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Chapter 4 - Capítulo 4: Encrucijada

Los soldados, alertados por un resplandor en los callejones, se dirigieron rápidamente hacia la fuente de la luz. Sus botas resonaban contra los adoquines mientras se acercaban al lugar.

En el callejón, Sami y la chica del sombrero puntiagudo se observaban en silencio. La mirada de la extraña era intensa, como si estuviera evaluando algo que solo ella podía comprender.

—Es impresionante... Nunca había sentido una fuerza tan pura en alguien tan joven. —dijo la chica, esbozando una sonrisa enigmática mientras estudiaba a Sami.

Antes de que la niña pudiera responder, el sonido de pasos constantes rompió el momento. Los soldados emergieron de ambos extremos del callejón, formando un círculo a su alrededor.

—Bajo la autoridad del Rey Leonilas III, pondremos bajo custodia a la niña. Les pedimos que cooperen para evitar problemas. —anunció un soldado, su tono era firme, aunque su mirada se desvió hacia la chica del sombrero con desconfianza.

La respuesta llegó antes de que nadie pudiera reaccionar. Una ráfaga de viento súbita y poderosa barrió el callejón, obligando a los soldados a cubrirse los rostros. Sami observó con asombro cómo la capa de la chica ondeaba en el aire, como si el viento la obedeciera.

—¿Custodia? —repitió la chica, su voz estaba cargada de un desafío inquietante mientras daba un paso al frente. Su mirada, helada pero segura, se clavó en los soldados.

—Les doy un consejo... Retrocedan ahora, antes de que alguien salga lastimado.

El aire alrededor de ella parecía vibrar, lleno de una energía que Sami podía sentir en su piel. Los soldados intercambiaron miradas nerviosas, pero ninguno bajó sus armas. Sami, aún asustada, no podía apartar los ojos de la misteriosa mujer que había interrumpido su huida.

 —¡Alto! No la confronten o ninguno saldrá ileso. —Una voz profunda y llena de autoridad resonó en el callejón, cortando el aire como una espada invisible.

Los soldados, que hasta entonces estaban tensos y preparados para actuar, giraron al unísono hacia el origen de la voz. Al reconocer al recién llegado, bajaron sus armas con rapidez y se cuadraron, sus posturas rígidas reflejando respeto absoluto.

Desde las sombras emergió un hombre alto, vestido con una armadura reluciente que reflejaba los primeros rayos de sol. Una capa plateada ondeaba tras él, y en su pecho brillaba el emblema de los Guardias de Plata, símbolo de élite y lealtad al reino. Sus ojos grises, fríos como el acero, se posaron primero en los soldados y luego en la chica del sombrero.

—¡Wow! —exclamó la chica, arqueando una ceja con interés mientras lo observaba. —¿A quién tenemos aquí…? Nada menos que al capitán de los Guardias de Plata en persona. ¿Qué trae a alguien tan importante a este lugar perdido?

El capitán no respondió de inmediato. Sus ojos se movieron brevemente hacia Sami, quien lo miraba con una mezcla de temor y curiosidad, antes de volver a la chica del sombrero.

 —Este lugar puede ser pequeño, pero una amenaza de esta magnitud no pasa desapercibida. —La voz del capitán era tranquila, pero sus palabras cargaban un peso que resonaba en el aire.

La chica del sombrero, se irguió con elegancia y dio un paso adelante, situándose entre Sami y los soldados. Con un movimiento fluido, ajustó su sombrero puntiagudo, su rostro era iluminado por una sonrisa sarcástica.

—¿Amenaza? No sabía que los famosos Guardias de Plata habían caído tan bajo como para intimidar a una niña. —Su voz estaba teñida de burla, como si disfrutara provocándolos.

—¡Cállate! —rugió uno de los soldados, desenvainando su espada en un arrebato de ira.

Antes de que pudiera avanzar, el capitán levantó una mano, silenciando a su subordinado de inmediato. Su mirada se endureció mientras hablaba, con un tono que parecía perforar las palabras de la chica del sombrero.

—Con amenaza me refiero a ti… Angelica, la maga del vacío.

Un silencio pesado cayó sobre el callejón. Los soldados, que hasta entonces habían estado tensos pero seguros, quedaron paralizados al escuchar ese nombre. Sus rostros mostraban una mezcla de incredulidad y miedo, y algunos incluso dieron un paso atrás instintivamente.

Sami, oculta tras Angelica, alzó la mirada hacia la chica del sombrero. No entendía lo que significaba aquel título, pero podía sentir la gravedad en el aire. Todo su cuerpo temblaba, aunque no sabía si era por miedo o por la extraña energía que parecía emanar de Angelica.

Angelica, por su parte, simplemente rio suavemente. Era una risa ligera, pero cargada de desafío.

—Vaya, no sabía que mi reputación llegaba tan lejos. —Hizo una pausa, y su mirada se volvió más afilada. —Pero ahora que sabes quién soy, ¿de verdad quieres intentar detenerme?

El capitán de los Guardias de Plata suspiró profundamente, bajando su arma con un gesto de frustración.

—Esto es por el bien de la niña… —dijo, con voz firme pero llena de cansancio. —Si no la contenemos, podría convertirse en un peligro para todos.

Antes de que pudiera dar un paso más, una esfera diminuta de energía corto el aire, rozándole la mejilla. Un fino rastro de sangre apareció en su piel, y el silencio se hizo más pesado.

Angelica, con su sombrero ligeramente inclinado hacia un lado, le dirigió una mirada helada.

—Esta nación se construyó sobre los sacrificios de demasiados inocentes. —Su voz era baja, pero cada palabra resonaba con una fuerza implacable. —Si crees que voy a permitir que esta niña sea otra pieza en ese juego, estás muy equivocado. Antes de entregarla al rey… —Hizo una pausa, levantando un dedo con un gesto de amenaza. —prefiero verla muerta.

El capitán se mantuvo inmóvil por un instante, con sus ojos clavados en los de Angelica. Sus soldados permanecían tensos, incapaces de moverse bajo el peso de la confrontación.

—Hablas del Proyecto de los Descendientes… —murmuró finalmente, su voz apenas audible, como si el recuerdo fuera una herida todavía abierta. —Sabes tan bien como yo que fue un accidente. Una tragedia que nadie quería.

Angelica rio con amargura, y su expresión endureció aún más.

—¿Un accidente? Llamas accidente a lo que pasó, pero no intentes justificar la crueldad que llevó a esa tragedia. —Angelica dio un paso al frente, sus ojos brillaban con una intensidad feroz mientras se colocaba entre el capitán y Sami. —Si tienes alguna intención de repetir esos errores, tendrás que pasar sobre mi cadáver.

El aire en el callejón parecía volverse más denso, cargado de una energía palpable que hacía difícil respirar. Sami, con el corazón acelerado, retrocedió un paso, mirando a Angelica con los ojos llenos de incertidumbre. Pensó en correr, y desaparecer de ese lugar que parecía a punto de estallar, pero algo la detuvo.

Una mano cálida se posó suavemente sobre su hombro.

—Angelica, tú no debes ser el verdugo del pasado.

Una voz, cargada de sabiduría y melancolía, resonó en el callejón, haciendo que Angelica se detuviera en seco. Sus hombros se tensaron por un momento antes de girarse lentamente hacia la fuente de las palabras.

 El capitán y los soldados desviaron su atención hacia la recién llegada, y sus expresiones pasaron de la sorpresa al respeto. Allí, de pie junto a Sami, estaba una anciana vestida con un hábito blanco impecable. En su mano sostenía un bastón de madera adornado con inscripciones antiguas, que parecía irradiar una calma solemne, mientras su otra mano descansaba firmemente sobre el hombro de la niña.

—Maestra… —murmuró Angelica, su tono mezclaba desconcierto y respeto contenido.

La anciana inclinó ligeramente la cabeza hacia Angelica, sus ojos reflejando una compasión inquebrantable, pero también una autoridad que no admitía discusión.

—Este no es el camino, Angelica. La ira que llevas contigo solo perpetuará el ciclo.

El callejón quedó sumido en un profundo silencio, roto únicamente por el crujir del viento entre los edificios. Sami levantó la vista hacia la anciana, sintiendo, por primera vez desde que todo comenzó, una chispa de esperanza ardiendo en su interior.

La anciana giró ligeramente su mirada hacia Frederick.

—Pequeño Frederick, no te importará que yo me haga cargo de la niña, ¿verdad? —dijo la anciana, con su tono sereno, pero con una fuerza que dejaba claro que no aceptaría un "no" por respuesta.

Frederick inclinó la cabeza respetuosamente.

—Como desee, mi intención desde un principio era llevarla con usted.

Con un gesto de su mano, el capitán indicó a los soldados que se dispersaran. Uno a uno, comenzaron a marcharse, aunque sus miradas permanecían fijas en la figura de la anciana.

Angelica, evitando el contacto visual con su maestra, dio media vuelta y se marchó en silencio, su silueta se perdió entre las sombras del callejón.

Antes de irse, Frederick se arrodilló frente a Sami, buscando su mirada.

—Lamento haberte asustado, pequeña. —Sus palabras eran sinceras, y en su tono había una mezcla de arrepentimiento y compasión.

Luego, se incorporó y comenzó a retirarse junto a sus hombres. Uno de los soldados se acercó al capitán con cautela.

—Capitán… ¿Ella es?

Frederick lo silenció con un movimiento de la mano antes de hablar, su voz era grave y solemne.

—Sí… ella es Juana, la Santa Doncella.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire mientras él y sus hombres desaparecían en la distancia, dejando a Sami y a Juana solas en el callejón.

El callejón quedó vacío de soldados, pero lleno de preguntas. Sami miró a la anciana, quien todavía mantenía su mano en su hombro, transmitiéndole una calma desconocida.

—¿Quién eres…? —Preguntó Sami, su voz apenas era un susurro.

Juana la miró con una mezcla de ternura y comprensión, como si pudiera ver más allá de sus palabras, más allá de la niña que tenía frente a ella.

—Alguien que entiende el peso que cargas, pequeña. —Juana se inclinó ligeramente, posando su bastón en el suelo con un suave golpe que resonó como un eco en el aire. —Y alguien que hará todo lo que esté en su poder para protegerte.

Sami no supo cómo responder. Durante tanto tiempo, había sentido que estaba sola, huyendo de algo que ni siquiera comprendía del todo. Pero en ese momento, una chispa de esperanza brilló en su interior.

—Ven, debemos irnos antes de que decidan regresar. —Juana comenzó a caminar, su figura era encorvada pero firme, mientras Sami la seguía, aún insegura pero incapaz de ignorar la sensación de seguridad que le inspiraba.

Desde un rincón oscuro, una silueta observaba en silencio. Angelica tenía su mirada clavada en su maestra y la niña. Sus puños apretados temblaban, y en su mente resonaban las palabras de Juana.

"Este no es el camino."

Mientras la figura de la anciana y Sami desaparecían entre las sombras, Angelica giró sobre sus talones y se perdió en la oscuridad, con la tormenta de su propio corazón rugiendo más fuerte que nunca.

El silencio volvió a apoderarse del callejón, pero no estaba vacío. Desde el techo de una casa cercana, la figura de una joven pelirroja observaba todo con una sonrisa intrigante. Con un gesto pausado, tomó el cigarrillo de sus labios y sopló una nube de humo que se desvaneció en el aire frío del amanecer.

—Interesante… —murmuró, con sus ojos brillando con una intención desconocida. Luego, en un parpadeo, desapareció en la oscuridad, dejando tras de sí solo el aroma del tabaco y una sensación de inquietud.