Capítulo 2: El Fuego y la Serpiente
El claro iluminado por las llamas de la espada parecía un escenario sacado de una pesadilla. Alex, aún arrodillado y jadeando, no podía apartar la mirada del guerrero que se acercaba lentamente. Cada paso suyo hacía crujir las ramas y aumentaba el aura abrasadora que lo rodeaba.
—¿Quién eres tú? —preguntó Alex, intentando mantener la calma a pesar del sudor que empezaba a formarse en su frente.
Kael sonrió, mostrando una confianza casi insultante.
—Soy Kael, Avatar de Inti, el dios del sol. Y tú... solo eres un insecto en mi camino.
Alex retrocedió un paso, su mente trabajando a toda velocidad. Apenas entendía lo que estaba sucediendo: hace unos minutos era un chico normal, y ahora tenía un extraño símbolo en su brazo, una conexión con un dios, y un hombre armado quería matarlo.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —insistió Alex, tratando de ganar tiempo.
Kael levantó su espada flamígera, apuntándola hacia Alex.
—No es personal. Solo necesito eliminar a los demás Avatares para demostrar que soy digno de la gracia de Inti.
Antes de que Alex pudiera responder, Kael se lanzó hacia él. Sus movimientos eran rápidos, como si el fuego mismo lo impulsara. Alex apenas alcanzó a tirarse al suelo para evitar el golpe, pero el calor de la espada lo alcanzó, quemando la manga de su chaqueta.
—¡Muévete, chico! —la voz de Quetzalcóatl resonó en su mente, firme y autoritaria.
—¡Eso intento! —gritó Alex, rodando por el suelo para esquivar otro golpe.
Kael no daba tregua, lanzando cortes y explosiones de fuego que parecían ineludibles. Alex corría, tropezaba y se lanzaba detrás de los árboles, pero incluso estos comenzaban a arder.
—No puedes seguir huyendo. ¡Enfréntame! —rugió Kael, levantando su espada hacia el cielo. Una esfera de fuego comenzó a formarse en la punta, creciendo rápidamente.
Alex sintió su corazón latir con fuerza, el pánico apoderándose de él.
—¡No puedo ganar esto!
—¿Y qué harás entonces, rendirte? —dijo Quetzalcóatl con un tono desafiante.
—¡Usa lo que te he dado! Siente el viento a tu alrededor, conviértelo en tu arma.
Alex cerró los ojos por un momento, intentando calmarse. A su alrededor, las hojas susurraban con una brisa creciente. Cuando abrió los ojos, el símbolo en su brazo comenzó a brillar, y sintió una energía recorrer su cuerpo.
—¡Aquí voy! —exclamó, levantando las manos instintivamente.
Cuando Kael lanzó la esfera de fuego, Alex extendió un brazo, y una ráfaga de viento surgió de su palma, desviando el ataque. La explosión sacudió el claro, pero Alex permaneció firme, su cuerpo rodeado por una leve aura esmeralda.
—¿Eso fue...? —murmuró Kael, sorprendido por la hazaña.
Alex sonrió, sintiendo una chispa de confianza.
—No sé cómo lo hice, pero parece que tengo algo bajo la manga.
Kael se lanzó de nuevo, su espada cubierta en llamas más intensas. Esta vez, Alex no huyó. Recordando las palabras de Quetzalcóatl, comenzó a usar el viento a su favor: desvió golpes, se impulsó hacia los lados y creó una especie de escudo serpenteante que bloqueaba algunos ataques.
El enfrentamiento duró varios minutos, con Alex adaptándose poco a poco a sus habilidades. Sin embargo, Kael seguía teniendo la ventaja. Con un golpe certero, logró derribar a Alex, dejando una quemadura en su hombro.
—Tienes potencial, chico, pero no suficiente. —Kael levantó su espada para dar el golpe final.
En ese momento, una ráfaga de viento mucho más fuerte barrió el claro, empujando a Kael hacia atrás. Alex, aún en el suelo, sintió que su cuerpo actuaba por instinto extendio su brazo y en su mano se formó una lanza con forma de serpiente emplumada. Se levantó, apuntando su lanza recién formada hacia Kael.
—Esto aún no ha terminado.
Kael lo miró, calculando sus posibilidades. Finalmente, bajó su espada y dio un paso atrás.
—Te dejaré vivir por ahora. Quiero ver hasta dónde llegas, Alex de Quetzalcóatl. Pero la próxima vez, no habrá misericordia.
Dicho esto, Kael desapareció entre las llamas, dejando a Alex solo en el claro. Exhausto y confundido, Alex cayó de rodillas.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó, mirando el símbolo en su brazo.
—Esto es solo el comienzo, Alex. Prepárate, porque habrá muchos más como él. —La voz de Quetzalcóatl resonó en su mente, y aunque había un tono de advertencia, también se percibía un toque de orgullo.
Alex miró hacia el cielo nocturno, lleno de estrellas que ahora parecían más distantes que nunca. Había sobrevivido, pero sabía que su vida nunca volvería a ser igual.
Fin del Capítulo 2