CAPÍTULO 2 Una noche inolvidable
Al llegar a casa, proveniente de la casa de mi padre, mi suegra me ayuda a abrir la puerta, ya que yo estaba encartada con los libros. Ella notó la rabia en mi rostro, que me consumía por culpa de la mujer de mi padre.
En eso, mi suegra me pregunta:
—¿Estás bien, Ana? ¿Algo te pasó? —pregunta mi suegra.
—Es que fui a casa de mi padre por estos libros, pero me encontré con la oportunista de su esposa que tiene. Si no fuera porque llevaba estos libros en mis manos, juro que la hubiera cogido de las greñas —respondo.
—No debes caer en el juego de esa mujer. Sin modales , tú eres una dama. Ella lo unico que quiere esque tú pierdas los estribos —me dice mi suegra.
—Por eso debo jugar a mi manera. Mis reglas me darán la victoria sobre aquella mujer. No me dejaré vencer tan fácil. Vamos a ver quién de las dos se quedará con la compañía —le afirmo.
—Debes defender lo que por ley es tuyo. Tienes que luchar hasta el final, sin importar el método que uses. Lo que importa es ganar —me aconseja.
Al hablar con mi suegra, pude desahogarme un poco y sacar esa rabia que llevaba dentro. No sé cómo logré contenerme cuando tuve a esa mujer frente a mí, porque si no, la agarro de el pelo y la arrastro por toda la casa.
Dejé de lado esos pensamientos y me dirigí a mis estudio para dedicarme a estudiar para el examen que era la semana que viene. Puse los libros encima de mi escritorio y me dediqué a leer su contenido. Con una libreta que tenía, empecé a tomar apuntes de lo más importante que contenían los libros. Lo que no estaba en los libros, busqué en internet. Llené toda mi habitación con notas era todo un desorden. Caminaba alrededor de mi escritorio y, en momentos, llamaba a Isabel para que me hiciera preguntas de lo que ya me había aprendido. Me estaba dando un poco de dificultad algunos ejercicios, tanto que tuve que buscar tutoriales en YouTube de cómo se hacían. Así pasé el resto de los seis días estudiando. Solo dormía unas pocas horas ya que me acostaba muy tarde y estaba comiendo muy poco. Mis deseos íntimos desaparecieron, y además, sentía las consecuencias de no descansar. Ya sentía mi cuerpo muy agotado sentía que en cualquier momento me iba a desmayar por el esfuerzo que estab haciendo en estos días. Ya había perdido la noción del tiempo; no sabía qué hora era.
Cuando estaba repasando lo último, mi esposo interrumpió en mi estudio con un rostro furioso y alzándome la voz:
—Cariño, son las 11 de la noche. Si sigues aquí, todo este esfuerzo va a ser malo para tu salud. Ya deja de estudiar tanto; descansa un poco —dijo Marcos.
—Lo siento, cariño, por preocuparte, pero debo seguir estudiando, aún me falta mucho por aprender y, además, mañana es el examen —le explico.
—Basta ya. Si no paras de estudiar en este momento, me veré obligado a llevarte a la fuerza a nuestra habitación para que puedas descansar. ¿No ves que si no descansas será desastroso para ti? Todo ese esfuerzo se irá a la basura, ¿lo entiendes? —me dice Marcos.
—Está bien, cariño, voy a parar. Ya feliz —le contesto.
En eso, me doy cuenta de que tiene razón. Ya que mañana es mi examen, tenía que estar muy concentrada; si mi cansancio me afectaba en las pruebas, no me podría concentrar de la mejor manera para enfrentar ese desafío. Por eso me levanto, acomodo un poco mientras él me espera en la puerta del estudio. Sentía un dolor muy fuerte en mi espalda por estar sentada en la misma posición. Mientras camino hacia él, pierdo el equilibrio por culpa del cansancio. Mi esposo reacciona de inmediato, me sostenié en sus brazos para que no me fuera de cara hacia el suelo. En eso, él me carga y me lleva a nuestra recámara, donde me acuesto al lado de la cama donde duermo. Después se dedica a quitarme mis zapatos, dejándolos en el suelo. Luego, se dedica a hacerme un masaje en mis pies, que lo necesitaban Al terminar de hacer eso, se dedicó a quitarme la ropa. Primero, el pantalón; luego, la camisa, dejándome en ropa interior sobre la cama. Cuando pudo, arrojó mi ropa a una de las sillas del cuarto y continuó quitándome la ropa interior, dejándome desnuda a su vista. Lo vi mover la cabeza de un lado a otro, como si sacara de su mente sus pensamientos sucios.
Luego, me dio la espalda y se dirigió al armario, donde sacó mi pijama. Cuando la tuvo en sus manos, se acercó a mí y me ayudó a ponerme la pijama. Cuando terminó, salió del cuarto y, segundos después, regresó con un vaso de agua. De la mesita de noche que estaba a mi lado, sacó una pastilla para el dolor de espalda y me la entregó para calmar el dolor que sentía. Él se acostó a mi lado y yo me acurruqué a su lado hasta quedarme dormida.
Al día siguiente, me desperté y vi que eran las 7:30 de la mañana. Observé que en la mesita de noche había una nota con algo escrito. Me percaté de que era la letra de mi esposo, dándome suerte para mi examen de ingreso a la universidad. En ese momento, me di cuenta de que el examen era hoy; tenía poco más de media hora. "¡Mierda, voy a llegar tarde!",ya que me habían notificado que el examen de ingreso no iba a ser virtual, sino presencial.
Di un salto, me levanté de la cama, quitándome la pijama mientras corría hacia el baño para darme una ducha rápida. Al salir del baño, me puse la ropa y agarré mi bolso. Al salir de mi casa, para mi mala suerte, las vías de la ciudad estaban colapsadas por las obras del metro. Cada tanto, hacía sonar la bocina de mi coche con rabia, ya que apenas avanzaba. Pero el tiempo pasaba muy rápido y, cuando finalmente logré salir del tráfico, aceleré mi coche al límite, pues solo me quedaban unos minutos descanse cunado llegue a la universiada y me baje del coche.
Caminé hacia la portería para obtener información sobre dónde se llevarían a cabo las pruebas de nuevo ingreso.
le pregunté al vigilante.
—Disculpe, señor, ¿me podría informar en qué lado se están llevando las pruebas de nuevo ingreso? —pregunté .
Él me respondió algo titubeante y un poco sonrojado.
—¿Me das tu número de identificación, señora? Así puedo ver en qué aula te toca.
Le entregué mi identificación y, mientras él buscaba en el sistema de la universidad, me di cuenta de que se quedó mirándome. Cuando terminó de buscar, me informó:
—Tu examen se llevará a cabo en la Torre Uno, segundo piso, aula 1. Que tengas un gran día.
Me despedí del vigilante y me dirigí a la Torre Uno de la universidad. Al llegar a la entrada del edificio, me llevé una gran sorpresa al ver mi reflejo en la puerta; me había olvidado de acomodar bien la blusa al salir de casa y no llevaba ropa interior. Fue entonces que entendí por qué el vigilante estaba tan nervioso; había estado mirando mi pecho semi desnudo. Me acomodé la blusa y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie más me hubiera visto.
Tras arreglarme, ingresé, tomé el ascensor hasta el segundo piso y me acerqué al salón 1. Pude ver que ya había mucha gente ocupandos en sus asientos y la maestra me señaló que al fondo del salón estaba mi pupitre, así que me dirigí hacia allí. En el escritorio estaba el folleto con las preguntas y una hoja para las respuestas, además de otra para los ejercicios. Me sorprendí un poco al ver que las preguntas de inicio eran muy fáciles, lo que me hizo pensar que sería pan comido. Pero mi emoción no duró mucho ya que la dificultad de las preguntas iba en aumento.
Conforme pasaban los minutos, seguía sin entender varias preguntas. Los nervios me estaban consumiendo, y había olvidado lo vergonzoso de la entrada con el vigilante. El dolor de cabeza me atormentaba. Cuando algunos empezaron a entregar sus exámenes, sentí una creciente desesperación al ver que solo quedábamos cuatro personas para entregar. Estaba tan sudorosa y nerviosa que no sabía cuánto tiempo me quedaba.
Finalmente, al responder la última pregunta, grité en voz alta:
—¡Por fin terminé!
Todos en el salón se giraron, incluyendo a la maestra, quien me miró con desaprobación desde su escritorio.
—Señora, ¡puede hacer silencio! No todos han terminado su examen —dijo la maestra.
—Lo siento mucho, es que me emocioné —respondí, avergonzada.
—Sí, ya terminaste. Ven y tráeme tu examen —ordenó la maestra.
—¿Y cuándo salen los resultados de estas pruebas, maestra? —pregunté.
—En cinco días, se le estará avisando si pasó o no. Que tengas un gran día. Ya te puedes ir.
Una vez afuera del edificio, un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar lo que había pasado en la mañana. Mis mejillas se pusieron rojas de la vergüenza mientras apresuraba el paso hacia mi coche. Una vez dentro, me relajé un poco, contenta de haber completado las pruebas. Solo faltaba esperar a que me dijeran si había pasado o no. Saqué mi celular de mi bolso y llamé a mi esposo para invitarlo a almorzar juntos.
—Hola, cariño —dije.
—Hola, amor, ¿cómo te fue en el examen? —respondió Marcos.
—Creo que bien, cariño. Te llamaba para ver si podríamos ir a comer algo en este momento. Hace mucho que no salimos los dos solos —le expliqué.
—Corazón, es que no puedo en este momento porque tengo un almuerzo con unos clientes de la constructora. Estoy al norte de la ciudad —me respondió.
Al escuchar que mi esposo no podía por asuntos de su trabajo, me desanimé
Ya habían pasado seis días desde que realicé el examen de ingreso a la universidad. Ese día me encontraba trotando por el parque que está a unas cuadras de mi casa cuando recibí una notificación en mi celular. Al abrir el correo, vi que era de la universidad, informándome que había pasado el examen de ingreso. Di un brinco de felicidad al saber que había logrado mi objetivo. De inmediato dejé de hacer ejercicio y me dirigí a casa para contarles a mi suegra y a mis hijos, quienes estaban en el comedor porque ese día no tenía clases.
Mis hijos, Lian y Mateo, me abrazaron al escuchar la noticia.
En medio de la celebración, mi suegra interrumpió:
—Ana, ¿ya le contaste a mi hijo que pasaste a la universidad? —preguntó.
—No, no lo he hecho. Quería decírselo cuando llegara a casa de su trabajo —respondí.
—Pero Ana, es mejor que se lo digas, ya que a veces llega muy tarde —insistió mi suegra.
En ese momento, mi hijo Mateo intervino:
—Madre, mi abuela tiene razón, es mejor que lo llames. Además, él siempre responde las llamadas si inportar lo ocupadp que este.
Al ver que ambos tenían razón, decidí llamarlo para darle la noticia.
—Hola, amor, ¿estás ocupado? —pregunté.
—Acabo de salir de una reunión de la constructora. Ya te iba a llamar para contarte algo. Cuéntame, ¿pasa algo en la casa? —me respondió Marcos.
—Es que pasé a la universidad, cariño, estoy muy contenta de haber logrado este objetivo —dije emocionada.
—Me alegra mucho, cariño. ¡Hoy tenemos que celebrar eso! —exclamó Marcos.
—Dime, cariño, ¿qué me ibas a contar? —pregunté.
—Te lo cuento en casa, amor. voy a despedirme de mi abuelo —respondió.
Colgué el teléfono y decidí darme un baño, ya que estaba un poco sudada por haber estado trotando en el parque. Disfruté del baño y luego pasé tiempo con mis hijos viendo películas y jugando videojuegos. Les di la tarde libre a los trabajadores de la casa. Al caer la tarde, preparé una cena deliciosa que encantó a todos. Guardé un poco en la nevera para cuando llegara mi esposo.
Luego de terminar de organizar la cocina, me fui a mi cuarto, donde decidí ver una serie para esperar a Marcos. Me había dicho que llegaría temprano. Sin embargo, marcaban casi las 10 y media cuando finalmente entró a nuestro cuarto. Me sorprendió al ver que traía una botella de vino y dos copas.
—Aquí traigo esto para celebrar tu ingreso a la universidad y mi ascenso en la constructora —dijo Marcos.
—¿No me digas que te ascendieron? Estoy muy contenta, amor. ¿Qué puesto te dieron? —pregunté, emocionada.
Lo abracé y lo besé.
—Soy el nuevo presidente de la empresa de mi abuelo —me reveló.
—¿En serio, amor? ¿Y qué pasó con tu tío? —pregunté, intrigada.
—Mi abuelo y los directivos lo destituyeron de su puesto por su mal manejo. Inmediatamente renunció. Pero no hablemos de eso, ¡hay que celebrar estas dos noticias del día de hoy! —dijo Marcos
Mi esposo se dispuso a servir el vino mientras una suave melodía ambientaba nuestro cuarto, creando una atmósfera íntima. A medida que la botella se vaciaba, la temperatura del ambiente iba en aumento. Ya sentía sus caricias sobre mis piernas, acercándome más a él.
Colocando las copas y la botella en la mesita, lo rodeé con mis brazos. Nuestros labios se encontraron en un beso ardiente mientras su mano ascendía por mi pierna, provocando un leve gemido que se escapó de mis labios. Cuando sus dedos llegaron a mi entrepierna, no pude evitar sonreír.
—Ay, cariño, ya estás toda mojadita aquí abajo —comentó Marcos con una chispa en su mirada.
—Tus caricias me hacen mojar demasiado, hazme el amor como tú sabes —respondí, sintiendo cómo su toque me encendía.
Me quitó la tanga y, mientras sus dedos se introducían en mí, gemí más fuerte. Con la otra mano, desató la cinta de mi bata, revelando mis pechos ante su mirada cautivada. La sensación de su respiración en mi cuello hizo que mi cuerpo temblara, y cuando su lengua recorrió mi pezón, un escalofrío me recorrió.
La pasión se intensificó cuando besó mi cuello hasta llegar a mis labios, donde nuestras lenguas danzaban entusiasmadas. Sentí cómo sus dedos salían de mí, subiendo lentamente hasta mis labios, donde los chupé, disfrutando de mi propio sabor.
De pronto, se puso de pie y me indicó que me pusiera de perrito. Miré su rostro, justo frente a su entrepierna, que se marcaba claramente en sus pantalones. Con su mirada intensa, me pidió que le desabotone los pantalones, y al dejarlos caer, sus manos acariciaron mis nalgas.
Con un movimiento ágil, le quité el bóxer, dejándome ver su miembro, tan duro como me gusta. Me acerqué y pasé mi lengua por el grande, provocando un gemido de placer en él. Bajo la lengua por su tronco, sintiendo cómo su cuerpo respondía, y llegué a sus testículos, saboreándolos.
Volviendo a subir, lo miré a los ojos mientras introducía su pene en mi boca.
—Cariño, me encanta cómo me lo chupas —dijo Marcos, perdiéndose en el placer.
Estaba tan concentrada en lo que hacía que no podía responder. Lo metía más profundo, casi ahogándome, hasta que me indicó que me pusiera boca abajo en la cama. Sentí su aliento en mi piel, algo que me hizo estremecer de deseo. Abrió un poco mis piernas, y en un momento sentí su lengua jugar con mi clítoris, llevándome a un estado de excitación absoluta.
Intenté cubrir mis gemidos con mis manos, pero era difícil contenerme. Mis gemidos se volvían más sonoros mientras sentía cómo su lengua entraba en mí, llevándome al borde de un orgasmo. Mis manos se aferraban a las sábanas, y mi cuerpo se estremecía por completo. Cuando sentí un dedo de él jugando con mi ano, supe que iba a perder el control.
Con un impulso, llevé mis manos a su cabeza, presionándolo más contra mi entrepierna. No pude aguantar más y me vine en su boca, mientras mi esposo se deleitaba con mi néctar, asegurándose de no dejar ni una gota.
—Cariño, te viniste más que en otras ocasiones —dijo Marcos, con una sonrisa satisfecha.
Respiré hondo, aún aturdida por el placer.
—Esos movimientos tuyos con tu lengua son imposibles de resistir —respondí, todavía un poco agitada.
Él se puso sobre mí nuevamente, acercando sus labios a los míos. Nos besamos, disfrutando de mi sabor que aún persistía en sus labios. Sentí su miembro rozar mi adornada intimidad y, al dejar de besarme, observé cómo tomaba su miembro con la mano derecha, sobándolo con mi esencia, tan húmeda por el momento.
Un leve gemido escapó de mis labios cuando su miembro abrió camino dentro de mí, haciendo que cubriera mis gemidos con mis manos. Su ritmo de penetración era lento, pero el deslizamiento era fácil, gracias a la lubricación que producía nuestro deseo. Cada vez que lo metía y sacaba, podía sentir sus huevos chocando contra mi cuerpo, mientras mis piernas se posaban sobre su pecho, empujándolo aún más dentro de mí.
No podía contener mis gemidos, que se volvían sonoros y descarados. Su miembro rasgaba suavemente las paredes de mi interior, mientras la necesidad y el deseo me consumían. De repente, se levantó, retirando su miembro, y me indicó que abriera un poco más las piernas. Le respondí llevando mis piernas hacia mis pechos.
Vi cómo se agachaba y, de repente, su miembro entró en mí rápidamente, provocando un pequeño grito de sorpresa por el leve dolor. Aun así, pronto el placer volvió a apoderarse de mí. Su ritmo de penetración se volvió más rápido, llenando la habitación con el sonido de nuestro encuentro.
Éramos como una orquesta de pasión, donde los gemidos y susurros se mezclaban con el sonido del sudor y el roce de nuestros cuerpos. El deseo cerró cualquier pensamiento en mi mente, y nos entregamos a la conexión pura que compartíamos.
Sentí cómo el ritmo de su penetración disminuía, haciéndose más lento, como si quisiera saborear cada instante. Observé su rostro, notando los gestos de placer que hacían su expresión aún más atractiva. Cuando escuché un grunido escaparse de su boca, supe que estaba cerca, y supe que nuestra unión estaría a punto de llegar a su clímax.
El momento llegó. Sentí cómo se venía dentro de mí, llenándome con su esperma caliente. Cuando retiró su miembro, quedó de rodillas sobre la cama. Sin pensarlo, llevé mi mano hacia mi entrepierna. Con un dedo, recogí su esperma mezclado con mi néctar y lo llevé a mi boca, disfrutando del sabor combinado. Era delicioso, una mezcla perfecta de placer compartido
Me senté, en su rostro sentia su satisfacción reflejada en su mirada. Al bajar la vista, vi su miembro, aún con restos de su esperma. Me agaché y pasé la lengua alrededor de su grande, limpiándolo hasta dejarlo completamente limpio. Con cada roce de mi lengua, su miembro se puso duro de inmediato. Miré a mi esposo a los ojos y le pregunté:
—Ay, cariño, ¿de nuevo se te puso dura?
—¿Cómo no se va a poner dura si tus toques lo ponen inquieto? —me respondió, claro el deseo en su voz.
Nos besamos otra vez, nuestras lenguas jugando entre sí mientras el momento se intensificaba. Luego, me pidió que me pusiera de perrito, con la cara hacia la cama. Obediente a las peticiones de mi amo, asumí la posición que él indicó.
Sentí su presencia detrás de mí y le murmuré que me lo metiera. Al sentir su gran pedazo de carne entra en mí, gemí suavemente, disfrutando su tamaño. Esta vez, era yo la que se movía, deslizando mi cadera de atrás hacia adelante en un ritmo sensual. Hice esto unas diez veces, sintiendo cómo se llenaba completamente.
De repente, él me tomó del pelo y continuó con la penetración, aumentando el ritmo. Traté de morder la almohada para contener mis gemidos, dejó que el placer me dominara. Con cada movimieto , la cama temblaba al compás de nuestros cuerpos.
—Cariño, hazlo un poco más suave, o despertarás a todos en la casa —le adverto el entre gemidos.
—Es imposible contenerme cuando te estás dejando llevar así, tan salvaje —respondi.
—Me encanta que seas así —confeso, sintiendo la oleada de placer.
Con eso, él aumentó aún más el ritmo de la penetración, poseyéndome con una pasión arrolladora. Mis gemidos crecían en volumen, y podía sentir cómo mi néctar corría por mis muslos, resultado de los múltiples orgasmos de esa noche.
Marcos susurró que no podía aguantar más, y yo sabía que estaba cerca de tener mi quinto clímax de la noche. Me retiró su miembro justo en el momento en que se venía sobre mi espalda, sintiendo cómo llenaba mi piel con su calor.
Ambos caímos rendidos en la cama, nuestras respiraciones entrelazadas y aceleradas, satisfechos por la entrega de esa noche inolvidable
A cuando estábamos un poco mejor, vimos que la hora eran la 1 de la madrugada. Nos pegamos una ducha donde nos quitamos el sudor. Él me ayudó a aliviarme la espalda. Cuando terminamos de ducharnos, recogimos las sábanas que estaban sucias y las llevamos al cuarto de lavado, donde las dejamos lavar toda la noche. Luego, nos acostamos y quedamos rendidos en la cama. Yo, satisfecha por la gran noche de pasión, donde pude calmar mi deseo.
Al día siguiente, me levanto alrededor de las 8 de la mañana y ya mi esposo se había ido a su trabajo. Me levanto de la cama, me organizo, me pongo una camisa, una chaqueta y una falda ajustada. Mi rostro se notaba en una sonrisa de satisfacción. Salgo de mi cuarto y llego al comedor, donde Isabel me prepara el desayuno. Mi suegra estaba terminando su desayuno. Ella me mira con una sonrisa, así que le pregunto:
—Suegra, ¿pasa algo o estoy mal vestida? —pregunto.
—Lo contrario, Ana, solo que estás muy sonriente. Veo que la noche de ayer fue maravillosa con mi hijo —me dice mi suegra.
—Ay, suegra, no me digas que ayer los despertamos, qué pena —respondo.
—Tranquila, mija, eso es normal. Además, esta es su casa; pueden hacer lo que quieran —me responde mi suegra.
Al terminar el desayuno, me retiro a mi estudio, imprimo la carta de aceptación de la universidad y salgo de casa. Me subo a mi coche rumbo a la empresa de mi padre que se encuentra en el centro de la ciudad para mostrarle que iba a entrar a la universidad