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Chapter 3 - Los Faes

No tenia muchos recuerdos de mis primeros años de vida. Cuando cumplí seis años mi madre sufrió un cambio radical hacia mí. Antes era despreocupada y muy poco me demostraba su cariño y pocas veces la veía, hasta que al cumplir mi sexto aniversario de vida, enfermé terriblemente.

Aun recuerdo como el cuerpo me ardía por dentro hasta faltarme el aliento durante varios días. Desde entonces, ella se ocupo de mí, durmiendo conmigo y consintiéndome, y cuando no era así, permitía que su habitación estuviera disponible para que yo pudiera entrar cuando quisiera.

Eran momentos mágicos.

Me despertaba cada mañana con hermosas melodías, todas compuestas de ella para mí. Y de ese amor repentino, apareció una sobreprotección que hoy me pesa, tanto como el ardor insoportable que me consumía cuando niña.

—¡Princesa Eyre! ¡Princesa Eyre!— la voz preocupada de Nolan se escuchaba un poco lejana.

Imagine que ambos guardias me buscaban. Salí del lugar con prisa, olvidando que estaba alguien allí.

Nolan estaba de pie, con los brazos cruzados y expresión seria. Sentí vergüenza al hacerles pasar un trago amargo.

—lo siento, no quise preocuparlos.—me disculpe rápidamente. Era muy poca las veces que tenía la libertad de pasear sola y no quería arruinarlo.

—Su Alteza, Su Majestad la reina Rhianom solicita su presencia en la sala del trono.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo inconscientemente.

El salón del trono era grande, de paredes muy altas y techo abovedado con una gran obra de arte qué representaba la escena de los Thuata de Danann. Las paredes estaban tapizadas con telas costosas de colores negro y rojo oscuro, con el emblema de nuestra casa, un cuervo coronado. El impoluto piso de mármol blanco reflejaba a las personas como un espejo.

Toda la corte se hallaba esparcidos como hormigas por el lugar. Me vieron entrar y el semblante en sus rostros cambio. Si tan solo ellos estuvieran enterados de las habilidades que poseía, se limitaría sus pensamientos despectivos hacia mí. Si me concentraba en una persona, podía visualizar en imágenes lo que pensaban. Hasta para mí es un poco difícil explicar como entiendo cada pensamiento, pero básicamente es como ver una película de lo que esa persona tiene en su mente.

Dado que mis habilidades son recientes, nadie, incluyendo mis padres sabían de lo que podía hacer.

Mi padre el gran rey Darragh de Aldora, el primero de su nombre, temido por sus enemigos y respetado por su pueblo, fue el primero en visualizarme. Una radiante sonrisa apareció en su rostro qué antes carecía de expresión. Mi madre al notar el cambio en él buscó la fuente de su atención. Al fijarse en mí pude ver el orgullo en sus ojos, más no hizo ninguna muestra de afecto. No delante de tanta gente. Mí madre la reina Rioghaim Mor, era justa y severa al momento de impartir justicia, su palabra tenía un fuerte peso en los asuntos del reino las pocas veces que interrumpía, pero en la privacidad de nuestros aposentos, era la madre más amorosa y sobreprotectora que podia conocer.

Con la vista fija en ellos, camine entre las víboras que conforman la corte mientras ellos se inclinaban en una pronunciada reverencia.

—Llegó el sol de mis mañanas —, interrumpió mi padre al Señor Ciaran, tesorero real de Aldora — siempre tan radiante y hermosa ¿no es así Señor Ciaran?

El Señor Ciaran asintió respetuosamente ante mí padre, para luego ofrecerme su reverencia. De las pocas personas que podía ser agradables en la corte, estaba el Señor Ciaran y su esposa la Señora Aisling. El Señor Ciaran lucia sencillo con su túnica vino tinto con bordados negros.

—Majestad —. Saludé a mi padre con una perfecta reverencia —lamento la tardanza.

—No es propio de ti, así que suponemos que era algo importante ¿verdad querida?

Mi madre asintió y la sonrisa apenas fue perceptible.

Tomé asiento en la silla a la izquierda de mi padre. Solo ellos dos tenían el trono elaborado en la preciosa piedra de jaspe, una piedra única y poderosa. Observe a la multitud que se presentaba hoy; las mujeres usaban pelucas adornadas con pájaros exóticos, plumas y tantas joyas que podría jurar que pesaban más que una nave.

Los colores iban desde el más vibrante amarillo hasta el rosado fosforescente. Por si fuera poco usaban maquillaje recargado en sus párpados.

Poco a poco fueron entrando los ciudadanos que querían hacer sus solicitudes, denuncias y otros asuntos sin mayor relevancia en la ciudad.

Mientras una pareja de jóvenes hacía su solicitud de préstamo, para comenzar a cultivar las tierras que habían heredado después de su casamiento, el comandante de la guardia real, Sir Baelor se acercó inquietantemente silencioso hasta mi padre, informándole algo que solo pudo escuchar él.

¿Cómo puede caminar sin hacer ruido con tanto metal encima?—. Me pregunte mirando de reojo la silueta de ambos. Mi padre dio un ligero respingo en su asiento, la expresión de su rostro se torno seria frunciendo sus pobladas cejas blanquecinas.

Sea lo que fuere, no era del agrado de mi padre. Muy pocas cosas lo hacían cambiar su jovial actitud.

—Se cancela la audiencia del día por orden del rey —. Habló Sir Baelor con su estridente voz —para el día de mañana se retomará las solicitudes. ¡Salve al Rey y la Reina!

Todos corearon ¡salve al rey y la reina!

Cuando no hubo un alma más allá de la guardia real, mi madre se levantó y encaro a mi padre.

—¿Qué sucede?

Mi padre le dedico una mirada extraña a mi madre. —los Faes están solicitando permiso para entrar por la frontera de Calandra. Están esperando autorización.

Los Faes. No pude evitar estremecerme.

Había escuchado de ellos pero jamás había podido ver uno. Se decía que eran criaturas odiosas y ermitañas. No salían de su reino a menos que algo realmente estuviera fuera de su control, y por su poder y conexión con la naturaleza, era poco probable.

—¡no le permitas la entrada a esas criaturas horrorosas! —. Gritó colérica mi madre. Aquella máscara de serenidad y poca expresión se esfumó de su tersa y blanquecina piel. La belleza de mi madre era envidiada por muchas en la corte.

—¿haz perdido la cabeza, mujer? —mi padre se levanto de su trono, y comenzó a dar vueltas.

—¿han dicho el porqué quieren venir a nuestro reino, padre? — la voz me había salido un poco débil al principio, pero intente regular a un tono seguro.

Mi padre asintió pero no dijo nada más. Mi madre abrió los ojos aterrorizada para luego tomarme del brazo y levantarme apresuradamente de mi lugar. Me guió a paso rápido por el elegante pasillo que para sorpresa mía, estaba vacío.

El repiqueteo de nuestros tacones creaban una tonada rápida en el suelo. La confusión por el arrebato de mi madre no hacía más que crecer en mi interior. ¿Qué ocurre?¿nos estaban declarando la guerra? No, imposible. De ser así para que solicitarían permiso para entrar en nuestro reino.

—madre ¿Qué ocurre?

—Estarás en tu habitación hasta que sepamos que quieren esas alimaña —respondió mi madre, con la cara cada vez más asqueada —no tienes permiso de salir de tus aposentos hasta que tu padre o yo vengamos por ti.

Abrí los ojos sorprendida. Estaba confinándome en mi habitación en vez de incluirme en los asuntos del reino. Yo era su heredera y no hacia más que esconderme cuando debía estar preparándome.

La ira creció en mi interior, y aunque quería soltarme de su mano, recordé las lecciones que la Señora Sierra me impartía en la soledad de mis aposentos. La fusta con la que me golpeaba cuando era niña por desobedecer volvió a mi mente.

Fue un periodo de mi infancia en la que poseía lagunas mentales, pero una de las cosas que recordaba era como ella esperaba en mi habitación para corregirme. Las lecciones se detuvieron justo después de mi enfermedad. Una noche que mi madre decidió ir a verme, encontrandome acostada en la orilla de la cama, con las nalgas enrojecidas y la Señora Sierra golpeando. Ese día ame más a mi madre.

Sus ojos negros como el carbón, se encendieron como brasas al fuego. Con la misma fusta con la que intentaba corregirme, la golpeó por todo su cuerpo. No se que le había hecho mi madre, pero la Señora Sierra estaba petrificada con cada golpe que le daba. Era como si una fuerza invisible la sujetara para que no se moviera ni un centímetro.

—Jamás vuelvas a poner tus manos sobre mi hija, por que será lo primero que perderás. —pronunció mi madre en una calma que solo auguraba peligro.

Después de ese día, la sobreprotección de ella hacía mí creció exponencialmente.