Chereads / EN BLANCO: UNA CARTA DE AMOR A LA MUERTE. / Chapter 13 - CAPÍTULO XIII: VERDAD = TRISTEZA.

Chapter 13 - CAPÍTULO XIII: VERDAD = TRISTEZA.

Acepté su invitación al karaoke solo para poder estar a su lado, para ver a aquel hombre por el que me había cambiado. Quería averiguar quién era. Empecé a esperar con ansias que saliera de la tienda, mientras me imaginaba qué clase de hombre era: si era atractivo, más alto, el color de su cabello, sus ojos. En un instante, me dio miedo el simple hecho de imaginar que lo vería y pensaría que es la mejor opción para Kahdalia.Nos sentamos en el andén y empezamos a contar los autos que pasaban. No sabía qué decir; Kahdalia parecía que no quería hablar ni escuchar mi voz. No hacía sol, era una tarde cálida con intenciones de llover. Un hombre caminaba con prisa al otro lado de la acera; al verlo, comencé a divagar, sintiendo envidia de la prisa que llevaba. Empecé a imaginar aquello que lo hacía caminar tan rápido: tal vez quería ir a ver a sus hijos o a su pareja, a su mamá o papá, a ambos si tiene una familia funcional, o simplemente tenía ganas de ir al baño. Daba igual, al final él tenía un lugar al cual ir con prisa.—Los gatos son bonitos —dijo Khalida, rompiendo el silencio con un repentino comentario—. A veces me imagino a los gatos como sentimientos, ya que no los puedo controlar. Cuando intento tocarlos, me arañan haciéndome daño, pero me hacen más daño cuando los gatos toman forma humana, porque me dan miedo...—¿Por qué me dices eso? —pregunté lleno de confusión.—Es porque confío en ti —respondió, agachando la cabeza. Después de unos minutos de silencio, agregó—: No me hagas daño, por favor.En aquel momento no comprendí la magnitud de sus palabras; ahora creo saber su significado.—¿Qué significa? —pregunta Aisha.—Que la iba a traicionar.Alguien salió de la tienda. Una voz de hombre se escuchó mencionando su nombre. Khalida, al escucharlo, se levantó rápidamente dirigiéndose a él. Miré al suelo, intentando mantener la calma, forzando a mis emociones a mantenerse ocultas. Al voltear a mirarlo, un solo pensamiento hizo eco en mi cabeza: —Es mejor que yo —No me faltaba mirarlo a detalle para saberlo. Quería salir corriendo y no volver jamás a verla, pero no podía simplemente irme o inventar una excusa para marcharme. Me repetí varias veces en la cabeza que no quería nada con ella, pero realmente necesitaba estar a su lado, aunque no fuera yo quien la estuviera besando. Khalida nos presentó; él estrechó mi mano con una sonrisa. Parecía carismático, alguien que se gana rápidamente a las personas y se vuelve el líder de su grupo social. Era alto, tenía el cabello pintado de rubio, ojos verdes, parecía que hacía ejercicio.—¿Te encuentras bien? —me preguntó con preocupación al verme distraído—. ¿Quieres que te compre algo? Estás pálido.Negué con la cabeza a su petición. —Quiero irme a casa—, pensé, caminando detrás de los dos.Llegamos al lugar. Aunque no quería aceptarlo, estaba algo emocionado de pasar por primera vez a un lugar del estilo. Kahdalia desapareció de mi vista en algún momento, así que seguí al novio a la sala donde se encontraban sus amigos. Al entrar, de inmediato supe que no pertenecía a aquel lugar. Todos saludaron al novio de Kahdalia; parecían amigos de años por la forma de saludarse. Me alejé de ellos, con miedo de incomodar. La pareja de Kahdalia me tomó del brazo y me jaló hacia él, presentándome como si fuéramos amigos de toda la vida, lo cual mejoró levemente sus caras hacia mí. Me senté apartado de todos, intentando no incomodar. La música era animada, a veces se escuchaba distorsionada, pero no dañaba el ambiente. Khalida llegó al pasar un rato; se le notaba incómoda, pero tenía una gran sonrisa. Saludó a todos desde la distancia con un simple gesto de mano y se sentó en el regazo de su pareja.En la habitación había cuatro mujeres y cinco hombres. Entre las mujeres había una que no logro recordar por más que trato; la veo borrosa, como si estuviera desapareciendo de mis recuerdos, pero mis sentimientos provocados por ella son más fuertes de lo normal. Sobraba en aquel lugar, aunque era algo que había notado. Quise quedarme, aunque dañara el plan original de aquellos tipos.Los hombres estaban intentando hablar con las mujeres, pero eran ignorados por estas sin importar cuántas señales dieran. A veces eran rechazados sutilmente. Aunque quería reírme, no podía, ya que lo más probable es que estaría igual que ellos, siendo despreciado por ellas. Lo que ellas no sabían es que tenía el platino de Bloodborne.Una de las mujeres se levantó a cantar; era aquella que se pierde en mi recuerdo. Al verla, no sentí nada especial, pero por más que intentaba, no podía apartar mi mirada de ella. Por primera vez mi vista se posaba en otra persona que no era Kahdalia. La música comenzó a sonar; la mujer comenzó a mover sus hombros levemente al ritmo de la melodía. Por un instante, mis pensamientos desaparecieron al quedarme profundamente internado en sus movimientos. Hubo un silencio de unos pocos segundos. Mi corazón se detuvo en aquel preciso instante y volvió a latir cuando se escuchó su voz. ¿Cómo describir algo que nunca había sentido antes? No era felicidad ni tranquilidad; era algo superior, algo que me hizo trascender a un estado de éxtasis y paz. Su voz poco a poco se fue desvaneciendo, sacándome de aquel estado. Aplausos se empezaron a escuchar; yo solo podía verla, queriendo que cantara una vez más. —Canta —dije inconscientemente. Todos me miraron. Ella me sonrió; recuerdo lo cálido que me hizo sentir y lo feliz al ver que haría realidad mi petición. Saqué mi teléfono para poder grabar su voz. Cuando empezó a mover su cuerpo, aquella paz volvió a surgir.Salimos al caer la noche. Todos se despidieron de Kahdalia y su novio, ya que iban en dirección contraria a la que se dirigían todos. Me despedí de ellos con un gesto. Por un momento pensé en irme con Khalida, ya que no quería estar con aquellas personas.Comencé a caminar lentamente, guardando distancia como un acosador. No quería meterme en medio de la conquista de aquellos tipos. Reían fuertemente de situaciones que sucedían o comentarios que realizaban. Yo miraba la luna, queriendo que todos ellos voltearan en la próxima esquina, siguiendo un camino diferente al mío. No me gustaba la sensación de estar siguiendo a un grupo en medio de la noche, tampoco la sensación de ser aislado, aunque la segunda me la había buscado yo. Tal vez si hubiera llegado con otra actitud, sonriendo más, saludando a los demás con emoción, existía la posibilidad de que estuviera ahí, riendo con ellos.Al llegar a un semáforo, se detuvieron, comenzando a distribuirse. Cada una de las mujeres sería acompañada por uno de los hombres, ya que cada una vivía en direcciones separadas. Aquellos muchachos estaban viendo con quién quería ir cada uno, mientras las muchachas rezaban que no les tocara el más feo. El semáforo cambió de color; pasé por el lado de ellos, haciendo como que no existían, y empecé a cruzar la calle.—Me voy con él —dijo aquella mujer que había cantado, sujetando mi brazo. Yo la miré y volteé a mirar a los demás. Las demás mujeres estaban sorprendidas al verla tomar aquella decisión; los hombres me fulminaron con la mirada. Sigue caminando, haciendo como si no me importara. Ella me sonrió y me dijo su nombre, el cual no recuerdo.—¿Dónde vives? —pregunté después de caminar unas cuadras.—Por ahí —dijo apuntando a una calle—. Pero todavía no quiero llegar.—¿Qué quieres hacer? —pregunté.—No sé —respondió, comenzando a correr—. Sígueme —dijo jalando mi brazo con una sonrisa.—Sabes que puedo ser un asesino —pregunté en forma de broma.—¿Lo eres? —preguntó.—No lo sé —respondí.—No tienes cara de asesino. Aparte, estoy segura de poder ganarte en una pelea —se quedó pensando unos segundos—. Aparte, yo puedo ser una asesina.—Sí, tienes cara —dije, lo cual la hizo reír.Ella me seguía jalando a un destino incierto; yo no ponía resistencia alguna, realmente cualquier cosa era mejor que estar en casa.—¿Me vas a matar? —pregunté.—Por ahora no —respondió en burla. Soltando mi brazo, se detuvo, volteando a mirarme—. La traes —dijo tocando mi hombro. Empezó a correr sin perder la sonrisa, sin rumbo, bajo la luz de la luna. A veces daba pequeños saltos evitando las líneas del pavimento. Por más que intentaba alcanzarla, no podía. Sentía que el corazón iba a explotar; la falta de aire me estaba consumiendo—. —Eres muy lento —fue lo último que escuche antes de perderla de vista.—Tienes que hacer ejercicio —me dije.Después de un rato pude alcanzarla. Estaba parada en la entrada de un parque, con la mirada fija en algo. —Por fin llegas —dijo sin voltear a verme.—¿Qué miras? —pregunté.—Aquel árbol —dijo, apuntando al medio del parque—. Dicen que si en la cuerda que lo rodea pones un papel, cuando este se caiga te concederá aquello que pusiste en él —concluyó, sacando un bolígrafo y papel de su bolsillo.—¿Siempre llevas eso en tu bolsillo? —pregunté.—Sí, ¿tú no? —preguntó.—No, es raro —dije, confundido.—Raro es que no lleves —respondió—. Date la vuelta, que necesito apoyar en algo para escribir —dijo.Escribió algo, aunque intenté adivinar qué había sido, me fue imposible. Entrando al parque, yo la miraba desde la distancia mientras se alejaba. Al estar frente al árbol, puso el papel y volvió.—¿Por qué no me acompañaste? —preguntó.—¿Tenía que hacerlo? —pregunté.—Sí, tienes que ser un caballero —respondió, dándome un pequeño golpe en el hombro.—Disculpa —pedí, avergonzado.—No lo hagas de nuevo —dijo con una sonrisa.—Bueno —respondí. Miré a aquel enorme árbol y, con curiosidad, pregunté—: ¿Qué decía el papel?—Te lo diré si se hace realidad —dijo, jalándome de la mano.Retomamos nuestra caminata sin rumbo u objetivo. Ambos sabíamos que ninguno de los dos quería llegar a casa. El motivo no importaba, solo necesitábamos la compañía del otro. Nos sentamos en algún lugar de la ciudad. El frío empezó a recorrer nuestros cuerpos y la melancolía se abrió paso.—Quiero tener un refugio de animales —dijo repentinamente al ver un perro sucio, al que se le notaban las costillas—. Quiero cuidar a los perros, gatos, conejos, lo que sea. No quiero que aguanten hambre ni abuso del hombre. Los bañaré, alimentaré y cuidaré. Les daré todo mi amor. Saldremos a pasear todos juntos, ellos no se sentirán solos —dando una pequeña pausa, remató con una pregunta que sería el quiebre de mi vida—: ¿Estarás ahí conmigo?En ese momento solo había una respuesta correcta. —Sí —dije. Ella se puso feliz, tomó su teléfono y abrió la cámara, pegándose a mí.—Mira a la cámara y sonríe —dijo.Miré a la cámara. Sin saber cómo reír, me cuestioné la forma correcta de hacerlo, de expresar la felicidad, algo que normalmente me salía fingir con naturalidad.—El primero de muchos recuerdos. —La forma en la que se expresó fue algo que me impactó. En ese momento le di mi sonrisa más sincera a esa mujer. De pequeño negué aquello que la gente consideraba destino. No me gustaba la idea de estar destinado a algo, me resultaba absurdo que toda mi vida estuviera escrita. Al pasar el tiempo, aquel pensamiento cambió. Quería estar destinado a alguien, a algo, no solo al simple acto de vivir.—Mira la hora, ya podemos irnos a casa —nos levantamos del suelo y empezamos a caminar. Ella iba con felicidad mientras tarareaba una canción. Yo solo podía pensar en lo hermosa que se veía, dando pequeños saltos para evitar las rayas del suelo. El camino se me hizo corto. Al darme cuenta, estábamos en la entrada de su casa. Todas las luces estaban apagadas. Desde la distancia, parecía un lugar lúgubre, pero de cerca era como las demás casas de la zona.—Fue divertido, ¿crees que podríamos salir otro día? —preguntó, sacando las llaves para abrir.Me pasmé. Había sido muy repentina su pregunta. Aunque estaba feliz, no quería que lo notara, así que solo asentí con la cabeza.—Entonces, nos vemos después... ¿verdad? ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.—Sora —respondí.—Es un bonito nombre —dijo, entrando a la casa. La puerta se cerró atrás de ella. Suspiré y una sonrisa se me dibujó por primera vez en mucho tiempo. Estaba realmente feliz. Di media vuelta y empecé a caminar. La puerta se abrió y su voz se hizo presente. —Sora —gritó, lo cual era extraño porque no estaba tan lejos. Volteé a mirarla, sin poder evitar pensar que parecía una telenovela mexicana, lo cual me puso contento—. ¿No gustas pasar a tomar una tacita de café? —preguntó.No podía negarme, aunque quisiera. La forma en la que me miraba simplemente me dominaba. De todas formas, nadie me esperaba en casa. —No será mucha molestia —respondí.Entré a la casa y lo primero que noté fueron las fotos colgadas en todas partes de ella, con su padre, un tipo alto con gafas y cabello negro. La seguí hasta la sala, donde me senté en el mueble. Ella se marchó, dejándome solo viendo la televisión apagada. Me sentía incómodo, sin saber qué hacer. Era la primera vez que estaba en la casa de una mujer. Se escuchaba cómo ella se movía con prisa mientras insultaba al golpearse con algo. Después de un rato apareció con dos vasos en su mano.—Toma —dijo, estirando su mano en la cual sostenía un vaso con hielo y algo que parecía agua.—Gracias —dije, tomando el vaso. Lo acerqué a mi boca y un leve olor entró a mi nariz.—Es vodka —dijo, chocando su vaso con el mío—. Salud —tomó un trago y su cara se transformó en una mueca, la cual me hizo reír. Miré el vaso que se encontraba en mis manos, con miedo y fascinación.—¿Es tu primera vez con licor en tus manos? —preguntó.—Sí —respondí.Mirándome con una sonrisa, se sentó a mi lado. Tomó mi vaso y bebió un poco, colocando su mano suavemente en mi rostro. Veía cómo sus labios se acercaban a los míos. Nuestras bocas se unieron y poco a poco el vodka empezó a pasar a mi boca.—Ese será un primer trago inolvidable —dijo, dándome un beso en el cachete—. Tengo ganas de bailar. Supongo que no sabes.Aún no asimilaba lo sucedido. Era extraño, pero quería sentir su boca una vez más. Tenía que saber si aquel algo que sentí había sido real.—Tierra a Sora —dijo, llamando mi atención. La miré, confundido.—Disculpa —dije, avergonzado.—No pasa nada. ¿Sabes bailar? —preguntó.—No —respondí.Dando otro trago, puso el vaso en la mesa y se levantó. —Ven, te enseño a bailar —dijo, estirando su mano hacia mí. Me puse de pie al tomar su mano, después de dejar mi vaso al lado del suyo. Ella me guio con calma al centro de la sala. Una de mis manos la puso en su cintura, mientras entrelazaba la otra con la suya. Su otra mano la puso en mi hombro. Empezó a moverse lentamente mientras me guiaba. Yo miraba sus pies. Ella empezó a tararear una canción. Bailábamos. Cada tanto me perdía y ella se detenía para volver a empezar. Parábamos para darle un trago a nuestros vasos y seguíamos bailando. A veces levantaba la mirada y lograba ver su sonrisa, la cual me hacía sentir en un cuento.Al pasar un rato, nuestros vasos quedaron vacíos. —¿Quieres más? —preguntó al notarlo.—Sí —respondí.Soltando mi mano, se apartó de mí. Tomó los vasos y se dirigió a la cocina. Estaba un poco mareado, pero me sentía tranquilo, cómodo. Miraba mis manos como si en cualquier momento fuera a despertar. Me senté al creer que me caería. Ella volvió y se sentó a mi lado, pasándome el vaso. Al tenerlo en mis manos, le di un trago y lo puse en la mesa.Empezamos a hablar por horas, sobre cosas sin sentido, sueños, creencias. Nos reíamos de cosas simples y estúpidas. Comenzó a hablarme un poco de su infancia, de que le gustaba correr por los campos con sus padres, que amaba cuando su mamá le leía, lo mucho que extrañaba aquellos días. Una gran tristeza invadió sus ojos. Creí que iba a llorar, pero rápidamente cambió de tema, hablándome del refugio de animales y el tempo que pasaríamos juntos.—Disculpa por hablar mucho —dijo sintiéndose avergonzada.—No me molesta —respondí, dándole un trago a mi vaso.—¿Seguro? —preguntó.—Sí, me gusta tu voz —respondí.—¿Crees en el destino? —preguntó sujetando mi mano.—Quiero creer —respondí mirando sus ojos.—Yo sí creo en él —dijo guiando mi mano en medio de su pecho—. ¿Lo sientes? Es mi corazón latiendo por ti, es algo que nunca había pasado —matándome con su sonrisa, no sabía qué hacer al escuchar sus palabras, mi mente estaba confundida, quería huir, besarla, llorar—. Creo en el destino porque te conocí —dijo terminando de acabar mi ser.Acercándose a mí, me besó una vez más, terminando con una pequeña mordida en mi labio inferior, confirmándome que aquello que sentí antes era real y no mera casualidad. Empezó a desabotonar su camisa, dejando al descubierto su escote.Aparté la mirada por pena —estás borracha, creo que debería irme —dije levantándome sin dejar de ver al suelo.—Mira mi cuerpo y dime si te gusta —dijo tomando mi mano. Volteé a verla quedándome sin palabras. Estaba llena de golpes y cicatrices; me quedé pasmado sin saber qué hacer.—Disculpa, fue muy repentino —dijo tapando su cuerpo con sus manos.—Me encanta —dije al verla alterada. Me acerqué a ella dándole un beso, mis manos se comenzaron a mover por cada cicatriz, cada moretón de su lastimada piel.—Vámonos a cualquier lugar lejos de aquí —susurró en mi oído.—¿Qué respondiste? —preguntó Aisha, alterada por la situación.—¿Tú qué crees? —le pregunté.—Que sí —respondió.—Ojalá le hubiera dicho eso. Le dije que esperara hasta el próximo día para que le pudiera responder.—¿Por qué? —preguntó confundida Aisha.—Sentí que no merecía ser feliz al lado de ella.Al escuchar mi respuesta se puso feliz, algo que al recordarlo... Respiré. Aisha me miraba atenta, sin saber qué hacer. Le sonreí y seguí contándole. Aquellos ojos llenos de ilusión me comprueban que no nací para ser feliz. En ese momento quería decirle que tomara algo, que nos fuéramos ya, ¿a dónde?, no sé, pero seguro seríamos felices. El miedo no me dejó. ¿Y si no me quiere? O ¿me conoce bien y no soy aquella persona que esperaba? Miles de preguntas invadieron mi cabeza. Al darme cuenta, estábamos acostados, mirando al techo, tomándonos de las manos, hablando de cosas que no logro recordar.Me desperté en mi cama feliz por primera vez, no podía olvidar su rostro, su cuerpo, su voz. Mi ropa tenía su olor, no podía olvidar la sensación de sus labios; nada parecía real. Me levanté de la cama y fui directo al baño a ducharme. Abrí la llave, sintiéndome tranquilo al sentir el agua recorrer mi piel. Me quité la ropa mojada, tirándola a un lado de la regadera, tomando una decisión. Salí del baño rápidamente, con lo primero que encontré. En un bolso metí ropa, tomé todo el dinero que tenía y salí de mi casa con intenciones de jamás volver.Todo el camino estuve pensando cómo serían nuestras vidas, si tendríamos hijos, dónde viviríamos, de qué trabajaríamos, entre muchas cosas más. Solo quería llegar, verla, besarla e irnos a cualquier lugar. Después de un rato caminando, por fin pude ver su casa desde la distancia. Había un grupo enorme de personas rodeándola, lo cual me hizo empezar a correr. Al estar lo suficientemente cerca, lo primero que vi fue una cinta de policía rodeando toda la casa. Las personas murmuraban lo sucedido, pero no podía entenderles. La policía evitaba que las personas pasaran e ignoraba las preguntas que les hacía la gente. Me escabullí por medio de la multitud como pude. Al llegar al frente de la multitud, vi la entrada de la casa y, sin miedo, pasé por debajo de la cinta corriendo. Al percatarse de mí, los policías me gritaban que me detuviera. Mientras me perseguían, el corazón me empezó a ir a mil. Todo ante mis ojos pasaba en cámara lenta. Cómo pude, llegué a la entrada de la casa. El miedo se hizo presente fuertemente; mi cuerpo se puso frío y no podía dejar de temblar.Al entrar a la casa, sentimientos invadieron todo mi ser, los cuales no soportaba. Hacía tiempo que no lloraba, que intentaba no sonreír, no estar feliz, o estar triste por causa de alguien más. No quería sentir nada, pero en ese momento me quebré. Todo estaba cubierto de sangre; su cuerpo yacía desnudo en aquel mueble donde habíamos hablado horas antes, donde me había dejado al descubierto su alma, me había permitido tocar su ser, la había visto sonreír, soñar. Me aguanté las ganas de vomitar al ver tan grotesca escena. Salí de la casa, muerto, sin ánimos de nada. Los policías me acompañaban, me hablaban, pero no lograba entender aquello que decían. Pasé la cinta por debajo, todo daba vueltas. Solté la maleta y empecé a caminar sin rumbo hasta que caí desmayado.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Aisha.—Su padre la asesinó a golpes.—¿Por qué lo hizo?—Porque llevó a un hombre a la casa. A veces me pregunto qué hubiera pasado si me hubiera ido esa misma noche con ella. Anhelo despertar de golpe en la mañana, agitado tras saber que todo lo vivido ha sido tan solo una simple pesadilla. Ella se levanta preocupada por mí, me abraza al verme asustado y susurra a mi oído que todo está bien, que ya desperté. Su abrazo es cálido, lleno de preocupación y comprensión, lo cual provocaría que me volviera a quedar dormido en sus brazos. Me levanto al rato, me baño, me visto, hago de comer y salgo a trabajar. Es un trabajo que no me gusta, pero de algo tenemos que vivir. Ella también trabaja en un lugar que no es de su agrado, así que no me puedo quejar. Se mantiene con una sonrisa; sin importar qué tan mal le fue en su día, está dispuesta a ayudarme. Ella siempre está para mí. Al llegar a casa me espera con la comida hecha. Todas las noches nos vamos a dormir juntos a la misma hora. Ella se sube encima de mí, recuesta su cabeza en mi pecho, junta nuestras manos y escucha mi respiración acelerarse, lo cual le causa gracia y felicidad, ya que siempre lo hace y aún me pone nervioso su presencia. La luz de la luna entra por la ventana. Ella comienza a darme besos en el pecho y recorre este lentamente con su lengua. Se sienta arriba de mí acomodándose; su silueta se ve majestuosa, no hay nada más hermoso que ella. Lentamente empieza a mover su cadera mientras sus uñas se clavan en mi pecho. Sus leves gemidos son la música que calma mis pensamientos, permitiéndome olvidar aquel sueño aterrador.—Suena hermoso —dijo Aisha.—Sería lo mejor —dije respirando profundo—. ¿Qué fue lo que viste al ver los ojos del oso? —pregunté.—Un dolor enorme ocasionado por ti —respondió.—¿No viste más?—No.El gato se acercaba con cautela, dejando sus huellas en la nieve. Miré los dedos de mis manos que habían tomado un color negro. Levanté la mirada; el cielo estaba nublado. —Son las doce —pensé viendo pasar el tiempo. Tomé fuerza para mirar de nuevo a los ojos a Aisha. Me daba miedo, pero sabía que todo llegaría a su final.—El oso y tú están sufriendo por mí —el gato se sentó en Aisha, ella dejó de verme a los ojos, pero sabía que estaba desilusionada—. Tu amiga y el novio de Kahlida están en coma por mi culpa.