Chapter 4 - Reencarnación

Todo estaba oscuro. No había luz, no había sonido, solo un abismo sin fin. Regina creía que había llegado al final, que al quitarse la vida simplemente dejaría de existir. Pero no fue así.

Su consciencia seguía presente.

Al principio, lo atribuyó al sufrimiento acumulado, un último castigo de su mente atormentada. Pero entonces, algo rompió la calma del vacío: una voz. Era femenina, suave y distante, pero a la vez cercana, como si resonara desde dentro de su propia alma.

—Tuviste una vida dura, ¿no es así, pequeña? —dijo la voz—. Mereces una segunda oportunidad.

Regina sintió un estremecimiento. ¿Qué era eso? ¿Quién le hablaba? ¿Segunda oportunidad? La idea la desconcertaba. ¿Por qué alguien le diría eso a ella, de todas las personas? Después de todo lo que había hecho, todo lo que había sufrido... ella misma era responsable.

—No... —intentó responder, pero su voz no existía.

El silencio volvió a envolverla, pero esta vez no era eterno. Poco a poco, sonidos apagados llegaron a ella, como voces hablándole a través de una pared. No podía entenderlas, eran solo murmullos distantes. Algo estaba ocurriendo. Sentía una presión extraña alrededor de su cuerpo, como si algo la empujara hacia adelante.

De repente, vio luz.

El mundo cambió de la nada. Una sensación abrumadora la arrastró hacia algo nuevo, algo brillante. Su cuerpo se sentía diferente, más pequeño, más frágil.

Las voces que antes eran distantes ahora eran más claras, pero igualmente ininteligibles. Un idioma extraño llenaba sus oídos, palabras que no reconocía. Todo era confuso, y cuando alzó la vista, se encontró con algo que no esperaba: rostros.

Había una mujer delante de ella, con una expresión radiante y llena de amor. Tenía cuernos curvados, oscuros y elegantes que se extendían hacia arriba como los de un dragón. Al lado de la mujer había un hombre con los mismos rasgos, pero su presencia era más imponente, sus ojos brillaban con intensidad.

—Es hermosa —dijo la mujer con una sonrisa, aunque Regina no entendió las palabras.

Antes de que pudiera procesar más, giró la mirada y pudo ver a una nueva persona. Esta nueva persona era diferente. Tenía orejas puntiagudas y un cabello rubio tan brillante que casi parecía hecho de luz. Regina dedujo que debía ser una elfa, aunque no podía estar segura. La elfa la sostuvo con delicadeza y se la pasó a la mujer de los cuernos, quien la recibió con los brazos abiertos.

El calor del abrazo de su nueva madre llenó a Regina de una extraña calma, pero también de confusión. Todo parecía un sueño, uno hermoso e irreal.

—No llora... —comentó la elfa, mirando a los padres con una leve preocupación.

El hombre, que había permanecido en silencio, se acercó a su mujer, rodeándola con los brazos mientras observaban a la bebé con ternura.

—Es fuerte —respondió él con una sonrisa segura—. No hay de qué preocuparse.

Regina escuchaba, pero no entendía nada. Era como si las palabras fueran música en un idioma desconocido. Sin embargo, podía sentir la calidez en sus voces, el amor en sus miradas.

Fue entonces cuando comenzó a llorar.

No era un llanto natural. No era el instinto de una recién nacida. Era una mezcla de emociones que no podía procesar: confusión, alivio, tristeza. Todo esto se sumaba a la sensación de estar atrapada en un sueño del que no quería despertar.

Su madre acarició su cabeza con delicadeza, murmurando palabras que Regina no comprendía, pero que calmaban su espíritu.

Por primera vez en su existencia, sentía algo que nunca había experimentado plenamente: amor.