Morgan se quedó frío ante la historia de Ariel. No podía creer lo que estaba escuchando; perplejo, no pudo decir ni una sola palabra.
-Esta es una prueba de lo que te conté.
Ariel, al decir esas palabras, abrió la boca, sacando su lengua, y en ella había una marca visible, como si fuera una especie de tatuaje hecho con tinta blanca. Morgan rápidamente volteó a ver a Adán y a Iliana, los cuales hicieron lo mismo, mostrando la marca en su lengua.
-¿Pero cuándo y cómo?.
(dijo Morgan, confundido)
-La marca se la pusieron a los humanos de ese entonces; sin embargo, al ser una maldición para nuestra raza, se fue heredando de generación en generación hasta que todo niño o niña humana que nacía lo hacía con la marca, incapaz de borrarla o quitarla. Fuimos marcados como si fuéramos animales.
(dijo Ariel, molesta)
-Pero si lo que dicen es verdad, ¿cómo es que están aquí? ¿Cómo es que viven libres?
(dijo Morgan, impresionado)
-¡Jajaja! ¿Libres? ¿Tú crees que somos libres?
(dijo Ariel de manera irónica)
Adán, al ver el estado inestable de su esposa, la tomó del hombro, viéndola con una sonrisa gentil para calmarla y, a su vez, él sería quien ahora tomaría la palabra.
-Verás, Ariel y yo éramos esclavos de un zorath de orejas largas. Yo era un esclavo de carga, tenía que hacer trabajos día y noche sin descanso, con poca comida y agua, mientras que Ariel era una de las sirvientas personales de él. Ella y yo coincidimos algunas veces, y cada vez empezamos a vernos más seguido. Eventualmente, yo me enamoré de ella y ella de mí.
Adán y Ariel tomaron sus manos y las entrelazaron.
-Sin embargo, no podíamos estar juntos, ya que quien era nuestro dueño tenía una obsesión con Ariel; era su favorita. Sin embargo, se me ocurrió una idea, una idea que condenaría mi alma a arder en el infierno por toda la eternidad.
(dijo Adán, bastante dolido.)
El hombre vio a su hija y, con una voz algo grave, dijo:
-Por favor, hija, ve a tu habitación. No quiero que escuches esto.
Iliana, al ver la cara de su padre, se asustó, y sin decir una sola palabra se fue a su habitación. Morgan, algo preocupado y mientras trataba de calmarse, preguntó:
-¿Qué fue lo que hizo?
-Sabía que no había forma en la que pudiéramos escapar solos, ya que él había asegurado bien las puertas y cada rincón de su palacio. Y en una de mis noches, pensando qué hacer y si moriría allí, se me ocurrió esa maldita idea. Si no podíamos escapar solos, entonces tenía que crear una situación que nos permitiera escapar.
A nosotros, los esclavos y sirvientas, nos otorgaban un espacio para comer y raciones limitadas, por lo que muchas veces teníamos que compartir.
Así que, durante esos escasos momentos donde estábamos solos, comencé a hablar y a sembrar una idea. No levanté la voz, no mostré emoción; solo dejé que mis palabras se deslizaran como veneno suave en sus mentes ya cansadas.
-¿No lo ven? —susurré, mientras fingía mirar al suelo—. Todo esto, todo el sufrimiento, los años de trabajo duro y las noches sin pan… todo es por culpa de él.
Los hombres y mujeres que me rodeaban, agotados por las largas jornadas, levantaron la vista. Algunos fruncieron el ceño, otros solo me miraron con apatía. Pero seguí, sin perder la calma.
-Él no se preocupa por nosotros. ¿Cuántos de ustedes han perdido a alguien por su simple aburrimiento? ¿Cuántos de sus hijos han sido reclutados para las granjas de esos monstruos?
Un silencio incómodo se apoderó del lugar, y supe que la semilla estaba comenzando a germinar.
-No soy nadie especial —continué, dejando caer una nota de humildad en mi tono—, pero sé que, juntos, somos más fuertes que él. Si nos unimos, podemos terminar con esto. No para mí, ni para ustedes, sino para los que vendrán después de nosotros, por el futuro de sus hijos e hijas, y por el futuro de sus familias. Tenemos que hacer algo.
Los murmullos empezaron. Algunos intercambiaron miradas de duda, otros asintieron lentamente. Era un riesgo, lo sabía, pero no podía darles todo de golpe. Había que dosificar el odio, guiarlo sin que se desbordara.
Ariel, al ser la favorita de él, tenía un lugar especial donde comer ella sola, así que no le dije sobre mi plan hasta el día en el que se llevaría a cabo.
Con los días, las voces crecieron, y mi discurso se volvió más directo. Los hombres y mujeres afilaron herramientas, tomando cualquier cosa que pudieran usar como arma.
La noche que llegó la revuelta, justamente esa noche él iba a partir a una reunión muy importante junto a otros zorath, así que esperé a que se fuera, ya que sería el momento perfecto para comenzar con la revuelta. Convencé a todos de atacar las puertas de la casa principal, entrando por el frente, prometiendo que estaría enfrente, liderándolos a todos.
Al no estar él, Ariel pudo ir, como nosotros, a donde comíamos. Yo le dije que no dijera nada, que no preguntara nada, que simplemente se callara y me siguiera.
La miré. Había preocupación en sus ojos, así que solo pude decirle:
-No tenemos opción. Esta es nuestra única salida.
Así que todo finalmente comenzó. Ordené a todos atacar el frente de la mansión, prometí que volvería, que traería más armas para todos, y ellos confiaron en mí ciegamente. Así que, cuando inició el ataque, todos los guardias fueron al frente a acabar con todos. Yo tomé a Ariel y huí con ella, mientras detrás se escuchaban los alaridos de dolor y las súplicas de todos esos hombres y mujeres que habían confiado en mí. Yo solo pude pedir perdón una y otra vez en mi mente, mientras las lágrimas salían de mi rostro y corría lo más rápido que podía junto a Ariel. Y así logramos escapar.
Huimos desde el reino de los Zoldath de orejas largas, Nythrindor, hasta aquí. Llegamos a este bosque y nos asentamos aquí. Esa es la razón del por qué no estamos esclavizados y por qué podemos vivir "libres".
Morgan empezó a ver de manera muy seria a Adán por dicha historia, ya que lo que él había hecho le parecía un acto repugnante.
-Ese es mi pecado.
(dijo Adán, dolido )
Morgan dio un gran suspiro para contener su molestia.
-¿Y qué le pasó a tu brazo?
-¿Esto?.
(dijo Adán, viendo su brazo faltante.)
-¿Quieres saber por qué me falta un brazo? Bueno, lo corté yo mismo.
El silencio cayó entre ambos, pero Adán no terminó ahí.
-Convencí a hombres y mujeres de que podían ser libres, de que podían vencer a uno de esos monstruos. Les di discursos, les prometí esperanza, pero todo era mentira. Solo los usé. Mientras ellos caían, Ariel y yo escapábamos entre el caos.
Adán se detuvo un momento, tragó saliva y continuó.
-Sus gritos aún me persiguen. Cada vez que cierro los ojos, veo sus rostros. Ese brazo… era el que alzaba para guiar a la muerte, el que firmó su sentencia. No podía soportarlo más. Así que lo corté. Es curioso, ¿sabes? Me deshice del brazo, pero la culpa sigue aquí.
(dijo Adán, tocándose el pecho)
-No hay cuchillo que pueda cortar eso, ni hechizo que pueda borrar lo que hice. Así que esto me ayuda a no olvidar lo que hice, a no olvidar todas esas vidas que sacrifiqué por mi egoísmo.
Morgan comenzó a debatir en su interior si lo que el hombre había hecho era algo imperdonable o si culpar a esos "zorath" por haberlo llevado a cometer un acto tan atroz.
-¿Qué clase de mundo es este?
Fin del capítulo
Próximo capítulo: Aztlan.