Desde la salida en bicicleta había pasado un mes y medio. Tras el regreso de Sara, la relación fue mejorando de manera abrupta, salían casi cada día y hablaban cada vez más seguido. Un punto de encuentro entre ambos fue la comida chatarra, no había una salida donde no fueran a comer pizzas, nuggets, salchipapas, wraps, pollo broaster o el icono de la relación, las hamburguesas; este alimento ultra procesado era lo más común en cada cita, si había un restaurante cerca donde vendieran hamburguesas, ellos iban a comer hasta sentir que les faltaba el aire. Entre los regalos, el dinero y las invitaciones, Sara se había metido a Josué en el bolsillo, quién ahora contaba con una vida de ensueño donde le compraban ropa, comida y le pagaban todas las salidas. Pero no todo lo que brilla es oro, a la fecha, al hombre le había crecido tanto la papada que parecía que su cabeza estaba pegada al torso sin punto medio. También tenía la cara hinchada como si retuviera líquido, unas ojeras muy marcadas y las marcas de expresión se asomaban en lo que hasta hace nada era un rostro juvenil. Sara tampoco huía de esta realidad, sus piernas habían crecido dos veces su tamaño en las casi tres semanas que llevaba con su novio. Las caderas que un día enamoraron a Josué, habían desaparecido y ahora le colgaba una enorme barriga por la costura del pantalón. También lo había hecho su rostro, ya no era la chica de cabello negro largo y rostro fino, entre la papada, las ojeras y el cabello que había comenzado a caérsele por la alimentación, ya no quedaba nada de Sara. A ambos les costaba subir las escaleras y lo más parecido al ejercicio era el sexo. En este punto, la relación parecía un proyecto de autodestrucción de ambos.
Piero no opinó nada más luego de esa última salida, la relación se volvió tan absorbente que no existía espacio para compartir con otras personas; en el caso puntual de Josué, había perdido a Sebastián, su mejor amigo, por lo que solo le quedaba Piero y tampoco podía hablar mucho con él porque dormía casi todas las noches en el apartamento de Sara. Las pocas veces que se cruzaban los compañeros de apartamento no se miraban como antes, había una mirada de desaprobación por parte de Piero que hacía sentir mal a Josué, él sabía en todo lo que fallaba pero no quería cambiarlo porque estaba cómodo como un cerdo en un corral: sexo, comida y techo, nada más que eso. En ese sentido, la relación de amistad que hace mes y medio alcanzaba su punto más glorioso, ahora descendía a pasos agigantados.
¿Y dónde quedó Sebastián en toda esta historia? Rezagado, ignorado cada día de la semana y sin saber el motivo. Si alguna vez hubo un interés en saber la verdad tras el incidente de la fiesta, la comodidad de Josué era tan grande que ya no le interesaba saber la versión de Sebastián, algo injusto fue que nunca le dio derecho a defenderse a quién lo consoló y acompañó en ese viaje en solitario que es enraizarse en un país extranjero. Mathiew terminó por sustituir ese puesto vacío que dejó Josué, por lo que Sebastián un día dejó de invitarlo a salir. Se encontraron una vez en Arenales, aunque no fue un encuentro, Josué lo miró desde el tercer piso del centro comercial y desde ese momento lo evitó a toda costa, más por pena que por rencor, ya Josué ni sabía porque no hablaba con él, solo sabía que a su novia no le agradaba y eso era suficiente para alejarse. Josué había perdido todo lo que importaba: sus amigos, la salud y paulatinamente su independencia económica; se transformó en una posesión.
—¿Quiere pollito, Jota? —preguntó Sara.
—Por favor.
Ambos comían en el comedor de su apartamento en Miraflores, el enorme ventanal que tenían enfrente tenía enmarcado un paisaje urbano donde transcurría la vida capitalina como si se tratase de una pantalla de televisión; veían pasar a la gente en bicicletas, parejas caminando de la mano y una vida completamente opuesta a la opaca escena que transcurría dentro del apartamento.
—¿Está rico?
—Más bueno que el coño.
Un chorro de aceite de girasol cayó sobre el plato cuando Josué mordió un trozo de pollo, le cayó un poco en la ropa. «Maldita sea», pensó, luego se acordó que no había pagado por esa polera y que seguro podría obtener otra igual. Siguió comiendo pero con menos cuidado. Agarró el pote de mayonesa y echó una cantidad de las mismas dimensiones que el trozo de pollo que estaba por meterse a la boca. Sara le quitó el pote e hizo lo mismo, luego rebasó la montaña de mayonesa con un chorro de kétchup que quedó en su mayoría sobre el plato; una vez terminó de comer, besó a Josué dejándole un sabor a aceite reutilizado en la boca, después se levantó para ir a buscar un recipiente con helado. Comieron hasta sentir que les costaba respirar.
—¡Ah! —exclamó Josué— Estoy demasiado lleno.
Ambos se acostaron en la sala para protagonizar una escena romántica de muy mal gusto.
La decadencia era notable: la ansiedad los llevaba a comer hasta reventar, no tenían amistades y sus planes eran cada vez más sedentarios. Ninguno se detenía a cuestionar sus hábitos, solo seguían repitiendo una y otra vez la misma fórmula: sentirse mal, comer hasta la saciedad y repetir. La cosa empeoró cuando cumplieron dos meses, ya no podían subir las escaleras con normalidad, la comida era cada vez más abundante y Josué comenzó a tener un problema en las encías que lo hacía tener un pésimo aliento, lo que motivó a que solo se besaran cuando estuvieran a punto de tener relaciones. El apartamento se llenó poco a poco de bolsas, cajas, juguetes, peluches y ropa limpia amontonada en los sillones.
Un día, los padres de Sara fueron a visitarla de sorpresa, lo que desencadenó un esfuerzo sobrehumano de su parte en ocultar todo rastro de precariedad antes de abrirles la puerta; corría de un lado a otro con la cabeza hundida en el cuerpo, los ojos hinchados como dos aceitunas y las gotas de sudor recorriendo su rostro hasta dejarlo brillante como una empanada. «Ring, ring, ring, ring», sonaba el timbre con desesperación.
—Ayúdame Josué, maldita sea.
—¿Por fin conoceré a tus padres?
—No, estás loco, ellos te matarían a ti y luego irían por mi.
Josué no quiso darle vueltas al asunto, pero sintió incomodidad en tener que ocultarse en el apartamento donde prácticamente vivía.
—Ya, escóndete.
Sara tiró una última pila de ropa a la cesta de ropa sucia y procedió a abrirles la puerta. Josué se metió en el armario, un cuarto amplio bastante cómodo donde podían sentarse, acostarse o incluso dar dos pasos de un extremo al otro. No era incómodo esperar ahí. Escuchó cómo se saludaban en el comedor antes de empezar una conversación extraña.
—Estás más gorda, me recuerdas a un cerdito. Así no vas a conseguir novio. —bromeó su madre con crueldad— ¿En esto te gastas el dinero?
Escucho una bolsa crujir.
—¿Es a eso a lo que vienen? —preguntó Sara.
—No, en realidad venimos a ver cómo estás viviendo y a evitar que te metas en problemas.
—¡Váyanse! —comenzó a gritar— ¡Váyanse de una puta vez!
Un golpe seco resonó en la sala.
—¡Te callas y nos escuchas! —puso orden el padre— ¿Cuándo vamos a ir al psicólogo?
—Nunca.
—O vas o te quitamos la mesada…
—Llevas toda la vida controlándome, tratándome como una muñeca a la que puedes vestir, peinar y sentar en una mesa para aparentar que somos una familia normal. Basta, quiero vivir una vida tranquila.
La madre soltó una risa irónica.
—¿Tranquila? Mira cómo estás, tienes que hacer dieta, bajar de peso y venir más a menudo a la tienda. Hace mucho que no vienes a ganarte tu dinero. Ah, y espero que estés usando protección….
—¡Fuera, fuera, fuera! —comenzó a gritar mientras se escuchaba como golpeaba la pared con el puño— ¡Fuera, fuera, fuera!
La voz iba perdiéndose en el pasillo, supo que avanzaban hacia la salida.
—Ok, contigo no se puede hablar, pero si no vas a la cita que ya pagué con el psicólogo el lunes te sacaré de este lugar con la policía.
—¡Te odio! —soltó un grito desgarrador que hizo eco en las escaleras del edificio.
Desde que conocía a Sara, era la primera vez que podía indagar en su vida personal, ella siempre omitía ese tipo de conversaciones y las pocas veces que lo hacía las cosas se pintaban de color de rosas. Lo acontecido en la sala de su casa fue una fisura inesperada que enseñó una parte de ese misterio que era su vida personal. Josué quiso hablar con ella, pero Sara estaba tendida en la cama con los brazos abiertos viendo al techo, no lloraba ni mostraba sentimiento alguno. Luego se levantó con fuerza de la cama y se abalanzó hacia Josué.
—¿Qué escuchaste? Dime. —hablaba con rapidez— Necesito saberlo o terminamos.
Josué supo que no podría saber nada más en ese momento, creyó que se había salvado al no ir de frente a preguntarle qué sucedía.
—Solo tú gritó, se ve que no te llevas bien con tus padres.
—¿Solo eso?
—Estaba en tu closet, no pude escuchar nada.
Sara se calmó y se abrazó a él sin decir nada más, estuvo así durante un rato largo. Inmóvil e inmersa en sus pensamientos. Así cerró ese capítulo en su vida amorosa. Luego de ese episodio la vida siguió transcurriendo entre el trabajo, las salidas a comer hasta reventar, el sexo y el deterioro físico. Cada vez eran necesarias más cantidades de comida y mucha más grasa para mantener su ingesta calórica en su margen diario.
Llegó el tercer «mes aniversario», Sara compró unas pizzas en un restaurante costoso de la ciudad, bebieron un vino traído de Ica —el mejor que pudo haber probado Josué—, y al terminar se acostaron en el sofá de la sala. Estuvieron besándose hasta que sus cuerpos manifestaron la necesidad de pasar a la siguiente fase; ese día los gemidos de Sara no se contuvieron, eran fuertes, como si quisieran ser escuchados. Josué miraba los edificios con sus cientos de lucecitas como si fueran testigos de su desenfreno.
—Papi. —musitó Sara al terminar.
Josué no pudo evitar pensar en la relación de Sara con su padre, después de mucho tiempo, volvió a sentir las mismas náuseas de cuando cuestionaba su relación. Esa noche se decidió a persistir en sacarle información sobre su vida privada a Sara. Una vez se acostaron en la cama, comenzaron sus conversaciones nocturnas, solo que esta vez el tópico no iba dirigido a vídeos de gatos, las historias que leía en Wattpad o sobre alguna «huevada» de Tik Tok.
—¿Conoceré algún día a mis suegros?
Sara lo miró como una mirada vacía, no había vida tras sus pupilas, como si la pregunta hubiese apagado su alma.
—¿Para qué?
—No lo sé, llevamos tres meses y aún no los conozco.
—Ellos te conocerán al año, no antes…
Josué pensó en su relación en un año, no logró imaginar nada, pese a lo cómodo que estaba en su relación, no se veía en un año siendo el desastre de ser humano que era.
—¿Puedo saber sobre ellos?
Inmóvil, Sara continuaba viéndolo como un retrato en el que se había capturado el dolor de su alma. Josué sintió miedo, ella seguía viéndolo callada, pero él no hizo ningún movimiento involuntario, se mantuvo haciendo contacto visual ocultando toda intención de trasfondo.
—Ok, te contaré. Mi papá es un hijo de puta.
—¿Solo eso?
—Engaño a mi madre cuando tenía tres años, hizo otra familia por su lado mientras yo crecía con mi madre rodeada de comodidad pero con su ausencia. Solo mandaba dinero, mi madre me hacía sentir culpable de todo por haber perdido su figura tras el parto…
Se quedó callada. Luego continuó.
—Luego mi papá regresó a mi casa cuando cumplí los doce años, edad en la que me tocó ir a trabajar a su local muchas horas seguidas. Tenía que estudiar entre las cajas de dulces del local, ahí comencé a comer y mi mamá comenzó a destruirme la autoestima…
Josué comenzaba a entenderlo todo, su miedo al abandono, la falta de autoestima, sus deseos de controlarlo todo y esa ansiedad que regía la relación en torno a comer sin límite.
—¿Quieres saber más? Intenté tirarme del último piso de este edificio, pero no me atreví… mis padres —ambos— se mudaron luego de eso a vivir a otro departamento en Santiago de Surco. Nada más…
Luego de esas confesiones, Josué abrazó a Sara como si quisiera protegerla por toda la eternidad, sentía una compasión que antes le era difícil experimentar. La relación fue haciéndose cada vez más fuerte y con ella la dependencia. Fueron trazando la senda hacia la destrucción de ambos a un paso lento, de pronto no existía otro escenario más que el de mantenerse juntos. Volvió a pensar en su relación y se vio no solo en un año, también en dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… y luego no vio nada más...