El cielo sobre el pequeño pueblo de San Lorenzo se pintaba de un gris inquietante. Una tormenta que no aparecía en los pronósticos había comenzado a formarse, trayendo consigo un viento frío y una sensación de pesadez que nadie podía explicar. Para Alex, un joven de 17 años, eso solo significaba una cosa: emoción.
Con su vieja bicicleta, recorría los senderos que llevaban al mirador del Cerro del Jaguar. Era su lugar favorito, donde podía lanzarse por las pendientes más empinadas y sentir la adrenalina correr por su cuerpo.
—Un salto más y me voy —se dijo, ajustando el casco.
El estruendo de un trueno resonó a lo lejos mientras Alex descendía a toda velocidad. El mundo a su alrededor se desdibujaba, los árboles y rocas pasaban como sombras, y él solo podía escuchar el sonido de su respiración y el zumbido del viento. Pero justo cuando estaba por alcanzar el final de la pendiente, algo extraño ocurrió.
Un destello de luz verde atravesó el cielo, cayendo al bosque cercano. El impacto fue tan fuerte que sacudió el suelo y lo hizo perder el control de la bicicleta. Alex salió disparado y aterrizó de espaldas en la tierra, mirando atónito hacia el lugar donde había caído el extraño rayo.
—¿Qué demonios fue eso? —murmuró, frotándose el hombro adolorido.
Contra todo instinto de conservación, Alex decidió investigar. Se adentró en el bosque, sintiendo cómo la temperatura parecía descender con cada paso. Cuando llegó al claro donde había caído el rayo, se encontró con algo que no podía explicar.
En el centro del claro había una especie de altar cubierto de inscripciones antiguas, brillando con una luz esmeralda. A su alrededor, el aire parecía vibrar con energía. Sobre el altar, una figura serpenteante hecha de luz y energía comenzaba a tomar forma.
Alex dio un paso atrás, pero la voz que resonó en su mente lo detuvo en seco.
—No temas, joven. Tu destino te ha traído aquí.
—¿Quién... qué eres? —balbuceó Alex, sintiendo que las palabras apenas salían de su boca.
La figura terminó de materializarse: era una serpiente emplumada gigantesca, majestuosa y aterradora al mismo tiempo. Sus ojos dorados lo miraban fijamente, como si pudieran ver a través de su alma.
—Soy Quetzalcóatl, dios de la sabiduría, el viento y la renovación. Y tú, Alex Reyes, has sido elegido para portar mi poder.
Alex retrocedió, negando con la cabeza.
—Debe haber un error. Yo no soy nadie especial.
Quetzalcóatl soltó un sonido que parecía una mezcla entre risa y susurro de viento.
—Los elegidos no son quienes buscan la grandeza, sino quienes tienen el potencial para alcanzarla.
Antes de que Alex pudiera responder, la serpiente se abalanzó sobre él, envolviéndolo en una luz cegadora. En ese momento, sintió como si su cuerpo ardiera desde dentro, como si algo inmenso y poderoso despertara en su interior.
Cuando la luz se desvaneció, Alex estaba de rodillas, jadeando. Su brazo derecho brillaba con un extraño símbolo: una serpiente en espiral rodeando un sol.
—¿Qué... qué me hiciste? —preguntó, tratando de recuperar el aliento.
—Te he dado un fragmento de mi poder. A partir de ahora, eres mi Avatar, mi representante en este mundo. Pero ten cuidado, pues otros como tú también han sido elegidos.
Antes de que Alex pudiera hacer más preguntas, el sonido de ramas rompiéndose llamó su atención. Giró la cabeza justo a tiempo para ver a un hombre emergiendo de las sombras. Vestía una armadura negra con detalles dorados y portaba una espada flamígera.

—Así que tú eres el nuevo Avatar de Quetzalcóatl —dijo el hombre con una sonrisa fría. Su voz era como un gruñido, llena de hostilidad.
—Esto será divertido.
El hombre levantó su espada, y el fuego que la rodeaba iluminó el claro. Alex, todavía confundido y sin saber cómo usar sus nuevos poderes, levantó las manos en un gesto defensivo.
—¡Prepárate, chico! —gritó el hombre, lanzándose hacia él.
La batalla estaba a punto de comenzar, y Alex no tenía idea de cómo sobreviviría.
Fin del Capítulo 1