Chapter 3 - Destino

Pasaron varias semanas desde que Encai fue reasignado a su nuevo escuadrón. Durante este tiempo, el grupo se había vuelto más unido, desarrollando una camaradería que sólo podía forjarse en las dificultades de la guerra. Aunque las semanas habían sido relativamente tranquilas, completaron numerosas rondas de patrullaje, fortaleciendo su coordinación y confianza mutua.

Una tarde cerca del campamento de heridos

El escuadrón se encontraba cerca del campamento de heridos, descansando después de un día de patrullaje. Hana se sentó junto al río y empezó a hablar sobre su familia. 

—Tengo un hermanito de seis años, Yuto. Siempre me pregunta sobre la vida de los ninjas. Es muy curioso y a veces me preocupa que quiera seguir nuestros pasos tan pronto —dijo Hana con una sonrisa melancólica—. La verdad es que yo nunca quise ser una kunoichi.

Encai la miró con interés. —¿A qué te refieres?

Hana suspiró y continuó. —Siempre soñé con ser florista o chef en un pequeño puesto de la aldea. Me encantaba la tranquilidad de trabajar con las flores, crear arreglos y ver las sonrisas de las personas que recibían mis creaciones. Pero todo cambió cuando desperté chakra. La aldea me reclutó debido al conflicto que se avecinaba y, de repente, mi sueño se desvaneció. Ahora estoy aquí, peleando en una guerra que nunca elegí.

Encai asintió, sintiendo la tristeza en sus palabras.

Akira, siempre observador, añadió. —Para mí, la vida siempre ha sido una serie de observaciones y aprendizajes. Mis padres son comerciantes en el mercado de la aldea y me enseñaron a ser cuidadoso y a observar siempre mi entorno. Pero, a veces, veo tanta violencia y dolor a nuestro alrededor que me pregunto si realmente vale la pena. Me he dado cuenta de que entender el mundo no siempre alivia el sufrimiento que veo. Me gustaría usar mis habilidades para crear paz y resolver conflictos sin recurrir a la violencia, pero eso es difícil en tiempos como estos.

Hayate, con su típica seriedad, intervino. —Mi familia ha servido a Kirigakure por generaciones. Mis padres me inculcaron que la lealtad a nuestra aldea es lo más importante. Pero he visto a muchos amigos caer en batalla, y cada vez que pierdo a alguien cercano, me pregunto si hay una manera mejor de proteger lo que amamos sin tantos sacrificios. Aunque nos entrenan para ser fuertes y sin miedo, la verdad es que todos llevamos el peso de nuestras decisiones y de las vidas que se pierden.

Hana continuó, con una voz llena de determinación, pero también de tristeza. —

Quiero proteger a mi hermano, quiero que tenga la oportunidad de vivir una vida diferente. Una vida en la que pueda elegir su propio destino, sin que la guerra le arrebate sus sueños como lo hizo conmigo.

Encai permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de sus compañeros. Sabía que cada uno de ellos cargaba con sus propias luchas internas y sacrificios. La vida de un ninja era difícil, y las cicatrices no siempre eran visibles.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, el grupo compartió más historias y pensamientos, fortaleciendo aún más sus lazos. Estos momentos de conexión era la medicina que hacía olvidarlos de que estaban en una guerra.

Pasaron varias semanas desde que Encai fue reasignado a su nuevo escuadrón. Durante este tiempo, el grupo se había vuelto más unido, desarrollando una camaradería que sólo podía forjarse en las dificultades de la guerra. Aunque las semanas habían sido relativamente tranquilas, completaron numerosas rondas de patrullaje, fortaleciendo su coordinación y confianza mutua.

 

Una tarde cerca del campamento de heridos

 

El escuadrón se encontraba cerca del campamento de heridos, descansando después de un día de patrullaje. Hana se sentó junto al río y empezó a hablar sobre su familia. 

—Tengo un hermanito de seis años, Yuto. Siempre me pregunta sobre la vida de los ninjas. Es muy curioso y a veces me preocupa que quiera seguir nuestros pasos tan pronto —dijo Hana con una sonrisa melancólica—. La verdad es que yo nunca quise ser una kunoichi.

Encai la miró con interés. —¿A qué te refieres?

Hana suspiró y continuó. —Siempre soñé con ser florista o chef en un pequeño puesto de la aldea. Me encantaba la tranquilidad de trabajar con las flores, crear arreglos y ver las sonrisas de las personas que recibían mis creaciones. Pero todo cambió cuando desperté chakra. La aldea me reclutó debido al conflicto que se avecinaba y, de repente, mi sueño se desvaneció. Ahora estoy aquí, peleando en una guerra que nunca elegí.

Encai asintió, sintiendo la tristeza en sus palabras.

Akira, siempre observador, añadió. —Para mí, la vida siempre ha sido una serie de observaciones y aprendizajes. Mis padres son comerciantes en el mercado de la aldea y me enseñaron a ser cuidadoso y a observar siempre mi entorno. Pero, a veces, veo tanta violencia y dolor a nuestro alrededor que me pregunto si realmente vale la pena. Me he dado cuenta de que entender el mundo no siempre alivia el sufrimiento que veo. Me gustaría usar mis habilidades para crear paz y resolver conflictos sin recurrir a la violencia, pero eso es difícil en tiempos como estos.

Hayate, con su típica seriedad, intervino. —Mi familia ha servido a Kirigakure por generaciones. Mis padres me inculcaron que la lealtad a nuestra aldea es lo más importante. Pero he visto a muchos amigos caer en batalla, y cada vez que pierdo a alguien cercano, me pregunto si hay una manera mejor de proteger lo que amamos sin tantos sacrificios. Aunque nos entrenan para ser fuertes y sin miedo, la verdad es que todos llevamos el peso de nuestras decisiones y de las vidas que se pierden.

Hana continuó, con una voz llena de determinación, pero también de tristeza. —

Quiero proteger a mi hermano, quiero que tenga la oportunidad de vivir una vida diferente. Una vida en la que pueda elegir su propio destino, sin que la guerra le arrebate sus sueños como lo hizo conmigo.

Encai permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de sus compañeros. Sabía que cada uno de ellos cargaba con sus propias luchas internas y sacrificios. La vida de un ninja era difícil, y las cicatrices no siempre eran visibles.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, el grupo compartió más historias y pensamientos, fortaleciendo aún más sus lazos. Estos momentos de conexión era la medicina que hacía olvidarlos de que estaban en una guerra.