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Chapter 2 - después de aquella noche

El frío de la noche aún estaba grabado en la memoria de Indra. La cabaña del bosque, con sus paredes cubiertas de musgo y la tenue luz de las velas que apenas iluminaban el lugar, era un recuerdo que nunca se desvanecería. La anciana que lo había instruido aquella noche parecía más un espectro que una persona.

"La magia no es un juguete, muchacho", había dicho ella, con una voz tan áspera como la corteza de un árbol viejo. "Es un don... pero también una maldición si no la usas con sabiduría. No lo olvides".

Indra apretó el libro que le había dejado, su cubierta de cuero gastado aún exhalando un leve aroma a bosque húmedo. Ahora, mientras caminaba por el bullicioso campamento del circo, esas palabras resonaban en su mente.

—¡Indra! ¡Indra, ven rápido! —gritó un niño pequeño desde el centro de las carpas. Era uno de los ayudantes del circo, un chico de unos diez años que siempre corría con energía inagotable.

Indra giró hacia él con una sonrisa tranquila. Vestía su atuendo habitual: una túnica ligera con bordados dorados, diseñada para darle un aire místico durante sus presentaciones.

—¿Qué sucede, Jaro? —preguntó mientras se agachaba para estar a la altura del niño.

—¡La señora Elise quiere que prepares el acto final! Dice que esta vez hay mucha gente importante en el público, y tienen grandes expectativas. —Los ojos del pequeño brillaban de emoción.

Indra asintió con serenidad.

—Está bien, iré en un momento. ¿Me ayudas a preparar las luces mágicas? —dijo mientras sacaba una pequeña esfera de cristal de su cinturón.

—¡Claro que sí! —respondió Jaro con entusiasmo, antes de salir corriendo hacia la carpa principal.

Mientras tanto, Indra permaneció allí un momento, observando el cielo nocturno. Las estrellas brillaban con fuerza, como si quisieran recordarle lo vasto y misterioso que era el universo.

"Un mago debe ser un faro de luz, no una sombra en la oscuridad", recordó las palabras de la anciana.

La carpa del circo estaba llena. Hombres, mujeres y niños se acomodaban en las gradas, murmurando con anticipación. La música suave de un violín llenaba el aire, creando una atmósfera mágica. Indra, desde los bastidores, respiraba profundamente mientras ajustaba su capa.

—Indra, es tu turno —dijo Elise, la directora del circo, colocando una mano en su hombro.

Él asintió, sintiendo la presión de cada mirada que lo esperaba al otro lado de la cortina.

Con un gesto, la cortina se abrió, y un torrente de luces danzantes iluminó el escenario. Indra avanzó con pasos firmes, la esfera de cristal flotando a su alrededor, desprendiendo destellos de colores.

—Damas y caballeros —dijo con voz clara y segura—, esta noche no solo verán magia, sino que sentirán su verdadera esencia.

Extendió las manos, y pequeñas llamas comenzaron a materializarse, formando figuras que danzaban en el aire. Una pareja de bailarines de fuego giró con gracia, mientras un dragón de luz emergía de la esfera, rugiendo silenciosamente antes de elevarse hacia el techo de la carpa.

Los aplausos comenzaron, primero tímidos, luego atronadores. Pero mientras Indra sonreía y seguía creando maravillas, algo en su interior siempre le recordaba las palabras de la anciana. "Si te dejas llevar por el poder, olvidarás quién eres"

Más tarde, cuando la función terminó, Indra se retiró al campamento. El pequeño Jaro lo esperaba cerca del fuego, con una taza de té caliente en las manos.

—¡Hoy te luciste, Indra! ¿Cómo lo haces? —preguntó el niño, admirándolo con ojos brillantes.

Indra tomó asiento junto a él y miró el fuego, pensativo.

—Es algo más que trucos, Jaro. La magia no solo está en las cosas que haces... sino en lo que sientes. Si puedes tocar el corazón de alguien con un pequeño gesto, eso ya es magia.

El niño lo observó en silencio, tratando de comprender aquellas palabras.

—¿Crees que algún día yo también podré hacer magia? —preguntó con un tono de esperanza.

Indra sonrió y revolvió el cabello del chico con afecto.

—Claro que sí. Pero primero, debes aprender algo importante: la magia siempre viene con responsabilidad.

El fuego crepitaba mientras los dos permanecían en silencio. En ese momento, bajo las estrellas, Indra no solo vio un futuro lleno de actuaciones y maravillas, sino también un propósito más grande: enseñar a otros a encontrar la luz en un mundo que a menudo olvidaba cómo brillar.