Ya es el dia de su cumpleaños paso 1 año desde que se realizo la ceremonia y su entrenamiento diario.
La tarde era fresca y la casa estaba llena de risas y conversaciones. Alrededor de la mesa, la pequeña familia y algunos amigos se reunían para celebrar el cumpleaños de la niña, quien miraba a todos con ojos brillantes y curiosos.
El abuelo, con una expresión seria pero con su habitual chispa de humor, rompió el silencio:
—Bueno, un año más. ¡Traigan ron, que estoy que me reviento!
Hubo un momento de silencio incómodo.
—Yo también quiero ron —dijo la niña con una sonrisa traviesa.
La madre intervino rápidamente, sonriendo de manera nerviosa mientras le acercaba un vaso de jugo.
—No, cariño. Toma jugo, es más saludable.
La niña hizo un puchero, inflando sus mejillas.
—D:
Marciales, que parecía estar ahí contra su voluntad, suspiró profundamente.
—¿Por qué estoy aquí? Es mi día libre… debería estar haciendo cosas de día libre… —gruñó, mientras en su mente se imaginaba gastando su quincena en juegos de azar. Miró la mesa y, resignado, añadió—: ¿Me dan un trozo de pastel al menos?
El abuelo lo observó con una ceja alzada.
—Ammm…
Sin esperar respuesta, Marciales tomó su pedazo de pastel mientras el abuelo, nostálgico, miraba a la niña.
—Aún recuerdo cuando eras una pequeñita y apenas podías gatear —dijo con un suspiro.
El padre suspiró y se llevó la mano a la cara.
Armas, el más práctico del grupo, hizo un comentario al margen.
—Jefe, tiene solo cinco años…
La madre suspiró mientras intentaba disimular una sonrisa.
—Ay, Dios…
El abuelo ignoró los comentarios.
—Ahora es capaz de cazar conejos, correr casi tan rápido como yo cuando troto… y ya no se come los mocos.
La niña sonrió pícaramente y extendió un dedo hacia él.
—Abuelo, ¿quieres un moco?
El abuelo la miró con una mezcla de horror y orgullo.
El reparto de regalos
Después de un rato de charlas y risas, todos se sentaron a disfrutar del pastel. Al final, era momento de los regalos.
El abuelo fue el primero en dar el suyo.
—Ten, mi mini arco. Lo usaba cuando era pequeño. Ahora es tuyo —dijo con una sonrisa orgullosa.
La madre frunció el ceño ligeramente, pero no dijo nada.
Armas entregó su regalo con un tono práctico.
—Aquí tienes este sombrero. Te será útil cuando haya mucho sol.
Marciales, con cierta torpeza, le extendió unas vendas.
—Ten… esto… capaz las uses algún día… —murmuró, claramente avergonzado por su improvisación.
Hubo un breve silencio incómodo.
Resistencia, que había estado observando todo con los brazos cruzados, habló.
—Yo ya te regalé algo muy importante.
El abuelo lo miró con escepticismo.
—No vengas con tus mamadas moralistas.
—Págame.
—Resiste más.
Resistencia lo fulminó con la mirada mientras todos se reían.
Finalmente, el padre se puso de pie. Con cierto orgullo, sacó un paquete y lo entregó a la niña.
—Fui a la tienda y compré este traje de marinera. ¿Qué tal? ¿Te gusta?
Todos quedaron sorprendidos. Nadie esperaba que él trajera algo tan pensado y, además, que fuera lo mejor del día.
La madre, sin quedarse atrás, se acercó con su regalo.
—Yo hice esto para ti. Es una bufanda. Puedes usarla cuando haga frío y sentir la calidez de tu madre.
El ambiente se llenó de un cálido silencio.
Roy, que hasta ese momento había estado comiendo tranquilamente, levantó algo envuelto en papel y lo colocó en la mesa frente a la niña.
—Ten, es un pescado. Lo acabo de cazar. Está rico frito.
La niña lo miró emocionada.
—¡Gracias!
De repente, la mayoría de los presentes miraron a Roy con incredulidad, excepto la madre.
—¿Por qué no se me ocurrió? —dijo uno, rompiendo el silencio.
El narrador concluyó con un tono burlón.
—Y así, entre regalos extraños, pastel y palabras sin sentido, la familia tomó una foto para recordar el día.