El vórtice escupió a Ren en un claro del bosque, dejándolo desorientado y maravillado. A su alrededor, la flora y fauna del mundo yokai explotaba en una sinfonía de colores, aromas y sonidos que desafiaban su comprensión. Árboles colosales con hojas de jade se erguían hacia un cielo púrpura, donde islas de roca flotaban como desafiando la gravedad, y cascadas etéreas se precipitaban hacia la nada. Criaturas con formas imposibles, mitad bestia, mitad espíritu, revoloteaban entre las ramas o se escabullían entre la maleza, observándolo con curiosidad.Ren, con la espada divina aún enfundada en su cinturón, se sentía pequeño e indefenso en medio de aquel espectáculo sobrenatural. Recordó las palabras de la Doctora Sato: "Esa espada contiene un poder inmenso, Ren. Un poder que ningún humano ha logrado dominar por completo. Pero tú... tú eres diferente. Tienes el potencial."Apretó la empuñadura de la espada, buscando consuelo en su frío metal. Aún no se sentía capaz de dominar semejante poder, pero la espada le daba una cierta seguridad, una promesa de protección en aquel mundo desconocido. Activó el rastreador dimensional que le había dado Sato, y con paso vacilante, se adentró en el bosque, siguiendo la señal que indicaba la ubicación de Aiko.El camino lo llevó a un arroyo cristalino que serpenteaba entre la vegetación. Mientras se agachaba para beber, un movimiento entre los árboles lo puso en alerta. Una figura femenina emergió de entre las sombras, con la gracia de una felina y la belleza etérea de un espíritu. Era alta y esbelta, con una larga cabellera plateada que caía sobre sus hombros como una cascada lunar, y ojos almendrados de un intenso color ámbar que parecían brillar con luz propia. Vestía un kimono blanco que se abría sugestivamente en el escote y dejaba al descubierto sus largas piernas, y tras ella se movían nueve colas de zorro, blancas como la nieve, que ondulaban con hipnótica elegancia."Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?", ronroneó la mujer con una sonrisa pícara que no ocultaba su naturaleza depredadora. "Un humano. No se ven muchos por estos lares. Y menos con esa..." Sus ojos se posaron en la espada que Ren llevaba al cinto.Ren se irguió, sintiendo la poderosa energía yokai que emanaba de la mujer. Instintivamente, su mano se aferró a la empuñadura de la espada. "Soy Ren", dijo con voz firme, aunque por dentro temblaba. "Estoy buscando a mi hermana. ¿La has visto?"La mujer soltó una risita melodiosa que hizo que a Ren se le erizara la piel. "Tal vez. Pero antes, me gustaría saber qué hace un humano en el mundo yokai. Y qué es eso que llevas en la cintura..."Con movimientos felinos, se acercó a Ren, invadiendo su espacio personal. Ren retrocedió, sintiendo una extraña mezcla de atracción e intimidación. La belleza de la mujer era innegable, pero sus ojos brillaban con una astucia que lo inquietaba."Esta es una espada divina", dijo Ren, desenvainando la espada con un movimiento rápido. La hoja brilló con una luz cegadora, haciendo retroceder a la mujer con un gesto de sorpresa."¿Una espada divina?", exclamó la mujer con una carcajada burlona. "Oh, querido humano, ¿de verdad crees en esos cuentos de viejas? Las espadas divinas se perdieron hace mil años, en la Gran Batalla entre los Dioses. Los únicos que pueden portarlas son los propios Dioses, y tú... bueno, digamos que no tienes el aspecto de un Dios."Ren frunció el ceño, ofendido. "Esta espada es real", insistió. "Me la dio..." dudó un instante, sin saber si debía revelar la existencia de la Doctora Sato. "Me la dio una persona muy poderosa."Kiko arqueó una ceja, divertida. "Ya veo... una persona 'muy poderosa'. ¿Y qué se supone que hace esta 'espada divina'?", preguntó con sarcasmo. "¿Te convierte en invencible? ¿Te permite volar? ¿O quizás te concede deseos?""Aún no lo sé", admitió Ren. "Pero puedo sentir su poder. Es... inmenso."Kiko se acercó de nuevo a Ren, con una sonrisa seductora. "Entonces demuéstramelo", susurró, rozando su brazo con la suya. "Úsala para defenderte."Un escalofrío recorrió la espalda de Ren. La sonrisa de Kiko se había desvanecido, reemplazada por una expresión fría y cruel. Sus ojos brillaban con una intensidad inquietante."Engañarte?", susurró Kiko con voz gélida. "No seas tonto. Eres mío ahora, humano. Y no permitiré que nadie te aleje de mí."Antes de que Ren pudiera reaccionar, Kiko se abalanzó sobre él con la velocidad del rayo. Sus nueve colas se extendieron como látigos, azotando el aire con una fuerza brutal. Ren apenas tuvo tiempo de levantar la espada para bloquear el ataque. El impacto lo hizo retroceder varios pasos, y sintió que la fuerza de la yokai era abrumadora.Kiko lo atacaba sin piedad, sus colas se movían con una precisión letal, buscando cualquier abertura en su defensa. Ren se defendía como podía, pero la velocidad y la fuerza de Kiko eran superiores. Sintió que la espada vibraba en sus manos, como si estuviera luchando contra su propia naturaleza, resistiéndose a ser usada por un simple humano."No te resistas, humano", siseó Kiko con una sonrisa sádica. "Cuanto antes aceptes tu destino, menos sufrirás."Una de las colas de Kiko golpeó el brazo de Ren, haciéndole soltar la espada. La yokai se abalanzó sobre él, dispuesta a acabar con la pelea. Ren cerró los ojos, esperando el golpe final.Pero en lugar del golpe mortal, sintió que Kiko lo inmovilizaba contra el suelo, sus nueve colas lo envolvían como serpientes, aprisionándolo. Kiko se inclinó sobre él, su rostro a centímetros del suyo, sus ojos brillando con una mezcla de lujuria y locura."Eres mío", susurró Kiko, su aliento cálido acariciando la mejilla de Ren. "Te pertenezco. Y no dejaré que escapes."Ren forcejeó, intentando liberarse, pero el agarre de Kiko era demasiado fuerte. Sintió que la desesperación se apoderaba de él. ¿Era este su fin?