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Chapter 2 - • 19 años antes

Cuando el Alfa Crane aún vivía, Lucian había encontrado su refugio temporal entre los humanos, un mundo que le resultaba fascinante y, a la vez, tedioso. Estudiaba leyes en la prestigiosa Universidad de Stanford, no porque realmente lo necesitara, sino porque le daba una excusa para mezclarse con ellos, para observarlos, para jugar con su ingenuidad. Era hijo del Alfa,

un linaje impecable corría por sus venas, y su fuerza y presencia eran tan imponentes que pocos se atrevían a desafiarlo. Pero eso no le impedía sumergirse en el caos de las fraternidades humanas, donde las risas eran vacías y los cuerpos se movían al ritmo de una música que carecía de alma. 

Esa noche en particular, la fraternidad Alpha Phi estaba en su apogeo. Las luces estroboscópicas bañaban el lugar en destellos de colores, y el aire estaba cargado de perfumes baratos y sudor. Lucian se encontraba en un rincón, un vaso rojo lleno de cerveza en mano, observando el espectáculo con una mezcla de aburrimiento y desdén. Las mujeres humanas eran siempre un entretenimiento pasajero para él, criaturas deliciosamente ingenuas que caían

rendidas ante su carisma y su mirada dorada. Pero esta noche, algo diferente lo había llevado allí. 

No era el bullicio ni las risas estridentes lo que lo mantenían en ese lugar. Había algo más, algo que no podía identificar pero que

lo mantenía inquieto. Jaxon, su beta, había insistido en asistir a esta fiesta en particular, pero Lucian no estaba convencido. Las chicas de esta fraternidad siempre le habían parecido insulsas, demasiado desesperadas por llenar sus vacíos con excesos y superficialidad. Sin embargo, había algo en el aire esa noche que lo mantenía alerta, como si una fuerza invisible lo estuviera guiando

hacia un destino desconocido. 

Entonces ocurrió. 

Fue como un susurro en el viento, un aroma tan tenue que casi lo pasó por alto. Pero no. Ahí estaba otra vez, envolviéndolo como una

caricia invisible. Su cuerpo entero se tensó al instante, cada fibra de su ser reaccionando como si un rayo lo hubiera atravesado. El vaso rojo cayó de su mano, derramando la cerveza olvidada sobre el suelo pegajoso. No le importó. Nada más existía en ese momento excepto ese aroma. 

Vainilla. Dulce y cálida, pero con un matiz salvaje y puro que lo desarmó por completo. Era un olor que parecía hablarle directamente al alma, despertando algo primitivo y feroz dentro de él. Su pecho se expandió

mientras inhalaba profundamente, desesperado por capturar más de esa esencia esquiva. Luca, su lobo interior, se agitó con una intensidad que nunca antes

había experimentado. 

—Es ella —gruñó Luca dentro de su mente, su voz ronca y cargada de emoción. 

Lucian cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la tormenta que se desataba en su interior. Pero era inútil. Ese aroma lo llamaba como una sirena en el mar, irresistible e innegable. Sus ojos dorados brillaron con una intensidad peligrosa mientras escaneaba la multitud, buscando

desesperadamente el origen de ese olor. 

El ruido de la fiesta se desvaneció a su alrededor. No escuchaba las risas ni la música; no veía los cuerpos bailando ni los rostros borrachos que lo rodeaban. Todo su mundo se redujo a ese aroma, a esa promesa

de algo que sabía que le pertenecía. Porque era suyo. Lo sabía con cada fibra de su ser. 

—Encuéntrala —exigió Luca con impaciencia, rugiendo dentro de él como una bestia encadenada que ansiaba liberarse. 

Lucian avanzaba entre la multitud como un depredador que ha olfateado a su presa. Su

sola presencia era suficiente para abrir un camino entre los cuerpos, como si una fuerza invisible empujara a los demás a apartarse. Pero él no lo notaba; su atención estaba completamente consumida por un aroma que lo envolvía, un rastro tenue y esquivo que lo atormentaba y lo fascinaba al mismo tiempo. Era como una caricia intangible que le susurraba al oído, burlándose de su control, despertando algo oscuro y primitivo en su interior.

Cada inhalación era un latigazo de placer y agonía. El aroma era dulce y salvaje,

una mezcla que lo desarmaba. No podía escapar de su influjo, ni siquiera quería hacerlo. Era como si ese olor perteneciera a algún rincón olvidado de su alma, algo que había estado esperando durante siglos. Su pecho se tensaba con cada paso, con cada respiración que lo acercaba más al origen de esa fragancia que lo reclamaba. Luca, su lobo, rugía en su interior, exigiendo acción, clamando por ella. Su compañera.

—¿Lucian? —La voz de Jaxon, su Beta, se filtró a través del ruido de la multitud y del

caos en su mente—. ¿Qué está pasando?

Lucian levantó una mano sin siquiera mirarlo, ordenándole silencio con un gesto

brusco. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban ahora con una intensidad peligrosa, como brasas encendidas en la penumbra. No había palabras para explicar lo que sentía. No podía hablar, no podía pensar con claridad. Todo lo que era, todo lo que había sido, estaba enfocado en esa fragancia que

lo llevaba al borde de la locura.

Se movió con precisión felina, sus pasos firmes y decididos mientras atravesaba el

salón abarrotado. Las miradas curiosas lo seguían; las mujeres susurraban entre risitas nerviosas, intentando atraer su atención. Pero él no veía nada. No escuchaba nada. Nada importaba excepto el aroma que lo llamaba como una canción antigua e irresistible.

Luca emergió con fuerza desde dentro de él, reclamando el control por un instante. El lobo estaba desesperado, hambriento de ella. Lucian sintió cómo sus sentidos se agudizaban aún más bajo la influencia de su bestia interior. Su olfato lo guiaba como un faro en la oscuridad, llevándolo hacia el origen de aquello que tanto anhelaba.

Y entonces llegó.

Pero no había nadie.

Lucian se detuvo en seco, su pecho subiendo y bajando mientras inhalaba profundamente,

tratando de capturar ese aroma una vez más. Frente a él solo había un grupo de estudiantes charlando animadamente, completamente ajenos a la tormenta que se

desataba dentro del Alfa. Cerró los ojos y volvió a aspirar el aire con desesperación, pero el aroma ya no estaba allí. Se había desvanecido como un sueño al despertar.

Un gruñido bajo y amenazante escapó de su garganta, haciendo que los estudiantes

cercanos se apartaran instintivamente. Algunos incluso retrocedieron varios pasos, sus rostros pálidos por el miedo ante la presencia imponente de Lucian. Jaxon llegó a su lado, su rostro reflejando preocupación genuina.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó en voz baja, aunque sabía que algo grave debía estar ocurriendo para alterar así al hombre más controlado que conocía.

Lucian no respondió. Sus ojos dorados seguían escaneando el lugar con una intensidad feroz, como si pudiera obligarla a aparecer con solo desearlo lo suficiente. Su

mandíbula estaba tan tensa que parecía hecha de granito; sus manos se cerraban

en puños mientras luchaba por contener la frustración que amenazaba con

consumirlo.

—Ella estuvo aquí —murmuró finalmente, sus palabras cargadas de una posesividad tan cruda que incluso Jaxon sintió un escalofrío recorrerle la columna.

—¿Ella? ¿Tu compañera? —preguntó el Beta, entendiendo al fin la gravedad de la

situación.

Lucian asintió lentamente, sin apartar la mirada del lugar donde había sentido por

última vez ese aroma celestial. Era como si esperara que ella emergiera de entre las sombras en cualquier momento. Pero no lo hizo.

—La sentí... —Su voz era apenas un gruñido bajo—. Pero ahora se ha ido.

—¿Estás seguro? Tal vez fue solo una coincidencia...

Lucian giró la cabeza hacia él tan rápido que Jaxon dio un paso atrás por instinto. La

mirada del Alfa era mortal, sus ojos brillando con una furia contenida que prometía consecuencias para quien osara contradecirlo.

—No hay coincidencias cuando se trata de mi compañera —espetó con un tono cortante

y definitivo—. Ese aroma es único. Es ella. Lo sé.

Lo sabía con una certeza absoluta, con una convicción tan profunda que no necesitaba pruebas ni explicaciones. Ese aroma era suyo. Le pertenecía. Era una promesa silenciosa pero poderosa, algo que resonaba en cada fibra de su ser. Había pasado más de un siglo buscando a su compañera, esperando el momento en que el destino le revelara a la mujer destinada a ser su otra mitad.

Y ahora que finalmente había sentido su presencia, el destino parecía burlarse de

él al arrebatársela antes de que pudiera siquiera verla.

Lucian cerró los ojos por un momento, tratando de calmar la tormenta dentro de él.

Pero era inútil. La ausencia del aroma lo desgarraba por dentro, dejándolo vacío y furioso al mismo tiempo. Luca gruñía en su interior, impaciente y frustrado, exigiendo respuestas que ninguno de los dos tenía.

—No descansaré hasta encontrarla —dijo finalmente, su voz baja pero cargada de

determinación—. Ella es mía.

Jaxon observó a su amigo con cautela. Había visto a Lucian enfurecido antes, pero esto era diferente. Esto era algo mucho más profundo, más visceral. Sabía que nada ni nadie podría detenerlo ahora.

—Entonces la encontraremos —respondió finalmente, sabiendo que no tenía sentido discutir con él—. Pero necesitas calmarte antes de asustar a todo el mundo aquí.

Lucian no respondió. Sus ojos seguían escaneando el lugar como si pudiera obligar al destino a devolverle aquello que le había sido arrebatado tan cruelmente. Pero

sabía que no sería tan fácil.

Ella estaba ahí afuera en algún lugar.

Y cuando la encontrara —porque no era cuestión de si lo haría, sino cuándo— no habría fuerza en este mundo o en el otro que pudiera apartarla de él.

Era suya.

Siempre lo había sido.

Y siempre lo sería.