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El reino de Aldora

Yethsi_Villalobos_4206
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Synopsis
Se acerca la semana de la Luna Sangrienta, una celebración en el Reino de Aldora de suma importancia y de más relevancia esta temporada pues la princesa Eyre participará en el baile Rojo, el momento esperado por las diferentes razas, pues la oportunidad de ser unido por el lazo de unión es más elevado. A la festividad se unirá un invitado inesperado, que volteara el mundo tranquilo de la princesa, revelando secretos oscuros que no debían salir a la luz. Acompaña a la princesa Eyre, en esta fabulosa travesía de mucha aventura, misterios y quizás amor.
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Chapter 1 - La Rosa de Tralee.

La ciudad de Tralee estaba hecha un caos, las personas se movían con afán para así dar los últimos toques a los preparativos del festival más importante de toda Irlanda; La Rosa de Tralee. Era el día más esperado por las chicas irlandesas que deseaban ser la nueva Rosa para representar la belleza nacional, mostrando sus atributos y cualidades artísticas.

El cielo estaba despejado de nubes, mostrando el azul más perfecto que podía imaginar Keera. Las aves sobrevolaban en grupos formando una V. Mientras las observa, ella deseaba pertenecer a esa bandada, volando en perfecta armonía.

El bullicio de la gente la sacaba de su concentración, necesitaba terminar esta pintura para una de las participantes que, aunque dotada de un rostro y cuerpo preciosos, no tenía ninguna cualidad para mostrar el día de la presentación. Es entonces, cuando algunas chicas requerían de servicios como los de Keera. Aunque no todas lo hacían, si una cuarta parte de las jóvenes preferían concentrarse en su pasarela y aptitud.

Keera dio un suspiro de agotamiento. Agosto era el mes que mas detestaba; cada año envejecía por su cumpleaños y no había manera de que disfrutara del festival. Siempre había sido una joven propensa a estar en casa, en la privacidad y quietud de las cuatro paredes que conforman su habitación o su estudio.

Después de horas de escuchar los cascos de los caballos por las calles, dirigiéndose a la zona para cabalgar y la prueba de sonido en la tarima para los conciertos que se darían en los días de fiesta, Keera terminó su obra.

En el lienzo que antes era blanco, plasmo a una chica de piel canela. Se encontraba de pie, donde terminaba el bosque y comenzaba una llanura verde, viendo hacia el castillo de Aughnanure. De sus omoplatos, sobresalían dos enormes alas de mariposas que rozaban el suelo, lleno de vegetación y flores silvestres. Su larga cabellera caoba ocultaba su desnudez y el perfil de su rostro demostraba añoranza. Un anhelo por ese amor vedado por aquel mortal que habitaba en el castillo.

Si. Keera poseía una gran capacidad fantasiosa. Posiblemente gracias a los cuentos que su padre, cada noche se dedicaba a contarle.

Extrañaba aquellos tiempos. Donde solo su preocupación era completar sus deberes, dibujar en su tiempo libre y esperar pacientemente la hora de dormir.

Keera se toco los pechos adoloridos. Sentía la presión que ejercía la leche acumulada de horas. Mirando su reloj, calculó la hora de llegada de su esposo y su bebe de apenas cuatro semanas de nacida. A sus treinta años, Keera podía decir que tenía lo que había soñado, una familia que amaba con locura, su estudio de pintura y una pequeña galería en la ciudad.

Se levantó del taburete y camino a la cocina para buscar que hacer de comida. Estaba famélica por no haber probado bocado alguno durante tantas horas de trabajo.

El cerrojo de las amplias puertas de metal del estudio se movió, dando paso a la figura de su esposo. Liam entro con una amplia sonrisa que aun la derretía. Él empujaba el coche con la bebe dormida con una mano y con la otra cargaba unas bolsas de comida.

Ella no podía amarlo más.

—supuse que estarías con algo de hambre—. Sonriendo camino hasta ella para robarle un beso.

Sus labios tan suaves le encantaban.

Ella admiro nuevamente su rostro. Un hombre risueño con mente positiva hasta en los malos momentos. Hoyuelos en ambas mejillas se formaban cada vez que sonreía, su nariz pronunciada desentonaba su armonía facial, aunque a ella le atraía enormemente. Sus amplios ojos la cautivaban, queriendo perderse en el iris verdoso que poseía. Keera lo abrazo perdiéndose en su aroma a pino y cítricos. Liam era un hombre delgado pero aun así se sentía segura entre sus brazos.

—debo agradecer a los dioses antiguos y nuevos el que te hayas fijado en mí. Aún con mis muchos defectos sigues aquí—. Manifestó Keera envuelta en su abrazo.

—supongo que le debes ese favor a tu Diosa Morrigan—. Dijo Liam con picardía. Pues sabía que Keera era fiel creyente a los dioses antiguos y, en especial, a Morrigan.

Keera soltó una carcajada despertando al bebé.

Liam comenzó a servir la comida que había comprado en platos de plástico y ella comenzó a amamantar a la niña, sentada en un mueble que guindaba del techo en el extremo del estudio.

Después de entregar el cuadro a la chica que participaría en el festival, caminó junto a su esposo y su bebé hacia su cabaña a las afueras de la ciudad. Liam le contaba lo que había visto durante el día; unos chicos apostando quien ganaría, otros comenzaban a celebrar con cervezas y algunos ya estaban borrachos. Este año la feria prometía ser diferente. Traerían cantantes famosos y pasarían todo el festival por distintas canales de televisión nacional.

Tras minutos de caminata por fin divisaban la cabaña de piedras y techo de madera, con un jardín en su fachada de distintas flores. Ya estaba oscureciendo y el interior de la casa estaba con todas las luces apagadas.

Al entrar a la propiedad, el aroma a jazmín le invadió los sentidos. Keera aspiró captando las otras esencias embriagándose de ellas. La cabaña tenía el ambiente cálido y acogedor; los muebles realizados con troncos de roble, habían sido obra de Liam, al igual que la mesa entre ellas donde reposaba una fotografía de los tres enmarcada. Los cuadros que decoraban las paredes de piedra fueron sacadas de la colección reciente de Keera.

La habitación de Heulyn, la habían decorado con cuadros de hadas, bosques y animales salvajes. Nada de ositos cariñositos, barney o cualquier comiquita de hoy en día. Ellos querían que ella aprendiera las tradiciones de su gente, que las sintiera, y a pesar de los siglos, los respetara, no como simples cuentos o leyendas de fogata, sino como el pasado de sus ancestros, tal como su padre había inculcado en Keera.

Ella acostó a la bebe en la cuna y la arropó con su manta rosa pálido, con el nombre bordado en una esquina.

Su niña.

Su milagro.

Viéndola dormir rememoro el día que los médicos le dieron la noticia: su útero no podía sostener un feto mas allá de las primeras semanas. Ella perdería a sus retoños.

Tres perdidas.

Keera sufrió tanto por su diagnostico, hasta atormentarse cada noche el no poder sostenerlos en su vientre. Ella era una inútil. Cuál es el propósito de ser mujer, sino puede gestar en su interior a un ser. No poder conocer sus rostros y sus manos tan pequeñas. Amar con todo su ser a ese pequeño ser que debía crecer dentro de ella.

Estaba pagando una sentencia de alguna de sus vidas anteriores.

Liam había sido un rayo de luz en sus noches sin luna y estrellas; pero no era suficiente, jamás lo seria. Estaba rota.

Un día su madre al verla en tal estado de depresión, qué le conto de una petición a la antigua Áine, Diosa del cielo y de la fertilidad. Su abuela había hecho el ritual y sus plegarias habían sido escuchadas. Entonces, con todas las esperanzas puestas en Áine, Keera comenzó a realizarlo.

Cuando la luna llena estaba en su punto más alto, sin nubes a su alrededor Keera se desnudo en el claro del bosque, arrodillándose a la orilla del río y se lavo la cara para llevarse de su mente las preocupaciones durante el rito. Una vez listo el primer paso, Keera se adentro en el agua junto con la loción jabonosa de lavanda; fragancia favorita de Áine. Ella comenzó a frotarse todo el cuerpo con la loción mientras citaba las plegarias:

"Gracias te doy, mi Señora por esta noche de luna llena

Envuelta en belleza hasta el amanecer

Por comprender tus secretos más profundos

Te ofrezco mis humildes elogios, gentil Diosa;

Por la bendiciones que hoy pido que derrames en mi,

Mis pensamientos, mis palabras y mis deseos son tuyos

¡Oh Señora de todos los Misterios!

Concédeme la gracia de la fertilidad

Permite que los Luminosos me reclamen,

Y protégeme en el Mar y en la Tierra.

Se dueña de mis pasos y guíame con tu poderosa magia

¡Oh señora mía! Apiádate de mí y concédeme este favor

Ser madre es mi mayor anhelo, fortalece mi vientre

Y permite que una vida pueda surgir."

Al finalizar el ritual, ella envolvió en una tela de gamuza verde una piedra amatista y la enterró en el árbol más cercano. Y así, con la fe puesta en Áine, Keera poco a poco recuperó el brillo que había perdido. Y con el transcurrir de los días en su útero marchito, una vida floreció.

Los días de preparativos pasaron y al fin llegó el día de inicio del festival de la rosa de Tralee.

Keera junto a Liam y su bebe se preparaban para asistir a dicho evento. La ciudad estaba de fiesta y ellos no serian los únicos en no aprovechar el itinerario festivo, aunque Keera se sentía un poco reacia a salir, pero por su esposo, ella lo acompañaría.

—voy un momento al depósito cariño—. Comentó Liam mientras se dirigía al patio donde se encontraba el pequeño depósito de herramientas —anoche no lo aseguré.

Keera asintió mientras ella terminaba de guardar las cosas en el coche de la bebé. Liam regreso a los poco segundos con el rostro pálido, y sus ojos verdes parecían salir de su órbita. Keera se asustó inmediatamente. Algo terrible debía de pasar para que él estuviera así.

—¿Qué pasa?—. Le preguntó Keera.

—el cielo—. Respondió él secamente.

Keera tomo a la bebé en brazos y se reunió con su esposo. Ambos salieron al patio y comprendió la magnitud del asunto. El cielo que antes estaba azul y perfecto, se encontraba plagado por miles de naves en forma de balas, grises y negras.

Las películas de ciencia ficción demostraban que los humanos siempre vencerían y dominarían cualquier invasión extraterrestre.

¡Cuánta mentira!

Tres días fue cuanto duro todo el armamento militar de las grandes potencias del mundo. Y las naciones que no contaban con tales armas, sabiamente decidieron rendirse, sin exponer a su gente.

Durante los ataques, Keera y su familia se encerraron en el sótano viendo por los pocos canales de televisión que aún transmitían, como espadas que desprendían fuego de sus hojas partían en dos; tanques, misiles, helicópteros… en fin, toda arma perecía en su fuego. Cientos de miles de soldados murieron en lo que la prensa denomino el apocalipsis.

Los religiosos se volvieron fanáticos de las sagradas escrituras, haciendo ayunos y llamando a la invasión "El ejercito de Dios". Algunos se auto flagelaban implorando por el perdón de sus pecados.

Todos estaban en crisis, pero Keera sabía que la cordura sería su aliada y no podía darse el gusto de perderla ahora que tenía que luchar por su bebé. Estar alerta era su prioridad, y como una leona defendería a su hija de cualquier amenaza.

Mientras Liam cocinaba y Keera amamantaba a la bebé, un estruendo resonó en el lugar. Fragmentos de madera estaban esparcidos por el suelo, la brisa nocturna entraba por el agujero, aumentando la temperatura. Cuatro seres alados, con resplandeciente armaduras y sus espadas enfundadas se hallaban de pie frente a ellos. Liam corrió junto a Keera y su bebé para protegerlas. La tensión se palpaba y Keera comenzó a orar a su antigua diosa para que no les hicieran nada.

—¿Qué quieren?— Liam preguntó con un ligero temblor en su voz.

Ninguno de los seres respondió.

Keera los detalló impresionada. Además de sus impresionantes alas, cada ser debía tener el promedio de estatura de un basquetbolista profesional.

Keera no pudo suprimir el pensamiento de retratarlos en un lienzo.

—Quizás, y solo quizás después de toda esta locura pueda hacerlo—. Pensó ella.

En el instante que Keera divagaba la posibilidad de pintarlos, una luz en medio de ambos grupos fue cobrando más intensidad, hasta que una hermosa mujer de pelo negro y esbelto cuerpo se materializo en el sitio. Su tez pálida y ojos tan azules como el mar la deslumbró aún más que los seres místicos. La mujer les dedico una sonrisa dulce, mientras llevaba ambas manos a su pecho, reflejando total serenidad.

—bendecidos sean hijos míos—Hablo la mujer. Su vestido negro con elaborados bordados vino tinto se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. La capa que cubría sus hombros era de un vino tinto celestial que poseía bordados en pedrería qué la hacían lucir muy costosa.

Keera jamás había visto un color tan nítido como esos.

Liam pensó que era la Virgen María, pero Keera desconfió de la mujer. Su instinto de madre le decía que escondiera a la bebé ¿pero dónde?—.Pensó ella.

No había lugar donde ponerla, y su llanto la delataría. Tampoco era una opción correr. Con las potentes armas los seres alados le destrozarían el cuerpo en un parpadeo. Debía enfrentar la realidad y buscar la mínima ventaja para que salieran airosos su familia y ella.

—nos honra su presencia, mi señora—. Keera habló reuniendo toda las fuerzas desde su interior para que su voz no temblara.

—desde tiempos remotos he sido adorada por mis hijos mortales cuando habitaba estas tierras— La mujer se desplazaba con suavidad mientras hablaba.

Sus andares le recordaron a Keera a un depredador acechando a su presa.

—Las llené de vida junto a mis hermanas Badb y Macha. Me conocen por ser la diosa de las batallas y la muerte, la fertilidad y sexualidad y la abundancia de las tierras. Soy la diosa Morrigan.

Los seres alados se inclinaron en una reverencia en perfecta sincronía, cuando la diosa pronunció su nombre.

Los vellos del cuerpo de Keera se encresparon ante tal confesión. Se arrodillo en un acto reflejo abrazando a la bebé. Liam imito el movimiento de su esposa, mostrando así sus respetos.

Durante unos segundos esperaron a que la diosa les ordenara levantarse nuevamente y aunque en esos momentos el tener enfrente a un ser divino, Keera sentía en su interior que tuviera cuidado.

Su instinto le advertía que no todo lo que brilla es oro.

Su sentido no le fallaba, Morrigan cambio su postura y aquella presencia de dulce madre benevolente paso a ser dominante. La diosa señaló con su delgado dedo índice a la bebé y demandó que se la entregaran. Keera la sujeto con más fuerza y se negó en rotundo; nadie, ni una diosa le quitaría su razón de vivir.

—si tanto me honran, como muestra de ello entréguenme a la criatura.

—¡primero muerta, a tener que entregarte mi hija!—gritó Keera.

La diosa sonrió con malicia —si así lo deseas. Mátenla.

Dos de los ángeles sacaron sus espadas flameantes. El moreno de pelos rizos oscuros y ojos como fuego saltó, y en un abrir y cerrar de ojos, Liam que se había antepuesto entre ellos y Keera, yacía partido en dos en el suelo.

No hubo mucha sangre, las llamas de la espada cauterizaron todo a su paso.

El lugar se oscureció para Keera.

Las lágrimas salían como un torrente de agua. El hombre que amaba estaba muerto, de la manera más cruel. No como habían soñado, envejeciendo en su cabaña mientras ella pintaba y el realizaba sus piezas de madera.

Ya no habría sonrisas que le alegraran el día. Ya no estaría su compañero incondicional.

Abrazó tan fuerte a su bebé que la niña comenzó a llorar. Daba gracias a su diosa Aine de haberles regalado tanto, de llenarla de felicidad y de haber vivido la mejor maternidad que una mujer pudiera desear.

-An rud nach gabh leasachadh, 'S fheudar cur suas leis. Te amo mi luna. Espero tenerte en otra vida y disfrutarte más.

Y así, con su vida pasando como una película por su mente, Keera recibió la muerte como un pasaje a su otra vida. Una donde ella volvería a encontrarse con su amado, y a su hija en brazos la tendría.