La anciana, yacía inmóvil en el suelo del vagón, rodeada de un charco de sangre que se expandía lentamente. Sus labios temblaban en un intento por articular una última palabra, pero no había nadie que pudiera escucharla. Su mano arrugada se aferraba con fuerza a su bolso, como si en su interior guardase algún secreto invaluable.
Uno de los mercenario se inclinó con desdén sobre el cuerpo inerte de la anciana y comenzó a revisar sus pertenencias. Sacó con brutalidad el bolso de su mano y lo abrió con impaciencia. Dentro encontró una serie de objetos sin aparente valor: un pañuelo gastado, unas cuantas monedas de plata y una fotografía. Era una imagen borrosa de una joven pareja sonriente, frunció el ceño ante la decepción de no encontrar nada de valor.
En ese mismo intante como un animal enfurecido y cegado por la ira el anciano se abalanzo sobre ellos, decido a morir, sin embango fue demasiado para el, fue golpeado hasta un punto ireconocible y cuando terminaron de jugar con el, uno de ellos lo apunto con el arma
"¡Darius detente! Incluso si lo golpeas, no puedes matarlo, sera una mercancia que nos hara ganar mucho"
Me sentí tan furioso e impotente al mismo tiempo. Sin embargo, solo fueron unos minutos antes de que toda la atención se centrara en mí. Darius sonrió con una descarada confianza y comenzó a acercarse poco a poco.
"¡Espera!"
"¡Marcus! ¿Te vas a meter otra vez?"
"Deja de hacer estupideces y ve a revisar el último vagón. Acabo de escuchar un ruido."
"¿Por qué no vas tú?"
"Porque, de nuevo, vas a estropear la mercancía. ¿Quieres que el jefe se enoje?"
Por un breve instante, observé cómo los párpados de Darius comenzaron a temblar, y sus pasos se hicieron más lentos. Luego, sin decir palabra, dio la vuelta y se dirigió al otro vagón.
Aliviado, dejé escapar un suspiro, pero sabía que me estaba quedando sin opciones. Tenía que actuar, o iba a morir. La dura realidad de este mundo me golpeó de lleno. No tenía tiempo para asustarme ni para llorar por la pobre señora y su esposo.
Sin más opción, comencé a analizar la situación fríamente. Mis manos sudaban, y mi mente trabajaba a toda velocidad, buscando cualquier detalle que pudiera usar a mi favor. El miedo y la desesperación intentaban invadir mis pensamientos, pero los rechazaba con determinación. Sabía que si me dejaba llevar por las emociones, estaría muerto en minutos.
No había espacio para dudar ni para fallar. Miré a mi alrededor, evaluando rápidamente las posibles rutas de escape, pero no veía ninguna que me ofreciera una oportunidad real.
La opción más clara era el arma. Si no podía neutralizarla, todo estaría perdido. Me preguntaba si podría tomarla por sorpresa, tal vez aprovechar un descuido o un momento de distracción. ¿Qué haría si me descubren antes de que pueda moverme? No podía permitir que eso ocurriera. La tensión en mi cuerpo crecía, pero intentaba mantener la calma. Un movimiento en falso y todo se acabaría.
Marcus, un hombre fornido y con una mirada fría y despiadada, se encontraba a pocos metros de mí, Su arma brillaba amenazadoramente a la luz tenue del vagón. Tenía que actuar con inteligencia y rapidez si quería salir vivo de esta situación.
Observé el entorno con más atención. Había poco que pudiera usar a mi favor. Los vagones eran estrechos, y aunque me sentía limitado, no podía permitirme perder de vista el detalle más pequeño. Cada segundo contaba.
Si no hago algo ahora, no tendré otra oportunidad.
Pronto una idea comenzó a formarse en mi mente.
Observé alrededor del vagón, buscando algún objeto que pudiera usar para distraer al terrorista y tomar ventaja de la situación. Mis ojos se posaron en un extintor de incendios que se encontraba en una esquina del vagón.
Con cuidado, me acerqué al extintor y calculé la distancia entre el y yo. Sabía que no podía cometer errores, mi vida dependía de ello. Con un movimiento rápido, agarré el extintor y lo lancé hacia el , desviando su atención por un momento.
Aprovechando la confusión, me lancé sobre él y forcejeamos por el control del arma. Su fuerza era impresionante, pero mi determinación era aún mayor. Con un esfuerzo sobrehumano, logré quitarle el arma y apuntarle directamente a la cabeza.
El terrorista me miró con sorpresa y desprecio en sus ojos.
!Bang!
Sin mediar palabra aprete al gatillo, marcus que tenia un agujero en la frente cayo impotente al suelo,la sangre me salpico el rostro y una sencion desagradable me invadio. Miedo, Naucias, mareo...
Me obligué a recomponerme, aunque mi cuerpo se resistía. Esto no había terminado. No sabía cuántos quedaban, pero estaba claro que, al oír el disparo, Darius no tardaría más de unos minutos en regresar. Tenía que apresurarme, encontrar una solución antes de que fuera demasiado tarde. Cada segundo contaba.
¡Thud! El impacto fue brutal, y el vagón tembló bajo la fuerza del golpe. Al instante, un calor abrasador invadió el espacio, haciendo que el aire se volviera denso.
"¡Qué montón de basura!" gritó la chica que acababa de abrir la puerta del último vagón. Su cabello rojo, como llamas vivas, se agitaba al viento, y su tono de voz, severo, no dejaba lugar a dudas.
Un pensamiento, extraño pero familiar, cruzó mi mente.
en ese momento. Mis ojos se encontraron con los de la chica.
Un pensamiento extraño, pero a la vez familiar, cruzó mi mente en ese momento. Mis ojos se encontraron con los de la chica.
Puaj…
La reconocí al instante y, al mirar más de cerca, noté las sutiles chispas que surgieron de su mirada.
¿Qué hace Amelia Hart aquí?
[....]
Entonces, todo encajó. Los mercenarios no eran más que asesinos, enviados para emboscar a esta chica que, a simple vista, parecía débil. Pero en realidad, era la hija única de uno de los tres gremios más poderosos del mundo: Amanecer. Su padre, Cyrus Hart, un mago de clase SS y uno de los hombres más fuertes del continente.