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Chapter 2 - Capítulo II: El ciervo y el lobo

-¿Cómo es posible que seas tan insensible Andrómeda?- Benjamín se secó rápidamente las lágrimas de sus ojos, aunque con la tormenta que se había desatado anteriormente, quién sabe si eran las lágrimas que sobraban de su desesperación, o las gotas de lluvia que caían preludiando una inminente discusión. Tras este acto, que hizo en vano ya que el agua que caía del gris cielo volvió a empapar su redondo e infantil rostro, frunció el ceño y comenzó a gritar ferozmente a su amiga.

Tan ferozmente, que incluso el indiferente corazón de Andrómeda, o al menos el corazón que ella pretendía mostrar, pudo omitir uno de sus rápidos y poderosos latidos.

-¡Acabo de decirte que mi madre está gravemente enferma! - la voz de Benjamín sonaba llena de ira, una ira que dirigía irremediablemente hacia su amiga, aunque no hubiera sido ella la culpable de provocarla.- ¿No puedes dejar tus tontos cuentos por una vez?- La respiración de Benjamín se aceleró rápidamente, al igual que sus latidos.

Pareciera que su joven corazón, lleno de rabia e impotencia, además de una profunda tristeza infantil, estuviera a punto de estallar, y liberar todas aquellas emociones que retenía codiciosamente- Luz esto, luz aquello, Sunsher por aquí, Thermon por allá, viva la luz, viva el Sol... ¡Ninguna de esas historias ayudarán a mi madre!- Mientras Benjamín dejaba desbordar sus sentimientos, al igual que las grises nubes desbordaban su triste lluvia, el rostro de Andrómeda se ensombrecía (incluso más que el cielo) con cada palabra que escuchaba salir de la boca de su amigo.

Por un momento, la elfa olvidó toda la empatía y preocupación que sentía por su amigo, y levantó velozmente su mano derecha. Tan velozmente, que sus finos y delicados dedos de mármol podrían haber cortado cualquiera de aquellos diamantes opacos que caían del cielo.

- No toleraré ni una sola blasfemia más salir de tu boca - la voz de Andrómeda, era incluso más afilada que sus blancas manos

- Un humano no debería ni siquiera tener el noble privilegio de poder pronunciar su santo nombre.

Benjamín, al ver el instintivo gesto de su amiga, y movido por la rabia, se abalanzó sobre ella agarrándola fuertemente de la muñeca, e inmovilizando su brazo. En sus verdes ojos, se podía observar un profundo sentimiento de dolor, mientras que en los de la elfa, una ligera e inesperada sorpresa podía notarse.

-¿Pretendes golpearme como la otra vez? ¿Eso es lo que dice que hagas ese ser lleno de luz?- Andrómeda abrió los ojos como platos. Nunca había visto a su amigo actuar así. Normalmente, Benjamín parecía un indefenso y adorable corderito, que correteaba alegremente de un lado a otro.

Sin embargo, ahora se asemejaba más a un ciervo acorralado. Una criatura dócil y noble, pero que no dudaría en pelear por su vida, ni en enfrentarse a cualquier depredador con tal de protegerse. Aunque para la elfa, Benjamín seguía pareciendo indefenso e inofensivo, había notado algo en él que para ella había pasado desapercibido todo este tiempo. Ese algo, que permanecía escondido en lo más profundo del interior de Benjamín, al igual que Andrómeda escondía sus misteriosos sentimientos, era su determinación.

Por otra parte, Andrómeda quedó completamente paralizada. Tal vez por la sorpresa de que su amigo se hubiera revelado contra ella por primera vez en años, o tal vez, por ver cómo se rompían aquellas gemas verdes, que una vez fueron la fuente de un pequeño consuelo para su atormentada alma.

Benjamín, al ver la sorpresa de su amiga y consumido por la ira, agarró con más fuerza aún la frágil muñeca de Andrómeda.

De sus ojos volvían a brotar amargas lágrimas, aunque esta vez no eran de tristeza (o puede que si) sino de impotencia y agonía.

-¿Dónde esta tú valentía ahora? ¡Vamos respóndeme!- Benjamín apretó con más fuerza aún la entomecida mano de la elfa. Apretaba con tal fuerza, que pareciera que trabaja de aferrarse a una última esperanza. Aferrarse a aquello que podría salvar a su enferma madre.

Andrómeda apretó fuertemente sus dientes al sentir la violenta presión que ejercía su amigo sobre su brazo. Este comenzaba a dolerle considerablemente, haciendo que la elfa se cuestionase, si Benjamín podría estar sintiendo algo parecido. Sin embargo, su reflexión se vio interrumpida por el sonido de un inconveniente trueno (que pareciera querer gritar ferozmente al igual que los niños) que incrementó la tensa y violenta atmósfera que había entre ellos.

-¿Dónde está Sunsher ahora Andrómeda?- su voz, aunque estaba llena de una ira incontrolable, logró quebrarse por un instante- ¿Dónde ha estado todo este tiempo mientas "la oscuridad" consumía a todo mi pueblo?

Aquella pregunta fue como una flecha fugaz que logró derrumbar la fortaleza que Andrómeda había estado construyendo durante años para ocultar sus misteriosas emociones.

Por primera vez en años, Benjamín había conseguido ganar la discusión. El inofensivo ciervo había conseguido herir al feroz lobo. La pregunta de Benjamín resonó como un siniestro eco que perturbaba el inquebrantable santuario en la mente de Andrómeda. Quién sabe si por la culpa, o por el miedo de no tener una respuesta.

Una de las campanas de aquel idílico santuario resonó brevemente gracias al eco. '¿Cómo es posible que la oscuridad haya causado tanto caos con Sunsher presente?" Andrómeda se debilitó por un momento. Otro trueno volvió a romper la atmósfera entre los niños. Sin embargo, esta vez fue la voz de Andrómeda la que se quebró.

-Me estás haciendo daño Benjamín...- dijo la elfa con la voz rota, mientras posaba su intensa mirada inquisidora sobre los iracundos ojos de Benjamín.

Al notar que había apagado aquellos ojos, culpables de desatar una tormenta de sentimientos en su interior, creció un profundo sentimiento de culpa en su alma, seguido de una gran vergüenza por haber hecho daño a Andrómeda.

Ahogandose en un mar de dudas, desesperación, ira, culpabilidad y vergüenza, Benjamín soltó bruscamente la enrojecida muñeca de la elfa.

-Ni siquiera sé por qué he venido a pedirte ayuda. - El humano se levantó rápidamente, mientras miraba fijamente la inmensa oscuridad de aquel inquietante bosque -En el fondo, creí que podrías dejar tu egoísmo de lado y consolarme, pero veo que me equivoqué.

Andrómeda miró a su amigo en silencio, aunque no prestó mucha atención a sus palabras, ya que ella también escondía fantasmas con los que debía lidiar. Benjamín, al no notar ningún tipo de respuesta por parte de su amiga, corrió por el mismo camino que lo llevó hacia aquel marchito rosal, sin siquiera mirar atrás. El humano se sentía vacío, como si lo hubiera perdido todo, como si estuviera completamente solo.

Mientas tanto, la elfa sólo observó la pequeña figura de su amigo desaparecer en las profundidades del bosque.

La deprimente lluvia parecía no tener fin, al igual que la tormenta que había generado la pregunta de Benjamín en Andrómeda, que llevaba horas caminando por el camino opuesto al que había utilizado su amigo. La cuestión seguía resonando en su mente, y la martirizaba sin cesar. Aunque en el fondo, muy en el fondo, la elfa creía saber la respuesta a la cuestión, su gran orgullo impedía que se diera cuenta.

Caminando sin rumbo y perdida en sus caóticos pensamientos, Andrómeda, se percató de que su delicado pie había quedado atrapado en un pequeño lodazal, que se había formado por la intensa e incesable lluvia. En otras circunstancias, sin duda aquello habría molestado profundamente a nuestra protagonista. Sin embargo, al ver su triste y perdido reflejo en un pequeño y servicial charco, su orgullo se desvaneció por un breve momento.

"Yo soy la responsable de esto, ¿no es así?"

Andrómeda se quedó observando su reflejo en el agua turbia, como si por primera vez pudiese ver con claridad los fragmentos rotos de su alma. En ese instante, la tormenta, que aún azotaba el paisaje, parecía desvanecerse en su mente, dejando solo un vacío profundo y desolador, un vacío que fue reemplazado con un profundo sentimiento de culpa e irresponsabilidad.

-He estado vagando sin rumbo por este bosque durante estos tres años. Sola, desorientada. Buscando una señal, cualquiera- el rostro de Andrómeda se ensombreció, mientras luchaba por contener sus amargas y brillantes lágrimas- No sólo no he hecho ningún progreso, sino que he dejado que la oscuridad encuentre refugio en los débiles corazones de los humanos.

Al fin, las cristalinas lágrimas que habían sido prisioneras por años, lograron liberarse. Al fin, tras años de falsa seguridad y fortaleza, Andrómeda se derrumbó nuevamente.

-La he decepcionado, ¿cierto?- la elfa sacó lentamente su pie del espeso y viscoso lodo, mientras observaba su decaído reflejo en el agua - Al igual que decepcioné a mi familia, a mi pueblo - la niña miró la rojiza marca de su muñeca, y recordó por un instante los desesperados ojos de Benjamín, que se rompieron en pedazos, al igual que su inocente voz, aquella voz, clara como la lluvia, en la que, aunque Andrómeda no quisiera aceptarlo, había encontrado un pequeño consuelo.

-Y también te he decepcionado a ti, Benjamín... - el corazón de Andrómeda se contrajo de dolor por un momento. Aquel lobo, feroz e intimidante, parecía ahora un pequeño cachorro perdido en la inmensidad del tenebroso bosque, en busca de la aprobación de su manada.

Andrómeda, ahogó su reflejo en un lago de culpa e impotencia. Paralizada por sus emociones y su pasado, se derrumbó ante aquella versión decepcionante de ella misma. Sin embargo, al contrario de lo que pudiera parecer, y de lo que pudiera pensar ella misma (por fortuna o por desgracia) la elfa nunca se encontraba sola, ni siquiera en sus momentos más bajos y desesperados.

La niña, que lloraba desconsoladamente rendida ante su reflejo, presenció algo milagroso. Algo que si contara a Benjamín, sin duda calificaría de historia o cuento para dormir. El cielo seguía gris, y a duras penas se veía algo en las profundidades del bosque. Sin embargo un haz de luz dorado, fino como un cabello, chocó contra el turbio espejo en el que se reflejaba Andrómeda.

La elfa, impactada por este suceso, volvió a encarcelar a sus cristalinas lágrimas, mientras observaba su reflejo con atención.

El corazón de Andrómeda se detuvo bruscamente. Pareciera que todo a su alrededor, se paralizó junto a su corazón también.

El sonido de las pequeñas heladas gotas de lluvia cayendo sobre el escarpado suelo del bosque, los feroces rugidos de los truenos, los pequeños e insignificantes llamados de los insectos. Todo se detuvo. O tal vez no se detuvo, sino que se doblegaron ante la llegada de un ser ancestral.

De un momento a otro, tras un breve parpadeo, la elfa observó en el turbio reflejo de aquel solitario charco, un ser místico e imponente. Un ser que podría haber postrado ante él miles de naciones. Un ser, que con tan sólo una palabra de su boca, podría separar mares y montañas.

Ese majestuoso ser, capaz de deslumbrar a toda la creación, colocó suavemente su ancestral mano sobre la cabeza de la elfa.

-La luz ha estado siempre dentro de ti, esperando a ser revelada. Sigue su susurro.

Andrómeda, anonadada, permaneció inmóvil. Fijó sus enormes ojos rosados y cristalizados en la luz dorada que se desvanecía lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. Su respiración se detuvo, y un escalofrío recorrió su columna, helándola hasta sus delicados huesos. La revelación golpeó su corazón con la fuerza de un trueno, como los de la tormenta que había ignorado desde hace tiempo ya, dejándola sin palabras, sin aliento.

Tras otro breve parpadeo, aquel lodoso espejo sólo reflejaba la figura de la noble elfa. El sonido de las gotas de lluvia rompiéndose en mil pedazos volvía a escucharse, al igual que el sonido de los feroces truenos y los pequeños insectos.

Andrómeda dejó de sentirse perdida. Un calor inimaginable abrazó su tormentoso corazón, apaciguándolo en segundos. Una determinación innata, nació de lo más profundo de su pura y noble alma. Sabía qué debía hacer. Sabía que esa era la señal que había estado esperando. Sabía que no podía decepcionar a su señora, no de nuevo.

"Un ser místico y ancestral, capaz de doblegar a la más profunda y abominable oscuridad, había decidido confiar en mí, y encomendarme una misión épica. Juzgar a la oscuridad y condenarla a la divina prisión de la que jamás debería haber escapado. No fallaré en esta misión, no decepcionaré a nadie más. Me haré fuerte, más fuerte que nadie. Demostraré que Sunsher, no se ha equivocado, y condenaré a cualquiera que se interponga en mi camino por su gloria divina"

Andrómeda se levantó rápidamente y dió media vuelta. Una luz dorada, podía observarse al final de aquel millar de árboles.

-Debo apresurarme o Benjamín estará en problemas. Aún puedo salvarlo de un agónico destino- al pensar que su amigo podía entrar en problemas, el corazón de la elfa se contrajo por un momento- Es un necio, pero su alma es pura.

Andrómeda corrió ágilmente a través del escarpado bosque. El tiempo pareció detenerse nuevamente. La elfa sólo era capaz de escuchar los rítmicos latidos de su corazón, que se asemejaban a los tambores de alguna especie de rito ancestral. Con la mirada fija en aquella brújula de luz divina, Andrómeda rezaba todas aquellas oraciones que conocía, con la esperanza de que la vil oscuridad, no llegara a corromper el corazón de aquel inocente ciervo.

"Si existe, aunque sea una diminuta chispa de luz en su alma, mi deber es protegerla" pensó la elfa, mientras sus gráciles pasos se volvían cada vez más veloces, al igual que sus latidos.