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Chapter 2 - Capitulo 1: Parte 2

El aire dentro de la tienda estaba cargado de aromas a hierbas secas, especias y algo más que no podía identificar. Frascos llenaban las estanterías, algunos con líquidos brillantes, otros con raíces o polvos extraños.

Detrás del mostrador había un hombre de cabello desordenado, con una expresión amable pero cansada.

—Bienvenido, aventurero. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Vi unas plantas en el camino. Quiero saber qué son y si tienen algún uso.

—Muéstrame —respondió, señalando al mostrador.

Saqué mi celular y le enseñé las fotos. El brillo de las flores destacaba en la pantalla, y el hombre las observó con interés.

—Oh, esto es interesante. Esas son seirbas.

—¿Seirbas?

—Sí, crecen en lugares donde hay alta concentración de pranatitas.

—¿Pranatitas? —pregunté, sintiendo que ya había escuchado ese término antes.

El hombre tomó un libro grueso de un estante cercano y me mostró una ilustración de cristales brillantes.

—Son cristales raros que contienen prana, la energía vital del mundo. Donde hay una alta concentración, las seirbas crecen. Son muy valiosas y se usan para crear pociones avanzadas.

Me lanzó un pequeño frasco de líquido azul.

—Prueba esto. Aplica una gota en cualquier parte del cuerpo que esté herida o adolorida.

Seguí sus instrucciones, frotando una gota en la mejilla donde Hideaki me había golpeado. Una sensación refrescante recorrió mi piel, aliviando el dolor y reduciendo la hinchazón.

—Interesante —murmuré.

El hombre me observó con una leve sonrisa.

—Por cierto, me llamo Alan.

—Akihiro.

—Un gusto, Akihiro. Mira, si encuentras más seirbas, podemos negociar. Pero ten cuidado, donde hay pranatitas, hay criaturas peligrosas que las protegen.

Asentí, pero mi curiosidad por el lugar y por Alan creció al notar un aire de melancolía en su expresión.

—¿Siempre es peligroso recolectarlas? —pregunté.

Alan suspiró y señaló un estante con pociones más elaboradas.

—Hace un año, mi esposa murió en la frontera defendiendo el territorio de los semi-humanos. Era mercenaria y como tenía experiencia en combate pues iba con ella a recolectarlas, pero... Cuando el reino se quedó sin soldados, reclutaron a todos los aventureros, sin importar su nivel. Fue una guerra que no debió suceder, pero todos los que fueron… murieron. Recibí su cuerpo dos semanas después, mutilado.

Sus palabras cayeron pesadas en el aire. Algo en la forma en que hablaba, como si ya hubiera aceptado la tragedia, me resultó inquietante.

—¿Por qué sigues aquí, entonces? —pregunté.

Alan alzó una sonrisa cansada.

—Porque alguien debe seguir adelante. Y porque, mientras pueda, ayudaré a otros aventureros a prepararse para lo que venga.

Cuando salí de la tienda, mi mente estaba llena de preguntas. Este mundo era más oscuro de lo que parecía. Y si había guerras, criaturas peligrosas y personas como Alan luchando por sobrevivir, entonces había algo más en juego.

Regresé con el grupo justo cuando estaban entrando a la casa más grande del pueblo. Era más imponente que las demás, con una construcción de madera sólida y ventanas adornadas con cortinas. Aunque sencilla, era evidente que esta casa pertenecía a alguien con autoridad.

Al cruzar la puerta, el aroma de comida recién preparada llenó el aire. Una mesa larga, cubierta con un banquete de carnes, panes y vegetales, ocupaba el centro de la sala. Por un momento, pensé que realmente nos habían recibido como héroes… hasta que noté la presencia de dos jóvenes que ya estaban en la sala, junto a un hombre corpulento con un bigote llamativo.

—Bienvenidos a mi hogar —dijo el hombre, poniéndose de pie. Su voz era grave, pero tenía un aire cálido—. Soy Filemón Brings, el noble a cargo de este pueblo.

Las chicas inclinaron la cabeza en señal de respeto, y Hideaki, como siempre, se adelantó para hablar en nombre del grupo.

—Gracias por recibirnos, señor Brings. Somos estudiantes de una academia lejana. Llegamos aquí de manera inexplicable y buscamos respuestas.

Brings asintió lentamente, evaluándonos con la mirada.

—Entiendo. Por favor, siéntense. Aunque debo admitir que este banquete no fue preparado específicamente para ustedes. Esperamos la llegada de los caballeros del reino. Sin embargo, sería un honor que compartan la mesa mientras esperan.

Nos sentamos, y mientras el grupo comenzaba a comer, Brings continuó hablando.

—Han llegado en un momento complicado para nuestra gente. Este pueblo es pequeño, pero es vital para el reino. Suministramos alimentos y bienes básicos a la capital, especialmente ahora que la guerra contra la Reina Demonio nos ha dejado al borde del colapso.

Esas últimas palabras captaron toda mi atención.

—¿Cuánto tiempo lleva esta guerra? —pregunté, dejando el pan que sostenía en la mesa.

—Cinco años —respondió Brings con un suspiro pesado—. Y cada año es peor. La última catástrofe ocurrió hace un año, cuando las fuerzas de la Reina Demonio arrasaron con la frontera del territorio semi-humano. Fue una masacre. Perdimos no solo el territorio, sino también a miles de soldados y aventureros.

Sus palabras parecían llenar el aire de una gravedad que no se podía ignorar.

—¿Qué pasó con los semi-humanos? —preguntó Amelia, con un tono preocupado.

—Ya no tienen un hogar —respondió Brings con tristeza—. Los pocos que sobrevivieron están esparcidos por el mundo, refugiándose donde pueden.

El silencio llenó la sala, roto solo por el sonido de los cubiertos. Incluso Hideaki parecía haber perdido su habitual aire de seguridad.

—¿Y nosotros qué tenemos que ver con todo esto? —pregunté, cruzándome de brazos.

Brings me miró con una expresión seria.

—No hay leyenda alguna que hable de héroes invocados, si eso es lo que piensan. Pero si son de otro mundo, quizás tengan habilidades o conocimientos que puedan ayudarnos en esta guerra.

Así que no somos parte de ninguna profecía… solo una apuesta desesperada.

—Si eso es cierto, entonces tienen muchas expectativas puestas en nosotros —comenté con sarcasmo.

Brings no respondió, pero el peso de su mirada dejó claro que entendía nuestras dudas.

Antes de que alguien más pudiera hablar, una de las jóvenes que había permanecido en silencio hasta ahora se puso de pie.

—Soy Suna Brings, hija adoptiva del señor Brings. Mi hermana menor, Zenith, también está aquí para ayudarlos en lo que necesiten.

La otra joven, más pequeña pero con una postura firme, se levantó e inclinó la cabeza.

—Un placer conocerlos, viajeros. Si hay algo que podamos hacer para facilitar su estancia, no duden en pedirlo.

Las dos hermanas irradiaban una mezcla de dignidad y amabilidad, pero también algo más… como si estuvieran cargando con un peso que no compartían fácilmente.

—¿Hijas adoptivas? —murmuró Lia, mirando a Brings.

Él asintió.

—Hace años, sus padres fueron asesinados durante un ataque de la Reina Demonio. Las acogí como si fueran mis propias hijas. Desde entonces, han sido mi mayor orgullo.

Suna y Zenith se miraron, compartiendo un momento silencioso de comprensión.

—Gracias por su hospitalidad —dijo Hideaki, inclinándose ligeramente hacia ellas.

Antes de que la conversación pudiera continuar, una de las puertas se abrió de golpe, y un aldeano apareció con un mensaje urgente.

—¡Señor Brings! Los caballeros del reino están llegando.

El ambiente cambió al instante. Las hijas de Brings intercambiaron miradas tensas, y él se levantó con rapidez.

—Por favor, quédense aquí. Volveré en cuanto pueda.

Mientras Brings se retiraba para recibir a los caballeros, el grupo quedó sumido en un silencio incómodo. Por mi parte, no podía evitar preguntarme si todo esto era realmente necesario.

El sonido de cascos y el tintineo de armaduras llenaron el aire. Desde la ventana de la casa de Brings, vimos al grupo de caballeros entrar al pueblo. Eran seis en total, liderados por una mujer cuya presencia era imposible ignorar.

Cabalgaba con una postura impecable, su armadura adornada con detalles dorados y una capa roja ondeando tras ella. Sus ojos, de un azul intenso, parecían analizar todo con precisión calculada. A su lado, un hombre alto y robusto, con una lanza descansando sobre su hombro, la seguía como una sombra, atento a cada detalle a su alrededor.

Brings salió a recibirlos, intercambiando palabras breves con la mujer. Poco después, regresó al interior de la casa con ellos.

—Permítanme presentarles —dijo el alcalde, su voz solemne—. Esta es Alice Yuhiko, líder del escuadrón de caballeros reales, y su guardia personal, Gustavo.

Alice inclinó ligeramente la cabeza, y Gustavo simplemente asintió.

—Un placer conocerlos —dijo Alice, con un tono autoritario pero calmado. Luego nos dirigió una mirada inquisitiva—. ¿Es cierto que no son de este mundo?

Hideaki fue el primero en responder, como siempre.

—Sí. Somos estudiantes de un lugar llamado Japón, en otro mundo. No sabemos cómo llegamos aquí, pero parece que algo o alguien nos trajo.

Alice cruzó los brazos, observándonos con interés.

—Eso explica sus ropas y su forma de comportarse. No es común encontrar personas que vienen de otro mundo, pero si lo que dicen es cierto, necesitamos llevarlos a la capital humana, Luminis Regia.

—¿Por qué a la capital? —preguntó Lia con cautela.

Alice mantuvo la calma al responder.

—Porque allí podremos investigar quién o qué los trajo aquí. Además, si tienen habilidades o conocimientos que puedan ayudarnos, la capital es el mejor lugar para aprovecharlos.

—Entonces vayamos ahora —dijo Hideaki con firmeza.

Alice negó con la cabeza, su expresión serena pero inamovible.

—Eso no será posible. Nuestra misión actual es proteger este pueblo y confirmar si los rumores de un ataque son ciertos. Hasta que no completemos esta tarea, no podemos partir.

—¿Y cuánto tiempo tomará eso? —preguntó Amelia, con un toque de impaciencia en su voz.

—Si todo va bien, planeamos partir dentro de dos meses. Ese es el tiempo necesario para asegurar este lugar y preparar el camino hacia la capital.

—¿¡Dos meses!? —exclamó Hideaki, claramente molesto. —Eso es demasiado tiempo. Necesitamos ir ahora mismo. Cuanto más rápido sepamos por qué estamos aquí, más pronto podremos ayudar y terminar con esto para volver a casa.

Alice frunció el ceño, pero su voz permaneció tranquila, aunque más firme.

—No entiendes la situación, muchacho. Este pueblo es clave para el reino. Si lo perdemos, las fuerzas de la Reina Demonio tendrán acceso directo a la capital agrícola Sigtus. Nuestra prioridad es proteger este lugar.

—¡Pero no podemos quedarnos aquí tanto tiempo! —insistió Hideaki, su tono subiendo ligeramente.

Alice cerró los ojos un momento, respirando profundamente antes de responder.

—Crees que eres el único que quiere proteger algo. Pero yo ya lo perdí todo. Mi familia, mi nobleza, mi posición política… Todo lo sacrifiqué por este reino. Y si fallo aquí, será el final.

El silencio cayó sobre la sala. Sus palabras eran un recordatorio de lo que esta guerra había costado.

—Alice… —murmuró Gustavo, poniendo una mano en su hombro.

Ella lo miró por un momento antes de apartar la mirada.

—Lo que intentas hacer es admirable, pero necesitas entender algo —continuó Gustavo, mirando a Hideaki—. No podemos ignorar la posibilidad de que su llegada sea clave para esta guerra. Si aprendemos más sobre por qué están aquí, podríamos encontrar la ventaja que necesitamos.

—Exactamente por eso deberíamos ir ahora mismo —dijo Hideaki, apretando los puños.

—No está en discusión —dijo Alice, cortando el debate. —Partiremos cuando sea seguro.

Mientras la conversación se tensaba, mi mente vagaba en otra dirección. Volver a casa. Esas palabras parecían resonar con fuerza en la voz de Hideaki, pero para mí, no tenían el mismo peso. Este mundo… este mundo era diferente. Aquí no era solo la sombra de Hideaki. Aquí podía ser más, encontrar algo que nunca tuve en Japón.

No quiero irme.

La realización me golpeó como un rayo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que había algo que realmente quería.

Alice terminó la conversación con un tono definitivo.

—Por ahora, descansen. Mañana comenzaremos las patrullas y aseguraremos este lugar. La discusión sobre la capital tendrá que esperar.

Brings, buscando aliviar la tensión, intervino.

—Por favor, consideren quedarse esta noche como invitados. Las habitaciones están listas.

Los caballeros se retiraron poco después, seguidos por las hijas de Brings. El grupo quedó en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Mientras los demás se enfocaban en sus planes para volver a casa, yo solo podía pensar en cómo quedarme en este mundo.

Dicho eso, los caballeros se retiraron de la casa, dejando tras de sí una tensión palpable.

Esto va de mal en peor. No importa cuánto lo piense, todos aquí están desesperados por encontrar una forma de salir de este mundo. Hideaki, con su moral de héroe perfecto, y las chicas, cada una con su propia ansiedad por regresar.

Y ahora seguramente querrán arrastrarme a su estúpido juego.

Brings rompió el silencio, su tono amable contrastado con la atmósfera.

—Discúlpenme, queridos héroes, pero yo también debo retirarme. Iré con los caballeros para ayudarlos con lo que encuentren. Sin embargo, no se preocupen, mis hijas los cuidarán mientras estén aquí.

—De acuerdo, ¿les parece bien si nos quedamos aquí? —preguntó Hideaki, dirigiéndose al grupo.

Todas afirmaron, incluso yo. Después del viaje y todo lo ocurrido, lo único que quería era descansar un poco.

La habitación donde nos quedamos era un espacio grande, iluminado tenuemente por unas cuantas velas. Tenía una pequeña cocina al fondo y tres habitaciones más que probablemente estaban destinadas para cada de las hijas del alcalde. A nosotros nos dijeron que dormiríamos en unas cuantas habitaciones que tenían de reserva.

Me dejé caer sobre la silla, cerrando los ojos por un momento. Podría haber salido a preguntar más cosas, pero el cansancio me venció. Dormiré un rato.

Apoyé la cabeza sobre la mesa mientras el resto seguía conversando sobre lo que escucharon en la reunión. No me interesaban esas pláticas. Poco a poco mis ojos se cerraron, y antes de darme cuenta, me encontraba en un profundo sueño.