Siento el sueño pesado, como si no pudiera escapar de aquella extensa noche roleando mi orco en World of Warcraft, como lo hice en cada partida de DotA en warcraft 3, el juego a veces me absorbía, me sentía más en Azeroth, en el increíble Draenor, en el destruido Terrallende, que en la Tierra, aquel mundo soso y frio que me vio nacer.
No, yo era Morkhal Thunderwolf, orco, chamán, poderoso campeón de la Horda, enamorado de su hermosa Azgresh, irrealmente bella, y yo, fuerte y alto, hábil y sagaz, un portador del Trueno y del Fuego, que se volvía un lobo fantasmal para moverse velozmente entre las interminables batallas en el Valle de Alterac, con mis primos Lobo Gelido.
Era todo tan ideal en Azeroth, en el Mundo de Warcraft.
***
Mo… Mor…. Mork, despierta Mork, ¡Morkhal!
¿Quién me llamaba?
Era una voz encantadora y feroz.
Abrí lentamente mis parpados que parecieron una tonelada de pesados, casi cerrados con pegamento.
Los abrí completamente.
La vi a los ojos, la dueña de esa voz, aquellos ojos verdes tan bellos, aquel rostro tan armonioso, una nariz pequeña y chata, una sonrisa amigable, encantadora y salvaje, dos colmillos pequeños se asomaban por sobre sus labios de abajo, su piel era suave, verde, todo dispuesto de tal forma en aquel rostro, que era más bella que cualquier humana que haya visto.
No era humana.
Y la reconocí al instante, era Azgresh.
Entonces yo, ¿no?, si, debía ser Morkhal.