En la penumbra de la batalla, Diego sintió que su vida se desvanecía lentamente, mientras una imagen se grababa en su mente: su padre, el general Armand, con el rostro marcado por el dolor y la desesperación. Allí, en medio del caos, lo vio arrodillado, las lágrimas surcando sus mejillas, su corazón desgarrado por la pérdida de sus hijos en la guerra. Era un hombre de acero, pero en ese instante, la fragilidad de su espíritu se hizo palpable, y Diego comprendió que su padre había perdido no solo a su familia, sino también la esperanza. En un último acto de amor, Diego sonrió mientras miraba al cielo, sintiendo que la luz se desvanecía a su alrededor, y luego, en un susurro, dejó escapar su último aliento.
De repente, la oscuridad lo envolvió por completo. Diego sintió como si cayera a través de un vasto abismo, hasta que finalmente se detuvo en un fondo negro, profundo e inconmensurable. Allí, en la penumbra, una presencia enigmática emergió, una figura rodeada por un fuego ardiente que danzaba en la oscuridad, iluminando el espacio con destellos de luz. La voz que resonó, profunda y resonante, era como un eco que atravesaba su ser.
"Parece que tienes suerte, pequeño Armand. Espero me diviertas mucho", dijo la voz, envolviendo a Diego en un manto de misterio. Pero sus palabras eran como un murmullo distante, porque Diego apenas podía mantener los ojos abiertos. Sus párpados se sentían pesados, como si estuvieran llenos de plomo, y su conciencia empezaba a desvanecerse. Intentó responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta, atrapadas en el abismo de su mente. La figura continuó hablando, pero sus palabras se convirtieron en un eco inalcanzable mientras Diego se dejaba llevar por la oscuridad, su ser desvaneciéndose lentamente en el silencio absoluto.