Hades
Tan rápido como ella me había besado, se apartó, levantándose inmediatamente de la cama. Aún se agarraba el estómago.
—¡Vete! —ordenó—. ¡Vete ahora!
La miré. Ella apretaba los dientes, temblando por el dolor que ahora sacudía su cuerpo. —Rojo...
—¡No me llames así! —exclamó, con los ojos ardientes de desesperación—. Necesito... que te vayas.
Me levanté de la cama, pero no caminé hacia la puerta. —Estás en dolor.
—¡Eso no es asunto tuyo! —gruñó antes de dejar escapar un gemido de dolor, agarrándose el estómago con más fuerza—. Por favor, vete. Necesito estar sola.
—Necesitas ayuda
—No de ti —me cortó, su tono tan filoso como una navaja—. Definitivamente no de...
De repente gritó y cayó al suelo. Se acurrucó en posición fetal, gimiendo de agonía.
Me acerqué a ella. Dándose cuenta de que me aproximaba, intentó alejarse de mí, pero era en vano. Estaba demasiado débil y adolorida, y la levanté fácilmente en mis brazos.