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Chapter 7 - LESLY

El desempleo convirtió a Josué en un señor de su casa, ahora pasaba todo el día en la cocina preparando platillos saludables y limpiando la casa. La rutina consistía en un bucle: despedir a Sara por la mañana, cocinar el almuerzo —nunca desayunaban en esa casa—, limpiar las pocas cosas que se iban ensuciando cada día y luego recibir a Sara para salir a comer; solo que esas salidas habían cambiado, ahora iban a comer comida japonesa, lo que ellos definen como «comida saludable». El tiempo restante que le quedaba a Josué lo empleaba a buscar un trabajo, aunque esta ya no era su prioridad, luego de la despedida con Piero se había dado cuenta que ya no había nada más que hacer que aceptar su nueva realidad, que además, no era tan mala después de todo. Desde que estaba sin trabajo, pasaba mucho más tiempo realizando sus actividades de ocio favoritas: escuchar música, ver series y leer las noticias de la política peruana —un circo muy divertido—. Otra cosa que había cambiado es que ahora salía a caminar por toda la Avenida Alfredo Benavides hasta llegar al corazón de Miraflores.

Una tarde, luego de finalizar una de sus largas caminatas por el distrito, se topó con el vigilante del edificio, un hombre mayor que no había visto antes.

—¿Qué tal? Le llegó un paquete a la señora Lesly. —indicó el señor.

—No conozco a ninguna Lesly. —respondió Josué.

—¿No la conoce? Pero si los veo juntos todos los días.

Josué hizo una mueca de asombro, no comprendía nada, pero pensó que por la edad del hombre seguro se debe haber confundido.

—Sara, ella se llama Sara.

—¿Sara? —el señor agarró la caja para revisar de nuevo— Lesly Sofía, dice aquí.

Josué sonrió para disimular la extrañeza.

—Tiene que ser su madre en todo caso.

—Yo tengo años trabajando aquí, conozco a los Cordova, su madre se llama Yolanda.

Josué, extrañado, se acercó al paquete, tenía el número y la letra de su piso. «Lesly Sofía», leyó. Luego sintió un escalofrío, pero no quiso desconfiar de Sara, en parte por miedo a descubrir algo que no debía. «¿Lesly Sofía?», le daba vueltas al asunto en su mente, «Quizás sea una hermana o otro familiar». Continuó interrogando al señor.

—Espere un momento, ¿usted de verdad lleva años trabajando aquí?

—Pero bueno, ¿usted va a tomar el paquete o no?

—No se moleste, maestro. Solo quería saber porque no lo he visto antes.

—Llevo dos semanas aquí desde que regresé de mi descanso, a nosotros nos rotan de un edificio a otro como cualquier empresa de vigilancia.

—Pues, discúlpeme, no sabía.

Tomó el paquete y subió al apartamento.

Después de tantos meses a su lado, le costaba entender lo que pasaba. No dejaba de preguntarse una y otra vez, quién era Lesly, o peor aún, quién era Sara. Cayó en cuenta de que no conocía en nada a su novia, esto le generaba terror, la mujer con la que llevaba noches durmiendo le había mentido con su nombre. Intentó recordar la conversación de sus padres con ella pero no encontró rastro de que la hayan llamado por este nombre. «No, esto no puede ser verdad», iba diciendo una y otra vez. Cogía el paquete, lo leía y luego volvía a colocarlo en la mesa. Tuvo un presentimiento muy malo de toda aquella situación, estaba paranoico, cada teoría en su cabeza era peor que la anterior. «No, esto no puede ser verdad», dejó la caja en la mesa del comedor y echó un vistazo nervioso por toda la casa, al no encontrar a Sara escondida en ningún lugar, agarró la caja y volvió a bajar al vestíbulo.

—Señor, aquí le traigo la caja otra vez.

El vigilante, más confundido que Josué, la tomó pero se quedó viendo extrañado de todo el asunto.

—No entiendo, ¿acaso no se llama Lesly?

—Creo que es un error de la empresa, en cualquier caso, entréguesela usted, pero no le diga que yo la recibí o que hemos hablado.

—En mis ocho años trabajando en este edificio, esto es lo más raro que me ha pasado. —dijo el vigilante.

—Me imagino, solo no se que pasa, ella me había dicho que se llama Sara.

—¿Y es que usted no sabe como se llama su mujer?

—Hombre, no se, para mi es tan raro todo como para usted.

Se volteó y dejó al vigilante viéndolo todo el trayecto hasta el ascensor.

Josué regresó al apartamento y comenzó a revisarlo por todos lados, tenía tanto miedo que la presión arterial empezó a hacer estragos en su cuerpo, estaba pálido y con el corazón latiendo a una velocidad que no le dejaba respirar. Se tiró en el sofá, miró la hora en su celular y se dio cuenta de que tenía un par de mensajes de Sara: «Amor, ¿qué haces?», luego el segundo que decía, «te extraño». Intentando pasar desapercibido le envió un «te extraño» de vuelta y se quedó acostado en el sofá mirando al techo. Tenía un dolor en el corazón como si un ácido estuviera carcomiendo sus arterias. Volvió a mirar la hora, tenía algunos minutos antes de que Sara regresara a casa. Se levantó del sofá impulsado por la necesidad de una respuesta a todo el meollo y empezó a revisar toda la casa en busca de cámaras, un miedo irracional que lo llevó a registrar todo el cuarto. Estuvo un largo rato viendo debajo de la cama, encima del vidrio que cubría el bombillo, empezó a jurungar el espejo y luego de pensar que estaba seguro comenzó su investigación. Sabía lo que había en la mesa de noche pero jamás se había metido a revisar el closet: las partes de arriba estaban vacías, después pasó a ver que había en las tablas más cercanas al suelo, lo que le tomó un esfuerzo sobrehumano debido a su falta de condición física y su enorme barriga.

—Bingo. —cantó cuando vio una caja metálica de esas que parecen de recuerdos.

La dejó sobre la cama y se fue a cerrar la puerta con llave. Se persignó como lo había hecho por última vez en su confirmación y pasó a revisar el contenido. Un celular negro fue lo primero que vio, era uno muy antiguo, dejo su dedo presionado sin la esperanza de que encendiera, pero encendió. Esto lo aterrorizó, ¿Por qué tendría batería un segundo celular tan anticuado? Lo puso a un lado de la caja y siguió revisando el contenido: habían piedras, conchas marinas, un mono de Kipling, muchas cartas de papel de distintos destinatarios, supo que eran de amor, luego encontró una pequeña caja de metal en el fondo. Soltó un alarido.

—¡Mierda, mierda, mierda, mierda!

Había al menos seis bóxeres doblados como cartulinas, uno al lado del otro, uno de ellos era suyo. Empezó a doblarlos todos con cuidado y a colocar todo como estaba antes. «Que es toda esta mierda…», a medida que iba descubriendo cosas todas les iban alarmando cada vez más. ¿Qué significan esos bóxeres de diferentes marcas? ¿Para que los tendría guardados? ¿Por qué había uno suyo ahí? Todas estas preguntas hacían que sus manos comenzaran a sudar como si estuviera colgado de un risco en lo más alto de una montaña; tenía los dedos débiles y temblorosos. Luego encontró lo que buscaba, su pasaporte, lo abrió para darse cuenta de que su pesadilla estaba por comenzar: «Lesly Sofía Cordova Ayllon». Luego descubrió que el pasaporte estaba vigente pero sin sello de haber salido nunca del país, volvió en una transgresión al día que bailó con Erika y comenzó a imaginarse que quizás Sara lo había estado siguiendo todo ese tiempo. Empezó a guardar todo como estaba, excepto el celular.

Nervioso, abrió la puerta del cuarto, revisó toda la casa, vio la hora y regresó a encerrarse en el cuarto. El celular tenía un patrón, los primeros intentos no dieron resultado, tuvo que esperar diez minutos antes de volver a intentarlo, hizo la figura de una «S» y consiguió entrar. Lo primero que revisó, fue la galería, después de todo eso era lo único que podía darle respuesta a muchas de sus dudas. «Mierda, no puede ser», repetía una y otra vez a medida que encontraba vídeos de ellos dos teniendo relaciones en el cuarto donde se encontraba. Pensó en el ángulo desde el que habían sido grabados y no encontraba explicación, alguna, parecían grabados por una tercera persona. Siguió revisando la galería, habían tantos vídeos que creyó que había estado grabando todos los días, ¿pero en qué momento? Siguió bajando hasta que llegó a los meses anteriores, había otro protagonista en sus vídeos, un hombre musculoso al que nunca había visto, quiso mirar el vídeo pero no pudo aguantar más. Todo era tan sórdido que no pudo aguantar las ganas de salir corriendo. Asqueado, guardó el celular de Sara en su bolsillo y se dispuso a guardar la caja donde iba. Josué abre el cuarto para salir de la casa con las piernas temblando, estaba transpirando gotas de cebo. El olor de su propio cuerpo era nauseabundo. La puerta del cuarto se abrió, Sara tenía la llave, regresó ese rostro inexpresivo con mirada vacía e infinita.

—¿Crees que no lo sé? —dijo.

Josué se sentía como un animal en un matadero, encerrado y sin otro destino que la muerte, al menos, eso creía. Sudoroso, maloliente e incapaz de defenderse en el estado físico que se encontraba. Tenía una sensación de malestar que lo hacía acariciar la muerte.

—Mira. —le enseñó su celular.

Era la información en tiempo real del celular que tenía en el bolsillo, Sara había corrido a la casa cuando se había enterado de que lo encendió, tiempo suficiente para llegar hasta la casa antes de tiempo.

—Perdón. —soltó en un suplicio torpe.

Cerró la puerta sin mediar palabra, Josué, petrificado por el horror que encarnaba intentó abalanzarse contra Sara en un subidón de adrenalina. Antes de que pudiera hacer algo, la mujer que era mucho más alta que él, lo tomó por la cabeza reventando todo el vidrio del espejo del closet. Soltó un alarido similar al de un cerdo cuando lo electrocutan en un matadero. Toda la dimensión del suelo estaba manchada de sangres y vidrios desperdigados. Sara se agachó antes de que Josué se levantara con un vidrio en la mano, un río de sangre corrió hasta sus muñecas, se había cortado al no medir su fuerza cuando lo agarró.

—Sara, todo va a estar bien, solo vamos a hablar.

—¿Que vamos a hablar? Sabes que no puedo solo dejarte ir así como así, no ahora que no me dejas otra opción.

—¿Opción de que? Solo estaba revisando tus cosas mientras limpiaba —mintió para salvarse.

—¿Qué fue lo que viste? —le inquirió con un tono tan severo y grueso como nunca antes lo había escuchado— ¿Qué fue lo que viste?

—Nada, quise revisar el celular pero está bloqueado.

Josué no sabía cómo escapar con vida, pero sus palabras eran tan buenas como podrían serlo, solo que Sara se había manchado las manos de sangre y que después de esa escena no podía terminar bien para ella dejarlo ir.

—¡Muévete al rincón! —le gritó— ¡No te levantes!

Lo pateó con una fuerza que hasta ese momento era desconocida para Josué. Escucho la estela de sonido de los vidrios.

—Sara, por favor, no es lo que parece…

—¡Calla mierda! —le acercó el vidrio más al cuello.

En ese momento pensó que podría gritar tan fuerte como le era posible pero lo que dijo Sara a continuación lo hizo cambiar de idea.

—No tengo miedo a ir a la cárcel, tampoco a morir, así que haz lo que te digo o no vamos a salir con vida ninguno de los dos. Voy a llegar hasta el final.

Se agachó poniéndole el vidrio tan cerca del cuello a Josué que lo cortó ligeramente, luego agarró la caja del closet y empezó a buscar con nerviosismo.

—¿No que no viste nada?

—¡Que no, que no, no, no! —suplicaba Josué.

—No viste nada pero te robaste mi teléfono…

—Te lo juro…

Sara acercó el cuchillo aún más al cuello de Josué, teñiendo de rojo su camisa paulatinamente. Con los ojos abiertos de par en par, Josué pensó que moriría, había tanta sangre en su camisa que dirigió sus manos al cuello.

—Tranquilo, no vas a morir por eso. —le dijo Sara, mientras metía su mano en el bolsillo para retirarle el celular. 

Luego lanzó el vidrio a un lado, puso sus dos manos en su rostro y lo besó.

—Te amo. —comenzó a llorar— Te amo.

Josué empezó a besarla como si de eso dependiera su vida. Luego empezó a reír, no podía parar de reír mientras lloraba. Josué estaba horrorizado con las dos manos en su cuello. Su corazón latía tan fuerte que pensaba que iba a desmayarse, no sentía las piernas, estaba frío y débil. Empezó a creer que moriría

—S-sara. —tartamudeó— T-T-te amo.

—Yo también, Jota.

Sara seguía riendo y llorando mientras estaba agachada frente a él, luego tomó otro vidrio y se sentó en la cama. Ambos estaban manchados de sangre, las manos, el rostro y cada parte de su ropa.

—Jota… —dijo como si estuviera suplicando, como una niña atrapada en el cuerpo de una mujer adulta.

La puerta comenzó a sonar, Sara se levantó nerviosa, dejando caer el vidrio partiéndose en pequeños fragmentos. Josué agarró uno del suelo pero no alcanzó a levantarse, Sara le enterró el zapato en la muñeca mientras agarraba la caja del armario. La puso en la cama y volvió a agarrar un vidrio, la puerta seguía sonando ahora con más fuerza.

—¡Maldita sea! —exclamó pero sin levantar mucho la voz.

Intentó cambiarse la camiseta pero en eso un grito proveniente del exterior la hizo abandonar el plan.

—¡Ya llame a la policía!

Sara tomó la caja, revisó que tenía el celular en el bolsillo y salió de la habitación. Josué escuchó que tomó las llaves.

—Ya llame a la policía. —dijo un hombre que ahora se escuchaba más nítido.

—Gracias, mi novio está en el cuarto, intento matarme. —le dijo Sara al hombre.

Josué soltó un grito. 

—¡Auxilio!

—Pero no recibió respuesta de vuelta.

Los minutos siguientes hubo un silencio prolongado, Josué estaba tirado en un rincón de la inquietante habitación viendo como la sangre se iba ennegreciendo. Supo que no moriría, pero estaba tan asustado que no era capaz de moverse por miedo a encontrarse a Sara en la cocina. Al cabo de veinte minutos, comenzó a escuchar voces, eran varios hombres.

—¡Alto policía! —gritaron por el pasillo— ¡Suelte el arma y ponga sus manos detrás de su cabeza!

—No tengo ningún arma, necesito ayuda… —dijo Josué en un tono cansado.

Cuando la policía entró al cuarto, lo primero que hicieron fue llamar a una ambulancia. El hombre tenía un corte en el cuello y se veía tan débil que no podían detenerlo. Amarrado a una camilla con una camisa de fuerza, Josué salió en una ambulancia custodiada por la policía minutos después. Fue sedado una vez dentro por miedo a que pudiera herir a alguien. Su desenlace había sido peor que la muerte.