Mientras tanto, Andrómeda se encontraba ya perdida en la inmensa oscuridad del bosque. Completamente sola, sólo ella y su peor enemigo, su mente. No sabiendo gestionar correctamente su enfado, como era de esperar en una niña de su edad, maldijo a su amigo de todas las formas posibles, mientras arrancaba un trozo de corteza negruzca y muerta de un árbol. "Oh pobre de mí, malditos sean los humanos, tan insensibles e irrespetuosos como siempre. Vergüenza debería darles si quiera plantearse la posibilidad de que la diosa Sunsher sea una mera canción infantil. Blasfemias y falacias sin sentido es lo único capaz de salir por su boca". Andrómeda siguió caminando, hasta que encontró un pequeño riachuelo de agua cristalina del que bebía agua un conejo blanco como el azúcar. Andrómeda lo observó de lejos, y el animal levantó la cabeza rápidamente al notar su presencia. Se miraron fijamente por algunos segundos.
La elfa intentó acercarse lentamente a él, tal vez por curiosidad, o tal vez porque esos ojos brillantes y redondos le recordaron a alguien preciado, sin embargo, este salió corriendo en cuanto escuchó la leve pisada de la niña sobre la húmeda y refrescante hierba. Con un suspiro de decepción, Andrómeda tocó la superficie del agua con el dedo de uno de sus delicados pies. El agua estaba congelada, y en ella se podía observar el reflejo de la niña gracias a la luz de la Luna, que hacía que su blanca tez, pareciera más blanca aún, y contrastara perfectamente con el rojo de sus mejillas, y de sus carnosos labios.
La elfa metió rápidamente los dos pies en el agua. Sorprendente, su gesto seguía tranquilo, a pesar de que el agua estaba congelada. Juntó sus finas y pequeñas manos, para recoger agua del arroyo y verterla sobre su larga cabellera rosada, un rosa que recuerda al más puro cuarzo. Cualquiera que hubiera pasado por allí, se habría enamorado inevitablemente de aquella mística escena. Pareciera que todos los elementos habían sido colocados meticulosamente para acentuar todo lo posible la belleza de la joven.
Andrómeda entonces, un poco más tranquila, sostuvo entre sus manos la parte baja de su falda de seda. Era una falda blanca, de la más fina seda de cristal, bordada en las puntas y formada por varias capas que fluían como una cascada de agua pura y cristalina. Tenía aberturas en los lados, por lo que había partes de sus esbeltas piernas que eran visibles. Sin embargo, por la zona de atrás, la blanca falda se tornaba de un color carbón. Andrómeda contempló la prenda con una mirada apagada. "Este atuendo es lo único que me queda de mi hogar... Y ahora está destrozado..."
Con una mirada y un suspiro de resignación, Andrómeda buscó la quemadura de su pierna, que había olvidado por unos instantes. Al palparla con la punta de sus blancos dedos, la elfa se estremeció ligeramente por el agudo dolor. "¿Cómo se supone que curaré esto ahora?" La elfa pensó por un instante, que tal vez debería volver a buscar a Benjamín para que la ayudara. Sin embargo, su gran orgullo descartó esta idea tan rápido como había surgido. "Si yo no puedo curarlo, entonces lo hará mi fe".
La elfa juntó las manos y se arrodilló, clavando sus rodillas en las puntiagudas rocas que había en el fondo del arroyo. El agua cristalina de este, ahora cubría su estrecha cintura, y su largo cabello ahora seguía libremente la ligera corriente del agua. Posó su mirada en el reflejo de la Luna sobre el agua, que actuaba como un espejo para ella. Por su posición y su brillo, la niña pudo observar que la Luna llena, brillaba en lo alto del cielo con todo su poder.
Cerró sus brillantes ojos y comenzó a murmurar una oración, un rezo sagrado que su madre le había enseñado siendo ella muy pequeña, y que recordó casi por arte de magia; "Sunsher siempre escuchará tus rezos, ella será la brújula que guíe tu camino, el pan que te alimente cuando estés hambrienta, el agua que sacie tu sed, y la antorcha que te guíe en la oscuridad; sólo has de honrar su nombre y seguir su luz, eso era lo que solía decirme mi madre...". Aunque la herida le causaba un dolor punzante, la elfa ignoró el sufrimiento, aferrándose únicamente a su fe.
-Oh, Sunsher, madre de la luz y guardiana de la vida. Que su fulgor me envuelva y cure mis heridas. Soy su humilde servidora, nacida de su gracia y destinada a cumplir vuestra voluntad. Ruego que me dé la fortaleza para seguir adelante y la claridad para no perderme en la oscuridad...- La voz de Andrómeda resonaba suave, como un susurro que viajaba con la brisa, pero firme, como los latidos de su noble y puro corazón.
A medida que recitaba las palabras sagradas, el agua del arroyo comenzó a brillar tenuemente, como si la misma Sunsher estuviera respondiendo a su plegaria. Las estrellas parecían titilar con mayor intensidad, y el dolor en su pierna comenzó a disiparse poco a poco.
La elfa abrió sus grandes ojos y miró con rapidez su delicada pierna. Una leve sonrisa se formó en su rostro, al percatarse de que su quemadura, había sido curada por completo.
-Incluso en la noche más fría y oscura, sé que guarda mi camino... Su humilde sierva se arrodilla ante su merced. - Andrómeda permaneció rezando durante horas, completamente inmóvil, para mostrar su gratitud y su lealtad hacia su diosa. Hay algunos, que incluso se atreverían a compararla con una estatua del más hermoso mármol, construida como símbolo de una gran e inquebrantable devoción.
La luz dorada y poderosa de los primeros rayos del alba comenzó a asomarse entre las hojas de los árboles del frondoso bosque. Estos, iluminaron suavemente la cara de la pequeña elfa, que descansaba tranquilamente a los pies de un gran y robusto árbol. Había estado gran parte de la noche rezando, por lo que ahora, se encontraba exhausta. Sin embargo, el semblante tranquilo de Andrómeda, se convirtió rápidamente en una expresión de sorpresa.
No fueron los rayos del brillante Sol los que interrumpieron el sueño de la elfa, sino un grito desesperado, de una voz familiar, que rebotaba entre los árboles del inmenso bosque.
-¡Andrómeda sé que estás enfadada pero respóndeme por favor!- Aunque no lo había visto, Andrómeda reconoció rápidamente aquella voz.
Se trataba de Benjamín, que parecía buscarla desesperado mientras gritaba agónicamente.
La elfa se levantó rápidamente, aunque seguía bastante disgustada con él, nunca había escuchado a su amigo gritar de aquella forma tan preocupante.
-¡Andrómeda te ruego que me ayudes por favor! ¡Te lo suplico necesito tu ayuda por favor respóndeme! ¿Dónde estás? - la voz de Benjamín se escuchaba cada vez más rota, mientras se perdía entre la espesa maleza.
Aunque los brillantes rayos del Sol se asomaban con cada vez más fuerza sobre el oscuro bosque, un escalofrío recorrió la espalda de Andrómeda. La niña miró hacia un pequeño rayo de luz dorada que se colaba entre las ramas de los árboles, con el horrible presentimiento, de que algo maligno estaba a punto de ocurrir, y de que ese algo sería el inicio de lo que tanto temía.