Narrador :
El abuelo y la niña se dedicaban a practicar lo más esencial cuando se trataba de usar las dagas: caminar y correr. La niña, al ser tan pequeña, se cansaba con facilidad, lo que frustraba al abuelo. Sin embargo, él entendía que aún era solo una niña. El abuelo tenía una visión algo tradicional y machista sobre los roles de género, creyendo que los hombres deben ir a la guerra o trabajar, mientras que las mujeres deberían cuidar el hogar y a los hijos. Cuando descubrió que su nieta era digna de portar las dagas, su ego se resintió, ya que durante gran parte de su vida había anhelado ser él el "elegido".
Pasaron los meses, ocho para ser exactos, y el abuelo permitió que la niña hiciera cosas propias de su edad, como jugar, educarse en escritura y otras actividades típicas de un niño en edad preescolar. Aunque era consciente de que el cuerpo de un infante se fatiga con rapidez, sabía que su mente podía aprender eficientemente. Por eso, le enseñaba varios libros relacionados con el mundo en el que vivían. La niña vivía bastante atareada, con solo cuatro años, pero siempre empujada al límite. El abuelo no quería que la niña se desgastara mentalmente, por lo que la protegía en ese aspecto. Para él, quien lograra portar las dagas sería como un dios.
El conocimiento de las dagas fue transmitido el 7 de marzo, y si sumamos los ocho meses transcurridos, nos encontramos en noviembre del año 900, En ese tiempo, la niña se dedicaba también a competir con el abuelo para ver quién era más rápido corriendo. Siempre perdía, pero a veces el abuelo se dejaba ganar. Corrían en un campo de tierra para evitar lesiones y para hacer que le costara más a la niña.
Finalmente, el abuelo consideró que ya era hora de que la niña aprendiera otras habilidades importantes, por lo que decidió presentarle otros tutores especializados en combate.
Era el 15 de noviembre, alrededor de las 9 de la mañana. El sol brillaba intensamente, iluminando los pasillos de la vieja mansión. Una niña fue llamada al salón principal, donde la esperaban su abuelo y tres individuos que, según él, serían sus nuevos tutores.
En el centro del salón, se encontraban:
Un maestro de armas, de mirada fría y semblante serio.Un maestro de artes marciales, cuyo porte fuerte irradiaba confianza.Una maestra de resistencia, de aspecto delgado y de una sonrisa amable.
Al verla entrar, los tres maestros intercambiaron miradas de sorpresa. La niña era pequeña, con un aire infantil que contrastaba con la idea de entrenamiento intenso.
—Bueno, ahí la tienen —dijo el abuelo con un tono seco.
Los maestros permanecieron en silencio por un momento.
—...
Sin más preámbulos, se presentaron uno por uno. Decidieron turnarse diariamente para enseñarle sus habilidades.
Día 1: Maestro Armas
El primer día comenzó con el maestro Armas. En el patio, le entregó un par de dagas de cartón a la niña.
—Tu especialidad será el ataque furtivo. Debes aprender a ser rápida, precisa y, sobre todo, letal.
La niña ladeó la cabeza con confusión.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir? No entiendo nada.
El maestro suspiró.
—Simple. Tienes que lanzar estos cartones lo más rápido posible y sin que nadie te vea.
—¡Ah! Ya entiendo. —La niña asintió, aunque no parecía estar completamente segura.
—Pero eso será para otra ocasión. Hoy practicaremos combate cuerpo a cuerpo con armas.
Con una sonrisa entusiasta, la niña tomó el cartón en forma de daga e intentó apuñalar como podía. Aunque sus movimientos eran torpes, mostraba un entusiasmo inquebrantable. Así transcurrió el día, entre intentos fallidos y las correcciones del maestro Armas.
Día 2: Maestro Marciales
Al día siguiente, fue el turno del maestro Marciales.
—Niña, ven aquí y pégame. —Esas fueron sus primeras palabras, directas y sin rodeos.
La niña, algo desconcertada, dio un paso al frente y le lanzó un golpe a la pierna. El resultado: se lastimó la mano y casi estalló en lágrimas.
—¿Qué clase de puñetazo fue ese? —Marciales negó con la cabeza y le dio un leve golpecito en la frente.
—¡Ouch! —La niña rompió en llanto mientras se frotaba la frente.
—(acaso el no le ha hecho daño ¿) — marciales piensa sobre el viejo
Observando la escena, un chico que estaba entrenando en la misma sala decidió intervenir. Con una patada dirigida a las rodillas de Marciales, intentó sorprenderlo.
—¿Qué haces? —gruñó Marciales mientras bloqueaba el ataque.
—¿Y tú qué haces lastimando a una niña? —respondió Roy, un niño de siete años con experiencia previa en combate.
Los dos intercambiaron miradas llenas de tensión. Era evidente que no se llevaban bien.
—Solo comprobaba algo, nada más —dijo Marciales con desdén antes de volver su atención a la niña.
—Niña, atácame otra vez.
Con lágrimas en los ojos, la niña se abalanzó hacia él con una extraña determinación. De sus pequeños puños comenzaron a emanar leves chispas de electricidad. Aunque sus golpes eran débiles, su energía llamó la atención del maestro.
—Interesante... —murmuró Marciales para sí mismo.
Después de un breve descanso para la niña, Marciales decidió enfrentarse nuevamente a Roy.
—Niño engreído, ven aquí. Me debes una.
Roy corrió hacia él, ejecutando una patada voladora. Sin embargo, Marciales bloqueó el ataque con facilidad y lo lanzó por los aires, haciéndolo aterrizar de forma desastrosa.
—¿Eres tonto o qué? Así no se hace una patada voladora —le regañó y después de eso se abalanzo sobre Roy haciendole una patada voladora
Roy, adolorido y frustrado, se levantó con dificultad.
—¡Ya me voy! Tengo sed. —Dicho esto, salió del lugar sin mirar atrás.
—Jajaja, pobre ratón —rió Marciales antes de volver a la niña.
—Presta atención. Imitaremos algunos movimientos básicos. —Con paciencia, continuó el entrenamiento, decidido a enseñarle.
Narrador :
Marciales y Roy llevan 2 meses entrenando, no solo en duelo también en otras áreas como resistencia técnica etc...
Marciales casi siempre termina ganando, pero las veces que gana Roy son por su mérito, marciales no se deja ganar.
Al día siguiente, la jornada de entrenamiento era diferente. Era el turno de Resistencia, una mujer calva que lucía como una monje de historias antiguas. Su figura, aunque peculiar, emanaba tranquilidad, pero también dejaba entrever una disciplina férrea.
La niña, llena de energía después de un desayuno rápido que consistió en huevo, pan y aguapanela, corrió hacia la sala principal. Ahí la esperaba Resistencia, sentada con una expresión serena.
—Buenos días, señorita. ¿Quieres ir de paseo? —preguntó Resistencia con una sonrisa inesperadamente brillante.
La niña ladeó la cabeza, un poco confundida.
—¿Y el entrenamiento?
—Caminar es divertido —respondió Resistencia con un tono juguetón.
La niña, sin querer darle más vueltas al asunto, se encogió de hombros.
—Vamos a caminar.
Ambas salieron por un sendero de tierra bordeado de hierba mojada. Mientras caminaban, su conversación fluyó en una mezcla de trivialidades y reflexiones absurdas.
—¿Qué desayunaste? —preguntó Resistencia mientras estiraba los brazos al caminar.
—Huevo, pan y aguapanela —respondió la niña, soltando una risita al final.
—¿Supo rico?
—Yep.
—¿Qué piensas del pasto? —preguntó Resistencia, deteniéndose un momento para mirar el suelo.
—Es verde… y está mojado.
Resistencia soltó una risa suave.
—Yep.
La niña la miró de reojo con curiosidad.
—¿Eres mujer?
La pregunta tomó a Resistencia por sorpresa.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque no tienes pelo.
Resistencia suspiró, pero no perdió su buen humor.
—Las mujeres también podemos estar calvas, ¿sabes? ¿Quieres estar calva también? —preguntó con un tono burlesco, inclinándose hacia la niña.
—No —respondió la niña, indiferente.
Resistencia estalló en risas, y así continuaron hablando tonterías mientras avanzaban por el sendero.
Eventualmente, llegaron a su destino: unas escaleras de piedra que ascendían hacia una cueva. Cada escalón parecía prometer una lucha contra la gravedad.
—Escaleras… —murmuró la niña con un dejo de resignación.
—Vas a subirlas —dijo Resistencia con una sonrisa desafiante.
—Si me canso, me cargas —afirmó la niña sin dudar.
—Puedo esperarte mientras descansas —respondió Resistencia, ignorando la afirmación de la niña con una sonrisa radiante.
La niña la miró con una expresión de que estoy acá.
El entrenamiento era sencillo: subir y bajar esas escaleras cada vez que puedas . Para una persona normal, el ascenso tomaría unos diez minutos, pero para la niña, era un desafío monumental.
—Este será tu ejercicio diario… por ahora —dijo Resistencia con un tono despreocupado.
La niña rodó los ojos, pero empezó a subir.
Narrador:
En este mundo, la mejora personal no era solo física; cada esfuerzo contribuía al desarrollo de estadísticas como en un juego de rol. Con cada jornada, la niña ganaba puntos en velocidad de movimiento y agilidad, habilidades esenciales para sobrevivir en situaciones de peligro. Al final de cada mes, los líderes de los clanes podían ver las estadísticas de sus subordinados, evaluando sus avances y limitaciones.
Por supuesto, existían ítems que podían romper esos límites, potenciando atributos específicos. Por ejemplo, una espada mágica podía aumentar el daño físico, mientras que el daño crítico dependía de la suerte y objetos especiales.
El entrenamiento con Resistencia no era una excepción. Aunque parecía simple, subir esas escaleras fortalecía no solo el cuerpo, sino también la mente. Cuatro meses de esta rutina pasaron en un abrir y cerrar de ojos, aunque cada paso quedó grabado en la memoria de la niña.
En este mundo hay estadisticas como un mmorpg se tratara ATK PA, MA, DEF PA, MA, daño critco, move speed y bloqueo
En el entrenamiento la niña va ganando puntos que van mejorando sus stats, en move speed y la agilidad para poder moverse rápido en situaciones de combate
Al final de cada mes se puede visualizar cuanto a aumentado en stats el líder de cada clan tiene la capacidad de ver las stats de sus subordinados .
Bueh lo que quiero decir es que el viejo puede los 30 de cada mes ver numeritos
Esas stats se mejoran con el entrenamiento diario con sus respectivos limites obviamente, en este mundo hay ítems que potencias dichas stats rompiendo esos limites
Por ejemplo si consigues una espada que te sube str ganas daño físico.
El daño critico se ve afectado por la misma stat en si multiplicada por el pa o el ma.(el daño critico solo se consigue de ítems)
El daño critico es de suerte tiene un ratio de 10% en todos los humanos como para que no se oneshoteen.
El daño elemental depende del usuario entre mas experiencia tenga el usuario dominio de la misma hará mas daño y también hay técnicas que pegan mas que otras, el daño elemental no ejerce daño sobre el mismo usuario a excepción de ciertas cosas
Esto lo explico ahorita porque no pienso volver a repetirlo -.-
Después de esa explicación de mierda pasaron 4 meses de rutina que da paja explicarlos.
Estaban en noviembre ahora están marzo a unos cuantos días de que la niña cumpla 5 años.
La niña gano mas resistencia para correr, se mueve con mas agilidad , ya tiene nivel principiante en el manejo de dagas de cartón ( de las god chavito), en el combate marcial da y recibe golpes de vez en cuando llora por el dolor, y en resistencia es capaz de subir las escaleras y meditar.
ha empezado a interactuar mas con su elemento rayo (o electricidad solo que rayo suena mas rápido y simple)
Dependiendo de sus emociones y lo intensas que sean las chispas eléctricas salen a la luz
Stats con dagas trueno
atk pa 515
def pa 10
daño critco 100%
move speed 8kmh
las otras stats que no aparecen es porque estan en 0
y bueno ahí sigue la historia
el abuelo pensó que ya era hora de enseñarle el arte de cazar asi que decidio sacar a la niña de su entrenamiento de armas y la llevo al bosque para que caze su primer conejo o lo que sea la verdad.
—Bueno, ya llegó el momento de que veas algo fuera de la rutina. —exclamo el abuelo
Sin decir más, el abuelo tensó la cuerda de su arco, fijando la mirada en un conejo negro a unos siete metros de distancia. Respiró profundo, apuntó y...
¡Fiuuu!
La flecha salió disparada, pero pasó de largo, clavándose en la tierra.
Ambos se quedaron en silencio.
—...
—...
—Otra vez —gruñó el abuelo, intentando mantener la compostura.
Volvió a disparar. Y volvió a fallar.
En el tercer intento, algo cambió. Una corriente eléctrica comenzó a emanar de su cuerpo, chisporroteando a su alrededor. Sus ojos se concentraron con intensidad, y esta vez la flecha salió con fuerza.
¡Boom!
El proyectil impactó directamente en el abdomen del conejo, que cayó al suelo, inmóvil.
La niña lo miró con curiosidad.
—¿Qué le pasó al conejo? ¿Por qué no se mueve?
—Lo maté. —El abuelo respondió con franqueza, mientras bajaba el arco—. Quiero que hagas lo mismo. Lo necesitamos para comer.
La niña ladeó la cabeza.
—¿No sabrá mal?
—Tu madre lo prepara siempre, y siempre sabe bien. Confía en ella.
Con un leve encogimiento de hombros, la niña aceptó el desafío. Tomó un cuchillo, afilado y listo para el trabajo, y se preparó. Inspiró hondo, agudizó su atención, y disparó.
El objeto punzante atravesó al conejo con precisión, pero no fue una muerte inmediata. El pequeño animal aún agonizaba, moviéndose débilmente. El abuelo dio un paso al frente, lo tomó con manos firmes y terminó con su sufrimiento rápidamente.
—¿Qué sientes al hacer esto? —le preguntó mientras limpiaba la hoja de su cuchillo.
La niña bajó la mirada, pensativa.
—Siento tristeza por el conejo.
El abuelo asintió.
—Se ven lindos, ¿verdad?
—Sí.
—Pero esto es parte de la vida. Quiero que caces otro. —Su tono era directo, queriendo comprobar si lo de antes había sido suerte.
La niña, sin decir palabra, se escondió entre los arbustos. Sus movimientos eran sigilosos, casi felinos. Encontró otra presa, apunto y disparó. Esta vez, el impacto fue letal. El conejo cayó sin emitir un solo sonido.
El abuelo la miró sorprendido.
—¿Qué sientes ahora?
—Asco —admitió la niña, arrugando la nariz—. No me gusta ver su sangre.
El abuelo suspiró.
—Es normal. Todos tienen sangre: tú tienes sangre, yo tengo sangre.
—Lo lastimé, y dejó de moverse.
—Murió. Está muerto.
La niña levantó la vista, sus ojos brillando con una pregunta inquietante.
—¿Qué pasaría si hago lo mismo contigo?
El abuelo se quedó inmóvil, parpadeando varias veces antes de soltar una risa nerviosa.
—¿Qué bicho te picó ahora?
—¿Sangrarías? ¿Dejarías de moverte?
El abuelo se arrodilló frente a ella, colocando una mano sobre su hombro.
—Me respetas. Me tienes empatía. Me conoces. Me quieres. Tienes razones para no hacerlo.
La niña frunció el ceño, reflexiva.
—Hmmmm...
El abuelo se levantó con un suspiro cansado.
—Bueno, vámonos a almorzar estos pequeños conejos, ¿te parece?
—¿Podría comérmelos con papitas?
El abuelo soltó una carcajada amarga.
—¡Payasa!
La niña rió con alegría.
—:D
Bueno llegan a la posada y el abuelo le dice a la madre que le prepare el conejo y ella les pregunto qué hacían y él les responde trayendo el almuerzo señora…..