La noche se cernía sobre el campo de batalla, un manto oscuro que envolvía a Diego y su grupo de guerreros. El aire estaba cargado de tensión, y el resplandor de las antorchas parpadeaba, proyectando sombras ominosas que danzaban en el suelo. Diego, hijo del célebre general Armand, lideraba a sus hombres con determinación, pero en lo más profundo de su ser, una inquietud latente crecía, como un fuego que amenazaba con consumirlo.
"Estamos cerca", dijo Diego, su voz firme, intentando infundir valor en sus compañeros. Sin embargo, a su lado, Lucas, su amigo de toda la vida, parecía atrapado en una niebla de confusión y miedo. La camaradería que una vez compartieron se desvanecía en el aire cargado de promesas y violencia. En un instante que pareció congelarse en el tiempo, sintió el frío acero de una traición en su espalda.
Confundido, se giró para enfrentar a Lucas, quien sostenía la espada con una mezcla de miedo y culpa en sus ojos. "¿Por qué, Lucas?" murmuró Diego, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La traición lo golpeó más fuerte que cualquier espada.
"Lo siento, Diego. No hay otra forma", respondió Lucas, mientras se alejaba, dejando a Diego tambalearse por el dolor y la incredulidad.
En la fortaleza, el caos estalló de inmediato. El sonido del metal chocando y los gritos de guerra resonaban como un canto oscuro. Diego se lanzó al combate, su furia alimentada por la necesidad de proteger su hogar. Cada enemigo que caía era un eco de su determinación, pero el dolor de la traición comenzaba a nublar su mente.
La batalla se convirtió en un torbellino de movimiento y sangre. Diego se movía con una agilidad casi sobrenatural, su espada cortando el aire como un rayo. Un enemigo se lanzó hacia él con un grito, hacha en mano. Diego esquivó el golpe, pero en lugar de retroceder, se abalanzó hacia adelante, cortando la pierna del atacante con un movimiento certero. La vida del enemigo se desvaneció en un instante, y Diego sintió una oleada de satisfacción que lo sorprendió.
A medida que la batalla se intensificaba, el mundo a su alrededor se volvió borroso. Los gritos, el clangor de las espadas y el olor a sangre se mezclaban en un torbellino sensorial, y de repente, algo oscuro despertó dentro de él. La adrenalina corría por sus venas como veneno, y la sed de venganza se apoderó de su mente. En ese momento, dejó de ser Diego, el hijo del general; se convirtió en un ente de dolor y destrucción.
En el calor de la batalla, se encontró cara a cara con un guerrero formidable, un gigante que empuñaba una espada larga con maestría. A pesar de su tamaño, Diego no sintió miedo; al contrario, una risa oscura brotó de sus labios mientras se lanzaba al combate. Cada golpe que intercambiaban era un juego macabro, y Diego se sentía más vivo que nunca. El enemigo intentó golpearlo con fuerza, pero Diego, en un arrebato de violencia, desvió el ataque y, en un movimiento rápido, le cortó el brazo.
El guerrero cayó de rodillas, su rostro deformado por el terror, y en ese momento, Diego sintió el poder fluir a través de él. "¿Sientes miedo?" siseó, disfrutando de la agonía del derrotado. La mente de Diego se nublaba más con cada ataque que lanzaba; la sangre derramada se convertía en un elixir que lo mantenía en pie.
Más siniestro que nunca, Diego blandió su espada en un corte diagonal y la mitad del rostro del enemigo cayó al suelo, dejando el cuerpo inerte a su lado. En ese momento, sus ojos se encontraron con Lucas, quien, al presenciar el horror de la escena, perdió cualquier pizca de valentía que le quedaba. Sus piernas se volvieron débiles, amenazando con defraudarlo. Lucas no tuvo más opción que abandonar el lugar y correr con horror, deseando en lo profundo de su corazón no volver a encontrarse con el demonio que una vez llamó amigo.
La batalla avanzaba y, en un momento de dificultad, cuando sus aliados estaban casi mermados y él estaba siendo acorralado, sin titubear, en un momento de brutalidad, Diego sacrificó su brazo al bloquear un golpe mortal. La herida fue profunda, pero no sintió dolor; en cambio, el fervor de la batalla lo envolvía, y se lanzó hacia adelante, utilizando su espada restante para atravesar el pecho de su enemigo.
Al ver que Diego estaba malherido, el líder contrario, quien era renombrado por sembrar terror en sus enemigos, comandante general de una de las tropas más grandes del bando contrario, tomó el frente y, en un movimiento oculto, apuñaló el ojo derecho de Diego. La sangre corría a través del mango; el dolor punzante y el entumecimiento del cuerpo le hicieron saber que eran sus últimos momentos. El dolor parecía desvanecer sus sentidos; resonaban a lo lejos, sintiendo como un eco lejano la escena que hasta hace unos segundos se vivía. Todos pensaron que la pelea había acabado. El líder rió, cantando su victoria. De repente, algo sorprendente ocurrió: Diego Armand se puso de pie, avanzando y riendo como un maníaco. El general del bando contrario sintió un escalofrío recorrer su espalda. Diego arrancó el cuchillo de su cara, con el globo ocular aún en el cuchillo. Era una escena horrorosa, indescriptible para los espectadores; nadie se atrevía, ni siquiera, a hacer el más mínimo movimiento. El miedo se había apoderado tanto de enemigos como de amigos. El general contrario retrocedió y, al encontrarse con la pared, vio al frente y solo vio un ojo vacío y una sonrisa desdeñosa y burlona, carente de cualquier humanidad.
Diego, sintiendo una satisfacción retorcida, utilizó el cuchillo para desgarrar el estómago del general de lado a lado. Las entrañas del hombre se derramaron en el suelo, y el campo de batalla quedó en un absoluto silencio, donde solo se escuchaba el goteo de la sangre en la tierra. La brutalidad de su acción dejó a todos atónitos, incapaces de procesar lo que acababa de suceder.
Un silencio sepulcral se apoderó del campo de batalla mientras todos observaban con horror la crueldad de la escena. Diego, con la risa desquiciada en sus labios, se quedó de pie, respirando pesadamente, sintiendo la adrenalina fluir en sus venas como un fuego inextinguible. "Esto es lo que significa ser un verdadero guerrero", exclamó, su voz resonando en el silencio aterrorizado que lo rodea.
Con una risa oscura resonando en su pecho, Diego se quedó de pie, dominando el campo de batalla. "¿Quién más se atreve a desafiarme?" gritó, su voz llena de locura y poder. La lucha continuó a su alrededor, pero la imagen de Diego, desafiando la muerte y la traición, se grabó en la memoria de todos los presentes. Era un guerrero que había cruzado la línea y había ganado una reputación que resonaría mucho después de que la batalla hubiera terminado.