias de ese día trastornaron las leyes de la biología, la genética y, en última instancia, de la civilización misma.

No se trató de un simple desastre natural, ni de una guerra entre naciones. Fue algo más oscuro, más profundo, un abismo que despertó poderes latentes en la humanidad. El Día Perdido marcó el nacimiento de una nueva era: la era de los mutantes.

Tras el cataclismo, un avance descontrolado en el campo de la genética reveló algo inesperado. El ADN humano no solo contenía secretos sobre la herencia y la salud, sino también un potencial inexplorado que yacía dormido, esperando el estímulo adecuado para activarse. Y así, un 20% de la población mundial despertó a un nuevo estado del ser. Habilidades extraordinarias, que desafiaban las leyes de la naturaleza, comenzaron a manifestarse.

Algunos de estos dones eran gloriosos, otorgando a sus portadores la capacidad de curar, controlar elementos o desafiar las leyes de la física. Pero otros eran más oscuros, alterando la apariencia, la mente o la esencia misma de quienes los poseían. En muchos casos, el don se convertía en una maldición, una cadena invisible que los separaba del resto de la humanidad.

El miedo se extendió rápidamente. ¿Cómo manejar a estos nuevos seres? ¿Deberían ser considerados un avance evolutivo o una amenaza para la estabilidad mundial? Las preguntas quedaron sin respuesta, pero el caos llenó el vacío.

El colapso social abrió las puertas a entidades sin escrúpulos que aprovecharon el caos. Empresas biotecnológicas y agencias de investigación genética surgieron como los nuevos "salvadores". Bajo la promesa de avances médicos y científicos, estas organizaciones comenzaron a estudiar, explotar y experimentar con los mutantes.

El mundo se dividió. Los mutantes se convirtieron en muchos lugares en los parias de una sociedad que, incapaz de entenderlos, decidió temerlos y odiarlos.

Las décadas que siguieron al Día Perdido vieron el auge de un mundo cada vez más hostil. Enormes territorios quedaron fuera del control gubernamental, convirtiéndose en tierras sin ley dominadas por pandillas de mutantes, mercenarios y facciones rivales. Las ciudades que no cayeron en la anarquía se transformaron en fortalezas cerradas, protegidas por muros, drones y ejércitos privados.

El caos dio paso a la paranoia. Los gobiernos de varios países, incapaces de mantener el orden interno, decidieron cortar de raíz lo que consideraban una plaga. Se instauraron las Naciones Anti Mutantes, estados donde la mutación era vista como un pecado, un crimen que debía ser erradicado.

Estos países comenzaron a cerrar sus fronteras, adoptando políticas de persecución despiadada. Los mutantes fueron cazados, encarcelados o ejecutados, y cualquier rastro de su existencia fue eliminado de los registros oficiales. Las Cazas de Brujas regresaron, esta vez con la tecnología moderna como su herramienta más letal.

La humanidad quedó dividida en tres grandes bloques:

Las naciones anti mutantes, que buscaban eliminar todo rastro de la anomalía genética.

Las corporaciones genéticas, que explotaban a los mutantes por poder y lucro, sin interés en sus vidas o derechos.

Las zonas libres, tierras devastadas donde los mutantes y los marginados luchaban por sobrevivir en un entorno de caos y anarquía.

La esperanza de reconciliación parecía inalcanzable. Sin embargo, entre las sombras, surgían voces que hablaban de un tercer camino. Héroes olvidados, figuras ocultas y movimientos clandestinos intentaban tejer un nuevo futuro. Un futuro donde humanos y mutantes pudieran coexistir.

Sin embargo, en este mundo fracturado por el caos, donde el miedo y la incertidumbre dictaban el destino de millones, surgieron nuevas fuerzas para llenar el vacío dejado por los gobiernos en ruinas. Entre ellas, destacaron las llamadas Cazadoras de Monstruos, organizaciones independientes que tomaron el manto de protectoras de la humanidad, aunque con métodos cuestionables.

Estas empresas, con nombres pintorescos pero cargados de autoridad, adoptaron una postura radical hacia los mutantes. Su misión declarada era "limpiar la sociedad" de aquellos considerados peligrosos o inútiles, utilizando para ello campamentos de reeducación.

Estos lugares eran tan oscuros como su propósito. Los capturados enfrentaban una terrible elección: ser reformados y redimidos, aprendiendo a usar sus poderes de manera controlada y servil, o ser eliminados como una amenaza para la humanidad. Detrás de las altas cercas de estos campamentos, los mutantes eran sometidos a entrenamientos brutales, castigos severos y experimentos para explorar los límites de sus habilidades. Aunque algunos lograban sobrevivir y regresar al mundo, la mayoría sucumbía al proceso, transformándose en herramientas vacías o cadáveres olvidados.

De entre todas las organizaciones que emergieron en esta época de desesperación, ninguna igualaba la influencia y el poder de Dipugaden, conocida por muchos como el Jardín Profundo. Este titán corporativo, bajo la dirección del enigmático y brillante Dr. Muhai, se convirtió en el principal arquitecto del nuevo orden mundial.

Dipugaden no solo estudió a los mutantes; los redefinió. Implementó un sistema de clasificación meticuloso que dividía a los mutantes en niveles según el alcance y control de sus habilidades:

Clase C: Mutantes de habilidades menores, considerados inofensivos y prescindibles.

Clase B: Individuos con poderes medianos, útiles pero no esenciales para los planes mayores de Dipugaden.

Clase A: Los más poderosos, poseedores de habilidades que desafiaban las leyes naturales. Eran seleccionados con especial interés, muchas veces contra su voluntad.

Dentro de la élite de los Clase A, surgió un grupo exclusivo que inspiraba terror incluso entre los suyos: Los Verdugos.

Los verdugos no eran simples soldados o agentes; eran los instrumentos de voluntad de Dipugaden, seres cuyas habilidades superaban cualquier expectativa. Elegidos por su capacidad y brutalidad, formaban un círculo cerrado de mutantes entrenados para ejecutar las órdenes más crueles y decisivas de la empresa. Su presencia en un campo de batalla aseguraba la victoria, y su reputación se extendía como un eco de muerte.

Pero no todo en Dipugaden dependía de los mutantes. Junto a ellos estaba la división de los Pétalos Negros, compuesta exclusivamente por humanos. Eran soldados, mercenarios y veteranos de guerra que habían encontrado en Dipugaden un propósito, aunque este fuera tan oscuro como su pasado. Los Pétalos Negros formaban la columna vertebral de las operaciones de la empresa, imponiendo su voluntad a través de una combinación de disciplina militar y armamento avanzado.

Juntos, los Verdugos y los Pétalos Negros eran una fuerza imparable, capaz de desatar el caos o mantener el orden con igual eficacia.

Mientras tanto, el impacto de los mutantes resonaba mucho más allá de las corporaciones. El odio hacia ellos dividió naciones, culturas y comunidades. Los conflictos políticos se intensificaron, con países enteros adoptando políticas radicales en un intento de controlar la situación. En muchos lugares, las tensiones dieron paso a guerras internas y civiles, dejando atrás paisajes devastados y sociedades al borde del colapso.

En el ámbito religioso, el efecto fue igual de transformador. Las antiguas deidades y creencias fueron abandonadas por muchos, reemplazadas por la adoración de mutantes cuyos poderes parecían divinos. Los mutantes más poderosos se convirtieron en figuras de culto, venerados como titanes modernos, mientras que otros eran perseguidos como demonios. En este mundo caótico, la línea entre un dios y un monstruo era tan delgada que la mayoría de las veces se cruzaba sin ser notada.

En este nuevo orden mundial, la humanidad tambaleaba al borde de un precipicio. La pregunta no era si el mundo colapsaría, sino cuándo. El odio y la desesperación habían infectado a todas las facciones, y las sombras del futuro eran tan densas que parecía imposible discernir qué esperaba al otro lado.

Los mutantes, para bien o para mal, eran el eje de este conflicto. En ellos residía la clave para la salvación o la perdición del mundo. Pero mientras tanto, el verdadero desafío no era controlar a los mutantes, sino determinar quién era el verdadero monstruo: ¿los mutantes que desafiaban las normas, o la humanidad que no podía aceptar un cambio?