Al llegar a la empresa de mi padre, me quedé un rato afuera, observando el hermoso edificio que había sido inaugurado hace un año. La antigua estructura había sido demolida para dar paso a esta nueva edificación, ya que la empresa de mi padre es una de las más grandes del sector textil en el país y está ampliándose al mercado internacional.
Entré al edificio y tomé el ascensor hasta el último piso, donde se encuentra la presidencia. Al llegar, salí del ascensor y me acerqué a la secretaria de mi padre.
—Hola, ¿sabes si mi padre está en su oficina? —pregunté.
—El presidente no se encuentra en la oficina en estos momentos; está ocupado en una reunión —me respondió la secretaria.
—Lo voy a esperar en su oficina —dije con decisión.
—Lo siento, señora, pero sin permiso del presidente no te puedo dejar pasar a la oficina —insistió ella.
—Voy a esperar en su oficina, ya que él es mi padre. Soy la hija del presidente —reiteré.
—Sin ningún tipo de identificación de la empresa, no puedo dejarte pasar —apuntó la secretaria con firmeza.
—¿Desde cuándo tengo que mostrar carnet en la empresa de mi padre? —exclamé, frustrada.
Justo en ese momento, el señor Óscar salió de la sala de juntas y se dirigió a la secretaria.
—Señorita, ¿cuál es el escándalo aquí que se puede escuchar hasta la sala de juntas? —preguntó el señor Óscar, mirando la situación.
Me di la vuelta para ver al señor Óscar y hablé antes de que la secretaría pudiera explicare.
—Es que no me deja pasar a la oficina de mi padre, señor Óscar —dije.
Él se acercó, me saludó dándome un beso en la mano y le susurró a la secretaria que yo era la hija del presidente. Ella quedó sorprendida, con la boca abierta y visiblemente preocupada. Enseguida, se disculpó y me dejó pasar a la oficina.
Una vez en el despacho de mi padre, murmuré para mí misma, preguntándome por qué será que buscaba secretarías tan jóvenes o si acaso era su nueva amante. Me acerqué a observar por la ventanilla del despacho y disfruté de la hermosa vista de toda la ciudad.
Al rato llega mi padre, quien me saluda con un abrazo y un beso en la mejilla.
—Disculpa a Julia, apenas lleva unas semanas —dice mi padre.
—Lo entiendo, solo que me molesta que sean tan jóvenes, su secretaria —respondo.
—¿Y milagro que vienes a la empresa? ¿Qué te trae por acá? —pregunta mi padre.
—Vine a mostrarte esto, padre —digo.
—¿Y qué es, hija? —me pregunta.
—Solo vea lo que está en el sobre —respondo.
En eso, observo cómo mi padre saca del sobre la carta de ingreso a la universidad. Veo cómo su rostro se emociona al ver lo que contiene, por lo cual me pregunta:
—¿Y para esto eran los libros que sacaste de mi casa sin permiso? ¿Y qué quieres que haga con este papel, hija?
—Los tomé para estudiar para el examen, padre. Tranquilo, no me los voy a robar —respondí.
—Me alegra que hayas entrado a la universidad, pero no entiendo por qué te dieron ganas de ir a la universidad —dice mi padre.
—Sabes cuánto pesa ser una Castillo y, sin un título universitario, ya no quiero ser una carga para nuestra familia. Por eso ingresé a la universidad y hoy vine para que me apoyes en esto —le explico.
—¿Estás diciendo que te tengo que pagar tu universidad? —pregunta él.
—Natalia me hizo una cuenta que será destinada para mis gastos de la universidad. Lo único que te pido es que la empresa me deje realizar las prácticas en este lugar, ya que yo soy la futura dueña de esta compañía —respondo.
—Si eso es lo que quieres, hija, así será, pero con una condición: debes ser la mejor, tal como te fue en tus exámenes de ingreso. No puedes fallar, debes graduarte con honores. Así tendrás un puesto fijo en la empresa —dice mi padre.
Lo miro con una mirada desafiante, aceptando las condiciones que él me propuso.
—Verás, padre, que seré la mejor de mi clase sin importar mi edad.
Ya habían pasado siete días desde que hablé con mi padre sobre mi ingreso a la universidad. Por una parte, estaba muy contenta de que él me apoyara con esto, pero por otra, estaba nerviosa, ya que hoy era mi primer día como universitaria a mis 40 años. Antes de salir de casa, me fijé en que estuviera bien puesta mi ropa; no quería cometer el mismo error que había cometido hace unas semanas con la situación penosa que viví en la portería ese día.
Ese día madrugué muy temprano y salí antes de que mis hijos fueran al colegio porque no quería llegar tarde a mi primer día de clases. Al llegar a la universidad, me asombró ver a tantas personas en la entrada. Cuando iba a ingresar a mi salón, que fue asignado para mi primer día, con solo poner un pie en el aula, casi la mayoría de las personas se levantó, creyendo que era la maestra, pues era obvio ver a una mujer de 40 años entrando al salón. La primera razón que pensaron fue que sería la profesora, y detrás de mí apareció la verdadera maestra, que era más joven que yo, y me indicó que tomara un puesto al fondo. La reacción de mis compañeros de clase cambió a una fría. Mientras caminaba, podía sentir cómo me juzgaban por ser la mayor del grupo.
Me dirigí a uno de los pupitres del fondo, sentándome al lado de un jovencito que podría tener la edad de mi hijo mayor. Tenía una mirada de pocos amigos, pero era guapo, con unos hermosos ojos cafés. Intenté de varias formas acercarme para hacerme su amiga, pero era obvio que nadie de este salón quisiera juntarse con alguien mayor, ya que podría dañar su reputación. Esos pensamientos invaden mi mente. Al poco tiempo, observé que se estaban formando grupos. Entre ellos estaban las chicas que trataban de llamar la atención con su belleza; a su lado estaban los chicos que se creen "malos" junto a la ventana del salón. Estaban el grupito que se creía el mejor de todos, mirando a los demás como si fuéramos plebeyos. Y estaba él y yo al fondo, aunque no estábamos en grupo juntos, éramos rechazados por estas personas. Así sería mi vida universitaria, solitaria, hasta mi graduación. Así fue mi primera semana en la universidad.
En la semana siguiente, casi cometo un accidente en la entrada de la universidad. Casi atropello a mi compañero Alex, quien cruzaba la carretera y no vi por estar distraída en mis pensamientos. Me bajé de mi carro para disculparme con él, pero él se fue de inmediato. Me dirigí lo más rápido posible al salón para disculparme, pero al poner un pie en aquel salón, sentí las miradas dirigidas hacia mí. Podía oír lo que murmuraban: "Es una loca al volante, deberían quitarle la licencia de conducir. Es un peligro". Miré donde estaba Alex, que estaba viendo cosas en su celular y decidí sentarme en otro lado. No quería estar cerca de él porque no tenía el valor de verlo a los ojos.
No pude concentrarme muy bien en las primeras clases. Cuando dieron un receso, ese día no quise salir porque sabía que los ojos de toda la universidad estarían fijos en mí. En los pasillos ya corría el rumor de "la loca al volante". Apreté mis dos manos con fuerza, por la rabia que tenía, esto me pesaba por no estar bien preparada para este desafío. En ese instante, quería renunciar a este sueño, cuando llega alguien, como si fuera un ángel, que pasa y me salva de este infierno. Alzó la mirada y veo a Alex frente a mí, con una sonrisa en su rostro y extendiendo su mano hacia mí.
En ese momento, al ver sus hermosos ojos y esa sonrisa en su rostro, sentí que podía olvidar todo lo malo. Los latidos de mi corazón palpitaba más rápido y mis manos sudaban. Le ofrecí mi mano, y cuando nuestras manos se entrelazaron, me pregunté quién era este chico que me hacía sentir bien, que me hacía olvidar que era una mujer casada y con hijos. Casi no reacciono cuando oí su voz; casi me desmayo. Esto no era yo, era como si volviera a mi juventud.
—No dejes que nadie te vea triste. Eres una mujer muy hermosa, no permitas que te hagan daño —dijo Alex.
Agaché la mirada al suelo y respondí con una voz suave:
—Pero ellos dicen que por estar pensando en mis pensamientos casi te atropello.
—Pero no pasó nada grave. También es culpa mía por estar distraído viendo el celular. Podemos hacer como que esto no pasó y pasar la página —ofreció Alex.
—Eso no es tan fácil. He intentado varias veces pasar página de lo malo, pero no se va —dije.
—Podemos empezar de nuevo escribiendo una nueva página. Te prometo que verás lo fácil que es. Me llamo Alex, para servirte —dijo con una sonrisa.
Las palabras de este joven me hicieron reír un poco y le seguí el juego:
—Gusto en conocerte, Alex. Me llamo Ana, para servirte.
Estuvimos un rato viéndonos, nuestras miradas fijas entre sí. Mi corazón parecía que se me saldría y mi respiración estaba un poco agitada. En ese momento, sentía que el tiempo pasaba más lento. Cuando alguien venía hacia el salón nos separamos, ambos miramos a diferentes lados. Él me cogió de la mano y me llevó a mi puesto de siempre. Me senté a su lado como los últimos días. Cuando empecé a mirarlo de nuevo, sentí que había una guerra en mi mente: una parte me decía que hablara más con él y la otra me recordaba que era una mujer casada. No podía concentrarme bien en las clases.
Llegó el final de las clases del día. Cuando estaba guardando mis cosas en mi bolso, él me dijo que me iba a acompañar hasta el estacionamiento de la universidad, donde estaba mi coche. Al salir juntos, sentí las miradas de los demás. En el fondo, quería tomarlo de la mano, pero sería perjudicial para los dos. Cuando llegamos a donde estaba mi coche, él se despidió de mí. Me giré hacia él y le hablé con una sonrisa en mi rostro.
—Alex, no te vayas. Te voy a llevar hasta tu residencia, y no quiero un "no" por respuesta.
—Pero, señora Ana, no quiero molestarte, y además traeré problemas con su esposo por montar a un desconocido en su coche —respondió Alex.
—Ya no eres un desconocido. Eres mi compañero y él no se enojará. Súbete o me enojaré contigo y no te hablaré más —dije.
Al escuchar eso, se subió al asiento del pasajero. Él vivía al norte de la ciudad. Al principio me dio un poco de miedo, ya que era un barrio de los más peligrosos. Cuando estamos llegando al barrio, él me indica que lo deje en este lugar porque vive en la parte de arriba de aquella loma.
—Alex, déjame llevarte hasta tu casa —le dije.
—Señora Ana, aquí me puedes dejar. Para llegar a mi casa hay que dar una vuelta donde suben los carros y, además, puede ser muy peligroso para ti por ser desconocida —respondió.
Él se bajó de mi coche y caminó hasta llegar a la parte de arriba. Yo me quedé contemplando, cuando él se volvió y extendió su mano para despedirse. Me quedé hasta que se escondió detrás de unas casas. Al estar a su lado, me sentía cómoda al calmar mis demonios internos. Se volvió habitual que lo llevara hasta su barrio. Ya éramos más cercanos; hacíamos los trabajos de la universidad juntos, hasta que llegó el primer proyecto que teníamos que realizar juntos para exponerlo a los demás de la clase. Teníamos que reunirnos en un lugar para poder realizar el trabajo. Él me decía que en su casa no tenía internet; un café de internet por varios días sería muy costoso, así que decidí que nos reunimos en mi casa.
Después de clases, él se subió a mi coche y le dije que era mejor empezar el proyecto hoy. Él estuvo de acuerdo, aunque dudó un poco, ya que tenía pena de ir a mi casa por lo que podría pensar. Lo miré y le dije:
—Mi familia no te molestará. Además, vamos a realizar un trabajo y mi esposo no hará nada. Estés tranquilo.
—Está bien —respondió.
Nos dirigimos hacia mi casa. Alex se llevó una gran sorpresa al ver la zona donde vivía más importante de la ciudad, donde vivían las personas más importantes del país y había hermosas casas. Cuando llegamos a mi casa, le dije, dándole la bienvenida a mi humilde hogar:
—¿Cómo que humilde? Esto no es una casa, señora Ana, ¡es una mansión!
No respondí; me dio risa y lo hice pasar. Él se quedó mirando los apellidos de mi esposo y el mío. Al entrar a la casa, le presenté a mi suegra y a mi hijo menor, Liam. Les dije que él era mi compañero de universidad y que hoy íbamos a empezar a realizar un proyecto. Se le podía ver la molestia en el rostro de mi suegra por traer un hombre a mi casa, mientras que a mi hijo menor no le importó tanto. Le ordenó a Isabel que nos llevará algo de comer a mi estudio, donde los dos nos pusimos a realizar el proyecto. Éramos un buen equipo.
Cuando lo veía hacer cuentas,le parecía sencillo. Él venía de una familia de bajos recursos, fue el mejor alumno de su colegio, se graduó con honores y ganó una beca para estudiar en una de las grandes universidades. Ese día avanzamos mucho. Eran como las 6 p.m. cuando entró mi esposo, Marcos, a mi estudio con una expresión de pocos amigos.
Lo primero que me dijo fue:
—¿Quién es él?
Alex se paró, guardó sus cosas en su mochila, le dio la mano a mi esposo, pero él no respondió el saludo.
—Soy un compañero de clases de Ana. Ella me invitó a su casa para realizar el proyecto de universidad —dijo Alex.
Mi esposo no respondió nada. Alex se despidió de mí y me dirijo hasta la puerta de mi estudio, donde le habló a Nico, quien era el conductor de mi casa, para que lo llevara a su hogar que Alex le indica por donde .
Entré de nuevo a mi estudio para poder hablar con mi esposo por su actitud arrogante y negativa contra el pobre chico.
—¿Qué fue eso? No era la forma de reaccionar, solo es un compañero de clases —le dije.
—Me molesta que traigas gente a la casa así, sin decirme nada —respondió Marcos.
—¿Estás celoso por un chico que tiene la edad de nuestro hijo? No va a pasar nada entre él y yo; puedes estar muy seguro de eso, amor —dije, tratando de calmarlo.
—Es que me dio rabia saber que estabas aquí, en tu estudio, encerrada con un hombre. Sentí una rabia que me consumía —respondió él.
Al terminar la conversación con mi esposo, él se fue. En eso entra mi hijo Mateo y le digo:
—¿También vienes a hacerme un lío, hijo?
—¿El chico que se fue es tu compañero? —preguntó Mateo.
—Sí, por el cual tu padre se puso celoso. Pero me encantó que se pusiera así, porque puedo ver cuánto me ama tu padre —respondí.
—¿Y tu compañero será bueno en los videojuegos? —preguntó Mateo.
Esa noche, mi esposo se disculpó conmigo y también era mi culpa por no avisarle que iba a traer a alguien a casa. Al día siguiente, todo iba bien; sentía que Alex estaba un poco preocupado por lo que pasó ayer con mi esposo. En el trayecto hacia la entrada del barrio donde vive Alex, antes de que se bajara del carro, lo detuve porque quería disculparme por la actitud que había tomado mi esposo.
—Lamento la actitud de mi esposo —le dije, sin mirarlo a los ojos,
fijando mi mirada en sus labios. Poco a poco me fui acercando hasta que sentí su respiración entrelazada con la mía. Nuestros labios se unieron en un beso que duró unos segundos. Sentí sus suaves labios; era la primera vez que besaba a otro hombre que no era mi esposo. Cuando nos separamos, él se bajó y yo quedé mirando fijamente al volante del auto, mientras llevaba mis dedos a mis labios, sintiendo el sabor que había dejado Alex en mis labios.