LUNA
En las calles de Bolem, la gran capital del Norte Ártico, un hombre muy alto con una capa ocultando sus rasgos, se deslizaba por las sombras. Aunque su figura imponente no lo hacía exactamente discreto, algo en la forma en que se movía como una criatura letal hacía que todos los que tropezaban en su camino lo evitaran.
Aquellos que lo conocían en términos amistosos lo llamaban Yaren. Mientras que aquellos que fueron lo suficientemente desafortunados como para haberlo adquirido como enemigo lo llamaban Yama, el dios de la muerte.
En las calles, un narrador vicario había montado un puesto que reunía a una multitud de decenas. Con voz fuerte como un látigo, relataba una historia extrañamente peculiar. Y la multitud a su alrededor escuchaba con orejas ansiosas por un buen chisme.
—Se dice que cuando la diosa de la luna ascendió a la luna, nos dejó una promesa... —dijo el narrador.