— ¿Qué te cuento? — pregunté.— Cómo se conocieron ustedes dos — dijo, limpiando la nieve que se encontraba en la banca —. Antes siéntate, que no crecerás más.Nervioso, me senté a su lado, mirando la nieve del suelo, sin poder parar de temblar. Junté mis manos, dejando un espacio, y las acerqué a mi boca, exhalando con fuerza en estas para que no se congelaran por el frío que aumentaba cada vez más. Aisha me miraba sin poder ocultar su curiosidad hacia mí. Yo solo podía frotar suavemente mis palmas entre sí, echándole la culpa al clima. Todo estaba tranquilo. Solo se escuchaba el viento pasar, dejándonos con escalofríos. Las ramas del gran árbol se movían con fuerza. Unos cuantos autos pasaban a gran velocidad, ocultando el silencio en el que nos encontrábamos. Nuestras respiraciones cada vez se hacían más fuertes. Mi miedo aumentaba cada vez más. Era extraño lo que sentía. No podía describirlo. Tenía más miedo de ser juzgado por ella que de morir.Aisha dijo algo, lo cual no presté atención por estar pensando en cómo debería contar mi pasado, por dónde comenzar, qué evitar y qué palabras cambiar para no ser juzgado fuertemente por ella, aunque sabía que no lo haría. En lo más profundo de mi corazón existía aquella posibilidad de que ella me odiara por aquello que cometí. Era un sentimiento enfermizo el que sentía. Sabía que nada malo pasaría, pero me sentía frágil. Quería salir corriendo, como era habitual en mí. Miles de pensamientos invadieron mi cabeza, en forma de chillidos, los cuales no lograba entender en su totalidad, pero sabía que querían que huyera. Me alisté para correr. Sería difícil por la nieve que cubría toda la ciudad, evitando que lograra correr bien, pero lograría escapar. Sabía que huir solo me llevaría de vuelta al lunes. — Estoy cansado — pensé, mirando al cielo.— La vida es una mierda — dijo Aisha, recostando su cabeza en mi regazo. La miré confundido al notarlo. Ella miró enojada —. ¿Qué, ¿no puedo recostarme? — preguntó, mordiendo una de mis piernas. No sabía qué decir, ni cómo reaccionar. Había quedado en blanco por un minuto, lo cual ella aprovechó para seguir hablando —. No tienes que estar nervioso. Si no me gusta algo de lo que dices, te golpearé hasta que aquello que digas me guste — dijo con una gran sonrisa, la cual hizo temblar todo mi mundo. Aquella sonrisa era diferente a las demás. No entendía por qué, pero me hizo acordar de Leiko. Comencé a reír sin parar —. Amo tu sonrisa — dije sin pensar. Ella me miraba confundida, sin saber qué decir —. Sabes — dije, dejando de reír —. No recuerdo mucho de mi pasado, pero al estar contigo no he parado de pensar en ella...— ¿A quién? — preguntó Aisha con curiosidad.— Leiko — respondí, teniendo un pensamiento fugaz de ella, el cual me hizo sonreír —. Se llevarían bien — dije con confianza.— ¿En serio lo crees? — preguntó Aisha con intriga.— Sí — respondí —. Ella era lo más hermoso... — dije, pero un nudo que se formó en mi garganta no me dejó continuar.— ¿Hermoso? — preguntó Aisha con curiosidad, incitándome con su mirada a continuar, pero la ignoré, borrando la sonrisa que tenía.Continué recordando el pasado, lo cual siempre se me había hecho algo confuso. Lo poco que viene a mi cabeza antes de conocer a Leiko es algo borroso, un lugar oscuro del cual no podía salir sin importar cuánto lo intentara o cuánta ayuda pidiera. Siempre me he preguntado si mis recuerdos son verdaderos o solo son momentos que creé para ser feliz cuando recuerdo. Aunque da igual si son reales o no. Son lo único que es mío. Pero hay un pensamiento que llega a mí cuando trato de dormir. Es un pensamiento del pasado, mucho antes de conocer a Leiko. Es la voz de una mujer que me grita algo, lo cual me provoca ciertos sentimientos que no puedo olvidar. — Tu vida me pertenece a mí y a nadie más — aquellas palabras resuenan en mi cabeza en bucle cada vez que intento avanzar. Pero estas palabras vienen acompañadas de la imagen de una mujer de cabello largo oscuro y ojos cafés, piel morena, la cual, al verla, me provoca dolor y felicidad. Siempre estoy sentado a su lado en silencio, admirando su belleza. En ocasiones ríe, lo cual me genera felicidad, aunque rara vez me mira. Pero cuando lo hace, no logro entenderla...— ¿Sabes quién es esa mujer? — preguntó Aisha.— Mi vecina Khalida, aquella que fue mi primer amor — respondí.— No pensé que te hubieras enamorado — dijo Aisha sorprendida.Yo solté una pequeña risa y dije — Me he enamorado tres veces.— ¿Te vas a enamorar de mí? — preguntó Aisha con un tono de voz burlona.— Ya lo estoy — dije con seriedad. Los dos nos miramos sin decir una sola palabra. Tal vez era algo del destino caprichoso que nos unió bajo esta hermosa nevada —. ¿Qué sientes tú? — pregunté, bajando un poco mi cabeza. A lo cual ella respondió levantando un poco la suya. Los dos nos acercábamos lentamente. Mi corazón se aceleraba a cada segundo que nos encontrábamos más cerca. Ella se encontraba agitada, y los nervios se apoderaban de ambos. Todo parecía pasar en cámara lenta. Al tocarse nuestras narices, los dos empezamos a reír al mismo tiempo, alejando nuestras caras.— Casi me lo creo — dijo Aisha, dejando de reír —. ¿Qué pasó con tu primer amor? — preguntó.Lo cual respondí con una sonrisa — No funcionó — suspiré fuertemente. Me quedé en silencio un par de minutos, recordando lo sucedido —. Todo fue mi culpa. Ahí aprendí que ayudar a alguien puede hacer tanto mal como no hacerlo. ¿Quieres que te cuente lo que pasó o quieres ir a comer? — pregunté, intentando cambiar de tema.— Si no quieres que te dispare, es mejor que cuentes — dijo Aisha seriamente —. Después iremos a comer. Al ver su mirada de loca que ansiaba saber lo que había pasado y sabiendo de lo que era capaz, estaba seguro de que tenía que hablar. Aquellos ojos que nos miraban desde las sombras comenzaron a correr hacia nosotros, emitiendo chillidos. Eran ratas de distintos tamaños y colores que huían de algo, tal vez del pasado o el futuro. Incluso puede que del presente. De la oscuridad también salió un gato callejero, el cual empezó a perseguir a las ratas.— Nunca he sido buena persona — dije hablando del pasado —. Nunca lo he ocultado. Tampoco soy el más inteligente, atractivo o atlético...— No digas eso... — dijo Aisha, haciéndome sentir mejor por un instante —. Estás en lo cierto. Eres feo y tonto, pero no lo digas.Cuando pensaba que la poca autoestima que tenía había sido destrozada, ella lograba destruirla más — nunca dije que fuera feo — refunfuñé, siguiendo hablando del pasado —. Siempre he sido alguien normal, aunque siempre me ha gustado ayudar. No es porque sea alguien bueno, solo quiero hacerlo, pero eso me llevó a cometer muchos errores — dije sin apartar la mirada de las ratas que no paraban de huir del gato —. No recuerdo la fecha exacta, aunque recuerdo que era un día aburrido como siempre. Miraba el cielo a través de la ventana del salón, como hacía con regularidad. Había una voz hablando diversas cosas, pero no lograba entenderla. El azul del cielo me cautivaba. Las nubes, con sus formas infinitas y distintas interpretaciones, se llevaban toda mi atención. Los pájaros volaban y el viento movía las ramas de los árboles, lo cual me parecía más interesante que todo lo que decía aquella voz que en algún momento se calló. Al escuchar un timbre, salí del salón sin rumbo. Mientras esquivaba a las personas que se encontraban en el pasillo, tal vez fue el destino que me hizo chocar con ella, Khalida. Íbamos en diferentes cursos y aunque era la primera vez que la veía, la reconocí de inmediato. Aquella mujer era muy popular en todo el colegio. Tanto hombres como mujeres de mi salón hablaban de su belleza, de su forma de ser, del café de sus ojos, pero sobre todo de su enorme cabello negro, el cual llegaba más allá de su cintura. Era tan hermoso como lo describían, incluso más.— Disculpa — dije, viendo a Khalida levantarse del suelo. En ese instante, sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Todos me miraban con ganas de matarme, mientras murmuraban distintas cosas, las cuales no presté atención por verla a ella. Cruzamos miradas un par de segundos y solo bastó eso para que no pudiera sacármela de la cabeza.— Amor a primera vista — dijo Aisha en voz baja.— No — respondí —. Fue más odio a primera vista — continué hablando del pasado —. Ella se marchó ignorando a las personas que se acercaban a preguntarle si se encontraba bien. En ese momento, aproveché a escabullirme por entre aquellos que iban detrás de ella. Pasó un mes desde aquel día y aún no podía sacármela de la cabeza. Era otra noche que no lograba dormir, así que, como era habitual, salí a caminar. Las calles estaban solas. No había ojos que juzgaran, ni voces que criticaran. Hacía frío y la luna guiaba mi destino una vez más. Después de un rato caminando, llegué a un lugar desconocido para mí. No sabría describirlo, pero Khalida estaba ahí, lo cual me hizo feliz. Su cabello largo se movía con el pasar del viento y sus ojos cafés resaltaban con la luz de la luna. Ella me miró con desprecio desde la cima donde estaba sentada. Yo la miré, apreciando su belleza, y me marché, creyendo que era lo mejor.— ¿Por qué no subiste con ella? — preguntó Aisha.— Por miedo — respondí con total sinceridad —. Tengo hambre, ¿vamos a comer algo? — pregunté.— Termina de contar tu historia y vamos a comer — respondió Aisha, acomodándose en el lugar.Seguí recordando el pasado, viendo al gato jugar con los ratones sin matarlos — Al día siguiente, pasó algo extraño. Me la encontré por los pasillos del colegio. Por un instante, sentí que ella me miró, como si estuviera llamándome. No pude olvidar aquella sensación. Tal vez era un pensamiento equivocado, pero sabía que tenía que ir a verla. Al caer la noche, volví a ser guiado por la luna a mi destino. Al llegar donde ella se encontraba, sentí su mirada desde lo alto. Parecía que me estuviera esperando. Así que subí con dificultad donde se encontraba ella. Me senté a su lado y empecé a apreciar las vistas. Podía ver gran parte de la ciudad y aunque desde abajo el lugar no parecía tan alto, ahora que me encontraba en la cima, me arrepentía de haber subido. Nos quedamos en silencio al pasar de las horas. No sabía qué decir ni qué preguntar, aunque realmente dudaba que ella tuviera interés en hablar. Al amanecer, ella saltó, marchándose sin despedirse. Al verla desaparecer, comencé a bajar con cautela, intentando no caer. Ese mismo día nos volvimos a ver en los pasillos del colegio. Ella me miró de nuevo con aquella mirada, lo cual me hizo saber que quería que nos viéramos esa noche. Sabiendo lo que pasaría, compré una bolsa de papas y algo de tomar para ambos y las empaqué en mi maletín. Nunca había ansiado que la noche llegara, pero ese día contaba los minutos que pasaban lento. La noche llegó y fui guiado por la luna a ese lugar. Al llegar, subí rápidamente donde Khalida, haciéndome a su lado. Nos quedamos en silencio. La noche estaba tranquila, como era habitual. Los dos mirábamos al cielo y aunque sabía qué mirábamos, el mismo parecía que veíamos cosas diferentes — ¿Quieres? — rompiendo el silencio pregunté, sacando las papas y las gaseosas del bolso. Ella aceptó y comenzamos a comer. El tiempo pasó volando y al darme cuenta, ya era hora de que ella se fuera. De un salto bajo, desapareciendo rápidamente. Por mi parte, bajaba con cautela, aunque quería saltar, el miedo no me dejaba. Las cosas siguieron así unas cuantas semanas, donde cada noche nos encontrábamos en aquel extraño lugar, donde nos sentábamos a comer y apreciar la noche, hasta que una trágica noche falté.— ¿Por qué faltaste? — preguntó Aisha angustiada.— Me quedé dormido — respondí.— Pensé que te habías accidentado o algo por el estilo — dijo desilusionada.— ¿Por qué pensarías eso? — pregunté.— Porque dijiste "trágico" — dijo un poco molesta.Con una pequeña risa burlesca, dije — solo quería darle dramatismo.— Continúa — dijo con un tono de voz serio.Con una sonrisa, continué — Después de haber faltado, aunque nos encontrábamos por los pasillos, Khalida no me volteó a mirar. Cada noche iba a aquel lugar y me quedaba en la parte de abajo, esperando que me mirara, pero para ella, había dejado de existir. Así estuve unas cuantas semanas, hasta que un día dejé de ir. Aunque no quería dejar de hacerlo, pensé que era lo mejor. Desde ese momento, dejé de verla por los pasillos del colegio. Las noches, las cuales seguía sin poder dormir, continuaba saliendo mientras le pedía a la luna que me guiara a un lugar diferente. Pasó un mes desde la última vez que la había visto, aún no podía olvidar su rostro. Una noche como cualquiera, empezó a llover y comencé a jugar bajo la lluvia. La luna me miraba "bailar". Me sentía libre, algo que a los ojos del día no podía vivir. Me detuve pensando en ella. Estaba seguro de que se encontraba en aquel lugar — da igual — pensé, acostándome en el suelo. La lluvia pegaba contra mi cara. Me sentía libre, tranquilo. La tristeza quedaba opacada por la sensación de las gotas chocando contra mi piel.— Me estás diciendo que te acostaste en la calle una noche lluviosa... Siempre has sido raro — dijo Aisha, mirándome raro.— No me mires así — dije, sintiéndome mal —. Además, nunca dije que fuera normal. Aunque tú eres la que menos puede hablar.Los dos nos quedamos callados, mirándonos fijamente. Al instante, pensamos lo mismo, sentimos lo mismo, juzgándonos al mismo tiempo — somos raros — dijimos a la vez.— Sigue — dijo Aisha.— Cada vez, la lluvia caía con más fuerza. Los truenos empezaron a escucharse, pero yo seguía acostado en el piso SIN MIEDO A SER JUZGADO POR LOS DEMÁS, hasta que sentí una mirada, la cual me hizo levantar del suelo. Khalida estaba sentada tranquilamente a unos pocos pasos de mí, como si no estuviera lloviendo. Me miró fijamente. Al ver sus ojos, no pude descifrar lo que me quería decir. Solo pude quedarme sentado, viéndola caminar a mi dirección. Me levanté al tenerla al frente mío, como era habitual. No sabía qué decir.— Eres raro — dijo Khalida, rompiendo el silencio —. Te estuve esperando.— ¿Qué? — pregunté, confundido.— Eres mío — dijo Khalida, dejándome confundido.— No... — antes de poder terminar lo que quería decir, me dio un golpe en la cara, partiéndome la nariz rápidamente, me dio un puño en el abdomen con tal fuerza que sentí varios órganos reventar, vomitando sangre. Caí al suelo de espalda y empecé a ver borroso. La lluvia es tan hermosa, tan cálida cuando la ves agonizando...— ¿No quieres ser mío? — preguntó, sentándose en mi regazo.Sin poder hablar, admiraba la luna con nostalgia. No sabía qué decir o hacer. Tal vez esto era lo mejor — Si quiero ser tuyo — respondí agonizando. Ella, al escucharme, sonrió y se acercó a mí, besando mis labios.— Y así fue mi primer beso — le dije con una sonrisa a Aisha, la cual me miraba sorprendida.