El sonido de sirenas y helicópteros rompía la calma usual de la ciudad. En las calles, el caos reinaba. La gente corría sin rumbo, gritando mientras columnas de humo negro se alzaban hacia el cielo. **Kael Draven**, un joven de mirada fría y porte serio, observaba desde la ventana de su pequeño apartamento en el quinto piso. La televisión, todavía encendida, mostraba imágenes de personas atacándose unas a otras como animales salvajes.
**"Última hora: las autoridades instan a todos los ciudadanos a buscar refugio de inmediato. Se desconocen las causas exactas de los ataques, pero la situación es crítica. Manténganse alejados de los infectados..."**
El noticiero se cortó de repente, dejando una pantalla negra. Afuera, los gritos eran cada vez más cercanos. Kael apagó el televisor con un suspiro pesado y se quedó en silencio por un momento. No sentía miedo, pero sí una creciente inquietud que le decía que algo estaba terriblemente mal.
Había salido del ejército dos años atrás, buscando una vida tranquila lejos del caos y la violencia. Sin embargo, esa paz parecía ser ahora un sueño lejano. Mientras recogía su mochila, llena de suministros básicos y un cuchillo de caza, escuchó un estruendo en el pasillo.
**Golpes. Gritos. Algo pesado chocando contra las paredes.**
Kael se acercó lentamente a la puerta, su cuerpo tenso como un resorte a punto de liberarse. Pegó el oído a la madera y distinguió con claridad los gemidos guturales y el sonido de carne siendo desgarrada. Respiró hondo y miró por la mirilla.
Un hombre yacía en el suelo, con la garganta destrozada y la sangre empapando la alfombra. Sobre él, una figura femenina estaba agachada, devorándolo con una voracidad animal. Su piel estaba pálida, y su cabello, cubierto de sangre, colgaba desordenado sobre su rostro. Entonces levantó la cabeza, y Kael vio algo que jamás olvidaría: ojos opacos, completamente vacíos, y una boca llena de dientes ensangrentados.
—¿Qué demonios...? —susurró, retrocediendo instintivamente.
La criatura pareció escucharlo. Se levantó lentamente, tambaleándose como si no tuviera control total sobre su cuerpo. Su cabeza giró hacia la puerta de Kael, y comenzó a caminar, chocando torpemente contra las paredes.
Kael sostuvo el cuchillo con fuerza, su mente trabajando a toda velocidad. No sabía qué estaba pasando, pero sí sabía una cosa: tenía que salir de allí.
Cuando el zombi llegó a su puerta, Kael abrió de golpe, golpeándola con la madera. La criatura cayó al suelo, emitiendo un gruñido gutural, pero inmediatamente comenzó a levantarse. Kael no le dio tiempo. Se lanzó hacia ella, hundiendo su cuchillo en su cráneo. El sonido húmedo del acero atravesando hueso le revolvió el estómago, pero no dudó. Era matar o morir.
La criatura dejó de moverse, y el silencio volvió al pasillo. Kael limpió el cuchillo en su pantalón, respirando profundamente para calmar los temblores en sus manos. Había visto la muerte antes, pero esto era diferente. No era humano.
Mientras avanzaba por el pasillo, escuchó más gruñidos y gritos provenientes de los apartamentos cercanos. En una de las puertas abiertas, vio a un hombre peleando contra dos de esas cosas. Luchaba con un bate de béisbol, pero su fuerza comenzaba a fallarle. Kael lo evaluó rápidamente. Podría intervenir, pero eso significaba exponerse a un riesgo innecesario.
El hombre logró derribar a uno de los infectados, pero el otro se abalanzó sobre él, derribándolo al suelo. Sus gritos se apagaron rápidamente, reemplazados por el sonido de carne siendo arrancada. Kael desvió la mirada. No podía salvar a todos, y detenerse demasiado tiempo significaba ponerse en peligro.
Bajó las escaleras con cautela, usando los reflejos de los cristales rotos y los espejos para asegurarse de no caminar directo hacia otra trampa. Al llegar al vestíbulo, vio a una docena de infectados vagando por el lugar. Sus movimientos eran torpes, pero sus sentidos parecían agudos. Uno de ellos, una mujer con el rostro parcialmente desgarrado, levantó la cabeza y lo miró directamente.
—Maldición. —Kael apretó el cuchillo y corrió hacia la salida.
Los infectados lo siguieron, tropezando entre ellos mientras sus gruñidos se hacían más intensos. Kael salió al exterior y giró a la derecha, buscando una ruta que le permitiera escapar. La ciudad era un caos absoluto. Autos chocados bloqueaban las calles, algunos aún en llamas. Las tiendas habían sido saqueadas, y los cuerpos de los desafortunados que no lograron escapar estaban esparcidos por todas partes.
Giró una esquina y vio un pequeño grupo de sobrevivientes peleando contra un grupo de infectados. Un hombre mayor usaba una barra metálica para mantener a los monstruos a raya, mientras una mujer joven disparaba con una pistola. Sin embargo, el ruido del arma estaba atrayendo más infectados.
Kael evaluó la situación rápidamente. Podía seguir su camino y buscar un lugar seguro, o podía ayudarlos y, tal vez, ganar aliados. Decidió la segunda opción.
Corrió hacia ellos, llamando la atención de algunos de los infectados. El primero, un hombre corpulento con el torso completamente destrozado, se giró hacia él. Kael esperó a que el monstruo atacara primero. Cuando lanzó un torpe golpe con sus brazos, Kael lo esquivó, girando a su alrededor y hundiendo el cuchillo en la base de su cráneo. La criatura cayó al suelo, pero otro ya estaba sobre él.
Esta vez, Kael no tuvo tiempo de usar el cuchillo. Levantó una roca del suelo y la estrelló contra la cabeza del infectado, repitiendo el golpe hasta que el cráneo cedió. Respiró con dificultad, notando que el grupo había logrado eliminar al resto de las criaturas.
—¿Quién eres? —preguntó la mujer, aún sosteniendo la pistola con firmeza.
—Solo alguien que quiere salir vivo de este infierno —respondió Kael, limpiando la sangre de sus manos.
El hombre mayor lo observó con una mezcla de sospecha y alivio.
—Podemos usar a alguien como tú. Sabes cómo pelear.
Kael miró a su alrededor, evaluando las opciones. Quedarse con ellos significaba compartir recursos y exponerse a posibles conflictos, pero también ofrecía algo que no había tenido desde que esto comenzó: una oportunidad de trabajar en equipo.
—Está bien. Pero no esperen que los cuide. Si se quedan atrás, no voy a regresar por ustedes.
La mujer frunció el ceño, pero el hombre mayor asintió.
—Entendido. Ahora movámonos. Esto apenas comienza.
Kael siguió al grupo, manteniendo sus sentidos alerta mientras el sonido de gruñidos le recordaba que estaban lejos de estar a salvo. El apocalipsis había comenzado, y el verdadero desafío apenas estaba por llegar.