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Chapter 4 - Capítulo 1: parte 4

POV – Hideaki

Creo que eso no salió como quería.

Demonios, eso no salió para nada bien.

Debería haberme plantado frente a Akihiro, pero no pude. Se supone que soy su hermano mayor, el que debe dar el ejemplo, pero con él es diferente. Hay algo en la forma en que me mira, algo en su desprecio silencioso que me hace dudar de mí mismo.

Desde que llegamos a este mundo, no he dejado de temblar. Puedo actuar como el líder valiente frente a las chicas, mantener la compostura y aparentar que todo está bajo control, pero por dentro estoy aterrado. Todo aquí es extraño, peligroso e impredecible. No sé qué hacer, pero no puedo dejar que los demás lo noten. Debo ser fuerte por ellos, por mí… y por Akihiro.

Miro en la dirección en la que se fue. Sus pasos eran firmes, seguros. Parecía tan tranquilo mientras me miraba por última vez. ¿Cómo es capaz de mantenerse así? Siempre lo he admirado, aunque nunca se lo haya dicho. Akihiro siempre se esfuerza, siempre intenta destacar, incluso cuando todo está en su contra. Es algo que siempre he envidiado de él, esa valentía que yo nunca tuve.

Recuerdo cómo, cuando éramos niños, él se emocionaba por aprender algo nuevo, solo para darse por vencido si yo lo superaba. Papá solía decirme que debía alentarlo, que Akihiro tenía un potencial increíble. "Es un diamante en bruto, Hideaki. Si lo cuidas, brillará más que nadie." Eso me dijo antes de que Akihiro se mudara conmigo a Tokio. Y yo lo intenté. Quería ser el hermano que él necesitaba, pero ahora…

Ahora veo a un chico que me mira con odio. Un hermano que quiere matarme. ¿Cómo llegamos a esto?

—¡Hideaki, ¿dónde estás?! ¡Ya vamos a salir! —la voz de Amelia me sacó de mis pensamientos.

Giré para verla acercarse con las demás. Sus pasos eran decididos, pero su expresión mostraba preocupación.

—¿Dónde está Akihiro? —preguntó Akane, llegando justo detrás de Amelia. Su tono era más bajo de lo normal, y sus ojos mostraban una mezcla de confusión y tristeza—. No lo encuentro. Fui a la habitación que me dijo la señorita Zenith, pero no estaba.

—Es cierto. ¿Cómo es posible que uno de los hermanos esté desaparecido? —Nami alzó la voz, con irritación evidente—. ¿Qué está pasando aquí?

Intenté calmar sus ánimos.

—Tranquilas. Solo vine a despedirme de Akihiro.

Mis palabras parecieron calmarlas un poco, pero las vi intercambiar miradas nerviosas. Akane no dijo nada, pero su cabeza se inclinó ligeramente hacia el suelo, sus manos jugando con los pliegues de su falda.

¿Desde cuándo se preocupa tanto por él?

Decidí explicarles lo que me dijo Akihiro sobre adelantarse a Sigtus. A pesar de mi resentimiento, sabía que debía proteger su reputación ante las chicas.

—Él cree que es mejor buscar información por adelantado. Está tomando su papel de héroe muy en serio —dije, tratando de sonar convincente.

Amelia asintió, admirada.

—Eso tiene sentido. Si podemos tener información previa, será más fácil planear nuestros movimientos.

—Sí, pero… —Akane levantó la cabeza, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Por qué no nos lo dijo directamente?

Su pregunta quedó flotando en el aire, y por un momento nadie respondió. Lia intentó cambiar el tema, probablemente para aliviar la tensión.

—Hablando de habilidades… —comenzó, con un brillo en los ojos—. Creo que yo también tengo una.

—¿Qué? —exclamaron Akane y Nami al unísono, aunque Akane parecía más distraída.

Lia asintió, sonriendo nerviosamente.

—Anoche, cuando dormía, tuve un sueño extraño. Una voz me habló y me dijo que tenía un don especial.

—¡Espera! —Akane levantó la mano, su tono ligeramente más animado—. ¿Ese sujeto dijo que era el Dios humano?

Lia asintió, sorprendida.

—Sí, exactamente.

—Entonces… todos tuvimos el mismo sueño —murmuró Amelia, con una expresión pensativa.

Se miraron unas a otras, y un murmullo de emoción comenzó a llenar el ambiente. ¿Así que todas ellas también tienen habilidades? Esto parecía demasiado conveniente, pero no podía ignorar la posibilidad.

—¿Entonces todos tenemos esos poderes? —preguntó Nami, con los ojos brillando de emoción.

—Básicamente, sí —respondió Lia—. Aunque en un RPG lo importante no es solo tener habilidades, sino saber cómo usarlas en el combate.

La forma en que hablaba me recordó a Akihiro. Ambos tenían esa facilidad para analizar todo como si estuvieran dentro de un juego. Por un momento, el grupo parecía unido, como si realmente tuviéramos una oportunidad en este mundo.

Sin embargo, mi atención se desvió a Akane. Estaba de pie, en silencio, mirando al suelo. ¿Qué estaba pensando?

—Chicas —dije, llamando su atención—. Quiero pedirles un favor.

—¿Un favor? —preguntó Amelia, cruzando los brazos—. Claro, Hideaki. Estamos aquí para apoyarnos.

Respiré hondo antes de hablar.

—Ayúdenme a derrotar a la Reina Demonio. Para así volver a nuestro mundo y traer de nuevo a mi hermano.

El silencio llenó el aire por un momento. Las chicas intercambiaron miradas, y luego, una por una, asintieron.

—¡Cuenta con nosotras! —dijo Akane, levantando el puño con entusiasmo, aunque su sonrisa parecía forzada.

—Sí, lo lograremos juntos —añadió Nami, con una sonrisa confiada.

Miré nuevamente en la dirección en que se había ido Akihiro. ¿Dónde estarás ahora?

—Cuídate, Akihiro. Nos veremos en otro momento —murmuré, con la esperanza de que él encontrara lo que buscaba.

—Parece que sigues preocupado por él —comentó Amelia, su voz suave.

—Es mi hermano —respondí, encogiéndome de hombros.

Akane finalmente levantó la mirada, sus ojos brillando con lágrimas que intentaba contener.

—No parece que te lleves bien con él… pero, ¿no podrían arreglar las cosas? —preguntó en un susurro.

Me encogí de hombros, tratando de ocultar mi incomodidad.

—No tuve la oportunidad. Él recién llegó a mi habitación en Tokio, y tenía planeado hacerlo. Incluso compré un juego para jugar con él.

—¿Un juego? —preguntó Nami, con una ceja levantada—. ¡Se nota que son hombres! ¿Qué juego era?

—Creo que era un MMORPG —respondí, intentando recordar.

—¿Un momento…? —Amelia pareció alarmada—. ¿Hablas de la demo de ese VR que salió hace unos días?

—Supongo que sí.

—¡Espera, tú también la conseguiste! —exclamó Nami.

—¿También tú? —pregunté, sorprendido.

Amelia asintió.

—Sí, fue difícil conseguirla, pero lo logré. Solo sacaron 300 copias al mercado.

De repente, una idea aterradora cruzó mi mente. Todos aquí habíamos jugado la misma demo. La voz de mi sueño… me di cuenta de que la había escuchado antes, cuando probé ese juego.

—Chicas… —comencé, mi voz temblando ligeramente—. ¿Creen que esto tiene algo que ver con el juego?

Las miradas de las chicas reflejaban la misma confusión y miedo que sentía.

—¿Estamos aquí porque éramos jugadores beta? —pregunté finalmente.

El silencio que siguió fue abrumador.

Escuchamos el rechinar de los caballos acercándose, y Alice nos hizo señas desde la distancia.

—Es hora de irnos —dije, tratando de apartar esos pensamientos de mi mente.

Los caballeros estaban reunidos alrededor de Alice, escuchando atentamente mientras ella delineaba el plan para defender el pueblo. Su voz era firme y autoritaria, cada palabra resonando con confianza. A pesar de su figura imponente, había algo en sus ojos que mostraba la carga que llevaba.

Nos habíamos unido al círculo para escuchar, pero podía notar cómo las chicas del grupo estaban distraídas. Nami observaba a los caballeros con curiosidad, probablemente intentando evaluar sus habilidades. Amelia se mantenía concentrada, asintiendo ocasionalmente ante las palabras de Alice, mientras que Lia, como de costumbre, parecía perdida en sus propios pensamientos.

Akane, sin embargo, no estaba prestando atención. Sus ojos estaban fijos en el suelo, y su expresión era una mezcla de tristeza y preocupación. Quería decirle algo para consolarla, pero no encontraba las palabras adecuadas.

—…y eso es todo. Nos mantendremos en posición hasta que podamos evaluar cualquier movimiento enemigo —concluyó Alice, mirando a los caballeros con determinación—. Este pueblo es crucial. Si cae, el camino hacia Luminis Regia quedará completamente expuesto.

Los caballeros asintieron al unísono, listos para obedecer sus órdenes sin cuestionarlas. Era admirable cómo lograba inspirar tanta lealtad, pero también me preocupaba lo que eso significaba. ¿Cuánto había sacrificado para llegar a este punto?

—¿Y nosotros qué haremos? —preguntó Amelia, su tono directo.

Alice se giró hacia nosotros, evaluándonos con una mirada crítica.

—Ustedes se quedarán aquí, con nosotros. No puedo permitir que un grupo de héroes invocados, aún sin experiencia, se exponga innecesariamente.

Sentí una mezcla de alivio y frustración ante sus palabras. Por un lado, sabía que tenía razón. No estábamos listos para enfrentarnos a un enemigo real. Pero por otro, no podía evitar sentir que estábamos siendo subestimados.

Antes de que pudiera responder, un movimiento a mi derecha llamó mi atención. Gustavo estaba acercándose a Alice, con una expresión extrañamente tranquila.

—Alice, creo que deberías descansar un poco antes de que continúe la reunión —dijo, su voz calmada pero con un tono que no admitía discusión.

Alice lo miró con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Descansar? Gustavo, no tenemos tiempo para eso.

—Siempre hay tiempo para cuidar a nuestros líderes —respondió Gustavo, dando un paso más cerca.

Y entonces ocurrió.

Con un movimiento rápido, Gustavo golpeó en el estomago a Alice con precisión. Fue un movimiento limpio, calculado, y antes de que pudiéramos reaccionar, Alice cayó al suelo, inconsciente.

—¿Qué demonios estás haciendo? —grité, dando un paso hacia él.

Las chicas también reaccionaron, pero Gustavo levantó una mano, pidiéndonos silencio.

—Escúchenme antes de que saquen conclusiones —dijo, su voz firme pero tranquila—. Esto es por su bien… y por el de todos nosotros.

Amelia fue la primera en recuperar la compostura.

—¿Por su bien? ¡La has noqueado!

Gustavo asintió, sin mostrar arrepentimiento.

—Alice es una líder brillante, pero su dedicación la ciega. Si algo le pasara aquí, el reino entero estaría en peligro. No puedo permitir que se quede en un lugar tan vulnerable.

—¿Entonces planeas…? —comenzó Lia, pero Gustavo la interrumpió.

—Ustedes la llevarán a Luminis Regia. Es la única forma de garantizar su seguridad.

La idea me tomó por sorpresa, y por un momento no supe qué decir.

—¿Y si ella se despierta? No creo que acepte esto fácilmente —dije finalmente.

Gustavo sonrió ligeramente.

—Por eso deben irse ahora, antes de que recupere el conocimiento. Les estoy confiando esta misión. Alice no lo admitirá, pero su presencia en la capital es más importante que la nuestra aquí.

Amelia cruzó los brazos, claramente considerando sus palabras.

—¿Y qué pasa si el pueblo es atacado mientras nosotros estamos en camino?

—Nosotros nos encargaremos de eso —respondió Gustavo, con firmeza—. Es un riesgo que estoy dispuesto a asumir.

Hubo un momento de silencio mientras todos procesábamos lo que acababa de suceder. Finalmente, Amelia asintió.

—De acuerdo. Pero si algo le pasa al pueblo, será tu responsabilidad.

Gustavo inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Lo entiendo. Ahora, váyanse. Los caballos están listos, y Alice ya está asegurada en uno de ellos.

Me giré hacia las chicas, que parecían igual de confundidas que yo.

—¿Están listas? —pregunté, tratando de sonar más confiado de lo que me sentía.

—¿Tengo otra opción? —respondió Nami, con una sonrisa amarga.

Lia suspiró, ajustando su mochila.

—Supongo que esto hace que nuestra primera misión sea oficial.

Akane no dijo nada, pero asintió lentamente. Sus ojos estaban fijos en el cuerpo inconsciente de Alice, como si intentara procesar lo que significaba esta responsabilidad.

El grupo partió en silencio, el sonido de los cascos de los caballos siendo lo único que rompía la calma de la hermosa mañana. Luminis Regia estaba a varios días de viaje, y no podíamos permitirnos ningún desvío.

Mientras avanzábamos, no podía evitar sentir el peso de lo que acabábamos de aceptar. La seguridad de Alice, el destino del reino, todo parecía depender de nosotros. Y aún así, no podía dejar de pensar en Akihiro.

¿Qué estarás haciendo ahora, hermanito? ¿Estarás bien?

Miré hacia el cielo tratando de encontrar algo de consuelo en su belleza. Pero las nubes no tenían respuestas para mí.

POV – Della

El viento aullaba a través de las grietas del castillo, llevando consigo un frío que incluso los demonios sentían en los huesos. La sala del trono estaba sumida en un silencio solemne, interrumpido solo por el eco de los pasos de los seis generales demonio que se inclinaban ante mí, uno por uno, excepto un asiento vacío que marcaba la ausencia de mi séptimo general.

Mi trono, tallado en obsidiana y adornado con runas antiguas, se elevaba sobre el resto de la sala, un símbolo de mi poder y dominio. Desde allí, observaba a mis generales con una sonrisa que no mostraba emoción alguna, solo superioridad. Ellos son mis piezas más valiosas, y cada una cumple un propósito claro en este juego que yo misma inicié.

—Mis fieles generales, hemos llegado a un punto crucial —dije, mi voz resonando con autoridad. El eco de mis palabras rebotó por las paredes de la sala, exigiendo su atención.

Los demonios inclinaron la cabeza en señal de respeto. Cada uno de ellos tenía sus particularidades: fuerza bruta, astucia, lealtad incuestionable. Pero lo que compartían era su disposición a seguir mis órdenes sin dudar, aunque hoy podría poner esa lealtad a prueba.

—La humanidad ha tomado el camino que cuidadosamente les he trazado —continué, levantándome de mi trono. Mi vestido oscuro, decorado con gemas carmesíes, rozó el suelo mientras me acercaba al centro de la sala—. Han invocado a los héroes, tal como lo planeé.

Hubo un leve murmullo entre los generales. Algunos intercambiaron miradas, otros simplemente esperaron a que continuara.

—¿Y cómo exactamente ocurrió eso, mi reina? —preguntó Zalthar, el más impetuoso de mis generales. Su voz, grave y cargada de escepticismo, no me sorprendió.

Lo miré directamente, con esa sonrisa que siempre mantenía, suficiente para recordarle su lugar.

—Les di el hechizo de invocación. Indirectamente, por supuesto.

Los murmullos se intensificaron. No era una revelación pequeña, y podía sentir la inquietud entre ellos.

—¿Con qué propósito, mi reina? —preguntó Seraphis, mi estratega más confiable, siempre analizando cada decisión con meticulosa precisión.

—La humanidad está rota, dividida en facciones que se odian entre sí. Semi-humanos, elfos, humanos, enanos… cada uno librando sus propias batallas, incapaces de unirse contra una amenaza común. Los héroes que trajeron a este mundo no solo son su esperanza, sino mi arma más efectiva. Su existencia es lo que finalmente unirá a todas las razas bajo un solo propósito: destruirme.

Mis palabras cayeron como un martillo en la sala. Algunos de los generales me miraron con incredulidad, otros con una mezcla de admiración y miedo.

—¿Estás diciendo que planeas tu propia derrota? —gruñó Kael, el más agresivo de los generales.

—No mi derrota, Kael. Mi propósito —respondí, dando un paso hacia él—. La guerra que libramos no es solo por territorio o supervivencia. Es por el futuro de este mundo. ¿De qué sirve la victoria si todo lo que queda son cenizas? Si la humanidad no puede superar sus divisiones, este mundo está condenado a pudrirse en su propia desesperación.

La sala quedó en silencio, excepto por el crujir de las antorchas. Entonces, con una calma calculada, añadí:

—Para que esos héroes sean reconocidos, necesitan enfrentarse a algo digno de sus habilidades. Es por eso que envié el huevo.

El murmullo regresó, más fuerte esta vez.

—¿El huevo primogénito? —preguntó Seraphis, con el ceño fruncido—. ¿Ese huevo?

—Sí —respondí, manteniendo mi tono tranquilo—. El huevo de un demonio primogénito. Una bestia legendaria cuya sangre al ser derramada creara otra bestia como el, una sola de estás cosas creo nuestro continente demoníaco hace ya unos milenios. De el venimos todos los demonios y aunque sea un solo prototipo, presiento que será suficiente. Será llevado a la capital de Sigtus por uno de nuestros propios hombres.

Kael se levantó de su asiento, claramente molesto.

—¿Enviaste un arma tan peligrosa con ese… borracho? ¿Ese rebelde irresponsable?

—Ese hombre irresponsable, como lo llamas, es un comandante capaz y leal. Hará lo que se le ordene porque sabe que me debe la vida. No se trata de su capacidad para evitar errores, sino de su disposición para morir por esta causa.

Mis palabras fueron tajantes, y Kael retrocedió, aunque todavía parecía insatisfecho.

—Todos ustedes, mis generales, deberán enfrentarse a esta misma decisión en algún momento —dije, dirigiéndome a cada uno de ellos con mi mirada penetrante—. ¿Sacrificarse por el bien del mundo y su futuro… o dejarlo pudrirse con el tiempo?

El silencio que siguió fue abrumador. Cada general parecía perdido en sus propios pensamientos, procesando mis palabras. Finalmente, Seraphis rompió el silencio.

—Entonces, ¿esto es parte de un plan mayor?

—Exactamente —respondí, regresando a mi trono—. Cada movimiento, cada sacrificio, está diseñado para un solo propósito: salvar este mundo. Incluso si eso significa que yo misma debo caer.

Me senté nuevamente, mi sonrisa regresando a mi rostro.

—Por ahora, confíen en mí. Todo está yendo según lo planeado.