La nave de combate avanzaba por el vacío del espacio, alejándose del puerto destruido. En la cabina, Nathan miraba las pantallas y controles mientras intentaba descifrar lo que acababa de vivir. Ayla, al mando de la nave, manipulaba los mandos con precisión, evitando escombros y trazando una ruta segura. No había intercambio de palabras, solo el zumbido de los motores y el ocasional pitido de los sensores.
Nathan seguía viendo líneas de texto flotando en su visión periférica. Apretó los ojos, esperando que se desvanecieran, pero los datos permanecieron. Información técnica de la nave, análisis de materiales en los controles e incluso estadísticas de energía aparecían frente a él como si alguien estuviera alimentando su mente con un flujo constante de datos.
—Eso que hiciste allá atrás —rompió el silencio Ayla—. ¿Es algún tipo de implante militar?
Nathan negó con la cabeza, aunque sus propias palabras lo sorprendían.
—No lo sé. No tenía esto ayer, eso te lo aseguro.
—¿Ayer? Entonces eres otro de esos casos. —Ayla suspiró, sus ojos permanecían fijos en los controles, pero su tono mostraba una mezcla de irritación y cansancio—. El sistema te atrapó. Lo que sea que tengas ahora no va a desaparecer. Y créeme, no es un regalo.
Nathan frunció el ceño, todavía procesando el término.
—¿Qué sabes del sistema?
—Lo suficiente para saber que es peligroso. Se rumorea que apareció hace unos años, otorgando habilidades únicas a personas seleccionadas. Algunos creen que es un programa antiguo de los militares; otros dicen que es un experimento fallido de Archon. La verdad es que nadie sabe qué es, pero todos los que lo obtienen terminan metidos en problemas que no buscaban. —Hizo una pausa y lo miró de reojo—. Y ahora tú eres parte de eso.
Nathan no respondió. Algo vibraba en su cabeza, una especie de instinto que no reconocía. Bajó la mirada al rifle que aún sostenía. La transformación del arma había sido tan natural que le resultaba inquietante. Sentía que era capaz de hacer algo similar de nuevo, pero temía intentarlo.
Un sonido agudo interrumpió sus pensamientos. La pantalla central de la nave mostró una alerta roja.
—¿Qué sucede? —preguntó Nathan.
—Interferencias —respondió Ayla, golpeando los controles—. Estamos entrando en un campo electromagnético pesado. No debería haber nada aquí.
Antes de que pudiera terminar, un grupo de pequeñas naves apareció en la pantalla, sus firmas de calor destacándose como manchas brillantes. Nathan no era piloto, pero reconocía naves de combate cuando las veía.
—Son mercenarios híbridos —murmuró Ayla, ajustando la nave para cambiar de rumbo—. Este sector está lleno de ellos.
—¿Por qué vienen hacia nosotros? —preguntó Nathan, aunque ya conocía la respuesta.
—Porque detectaron que llevas algo valioso. —Ayla activó los escudos, y las luces de la cabina cambiaron a un tono rojizo—. Prepárate para pelear.
Nathan tragó saliva, pero su mente ya estaba trabajando. Sin saber cómo, el sistema le proporcionaba detalles de las naves enemigas: blindaje, armamento, patrones de vuelo. Su cerebro procesaba la información más rápido de lo que era consciente.
—Puedo ayudarte —dijo, sin pensarlo.
Ayla arqueó una ceja.
—¿Qué?
—El sistema… me está mostrando cosas. Información de las naves, debilidades. Puedo usarla.
Ayla lo miró por un momento, como evaluando si podía confiar en él. Finalmente asintió.
—Entonces más te vale que no falles.
Nathan se colocó frente a una de las consolas secundarias. Aunque no había operado una nave en años, el sistema parecía guiar sus manos. Los controles se ajustaron a su toque, y la pantalla mostró un esquema detallado del campo de batalla.
—Las naves más grandes tienen blindaje pesado en los costados, pero el motor trasero está expuesto —dijo rápidamente—. Necesitamos forzar una maniobra para que giren.
—¿Algún plan brillante para eso? —preguntó Ayla, mientras la nave esquivaba el primer ataque enemigo.
Nathan analizó la pantalla. El sistema resaltó un asteroide cercano, marcándolo como una posible herramienta.
—Si usamos ese asteroide como cobertura, podemos acercarnos lo suficiente para disparar directo al motor.
—¿Eres un mecánico o un estratega? —Ayla esbozó una leve sonrisa antes de girar la nave hacia el asteroide.
El combate se desató. Las naves enemigas disparaban en ráfagas rápidas, obligando a Ayla a realizar maniobras arriesgadas para evitar ser alcanzados. Nathan, por su parte, configuró los sistemas de armas, ajustando la potencia de los cañones para penetrar el blindaje de las naves.
—¡Ahora! —gritó cuando la nave alcanzó la cobertura del asteroide.
Ayla realizó un giro brusco, y Nathan disparó con precisión. El rayo de energía impactó en el motor trasero de una de las naves enemigas, haciendo que explotara en una llamarada brillante.
—Eso es uno menos —dijo Ayla, mientras cambiaba de posición para el siguiente ataque.
La batalla continuó durante varios minutos, con la nave de Ayla esquivando disparos y Nathan utilizando cada ventaja que el sistema le proporcionaba. Finalmente, el último enemigo se retiró, dejando un silencio pesado en la cabina.
Nathan se recostó en el asiento, exhausto. Ayla miró las pantallas, asegurándose de que estaban fuera de peligro.
—No lo hiciste mal para ser un novato —dijo, rompiendo el silencio.
Nathan soltó una risa seca.
—No estoy seguro de qué acabo de hacer.
—Bienvenido al mundo del sistema. —Ayla se cruzó de brazos y lo observó con seriedad—. Esto es solo el principio.
Nathan no respondió, pero sabía que ella tenía razón. Mientras las estrellas parpadeaban en la oscuridad frente a ellos, un nuevo mensaje apareció en su visión:
[Misión Completa: Primer Encuentro.]
[Nueva Misión: Recupera el Núcleo Energético.]
Nathan cerró los ojos por un momento, intentando comprender en qué se estaba convirtiendo su vida.