—¿Cuánto cuesta encargar un cuadro? —preguntó Kael—. Necesito uno que pueda capturar mi proeza.
—Por supuesto, pero te va a costar —respondí.
Kael sonrió, recostándose en su silla con una mirada de autosuficiencia. —Dime tu precio, princesa.
Reí. —Necesitaré algunos materiales, y tu total cooperación durante esas largas y arduas horas de posado.
Felicia resopló desde su asiento. —¿Quieres decir que vas a pasar horas mirándolo?
Kael le lanzó una mirada, imperturbable. —No puede culparse a ella por querer capturar esta perfección. —Se gesticuló a sí mismo dramáticamente, haciéndome reír de nuevo.
—No te halagues tanto —dije, pero mi sonrisa persistió—. Lo haré con una condición.
—¿Y cuál es? —preguntó Kael, inclinándose hacia adelante ahora, intrigado.
Miré a Hades. Estaba en silencio, como siempre, pero su mirada estaba fija en mí, penetrante e indescifrable.
—Quiero pintar al rey también —dije, mi voz firme mientras intentaba traerlo a la conversación.