Chapter 8 - Aztlán ( cap 8 )

Por primera vez en mucho tiempo, Morgan sintió ira. Ya había pasado mucho tiempo desde que él se había sentido de esa manera, y todo era por la historia que recién había escuchado. Adán y su esposa notaron al instante el cambio de temperamento que había tenido Morgan; el aire se sentía pesado, y se pusieron alerta. Mientras tanto, Morgan estaba pensando en qué hacer, cómo debía reaccionar.

Mientras tanto, Ariel se acercaba lentamente a un cuchillo que había dejado cerca de donde lavaba los platos. Morgan notó esto y dio un gran suspiro.

—Entiendo lo que hiciste, estuvo mal, muy mal. Sin embargo, yo no soy nadie para recriminarte por tus actos.

(dijo Morgan con una cara muy seria)

—Dime, ¿te arrepientes de lo que hiciste?.

(dijo Morgan con un tono algo frío)

Adán bajó la cabeza, comenzando a sudar. Él volteó a ver a Ariel y también vio que Iliana estaba viendo todo detrás de la pared, asomando su cabeza, y con algo de pesar, Adán respondió:

-No.

Al decir esto, el ambiente se puso aún más tenso y Morgan se notaba más molesto. Ariel tomó el cuchillo y lo apretó con fuerza. Ambos se sentían amenazados, sintiendo un peligro inminente emanando de Morgan.

Morgan se levantó golpeando la mesa con fuerza y, con una voz bastante gruesa, dijo:

—Voy a salir un momento.

Morgan se dio la vuelta y salió de la casa, comenzando a caminar. Él estaba molesto, realmente molesto. No podía creer lo que había hecho Adán; era un acto horroroso ante sus ojos, algo imperdonable. Pero aún no arrepentirse en absoluto por sus actos, Morgan no sabía qué hacer, qué pensar. A su vez, se preguntaba a sí mismo a quién debía culpar por la brutalidad de esos actos: si a Adán por cometerlos, o a quienes lo forzaron de manera indirecta a cometerlos.

Después de caminar un rato, Morgan se adentró mucho en el bosque. Él encontró una roca y se sentó en ella a pensar qué debía hacer, a quién debía culpar, cómo debería actuar ante Adán ahora en adelante.

—Ahh, padre, me gustaría que me dijeras qué hacer

(dijo Morgan mirando al cielo de forma melancólica)

Escuchó cómo algunas ramas se rompieron detrás de él y volteó la cabeza rápidamente. Pudo ver a Iliana, quien al parecer lo había seguido. Morgan se tranquilizó y le sonrió.

—Oh, ¿me seguiste hasta aquí? .

(dijo Morgan amablemente)

Iliana se acercó a Morgan y se sentó al lado de él.

—¿Qué pasa? ¿Ya no tienes miedo? .

(dijo Morgan confundido)

—No, ya no

(dijo Iliana de manera muy dulce)

—No eres alguien malo, definitivamente no eres malo .

(dijo Iliana alegremente)

—Oh, ¿y qué te hace pensar eso?.

(dijo Morgan a la expectativa de la respuesta de Iliana)

- Escuché todo lo que te dijo mi papá y tú parecías bastante molesto por lo que le sucedió a esas personas. Alguien que se preocupa y se enoja de esa manera por algo que le sucedió a personas que nunca conoció no puede ser malo. Además, eres alguien muy adorable para ser malvado.

(dijo Iliana, haciendo alusión a su forma de ajolote)

Dicha respuesta sorprendió a Morgan, quien, momentos después, se echó a reír. Iliana se quedó viendo fijamente a Morgan, sonriendo. Iliana se levantó de un salto, volteó a ver a Morgan y, con una enorme sonrisa, dijo:

—¿Ves? Esa risa, esa sonrisa, no puede ser de alguien malvado.

Morgan quedó perplejo por unos instantes. Él vio la silueta de su hermana reflejada en Iliana.

—Tú te pareces a ella.

(dijo Morgan algo triste)

Esto confundió a Iliana, quien, con una cara de confusión, preguntó:

—¿A quién?.

Morgan se levantó y le acarició la cabeza a Iliana.

—A alguien muy importante para mí.

Iliana se sorprendió, pero dejó que Morgan siguiera acariciando su cabeza, ya que esto, por alguna extraña razón, le provocaba una paz que no podía describir. Era un toque tan gentil y suave, simplemente era una sensación que no podía describir con palabras. Después de unos instantes, Iliana tomó la mano de Morgan y dijo:

—Ven, déjame mostrarte algo.

Iliana comenzó a adentrarse en el bosque, tomando a Morgan de la mano. Caminaron por un tiempo hasta llegar a un campo de flores moradas. En medio de este campo había una roca. Iliana acercó a Morgan para que viera la roca. Esta tenía tallados varios nombres.

—Lena, Día, Paul, Alex, Yil, Ren —dijo Morgan leyendo los nombres tallados en la roca.

—¿Qué es esto?.

(dijo Morgan sorprendido)

Iliana se acercó a la roca, se inclinó, juntó sus manos y cerró los ojos.

—Mi padre, de vez en cuando, viene aquí y se postra ante esta roca, colocando su cara en el suelo. Y así se mantiene hasta el anochecer, pidiendo perdón una y otra vez, sin parar.

(dijo Iliana mientras rezaba)

—Puede que mi padre no se arrepienta de lo que hizo, pero nunca lo ha olvidado. Nunca ha olvidado los nombres de todas esas personas. No te pido que lo perdones, sino que lo entiendas. Mi padre no habría hecho algo así si no fuera porque ellos lo orillaron a hacerlo.

Iliana se levantó, dándose la vuelta mientras comenzaba a caminar.

—Por favor, piénsalo. Sé que tú lo entenderás.

(dijo Iliana con leve sonrisa)

Morgan no dijo nada y se quedó en silencio, mirando fijamente dicha roca. Mientras tanto, Iliana volvió por donde habían venido y comenzó a caminar de vuelta a casa.

—Sé que él lo entenderá. Él es diferente, él no es como ellos, él no es un monstruo.

(dijo Iliana muy feliz mientras caminaba hacia casa)

—Mamá, papá, ya regres...

Iliana no pudo terminar la frase. Un nudo se formó en su garganta cuando sus ojos captaron la imagen que la dejó paralizada, sin aliento. Su hogar, su refugio, su lugar seguro, estaba en ruinas. La casa que siempre había sido su mundo estaba destruida, arrasada por una fuerza que ni siquiera comprendía. El suelo estaba empapado de sangre, un torrente rojo que impregnaba todo a su alrededor. Y en medio de todo eso, allí estaba él.

Un hombre, una bestia, un monstruo, levantaba a su madre, Ariel, por el cuello, aplastándola con la fuerza de un dios. La escena era tan aterradora, tan despiadada, que el horror se apoderó de Iliana de inmediato.

—A mi dulce Ariel, tanto tiempo buscándote, y finalmente te encontré.

La voz de esa cosa era suave, sedosa, cargada de una malicia que helaba la sangre. Miraba a Ariel con una lujuria repulsiva, como si disfrutara ver su sufrimiento.

—Sabes, sabes... te extrañé mucho, mi dulce Ariel. Dime, ¿por qué te alejaste de mí?

El Zorath apretó más fuerte, disfrutando de cada segundo que le quitaba la vida a la mujer que alguna vez creyó suya. Ariel apenas podía respirar, sus ojos llenos de furia, de rabia, y por un instante, de miedo. Miedo por ella… pero sobre todo, por su hija.

—¡Mamá!

La palabra salió de la garganta de Iliana, quebrada por las lágrimas y el terror. En ese mismo instante, Ariel la miró. Solo por un segundo, pero fue suficiente. Su mirada decía todo: Corre. Vete. No te acerques.

Él, al darse cuenta del gesto, giró su cabeza con rapidez. Su mirada se clavó en Iliana, y una sonrisa grotesca se formó en su rostro.

—Pero miren qué tenemos aquí...

Iliana comenzó a temblar, sus piernas casi no respondían. Frente a ella, el ser del que sus padres le habían hablado tantas veces, el ser que habita en las pesadillas, se encontraba ahora en toda su horrible magnificencia. Un Zorath elegante, con ropas verdes y adornos de oro, alto, con la piel de un blanco fantasmal. Sus orejas eran largas, casi antinaturales. Su cabello negro como la noche caía sobre su rostro, y sus ojos anaranjados brillaban con una maldad que parecía devorar el aire a su alrededor.

Iliana levantó las manos, temblorosas, como si al menos intentar enfrentarse a él le diera algo de valor.

El Zorath la miró, y con una risa perversa, lanzó a Ariel con fuerza. El cuerpo de su madre impactó contra un árbol, cayendo al suelo de manera brutal. Sin prisa, el Zorath comenzó a caminar hacia Iliana, que, aterrada, intentaba reunir fuerzas para enfrentarlo.

—Ahhh... tan hermosa. Tan hermosa eres, igual a ella. Tan dulce... te quiero, te deseo...

( Dijo el zorath lleno de perversidad y lujuria )

Cada palabra que salía de su boca estaba impregnada de un veneno repugnante, una necesidad oscura que hacía que Iliana quisiera vomitar solo con escucharla. Pero lo peor aún estaba por llegar.

—Déjanos en paz. ¡Déjanos en paz, monstruo!

Iliana gritó con furia, pero las lágrimas no dejaban de caer. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía luchar contra algo tan monstruoso?

En ese momento, se escuchó una voz débil pero poderosa, una voz que la llenó de desesperación.

—Iliana... vete de aquí. Ve con Morgan y huye de aquí.

Era Adán, su padre, malherido y recostado contra un árbol, cubierto de sangre.

—¿Papá?

( Dijo Iliana con lágrimas en los ojos )

El miedo más puro se apoderó de Iliana al verlo en ese estado. ¡¿Qué le había hecho ese monstruo?!

—¿Qué le has hecho a mi padre?!.

(dijo Iliana llena de furia y rabia)

El Zorath soltó una risa cruel, fría.

—Él se atrevió a robarme a mi dulce Ariel. Pero lo peor es que esa maldita basura se atrevió a mancharla... Algo así debía ser castigado. ¿No lo crees?.

(dijo el Zorath de manera diabólica)

Iliana lo miraba con rabia, pero también con impotencia. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel? ¿Tan despiadado?

—Y su castigo... no ha terminado aún. Oh, se me ocurren mil cosas que podré hacer con él. Mi corazón se acelera solo de pensar en todo lo que puedo hacerle.

(dijo el Zorath emocionado)

Con las manos abiertas hacia el cielo, Zorath se regocijaba, mientras su mirada regresaba a Iliana, como si todo fuera un juego para él.

—¡MONSTRUO!

(gritó Iliana furiosa).

Iliana, llena de rabia, sintió que algo se encendía dentro de ella. Con fuerza, levantó las manos, y un pequeño destello surgió de sus palmas. Un fuego comenzó a arder, intenso, brillante.

—¡FLAMMAROS!.

(gritó Iliana con todas sus fuerzas)

La llama salió disparada hacia el Zorath, que, por un momento, se quedó inmóvil. La explosión de fuego iluminó todo el lugar, dejando una nube de polvo tras de sí. Iliana esperaba ver al monstruo quemado, pero cuando el polvo se disipó, la aterradora verdad se reveló: el Zorath estaba allí, completamente ileso.

—¿Aún siguen usando ese poder tan primitivo?.

(dijo el Zorath decepcionado)

La decepción en su voz era palpable. Con un chasquido de dedos, las raíces del suelo se levantaron, sujetando a Iliana con una fuerza aplastante. El Zorath se acercó a ella, su mirada inspeccionando cada parte de su cuerpo con una fascinación morbosa.

—Tú eres una niña muy mala, Iliana. Y me aseguraré de educarte muy bien...

(dijo el Zorath de manera perversa y lujuriosa)

Chasqueó los dedos nuevamente. Los árboles a su alrededor comenzaron a moverse, levantándose del suelo y entrelazándose, formando un gigantesco monstruo hecho de madera. Iliana miraba con horror cómo el árbol monstruoso se alzaba, un ser de tamaño colosal, mientras Ariel y Adán estaban debajo de sus brazos imponentes sin poder hacer nada.

—Es una pena... Quería jugar con él un poco más, pero debo enseñarte una lección, mi niña traviesa. Lo siento, mi dulce Ariel, pero no te preocupes, cuidaré muy bien de ella.

(dijo el Zorath de manera macabra)

El Zorath tocó el cuerpo de Iliana, frotándolo de una manera repugnante, oliéndolo, lamiéndolo. Cada toque, cada lamida era una violación de la dignidad humana. Era una escena simplemente repugnante.

—No te preocupes, mi dulce Iliana, te voy a cuidar... muy, muy bien.

(dijo el Zorath mientras lamía la cara de Iliana)

—¡Detente, por favor! ¡Ayúdenme, por favor!.

(Grito Iliana mientras lloraba desconsoladamente)

—Es hora de irnos, mi dulce Iliana. Mucha diversión nos espera...

(dijo el Zorath con esa sonrisa macabra)

Con otro chasquido de sus dedos, Adán comenzó a arrastrarse, acercándose a Ariel. La cámara lenta de sus movimientos solo aumentaba la agonía. Iliana podía ver cómo los brazos del monstruo se acercaban, listos para aplastar a sus padres.

—Ah... con que esto... este es el castigo que me esperaba por lo que hice...

(dijo Adán aceptando su destino)

La voz de Adán se desvaneció mientras los brazos del monstruo caían sobre ellos. El impacto fue devastador. Un temblor recorrió la tierra. Iliana, rota, lloraba desconsoladamente, completamente perdida.

—No te preocupes, mi dulce Iliana... Ahora que solo estamos tú y yo, podremos pasarla muy bien, todo lo que queramos...

Pero antes de que Zorath terminara de enunciar sus palabras, algo cambió en el aire. Un estremecimiento recorrió el ambiente, y de repente, Zorath sintió una presión, algo que lo desconcertó.

En el lugar donde antes estaban Ariel y Adán, un hombre apareció, sosteniendo con fuerza los brazos del monstruo hecho de árboles.

-¿Qué demonios...?

( Dijo el Zorath, confundido. )

El ser que se levantaba frente a él estaba cubierto de una armadura rosada, la cual recorría todo su cuerpo hasta su cola. Unos cuernos en su cabeza se formaron, y su rostro, apenas visible, era un remolino de furia. Sus ojos, de un rosado profundo con toques de negro, brillaban con una intensidad feroz y penetrante. Un escalofrío recorrió la espina de Zorath, sintiendo por primera vez en su vida el verdadero peligro.

Con voz imponente, el hombre, cuya presencia era casi divina, pronunció, llenando el aire de una energía imparable:

- Aztlan, primera representación... Emperador del ciclo.

Fin del capítulo.

Próximo capítulo:Scarabaeus sacer.