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Chapter 2 - Capítulo 2: Sami

En medio del espeso bosque, una chica de cabello verde corría con agilidad, esquivando a un grupo de lobos con cuernos que la perseguía. Con un movimiento hábil, los atrajo hacia el borde de un acantilado y, con un salto preciso, provocó que la manada cayera por la pendiente, desapareciendo en la oscuridad del abismo. Desde la seguridad de un árbol cercano, observó cómo las sombras de los lobos se desvanecían en la profundidad.

Quince días habían pasado desde que Ronaldo fue reencarnado en el cuerpo de esta joven chica. Su rutina consistía en recolectar frutas y beber agua de lluvia acumulada en las hojas de los árboles. Cada vez que observaba detenidamente un objeto, aparecían palabras flotantes describiendo sus características. Al principio, esta habilidad lo desconcertaba, pero con el tiempo se convirtió en una herramienta esencial para su supervivencia. Aunque al inicio no podía controlarla, la práctica le permitió activarla a voluntad.

Mientras continuaba su camino, Ronaldo examinó con su habilidad Evaluación los objetos que había recogido de una carroza destrozada. En una de las bolsas, encontró un bordado con un nombre. Al leerlo en voz alta, las palabras flotantes llenaron el espacio en blanco en su mente:

Nombre: Sami

Edad: 10

Afinidad elemental: Fuego / Agua

Magia: Ilusoria

Desconcertado, Ronaldo ahora conocido como Sami decidió no darle demasiada importancia al nombre y siguió avanzando.

Cada vez que Sami encontraba una vertiente, se detenía a observar su reflejo en el agua. La cara desconocida que ahora era suya contrastaba con la imagen de su antiguo ser. Intentaba peinar su cabello verde de una manera que le recordara a su vida pasada, pero siempre era en vano. Finalmente, soltaba su cabello y se mojaba la cara, tratando de ignorar el hecho de que ya no sabía quién era en realidad.

«Esta cara… ¿cómo terminé así?» pensaba Ronaldo cada vez que veía su reflejo en el agua.

—¡NO! —exclamó la chica, golpeando su reflejo en el agua.

Sujetándose la cabeza, intentó contener su desesperación. Con el rostro endurecido, dio unos pasos antes de tumbarse al suelo. Permaneció así hasta que escuchó ruidos de pisadas acercándose rápidamente desde el bosque.

Se levantó, aun sintiendo el amargo sabor de la frustración. Escuchó cómo las ramas crujían bajo las patas de algo grande y pesado. Tomó una rama gruesa del suelo y activó su habilidad:

Rama de fresno: Resistente, pero frágil tras impactos continuos. Daño potencial: Bajo.

—No es mucho, pero servirá. —murmuró, posicionándose detrás de un tronco caído.

De repente, las criaturas irrumpieron en la escena. Parecían ciervos, pero sus cuerpos estaban cubiertos de escamas opacas y sus ojos brillaban con un rojo antinatural. Sus movimientos eran erráticos, como si algo los estuviera controlando.

Y entonces lo vio entre los árboles, una figura alta y encorvada observaba la escena. Su cuerpo parecía formado de sombras, y donde debería estar su rostro solo había un vacío. Aunque no tenía ojos, Sami sintió su mirada perforándola.

Entidad desconocida: Sin información disponible.

El texto flotante apareció y desapareció tan rápido que apenas pudo procesarlo. Un escalofrío recorrió su espalda. Aquello no era normal, incluso para este extraño mundo. La figura levantó una mano, y los ciervos se detuvieron en seco.

—¿Qué eres? —susurró Sami, aunque sabía que no obtendría respuesta.

La sombra dio un paso hacia ella, y el aire se tornó pesado, como si el mismo bosque contuviera la respiración.

Uno de los ciervos emitió un chillido desgarrador y se lanzó hacia Sami. Con un grito de esfuerzo, esquivó por poco el ataque y golpeó al costado de la criatura con la rama. Aunque el impacto no fue suficiente para detenerla, le permitió ganar algo de distancia.

Una nueva ventana de texto apareció frente a ella:

Punto débil: Placa inferior del cuello.

—¡Lo tengo! —exclamó Sami, cambiando la rama a una posición más firme. Giró sobre sus talones y se lanzó hacia el ciervo más cercano, apuntando al punto débil. La rama atravesó el espacio entre las escamas, y la criatura cayó con un gruñido.

No tuvo tiempo de celebrar. Más criaturas venían tras ella, y la sombra avanzaba cada vez más cerca. Corrió sin rumbo, con el peso de la amenaza persiguiéndola.

De repente, una bola de fuego cayó frente a ella, lanzada por la sombra. El impacto la hizo perder el equilibrio, y rodó cuesta abajo hasta el borde de un acantilado.

El suelo bajo sus pies comenzó a ceder mientras las criaturas la rodeaban. Con un último rugido, la sombra lanzó otra bola de fuego. El suelo finalmente colapsó, y Sami cayó.

El rugido del viento llenó sus oídos mientras se precipitaba hacia el río. La corriente la arrastró como una muñeca de trapo. Su cuerpo golpeó rocas y ramas, y cada fibra de su ser ardía mientras luchaba por mantenerse a flote. Finalmente, sus fuerzas la abandonaron, y todo se volvió negro.

El bosque de Rote, una encrucijada entre Ciudad Lorete y los pueblos agrícolas, se extendía con caminos estrechos serpenteando junto a los ríos. Allí, bajo la sombra de altos árboles, un grupo de viajeros descansaba tras un largo trayecto.

Bilma, una joven de cabello oscuro, se agachó junto al río para llenar su cantimplora. El sonido del agua fluyendo la relajaba hasta que algo inusual atrapó su atención.

—¡Bilma! Ya nos vamos —llamó Deif, uno de los hombres armados, desde el campamento con tono autoritario.

—Espera... Hay algo aquí —murmuró ella, frunciendo el ceño mientras golpeaba suavemente un objeto flotante con un palo largo.

El bulto giró lentamente con la corriente, revelando el rostro pálido de una niña de cabello verde.

—¡Deif! —gritó Bilma, alarmada.

El grupo se precipitó hacia la orilla del río. Al ver a la niña inmóvil, jadeos y murmullos de preocupación se extendieron entre ellos. La corriente, aunque tranquila, empujaba insistentemente el cuerpo, amenazando con arrastrarlo nuevamente aguas abajo.

—¡Es una niña! —exclamó uno de los hombres.

Sin dudarlo, uno de los compañeros de Deif se lanzó al agua. Avanzó con esfuerzo hasta alcanzarla, asegurando el cuerpo delicado antes de empujarlo hacia la orilla.

Sami abrió levemente los ojos al sentir el tirón, pero apenas logró distinguir las siluetas borrosas que la rodeaban antes de volver a desmayarse.

—¿Está viva? —preguntó una de las mujeres con voz temblorosa.

Deif se inclinó sobre Sami, acercando su oído al pecho de la niña. Durante unos segundos, el silencio fue abrumador, hasta que un latido débil rompió la tensión.

—¡Vive! —anunció Deif con alivio, alzando una mano para calmar al grupo.

Colocó a Sami sobre su hombro y, con movimientos firmes pero cuidadosos, comenzó a presionar su espalda en puntos específicos. Un chorro de agua salió violentamente de su boca, seguido de una tos profunda.

Sami abrió los ojos un instante, lo justo para mirar el cielo gris entre las copas de los árboles. Un murmullo inaudible escapó de sus labios antes de desmayarse nuevamente.

El grupo intercambió miradas cargadas de preocupación.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Bilma, dirigiendo la mirada hacia Deif.

—Primero, asegurémonos de que sobreviva. Luego, descubriremos quién es y qué hacía aquí. —La firmeza de Deif no ocultaba la inquietud que comenzaba a reflejarse en su rostro.

La lluvia comenzó a caer mientras el grupo llegó finalmente a las puertas de Ciudad Lorete, una mezcla fascinante de torres medievales y estructuras donde la magia fluía a través de cristales en los edificios de piedra que se mezclaban con estructuras de acero moderno.

Deif y algunos del grupo se dirigieron al puesto de control para justificar su entrada, mientras un grupo de sanadores, atraído por la camilla improvisada que llevaba a Sami, se acercó rápidamente. Una camilla flotante apareció a su lado, sostenida por esferas de energía que emitían un brillo azulado que contrastaba con el gris del cielo lluvioso.

—¿Está con ustedes? —preguntó una sanadora, sus ropas blancas bordadas con símbolos de curación resplandeciendo con un brillo cálido bajo la lluvia.

—No exactamente —respondió Bilma, con voz firme pero temblorosa. —La encontramos en el río. Estaba casi muerta.

—Entendido. Nos encargaremos de ella. —La sanadora revisó a Sami con un dispositivo mágico que proyectaba runas en el aire. Cada runa brillaba y desaparecía como si evaluara su condición.

Con cuidado, colocaron a Sami en la camilla flotante y comenzaron a moverla hacia las torres de los sanadores, donde el flujo mágico parecía converger en un aura protectora. Bilma avanzó un paso como si quisiera seguirlos, pero Deif la llamó desde el puesto de control.

—¡Bilma, necesitamos tu firma! —gruñó, irritado por la demora.

Bilma vaciló, observando cómo Sami era llevada más lejos. El destello azulado de las esferas mágicas se difuminó en la distancia antes de que, con un suspiro resignado, volviera al grupo.

—¿Qué opinas? —murmuró a uno de sus compañeros mientras firmaban los documentos.

—No lo sé. —respondió este, rascándose la barbilla. —Pero niñas de cabello verde no se ven todos los días.

El comentario quedó flotando en el aire, cargado de curiosidad y un leve temor.

Deif entregó los documentos al oficial, quien, tras un vistazo rápido, les permitió el paso. Sin embargo, en sus ojos se podía leer una sombra de preocupación que no logró ocultar del todo.

—¿Qué haremos con ella si sobrevive? —preguntó Bilma, bajando la voz mientras caminaban hacia el interior de la ciudad.

—Eso lo decidiremos más tarde. —respondió Deif con un tono cortante que no dejaba espacio a más preguntas.

Mientras el grupo atravesaba las bulliciosas calles en busca de alojamiento, el pensamiento persistía en la mente de Bilma: ¿Quién es esta niña? ¿Y qué secretos puede ocultar alguien como ella?

En el hospital, Sami reposaba sobre una cama adornada con runas de curación que emitían un tenue brillo dorado. A pesar de la calma aparente, las esferas mágicas que flotaban sobre ella comenzaron a emitir chispas erráticas, como si la energía contenida estuviera a punto de desbordarse.

Sus dedos se contrajeron repentinamente, y su rostro mostró una expresión fugaz de dolor. Los sanadores intercambiaron miradas nerviosas mientras ajustaban los flujos mágicos que mantenían la estabilidad de la niña.

Por un instante, los cristales que decoraban la habitación emitieron un destello cegador. Algo dentro de la niña estaba despertando.