Ronaldo avanzaba por una senda oscura, sus pasos resonaban en el silencio. De pronto, un lamento lejano perforó la quietud. Al girar, divisó a una niña de cabello negro, acurrucada en el suelo.
—Duele… duele mucho. —susurró la niña, alzando la mirada hacia él.
El rostro le resultaba extrañamente familiar. Ronaldo intentó recordar, pero antes de hacerlo, una pluma verde descendió frente a sus ojos, brillando con tal intensidad que tuvo que cerrarlos. Cuando los abrió, vio un techo desconocido.
Sami despertó de un sobresalto. La habitación a su alrededor era fría y desconocida, las paredes eran de un blanco casi cegador. Un zumbido suave y monótono de maquinaria médica llenaba el aire, junto con el leve susurro de voces en el pasillo. Su cuerpo, aún agotado, no respondía con rapidez cuando intentó levantarse.
Se incorporó lentamente, mirando a su alrededor. Las sábanas que la cubrían eran livianas, y su brazo izquierdo estaba vendado, pero no sentía dolor inmediato. Alzó la vista hacia la ventana, y vio que el sol comenzaba a caer en el horizonte. Sin embargo, algo dentro de ella no encajaba.
—Esto no está bien... —murmuró.
Sin pensarlo demasiado, se levantó de la cama, con la cabeza aún nublada por el sueño extraño que acababa de tener. Esa niña... la pluma verde... ¿Por qué se sentía tan real? Se sentó en el borde de la cama, sintiendo cómo el sudor frío recorría su frente, y la confusión la invadió.
—Tengo que salir de aquí. —murmuró para sí misma, aunque la razón detrás de esa urgencia aún era incierta. Dio un paso hacia la puerta, pero cuando intentó abrirla, una enfermera entró con prisa. Su rostro mostraba preocupación al verla levantada.
—Señorita, no debería estar levantada. —dijo con firmeza.
Pero Sami ya no escuchaba. El instinto la empujaba a seguir. No quería que la trataran como a una paciente más. Algo dentro de su mente la incitaba a huir.
—¡Déjame salir! —gritó, forcejeando.
Otra enfermera apareció en la puerta, seguida por un médico. Los dos se acercaron rápidamente a Sami, intentando calmarla.
—¡No! ¡Yo… necesito salir! —Sami trató de apartarlos con movimientos torpes y débiles, pero no estaba en condiciones de resistir. La enfermera la sostuvo por los hombros con firmeza.
—Tranquila, señorita. Vas a empeorar si sigues moviéndote así. —dijo el médico, su voz era suave pero autoritaria.
Sami sintió un agotamiento repentino, su cuerpo no podía más. Su visión se nubló y las fuerzas la abandonaron. En el instante en que intentó dar un paso más, su cuerpo colapsó, y el suelo la recibió con un golpe sordo. El médico y las enfermeras reaccionaron rápidamente, levantándola con cuidado y llevándola de nuevo a la cama.
Mientras la colocaban de vuelta en la cama, ella sentía cómo su mente se desvanecía, como si estuviera siendo arrastrada a otro lugar, uno del que no podía escapar. La última imagen que vio antes de cerrar los ojos fue el rostro preocupado de la enfermera que la había detenido.
La noche continuó su curso, y la ciudad se sumergió en la oscuridad mientras la luna iluminaba pequeños rincones de la ciudad. Las horas pasaron lentamente, y al amanecer, los primeros rayos de sol comenzaron a asomarse en el horizonte. En el Hospital General de la Ciudad Lorete, Deif y su compañero Lark junto a Bilma visitaban a Sami que aún se encontraba inconsciente.
La enfermera que estaba a cargo de su cuidado les informó sobre los eventos de la noche anterior. De los tres adultos, la única que mostró un cambio visible en su expresión fue Bilma. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y desconcierto al escuchar la noticia. La enfermera, tras darles su informe, se retiró, invitando a los tres adultos a ingresar a la habitación de Sami.
Deif no dudó ni un segundo. Caminó hacia la puerta, seguido por Lark y Bilma. Los tres entraron en la habitación, donde la escena era tan desconcertante como la situación misma. Sami yacía en la cama, conectada a un extraño aparato. Una esfera azul flotaba a la cabecera de la cama, con un tubo delgado que se conectaba a su cuerpo. La esfera contenía un líquido traslúcido que descendía lentamente por el tubo, mientras que una mascarilla transparente cubría la boca y nariz de Sami.
A un costado de la cama, un monitor parpadeaba con luces intermitentes, pero no emitía ningún sonido.
—Todavía es muy pequeña… —comentó Lark, observando a Sami con una mezcla de sorpresa y tristeza.
El silencio invadió la habitación mientras los tres adultos la observaban. El ambiente era tenso, cargado de incertidumbre sobre el futuro de la niña.
Deif rompió el silencio con su habitual pragmatismo.
—Bien. ¿Ahora qué haremos? —preguntó, dirigiéndose a sus compañeros con un tono de voz que, aunque tranquilo, denotaba una preocupación latente.
Los tres se quedaron en silencio un momento, reflexionando sobre la situación.
—No podemos quedarnos a cuidar de ella, Deif. —dijo Lark, rompiendo el silencio. —Tú y yo estamos siempre en movimiento. Nuestra vida de aventureros no nos permite quedarnos quietos, mucho menos cuidar de una niña. La realidad es que, si nos quedamos, no podríamos garantizar su bienestar a largo plazo.
Bilma asintió, apretando los labios.
—Lo sé, pero mi situación no es mejor. Mis ingresos apenas cubren mis propios gastos. No puedo cargar con la responsabilidad de una niña. No es justo para ella... ni para mí. Además, no tengo los recursos para atenderla como se merece.
Deif observó a sus dos compañeros con una mezcla de comprensión y frustración. Sabía que tenían razón, pero algo en su interior le decía que no podían simplemente dejarla atrás. Miró a Sami, todavía inconsciente, mientras la esfera flotaba lentamente sobre su cabeza, como si estuviera protegiéndola.
—¿Entonces qué? —preguntó Deif finalmente, con un tono grave. —¿La dejamos aquí, abandonada? ¿Alguien más se hará cargo de ella?
Lark y Bilma se miraron, sabían que no había una respuesta fácil. El destino de la niña estaba en sus manos, pero ninguno de los tres estaba en condiciones de hacerse cargo de ella. Después de un largo suspiro, Bilma habló:
—Quizás haya otra opción... Si la ciudad pudiera ofrecer algún tipo de ayuda, o si encontramos a alguien dispuesto a tomarla... Tal vez haya algo que podamos hacer.
Deif asintió lentamente, mirando la habitación con una determinación renovada.
—En ese caso, buscaremos una solución. Pero no podemos dejarla aquí, como si nada hubiera pasado. Necesita ayuda.
Los tres se quedaron de pie, en silencio, mientras los rayos del sol comenzaban a iluminar la habitación. A lo lejos, podían escuchar el bullicio de la ciudad despertando, ajeno a la situación que enfrentaban.
La puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo la conversación entre los tres adultos. Un soldado, a cargo de la seguridad de la ciudad, ingresó rápidamente y, al ver a Deif, Lark y Bilma, les indicó que lo siguieran fuera de la habitación. Antes de salir, Bilma echó una última mirada a Sami, cuya expresión aún era tranquila y ajena a la preocupación de los adultos. Con un suspiro, salió al pasillo, siguiendo al soldado.
Dentro de la habitación, los dedos de la mano de Sami se movieron ligeramente. Los primeros signos de vida eran apenas perceptibles, pero suficientes para que su cuerpo reaccionara al despertar. Abrió los ojos lentamente, parpadeando mientras se acostumbraba a la luz. La mascarilla sobre su rostro le molestaba, así que con una mano temblorosa la retiró. Luego, al intentar incorporarse, el tubo conectado a su brazo también fue retirado con algo de dificultad.
Confusa y aturdida, Sami miró a su alrededor, tratando de entender dónde se encontraba. Su mirada se centró en una ventana, y, sin pensarlo dos veces, se levantó con rapidez y corrió hacia ella. Abrió la ventana de golpe, asomando la cabeza para ver lo que había afuera. Al percatarse de que la habitación estaba cerca del suelo, sin dudarlo, saltó hacía unos arbustos que estaban debajo.
La sensación del salto fue vertiginosa, pero al aterrizar suavemente sobre los arbustos, Sami se levantó rápidamente, con el corazón acelerado y la mente llena de preguntas. Sin un rumbo fijo, comenzó a correr, perdida en la confusión de lo que acababa de suceder. Mientras corría por las calles de la ciudad, su mente intentaba recordar los fragmentos dispersos de su pasado, los momentos que la habían llevado hasta ese hospital. Sin embargo, nada parecía encajar del todo.
El viento en su rostro, el ruido de la ciudad que se hacía más lejano, y el eco de sus propios pensamientos la acompañaban en su huida. Pero una cosa estaba clara: no podía quedarse allí. No sabía qué hacer ni adónde ir, pero algo dentro de ella le decía que debía seguir adelante, por más que las respuestas aún estuvieran fuera de su alcance.
La habitación que había sido abandonada fue nuevamente visitada por la enfermera a cargo de Sami. Al descubrir que la niña ya no estaba en su cama, la enfermera reaccionó rápidamente, corriendo por el pasillo para alertar a los guardias de la ciudad.
Mientras tanto, Lark, Deif y Bilma se encontraban en una sala cercana, recibiendo los informes sobre la niña que habían encontrado. El informe detallaba información básica: la edad, el tipo de sangre y posibles enfermedades. Nada parecía fuera de lo común... hasta que el soldado que entregaba los papeles les extendió una última hoja, la cual examinó con una expresión calmada, que rápidamente cambió a una de seria preocupación.
Cuando Deif y los demás leyeron la hoja, la sorpresa fue evidente en sus rostros. Ahora comprendían por qué la expresión del soldado había cambiado tan drásticamente.
"Análisis de capacidad mágica:
Nombre del sujeto: Sami
Edad: 10 años
El sujeto fue analizado utilizando herramientas especializadas en medición de mana, debido a un cambio abrupto en los niveles de mana detectado por los instrumentos médicos. El resultado final: el sujeto Sami posee una cantidad de mana extremadamente alta, comparable a la de un héroe."
El silencio que siguió a la lectura de ese informe fue pesado. Los tres adultos se miraron entre sí, procesando la magnitud de lo que acababan de descubrir. Lark fue el primero en hablar, con una mezcla de incredulidad y preocupación.
—¿Una niña con tanto mana? ¿Eso es siquiera posible?
Deif se quedó pensativo, observando la hoja, mientras Bilma, visiblemente preocupada, trataba de asimilar la información.
—Eso explicaría su extraña situación. —comentó Deif en voz baja. —Algo en ella no es normal, desde el principio… pero esto… esto cambia todo.
La tensión en la habitación se cortó bruscamente cuando la puerta se abrió de golpe. Dos soldados ingresaron, sus rostros eran tensos mientras traían malas noticias.
—¡Rápido! ¡Llévale este informe al capitán Frederick! —ordenó el soldado que había estado hablando con Deif y los demás, entregando el análisis de capacidad mágica de Sami a uno de sus compañeros.
El soldado asintió sin decir palabra y salió rápidamente, el sonido de sus botas resonaba en el pasillo.
—Debemos encontrar a esa niña. Informa a todas las sedes que busquen a una niña pequeña de cabello verde. —continuó el soldado, antes de marcharse a la búsqueda de Sami.
Deif, viendo la urgencia en los rostros de los soldados, dio un paso adelante.
—¿Qué planean hacer con la niña? —preguntó, con un tono grave.
El soldado dudó por un momento, evito la mirada de Deif antes de responder.
—La pondremos bajo custodia. Si el análisis es cierto, dejarla sin escolta podría ser peligroso para ella y para los demás. —dijo, como si esas palabras le costaran.
—¿La van a encerrar? —interrumpió Lark, su tono cargaba incredulidad.
—¿Encerrar...? ¡¿Acaso la van a aislar del mundo?! —exclamó Bilma, mirando al soldado con una mezcla de angustia y rabia mientras él se daba media vuelta para irse.
Deif apretó los dientes, su rostro lleno de furia contenida. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo del hospital, decidido a ir al gremio de aventureros para buscar una forma de evitar que Sami fuera capturada.
Bilma y Lark, aun recuperándose del shock de la revelación, intercambiaron miradas y luego salieron detrás de él, cada uno con un solo objetivo: encontrar a Sami antes de que la llevaran lejos.
Mientras corría a través de las calles de Lorete, la pequeña Sami apenas podía pensar en otra cosa que no fuera escapar. La ciudad parecía un laberinto de ruido y movimiento, pero su mente estaba centrada solo en una cosa: huir. Sabía que, si la atrapaban, su destino ya estaba sellado, y no podía dejar que eso sucediera.
El aire fresco de la mañana le acariciaba el rostro mientras se deslizaba por las sombras, corriendo con la agilidad de alguien acostumbrado a huir, y esconderse. Sin embargo, una sensación extraña recorría su cuerpo. Algo dentro de ella, una energía que no comprendía del todo, comenzaba a moverse en su interior, como si la ciudad misma estuviera reaccionando a su presencia. Los ecos de sus pasos parecían resonar más allá de sus oídos, como si alguien, o algo, la estuviera observando.
Sami se detuvo por un instante, mirando hacia atrás. Podía sentirlos, a lo lejos, los guardias buscando su rastro. Pero había algo más, algo que vibraba en el aire, algo relacionado con su propio ser. Un poder que la rodeaba, se expandía con cada respiración. La niña cerró los ojos, tratando de calmarse, pero una sensación incontrolable le invadió el pecho.
Desesperada, se arrodilló en el suelo, sintiendo que la energía en su interior se desbordaba. En ese momento, una cálida presión sobre su pecho la hizo detenerse. Abrió los ojos lentamente, y allí, frente a ella, una chica con túnica marrón y un sombrero puntiagudo la miraba con una expresión tranquila.
—¿Quién eres? —preguntó Sami, con su voz temblorosa, llena de miedo y confusión.
La chica con el sombrero sólo sonrió suavemente y acarició la cabeza de Sami, su sonrisa era tan gentil que desconcertó aún más a la niña.