El sol brillaba intensamente sobre el cielo despejado de Konoha, iluminando la academia ninja, donde la tensión en el aire era palpable. Los estudiantes aguardaban ansiosos en el salón principal, cada uno enfrentando su propio torbellino de emociones mientras esperaban su turno para el examen de graduación. Naruto Uzumaki, sentado al final de la sala, tamborileaba los dedos sobre su pupitre con una mezcla de nerviosismo y frustración apenas contenida. Había superado ya la prueba escrita con una calificación aprobatoria y había impresionado a varios con su precisión en el lanzamiento de kunais y shurikens, alcanzando nueve de diez en cada tiro. Incluso en las pruebas de Narikawari y Henge no Jutsu, su creatividad lo había hecho destacar cuando empleó su infame Oiroke no Jutsu, provocando que Iruka se sonrojara y Mizuki soltara una carcajada incómoda. Sin embargo, todo aquello parecía un preludio insignificante ante el desafío que le quedaba: el maldito Bunshin no Jutsu.
Naruto suspiró profundamente, su mente una maraña de pensamientos. Había entrenado como nunca durante semanas, perfeccionando técnicas más avanzadas y trabajando en el control de su chakra con dedicación casi obsesiva. Incluso había pasado tardes enteras tallando un palo de madera que simulaba una katana, soñando con un día en el que su destreza en el kenjutsu sería reconocida. Pero todo ese esfuerzo parecía inútil cuando se enfrentaba a este jutsu básico. Cada intento terminaba de la misma manera: un clon débil y pálido que se desvanecía tras unos segundos. Había intentado variar la cantidad de chakra, visualizar con mayor precisión el proceso y buscar consejos en los libros de la biblioteca, pero nada funcionaba.
Desde su asiento, Naruto observó a sus compañeros avanzar uno por uno. Sasuke, como siempre, pasó sin problemas, mostrando una perfección que provocó murmullos de admiración en el salón. Hinata, visiblemente nerviosa, logró crear un clon perfecto, lo que arrancó una pequeña sonrisa de Naruto. "Sabía que lo lograría", pensó con un dejo de ternura, aunque la ansiedad no tardó en regresar al recordar que su propio turno estaba cada vez más cerca.
Los nombres seguían resonando en la sala, y cada vez que uno de sus compañeros recibía la bandana que lo declaraba genin, el pecho de Naruto se oprimía un poco más. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. "No importa cuántas veces haya fallado. Esta vez será diferente", se repetía mentalmente, aunque sus manos temblaban ligeramente bajo el pupitre.
Finalmente, el momento llegó. Iruka alzó la vista desde su lista y pronunció con claridad: —Naruto Uzumaki.
El corazón de Naruto dio un vuelco, y aunque intentó mantener la compostura, sus movimientos torpes traicionaron su nerviosismo cuando casi derribó el pupitre al levantarse. Con pasos firmes pero vacilantes, caminó hacia el frente de la sala, sintiendo las miradas clavadas en su espalda como dagas. Algunas eran curiosas, otras burlonas, pero también estaban las miradas llenas de genuina preocupación, como la de Hinata, que lo seguía con atención desde su asiento.
Iruka lo recibió con una sonrisa que pretendía ser alentadora, aunque Naruto notó un leve destello de preocupación en sus ojos. Mizuki, por otro lado, lo observaba con los brazos cruzados y una expresión que parecía debatirse entre el aburrimiento y la expectativa.
—Bien, Naruto —dijo Iruka, con un tono firme pero comprensivo—. Es tu turno. Muestra tu Bunshin no Jutsu.
Naruto asintió con determinación. Cerró los ojos, respiró profundamente y trató de calmar su mente. Visualizó el flujo de su chakra, recordando los consejos de los libros sobre cómo sincronizarlo con su respiración. Cuando se sintió listo, formó los sellos de mano con precisión.
—Bunshin no Jutsu! —exclamó con fuerza, liberando el chakra acumulado.
El humo llenó la sala en un destello repentino, y por un instante, Naruto sintió que lo había logrado. Pero cuando el humo se disipó, ahí estaba: un clon pálido, tembloroso, que apenas se mantenía de pie antes de colapsar y desaparecer. El silencio en el salón fue ensordecedor.
Naruto bajó las manos, sintiendo cómo el calor de la vergüenza subía a su rostro. Las risas contenidas comenzaron a llenar el aire, susurradas entre algunos de sus compañeros. Mizuki dejó escapar un audible chasquido de lengua, mientras Iruka suspiraba profundamente.
—Naruto... sabes que para graduarte necesitas demostrar dominio sobre este jutsu básico. Lo siento, pero... —Las palabras de Iruka quedaron flotando en el aire, llenas de pesar.
Naruto apretó los puños, luchando contra las lágrimas que amenazaban con brotar. Había dado todo de sí, había entrenado más que cualquiera, y aun así, seguía fracasando. Pero en su interior, una chispa de orgullo se negaba a extinguirse.
Iruka, al ver esa mirada determinada en los ojos de Naruto, dudó por un instante. Era evidente que había algo especial en él, algo que lo hacía destacar, pero las reglas eran claras. Antes de que pudiera decidir, Mizuki dio un paso al frente, adoptando un tono persuasivo.
Mizuki avanzó unos pasos, su voz suave y con una sonrisa que pretendía ser amable, pero cuyo tono insinuaba una presión velada. —Vamos, Iruka. Naruto ha demostrado que tiene potencial. Al menos logró crear un clon, ¿no es suficiente para pasar? —preguntó, su tono rebosante de persuasión.
Naruto levantó la cabeza, aferrándose a esa pequeña chispa de esperanza que las palabras de Mizuki encendieron en su interior. Sus ojos brillaban con una mezcla de expectación y súplica, como si un milagro pudiera suceder en ese instante. Pero el corazón del joven se hundió de nuevo cuando vio a Iruka negar lentamente con la cabeza. Su expresión, una mezcla de tristeza y firmeza, fue un golpe silencioso pero devastador.
—Los demás estudiantes lograron al menos dos clones funcionales —respondió Iruka, su voz temblando ligeramente, cargada de un pesar que no podía ocultar—. No basta con un clon débil. Lo siento, Naruto, pero no puedo ignorar las reglas.
Las palabras cayeron como un martillo sobre el espíritu de Naruto. Bajó la cabeza, apretando los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas. Su pecho subía y bajaba con respiraciones tensas mientras luchaba por contener las lágrimas. "No puede terminar así", pensó, con el corazón apretado por una mezcla de tristeza y frustración. Todo su esfuerzo, todas las noches en vela, todo su entrenamiento... y aun así, había fallado. Había trabajado más duro que cualquiera, pero el resultado era el mismo.
Iruka, al observarlo, sintió que algo en él se quebraba. Había un conflicto en su interior, un tira y afloja entre la estricta responsabilidad de un maestro y el deseo de consolar a un alumno que sabía que lo daba todo. En los ojos de Naruto, Iruka vio algo que no podía ignorar: una mezcla de desesperación pura y una chispa de determinación que se negaba a apagarse. Esa mirada le hizo vacilar, pero las reglas eran claras. Iruka suspiró profundamente, como si el peso de esa decisión le robara el aire.
—Vamos a continuar con el siguiente estudiante. Naruto, en verdad lo siento. —Las palabras escaparon de sus labios con dificultad, cargadas de un pesar que era imposible de disimular.
El salón quedó en un silencio sepulcral, roto únicamente por el eco de los pasos de Naruto al regresar a su asiento. La esperanza que había sentido momentos antes se había desmoronado. Sus hombros caídos reflejaban el peso de la decepción, mientras el resto de los estudiantes intercambiaban miradas entre curiosidad y burla. Desde una esquina, Mizuki observaba la escena con una sonrisa que apenas ocultaba su satisfacción.
Un par de horas más tarde, cuando el cielo comenzaba a teñirse de un naranja suave, Naruto salió de la academia. Sus pasos eran lentos, arrastrados, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. Las voces de los demás estudiantes resonaban en el aire, llenas de alegría y orgullo mientras mostraban con entusiasmo sus nuevas bandanas a sus familias. Naruto, en cambio, caminaba solo, atrapado en un silencio ensordecedor.
Sus pies lo llevaron automáticamente al viejo columpio en el patio de la academia, un rincón que había sido su refugio desde que tenía memoria. Se dejó caer pesadamente sobre la madera desgastada, dejando que sus manos colgaran a los lados. Desde allí, observó cómo los padres felicitaban a sus hijos, abrazándolos y riendo con orgullo. El contraste con su propia soledad era abrumador.
El sonido de pasos ligeros lo sacó de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio desde la distancia, Kyomi Uchiha se acercó con paso tranquilo, su figura destacando contra el suave brillo del atardecer. Su sonrisa dulce intentaba transmitirle ánimo, pero la expresión apagada de Naruto la hizo detenerse un momento antes de hablar.
. Su expresión reflejaba una mezcla de preocupación y dulzura, y en sus labios se dibujaba una leve sonrisa que intentaba ser reconfortante.
—Naruto-kun, no te preocupes. Estoy segura de que habrá otra oportunidad. Tú siempre encuentras la manera de superarte —dijo en un tono cálido, inclinándose ligeramente para mirarlo a los ojos.
Naruto levantó la vista hacia ella, y aunque quiso agradecerle sinceramente, su cansancio emocional lo superaba. Con una voz apagada, apenas murmuró: —Gracias, Kyomi, pero... quiero estar solo.
Kyomi lo observó en silencio, con una mezcla de tristeza y comprensión en su mirada. Tras un momento de vacilación, asintió lentamente y se dio la vuelta, retirándose con pasos cuidadosos para darle el espacio que había pedido.
Poco después, Naruto escuchó otro par de pasos, esta vez más tímidos, acompañados por un ligero murmullo. Levantó la vista y vio a Hinata acercándose, sus dedos entrelazados y su rostro enrojecido mientras trataba de reunir el valor para hablar.
—N-Naruto-kun... yo... estoy segura de que... —comenzó, su voz apenas un susurro.
Naruto alzó una mano suavemente, interrumpiéndola. Su gesto no era brusco, pero sí firme. —Gracias, Hinata, pero de verdad... necesito tiempo.
Hinata se quedó en silencio por un momento, su expresión reflejando una mezcla de tristeza y comprensión. Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza antes de retroceder, dejando a Naruto sumido en sus pensamientos.
El joven permaneció en el columpio, observando cómo los colores cálidos del atardecer pintaban el cielo sobre Konoha. Las sombras alargadas se extendían a su alrededor, envolviéndolo en una penumbra que parecía reflejar su estado de ánimo.
"Todo ese maldito entrenamiento... ¿para qué?", pensó, mientras la frustración se arremolinaba en su pecho. Noches enteras había dedicado a perfeccionar su control de chakra, a dominar técnicas que sus compañeros ni siquiera habían intentado, y aun así, había fallado en lo más básico: un clon funcional. Ese pensamiento se repetía en su mente como un eco cruel.
Las risas y voces cercanas de los demás estudiantes y sus familias rompían la quietud del momento. Padres orgullosos felicitaban a sus hijos, mientras estos mostraban emocionados las bandanas que simbolizaban su graduación. Naruto intentó ignorarlos, pero las palabras de algunos adultos llegaron a sus oídos como cuchillos afilados.
—Ese chico... nunca será un ninja de verdad.
—Es una vergüenza que siquiera lo dejen intentarlo.
—¿Por qué sigue aquí?
El corazón de Naruto se encogió con cada comentario, pero no levantó la cabeza. En cambio, apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos. La tormenta de emociones dentro de él amenazaba con desbordarse. No podía llorar frente a ellos, no les daría ese placer. Pero el peso de la decepción y el agotamiento lo aplastaba. Finalmente, incapaz de soportar más, se levantó del columpio con movimientos rígidos y comenzó a caminar hacia su apartamento.
Sus pasos eran lentos, pesados, como si cada uno fuera un esfuerzo monumental. Se alejaba de las risas, de las celebraciones, del recordatorio constante de su aparente fracaso. A medida que avanzaba por las calles vacías de Konoha, el murmullo distante de la alegría parecía seguirlo, como un cruel recordatorio de lo que él no había conseguido.
El cielo se oscurecía gradualmente, y las primeras estrellas empezaban a parpadear cuando una voz conocida lo detuvo.
—Naruto.
El chico se giró lentamente, levantando la vista para encontrarse con Mizuki-sensei, quien lo observaba desde la sombra de un árbol cercano.
—Mizuki-sensei... —murmuró Naruto, su voz desprovista de emoción, apenas un susurro.
—Hablemos, ¿sí? —dijo Mizuki con una sonrisa cálida, haciendo un gesto hacia un sendero apartado.
Naruto dudó por un momento, pero finalmente asintió. No tenía nada que perder. Sin decir una palabra, comenzó a seguir al maestro. Mizuki lo guió en silencio hasta un rincón tranquilo de la aldea, donde la luz tenue de los faroles apenas iluminaba el camino. Llegaron a una pared baja, y Mizuki la escaló con facilidad, deteniéndose en el tejado de un edificio cercano.
Naruto lo siguió automáticamente. Sin pensarlo demasiado, canalizó chakra en sus pies y trepó la pared con movimientos seguros. Cuando alcanzó a Mizuki, este lo observaba con una expresión que mezclaba sorpresa y curiosidad.
—Eso fue impresionante, Naruto —comentó Mizuki con un tono casual, aunque en su mente se formaban preguntas. "¿Desde cuándo puede hacer eso?", pensó, escondiendo su sorpresa tras una sonrisa cuidadosamente ensayada.
—¿Eh? Oh, eso... he estado practicando. Pensé que si mejoraba mi control de chakra podría hacer bien el Bunshin no Jutsu... pero no sirvió de nada. —Naruto suspiró y dejó que sus hombros se desplomaran. Sus ojos se dirigieron hacia la aldea que se extendía ante ellos, las luces comenzando a encenderse mientras la noche caía.
Ambos se sentaron en el borde del tejado. El silencio entre ellos no era incómodo, pero estaba cargado de un aire de anticipación. Mizuki parecía medir sus palabras, buscando el momento adecuado para hablar.
—Naruto, no deberías ser tan duro contigo mismo. Lo que hiciste hoy, incluso si no lo notas, ya es algo impresionante. No todos los estudiantes pueden controlar el chakra como tú lo haces. Subir paredes no es algo que cualquiera pueda hacer.
Naruto lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y desconfianza.
—Pero... ¿de qué sirve eso si no puedo hacer algo tan básico como el Bunshin no Jutsu? Es como si todo mi esfuerzo no valiera nada.
Mizuki inclinó ligeramente la cabeza, como si reflexionara sobre la mejor manera de responder. Su voz adquirió un tono comprensivo, casi conspirador. —A veces, el sistema no es justo, Naruto. Evalúan a los ninjas basándose en estándares que no siempre reflejan su verdadero potencial. Pero existen otras formas de demostrar tu valía. Maneras que no dependen de un examen.
Naruto frunció el ceño, intrigado y confundido al mismo tiempo. Había algo en el tono de Mizuki que lo hacía querer escuchar más, aunque una parte de él se mantenía cautelosa.
—¿Qué quieres decir?
Mizuki sonrió, una sonrisa que parecía a primera vista amable, pero que escondía algo más oscuro.
—Hay una forma de que te gradúes, incluso sin el Bunshin no Jutsu. Una oportunidad especial que no muchos conocen. Pero primero necesito saber si estás dispuesto a hacer lo necesario.
Naruto lo miró fijamente, la duda y la esperanza luchando por dominar su expresión. Después de unos segundos de silencio, asintió con decisión.
—Haré lo que sea, Mizuki-sensei. Solo dime cómo.
La sonrisa de Mizuki se ensanchó aún más, y aunque su rostro conservaba una aparente amabilidad, había un brillo en sus ojos que resultaba inquietante, como si escondiera una segunda intención. Se inclinó ligeramente hacia Naruto, su voz adoptando un tono bajo y conspirador, como si estuviera a punto de revelar un secreto que cambiaría el curso de todo.
—Perfecto. Escucha con atención, Naruto. —Mizuki hizo una pausa deliberada, dejando que la tensión se acumulase mientras el joven lo miraba con expectación—. En la Mansión Hokage, hay una habitación oculta, una que pocos conocen. Está repleta de rollos antiguos, reliquias de conocimiento que han sido guardadas por generaciones. Entre ellos hay uno en particular: un gran pergamino que contiene técnicas extremadamente poderosas. Si logras obtenerlo sin ser descubierto y aprendes un jutsu de él, podrías demostrar tu verdadero valor como ninja.
Naruto parpadeó, sorprendido. La idea de un "examen secreto" era algo que nunca había oído mencionar, pero la seriedad de Mizuki le dio un peso que no podía ignorar. Su frustración y agotamiento comenzaron a desvanecerse, reemplazados por un atisbo de esperanza. —¿Un examen secreto? ¿De verdad existe algo así? —preguntó, su voz temblando entre la incredulidad y la emoción.
Mizuki asintió lentamente, su expresión cuidadosamente calculada. Cada palabra parecía estar diseñada para atrapar la atención de Naruto. —Así es. Es una prueba que solo los estudiantes excepcionales intentan. No es algo que cualquiera pueda hacer. Pero yo creo en ti, Naruto. Tienes el potencial, la fuerza y la voluntad para lograrlo. Si superas esta prueba, nadie podrá cuestionar tu lugar como ninja.
Los ojos de Naruto se iluminaron con una determinación renovada. La posibilidad de redimirse, de probar que no era el fracaso que todos creían, llenó su corazón de energía y propósito. —¡Por supuesto que lo intentaré! —exclamó, su voz más firme de lo que había sonado en todo el día—. Haré lo que sea necesario para demostrar que puedo ser un gran ninja.
Mizuki sonrió, satisfecho, aunque sus ojos se entrecerraron levemente, mostrando un destello de algo más oscuro. Naruto, sin embargo, estaba demasiado absorto en la idea de esta oportunidad como para notarlo. Su mente ya comenzaba a formular un plan, repasando las habilidades que había perfeccionado en sus entrenamientos.
—Bien. —La voz de Mizuki se volvió más seria, casi solemne—. Escucha con atención. La Mansión Hokage está bajo estricta vigilancia. Habrá guardias patrullando, así que tendrás que ser extremadamente cuidadoso. Esto no es solo un reto de habilidades, Naruto, también es una prueba de tu ingenio y astucia. Nadie debe verte. —Hizo una pausa para asegurarse de que sus palabras calaran hondo—. El pergamino que buscas es grande, con un símbolo especial que lo distingue de los demás. Una vez que lo tengas, ábrelo y aprende al menos uno de los jutsus que contiene. Si logras hacerlo, demostrarás que tienes lo que se necesita para ser un verdadero ninja.
Naruto asintió rápidamente, la emoción y la ansiedad comenzando a mezclarse en su pecho. Aunque la misión parecía peligrosa, la posibilidad de éxito lo llenaba de determinación. —Entendido, Mizuki-sensei. No fallaré esta vez. Voy a demostrarles a todos que puedo hacerlo.
Mizuki colocó una mano en el hombro de Naruto, un gesto que pretendía ser tranquilizador, aunque su sonrisa tenía un matiz que resultaba difícil de leer. —Confío en ti, Naruto. Sé que puedes hacerlo. Y cuando lo logres, nadie se atreverá a dudar de tu valía.
Naruto apretó los puños con fuerza, sintiendo cómo su resolución crecía. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía solo en su lucha. Tenía una oportunidad, una manera de cambiar cómo lo veían los demás. Y esta vez, estaba decidido a no dejarla escapar. Sin más palabras, se despidió de Mizuki y comenzó a caminar hacia su apartamento, su mente llena de planes y su corazón ardiendo con una renovada esperanza.
Mientras Naruto se alejaba, Mizuki lo observó desaparecer entre las sombras de las calles de Konoha. Su sonrisa se torció ligeramente, y sus ojos brillaron con una satisfacción siniestra. —Todo está saliendo según lo planeado... —murmuró para sí mismo, antes de girarse y desaparecer en la oscuridad de la noche.
La noche avanzaba lentamente, bañando a Konoha con un manto de sombras bajo el tenue resplandor de la luna. Naruto descendió del tejado con movimientos ágiles, su mente ardiendo con una mezcla de emoción, nerviosismo y una pizca de miedo. Las palabras de Mizuki resonaban en su cabeza como un mantra, cada repetición llenándolo de una energía que apenas podía contener. Mientras caminaba de regreso a su departamento, las imágenes de su plan se sucedían en su mente. La idea de infiltrarse en la Mansión Hokage lo emocionaba, pero también era consciente de los riesgos. Era su oportunidad, y no pensaba desaprovecharla.
Cuando llegó, se detuvo un momento en la entrada. Miró alrededor de su pequeño y desordenado hogar, consciente de que lo que estaba a punto de hacer marcaría un antes y un después en su vida. Se dirigió hacia su mochila, revisando cada elemento que necesitaría: un par de kunais bien afilados, un puñado de shuriken y una capa oscura que lo ayudaría a mezclarse con las sombras. Antes de partir, miró su reflejo en el vidrio de la ventana. Sus cabellos carmesí, desordenados pero vibrantes, parecían arder bajo la luz pálida de la luna.
—Es mi momento —murmuró, con la voz cargada de convicción—. No importa lo que digan, voy a demostrar que puedo ser un ninja. No soy un perdedor.
Apretando los puños con fuerza, como si buscara sellar esa promesa en su ser, se colocó la mochila al hombro y salió. La brisa nocturna acarició su rostro mientras avanzaba con cautela por los callejones oscuros de Konoha. La aldea estaba tranquila, la mayoría de sus habitantes sumidos en el sueño, pero los pasos firmes de los guardias que patrullaban las calles eran un recordatorio constante de lo que estaba en juego. Naruto sabía que no podía permitirse ningún error. Cada sombra se convertía en su aliada, cada rincón oscuro en un refugio temporal.
Desde un tejado cercano, Mizuki observaba en silencio, sus ojos fijos en la figura de Naruto que se deslizaba entre las sombras. Una sonrisa fría y calculadora curvaba sus labios, reflejo de su satisfacción al ver cómo su plan avanzaba sin contratiempos.
—Eso es, Naruto —susurró para sí mismo, con un tono que carecía de cualquier rastro de bondad—. Da lo mejor de ti… y trae ese rollo.
La Mansión Hokage se alzaba majestuosa y vigilante en el corazón de la aldea, con su imponente estructura bañada por la luz de la luna. Sus muros parecían más altos y amenazantes de lo que Naruto recordaba, como si intentaran disuadir a cualquier intruso. Pero no había vuelta atrás. Su corazón latía con fuerza, cada golpe resonando en sus oídos mientras avanzaba con determinación.
Naruto detuvo su marcha y realizó un rápido Henge no Jutsu, transformándose en la imagen de un jōnin al que había observado en múltiples rondas por la aldea. Había practicado este jutsu con tanto cuidado que incluso había perfeccionado la postura relajada y el andar seguro del ninja. Adoptó una expresión serena y caminó hacia la entrada principal con la confianza de quien pertenece.
Un par de guardias estaban apostados en la entrada, pero apenas le dedicaron una mirada antes de volver a su conversación en voz baja. El sudor frío corría por la frente de Naruto, pero su rostro permaneció imperturbable. Pasó junto a ellos, su respiración contenida, hasta que los dejó atrás. Solo cuando estuvo seguro de que estaba fuera de su alcance, se destransformó, apoyándose un momento contra la pared para recuperar el aliento.
—Eso estuvo cerca —murmuró para sí mismo, pero no había tiempo para celebraciones.
Avanzó rápidamente por los corredores de la Mansión Hokage, guiándose por las indicaciones de Mizuki. Cada paso estaba calculado, sus movimientos fluidos y silenciosos. Finalmente, se detuvo frente a una puerta discreta al final de un pasillo. Era ahí, lo sabía. Tomó aire, tratando de calmar el temblor de sus manos, y sacó una pequeña aguja de su bolsillo, un objeto que había conseguido casi por casualidad en uno de sus paseos por el mercado.
Forzar la cerradura resultó ser un desafío mayor de lo que esperaba. Naruto frunció el ceño, sus dedos trabajando con torpeza al principio, pero después de algunos intentos frustrantes, escuchó el satisfactorio clic. Una sonrisa triunfal iluminó su rostro, y con cuidado, abrió la puerta lo suficiente para deslizarse al interior sin hacer ruido.
El aire en la habitación secreta era pesado y ligeramente polvoriento, como si los secretos que contenía hubieran estado esperando durante años. Estanterías repletas de rollos cubrían las paredes, muchos de ellos decorados con inscripciones antiguas y símbolos que Naruto no reconocía. Algunos rollos parecían frágiles, casi desmoronándose con el tiempo, mientras que otros parecían haber sido colocados recientemente. Sus ojos buscaron frenéticamente hasta que lo vio: un enorme pergamino envuelto en una tela blanca, con inscripciones rojas que parecían vibrar con una energía única.
—Debe ser este —susurró para sí mismo, acercándose con pasos rápidos pero cautelosos.
El pergamino era más grande de lo que había imaginado, y cuando intentó cargarlo, se dio cuenta de que apenas podía sostenerlo. Con algo de esfuerzo, lo aseguró a su espalda, amarrándolo con firmeza. Sus manos temblaban ligeramente, no de miedo, sino de pura adrenalina. Había logrado lo más difícil. Ahora, tenía que salir de allí sin ser descubierto.
Con el corazón martilleando en su pecho, Naruto abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí. No había espacio para errores. El joven ninja sabía que este era solo el comienzo de una noche que cambiaría su vida para siempre.
Naruto avanzó por los pasillos con pasos ligeros, tratando de mantenerse en las sombras. Su respiración era rápida y silenciosa, y sus sentidos estaban alerta a cualquier sonido o movimiento. Estaba a punto de llegar a una ventana abierta que parecía su mejor oportunidad para escapar cuando un olor familiar lo detuvo en seco. Tabaco.
El aroma se filtró en el aire, envolviéndolo como una advertencia. Naruto se tensó de inmediato, su cuerpo entrando en un estado de alerta total. Antes de que pudiera reaccionar, una voz profunda y calmada rompió el silencio de la noche, con un tono amable pero cargado de una autoridad inconfundible.
—¿Qué haces a estas horas aquí, Naruto-kun?
Naruto se giró lentamente, sintiendo el peso de esa voz como un martillo. Sus ojos se encontraron con los del Tercer Hokage, que estaba sentado en un banco cercano, la luz tenue de la luna dibujando sombras en su rostro sereno. La pipa del anciano despedía una fina columna de humo mientras lo observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Aunque su expresión era neutral, sus ojos mostraban una astucia que lo hacía imposible de engañar fácilmente.
El sudor frío resbaló por la espalda de Naruto mientras trataba de mantener la calma. Su mente trabajaba frenéticamente, buscando una excusa que pudiera convencer al anciano. Sonrió nerviosamente, rascándose la nuca en un gesto que lo delataba aún más.
—¡Hola, Ojii-chan! —dijo, intentando sonar despreocupado. Su voz temblaba apenas un poco. —Bueno... verás, yo... estaba practicando mis habilidades ninja. ¡Sí, eso es! Pensé que un lugar tan importante como la Mansión Hokage sería ideal para mejorar mi sigilo.
El Hokage entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de la boca de Naruto. Finalmente, su mirada bajó hasta el enorme rollo que el joven llevaba atado a la espalda. Su expresión cambió ligeramente, su desconfianza volviéndose más evidente.
—Naruto, esta no es una zona para entrenamiento. Y además... —hizo una pausa, señalando el rollo con un leve gesto de su pipa—, ese no parece ser equipo habitual de práctica.
Naruto sintió que su garganta se cerraba. Estaba atrapado. Su sonrisa nerviosa desapareció, y por un instante, su mente se quedó en blanco. Pero entonces, una idea surgió como un destello. No era lo ideal, pero sabía que el Hokage no era alguien fácil de eludir. Si quería salir de esa situación, tendría que recurrir a su carta más arriesgada.
—Lo siento, Ojii-chan. ¡Pero esto es por mi futuro ninja! —exclamó, alzando la voz con una mezcla de determinación y nerviosismo. Juntó las manos rápidamente y ejecutó su técnica. —¡Oiroke no Jutsu!
Una nube de humo envolvió su figura, y cuando se disipó, frente al Hokage apareció una joven de cabello largo y rojo, con un cuerpo voluptuoso y apenas cubierto por estratégicas nubes blancas que dejaban poco a la imaginación. La transformación era perfecta, desde la expresión coqueta hasta la postura seductora, diseñada para desarmar incluso a los más disciplinados.
El Hokage abrió los ojos con sorpresa, quedándose inmóvil por un segundo. Su pipa cayó al suelo con un suave "clink", y un intenso sonrojo se extendió por su rostro. Intentó decir algo, pero solo logró emitir un confuso "Ah...". Un instante después, un delgado hilo de sangre comenzó a brotar de su nariz, aumentando hasta convertirse en un río antes de que su cuerpo se inclinara hacia atrás y golpeara el marco de la puerta con un sonido seco. Cayó inconsciente al suelo, con el rostro aún teñido de vergüenza.
Naruto, aún en su forma transformada, miró la escena con incredulidad, sus ojos abiertos como platos. Por un momento, no supo qué hacer. "¿De verdad funcionó...?", pensó, asombrado por la efectividad de su técnica. Entre el alivio y la culpa, la transformación desapareció en una pequeña nube de humo, revelando su forma original. Se inclinó ligeramente hacia el Hokage, asegurándose de que aún respiraba. Al ver el leve movimiento de su pecho subiendo y bajando, sintió un poco de tranquilidad.
—Ojii-chan... —susurró, con una mezcla de remordimiento y urgencia—. Lo siento, pero no tenía otra opción...
Sin perder más tiempo, Naruto se levantó rápidamente y corrió hacia la ventana. La abrió con cuidado, tratando de no hacer ruido, y un aire fresco y nocturno lo golpeó, despejando sus pensamientos. Miró el enorme rollo que llevaba atado a la espalda, ajustándolo para asegurarse de que no se moviera demasiado al saltar.
Se asomó al exterior, evaluando la distancia hasta el suelo. No era un salto imposible, pero el peso del pergamino complicaba las cosas. Inspiró profundamente, dejando que la adrenalina lo impulsara, y con un movimiento ágil, se deslizó por el borde de la ventana y saltó hacia la oscuridad. Al aterrizar, flexionó las piernas para amortiguar el impacto y rápidamente se sumergió en las sombras, dejando atrás la imponente Mansión Hokage y al anciano Hokage aún inconsciente en su interior.
Naruto sabía que lo más difícil aún estaba por venir, pero no podía evitar una pequeña sonrisa de satisfacción. Había pasado una de las primeras pruebas en su camino hacia su sueño.
Con un salto preciso y calculado, Naruto abandonó la habitación, aterrizando con un suave impacto sobre el tejado de la Mansión Hokage. Las tejas bajo sus pies crujieron apenas, y él, instintivamente, estabilizó su postura antes de reanudar su marcha. Con la agilidad adquirida a través de sus constantes entrenamientos nocturnos, comenzó a desplazarse por los tejados con movimientos fluidos, cada salto y aterrizaje ejecutados con precisión. La brisa nocturna acariciaba su rostro, mientras su respiración rápida se mezclaba con el sonido de su corazón, que resonaba como un tambor en sus oídos.
Desde esa altura, el paisaje de Konoha bajo la luz de la luna parecía un cuadro pintado con trazos de serenidad. Las calles estaban prácticamente vacías, interrumpidas ocasionalmente por la figura de un ninja en patrulla que se deslizaba entre las sombras. Naruto mantenía un perfil bajo, su cuerpo pegado a las superficies mientras se movía con cautela. Su control del chakra había mejorado lo suficiente como para amortiguar el ruido de sus pasos, pero el peso del enorme rollo que llevaba a la espalda comenzaba a hacerse notar. Su respiración se volvía más pesada con cada salto, y un cansancio insidioso empezaba a instalarse en sus músculos.
A pesar de las dificultades, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. "Lo logré... ¡De verdad lo logré!", pensó con una mezcla de alivio y orgullo. Había burlado al Hokage, escapado de la mansión y alcanzado una meta que, para él, simbolizaba mucho más que un simple éxito: era la primera vez en mucho tiempo que sentía que podía cambiar la percepción que los demás tenían de él. Este pequeño triunfo era un paso hacia el reconocimiento que tanto anhelaba.
Sin embargo, la euforia se desvaneció rápidamente, dando paso a una inquietud creciente. En el fondo de su mente, una voz de advertencia comenzó a surgir. Recordó las palabras de Mizuki, aquel tono entusiasta que había tenido cuando le explicó sobre este "examen secreto". Algo no encajaba. "¿Por qué Iruka-sensei nunca mencionó nada sobre esto?", se preguntó, sintiendo un ligero escalofrío. Pero al instante descartó la duda. Mizuki era un sensei, alguien con autoridad. "No tendría razones para mentirme... ¿o sí?"
A medida que se alejaba de la Mansión Hokage, sus pensamientos se volvieron más serios. El peso del rollo en su espalda no era solo físico; cargaba también con la presión de las expectativas que se había impuesto a sí mismo. "Este es mi momento", pensó con determinación. "No importa lo que pase, demostraré que tengo lo necesario para ser un ninja. No fallaré".
Finalmente, llegó a un pequeño claro en las afueras de la aldea, un lugar apartado y tranquilo que conocía bien. Había usado este espacio en innumerables ocasiones para entrenar en secreto, lejos de las miradas críticas de los demás. Bajo la luz de la luna, el claro parecía casi etéreo, con las hojas de los árboles meciéndose suavemente al compás del viento. Naruto desató cuidadosamente el enorme rollo y lo extendió sobre el suelo con un gesto reverente. El tamaño del pergamino era imponente, y las inscripciones que lo decoraban parecían emitir un brillo tenue, como si contuvieran una energía viva que pulsaba en el aire.
Tragó saliva, sintiendo cómo el ambiente se volvía más denso a su alrededor. Era como si el rollo emanara una presión invisible, un recordatorio de la importancia de lo que estaba a punto de hacer. Con manos temblorosas, comenzó a leer las inscripciones en voz baja, sus ojos recorriendo las líneas con creciente fascinación.
—¿Un jutsu prohibido...? —murmuró mientras su mirada se detenía en el primer nombre que aparecía: Kage Bunshin no Jutsu. La descripción detallada lo dejó sin aliento. No era un simple truco visual como el Bunshin no Jutsu, que siempre había sido su punto débil. Esta técnica creaba clones reales, tangibles, que compartían su chakra y podían actuar de manera autónoma. Cada clon poseía la misma fuerza y habilidades que el original, y al ser destruidos, transferían sus experiencias de vuelta al usuario. Naruto sintió que su corazón latía con fuerza al imaginar las posibilidades. "Con esto, podría entrenar más rápido... ¡Podría pelear como un verdadero ninja! ¡Esto es lo que necesito!"
Su emoción lo llevó a continuar leyendo. Más adelante, otro nombre llamó su atención: Hiraishin no Jutsu. Naruto lo reconoció de inmediato; había oído historias sobre el legendario Cuarto Hokage y su habilidad para moverse instantáneamente en el campo de batalla. Esta técnica permitía al usuario teletransportarse instantáneamente a cualquier lugar marcado con un sello especial. Los pergaminos explicaban cómo funcionaba: un sello kunai o una marca hecha con chakra servían como ancla, y el usuario podía moverse a través del espacio en un abrir y cerrar de ojos. Naruto sintió un escalofrío de emoción. Dominar algo como eso significaría tener una ventaja abrumadora en cualquier combate. "El Yondaime Hokage usó esto... Si yo pudiera aprenderlo, ¡sería increíble!"
Su mirada bajó al siguiente jutsu, uno que nunca había escuchado antes: Tenrō no Fūin (Sello Celestial de Llamas). La descripción era intimidante. Esta técnica, creada para sellar enemigos poderosos, requería una cantidad inmensa de chakra y precisión. El usuario invocaba una serie de marcas en el aire, que se conectaban formando un intrincado patrón de llamas que se cerraba sobre el objetivo, atrapándolo en un sello impenetrable. Las llamas no eran reales, sino una manifestación de energía pura que quemaba el chakra del enemigo, dejándolo incapacitado. Naruto no pudo evitar imaginar el poder devastador de esa técnica. "Esto... podría ser peligroso incluso para mí", pensó con seriedad, sintiendo el peso de la responsabilidad que implicaba usar algo así.
Mientras observaba el rollo, Naruto se sintió abrumado, pero también emocionado. Estas técnicas no solo eran pruebas de su capacidad como ninja, sino también símbolos del potencial que podía alcanzar. Cerró los puños con determinación. Este era su momento para brillar, para demostrar que podía superar cualquier desafío. Con un suspiro profundo, se concentró en el Kage Bunshin no Jutsu. "Empiezo con esto. Si puedo dominarlo... será el primer paso para cambiarlo todo".
Naruto se llevó una mano al pecho, tratando de controlar el ritmo de su respiración. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de salir de su pecho. "Esto es mucho más de lo que esperaba..." murmuró, con los ojos fijos en las inscripciones que parecían cobrar vida bajo la luz de la luna. El peso de los secretos contenidos en el pergamino lo abrumaba, pero no había tiempo para dejarse vencer por la magnitud de lo que acababa de descubrir. Cada segundo contaba, y él lo sabía.
Decidió rápidamente que su prioridad sería aprender el Kage Bunshin no Jutsu. Aquella técnica no era solo una oportunidad; era su necesidad más apremiante. Si podía dominarla, no solo demostraría su valor como ninja, sino que superaría, de una vez por todas, la barrera que lo había perseguido desde sus días en la academia. El fracaso constante con el Bunshin no Jutsu había sido una herida constante en su orgullo, un recordatorio de las miradas de decepción y las burlas de los demás. Pero ahora tenía la posibilidad de cambiar eso, y no iba a desperdiciarla.
Con cuidado, dejó el resto del pergamino a un lado, asegurándose de enrollarlo con precisión para proteger su contenido. Después, se sentó en el suelo, cruzando las piernas y colocando las manos sobre sus rodillas. Cerró los ojos por un instante, buscando calma en medio de la adrenalina que corría por sus venas. La suave luz de la luna acariciaba su cabello rojo, dándole un brillo intenso, casi como si reflejara la llama de su determinación.
Cuando volvió a abrir los ojos, su mirada estaba fija en las inscripciones del jutsu. Cada símbolo parecía un desafío, un enigma que necesitaba resolver. Comenzó a estudiar los sellos necesarios con una concentración que no sabía que era capaz de tener. Cada movimiento de sus manos era memorizado con una intensidad feroz, como si en ello residiera la clave para cambiar su destino. El cansancio comenzaba a hacer acto de presencia en su cuerpo, exigiendo que descansara, pero Naruto no le prestó atención. Cada músculo adolorido, cada respiración entrecortada, era un precio que estaba dispuesto a pagar.
"Si puedo aprender esto... Si puedo dominarlo... todos tendrán que reconocerme", pensó, mientras apretaba los puños con fuerza, sus uñas casi clavándose en sus palmas.
Con los movimientos memorizados y la técnica grabada en su mente, se levantó lentamente. Sus piernas estaban entumecidas por el tiempo que había pasado sentado, pero las ignoró. Se colocó en posición, con los pies firmemente plantados sobre el suelo. Cerró los ojos una vez más, buscando conectar con el flujo de chakra dentro de él. Lo sentía, ese torrente inmenso, a menudo indomable, que tantas veces lo había hecho fallar. Pero esta vez, se negó a dudar.
Inspiró profundamente, extendiendo sus manos para formar los sellos uno a uno. En su mente, el nombre del jutsu resonaba como un mantra, un eco constante que lo llenaba de convicción. Kage Bunshin no Jutsu.
Cuando liberó su chakra, una nube de humo denso apareció a su alrededor. Naruto abrió los ojos rápidamente, su corazón latiendo con fuerza descontrolada. Frente a él, un clon idéntico se encontraba de pie, mirándolo con una expresión que reflejaba su propia emoción. Era real. No era una ilusión transparente ni un fallo más. Este clon era tangible, sólido, un reflejo perfecto de sí mismo.
—¡Lo logré! —exclamó, con una mezcla de risa y lágrimas surgiendo de su rostro. Las emociones se agolpaban en su pecho: alegría, alivio, orgullo. Había cruzado una barrera que siempre creyó insuperable. Después de años de dudas y rechazo, finalmente tenía una prueba de que podía lograr cosas grandes.
El clon sonrió, compartiendo su alegría de una forma casi inexplicable. Para Naruto, era como si ese reflejo fuera más que un simple jutsu; era un símbolo de su avance, de lo que podía alcanzar con esfuerzo y determinación. Pero él sabía que no podía detenerse allí.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y volvió a adoptar su posición inicial. —Vamos a hacerlo otra vez —dijo en voz alta, dirigiéndose al clon como si fuera un compañero dispuesto a entrenar junto a él. Su voz estaba cargada de energía renovada, de una convicción que parecía crecer con cada palabra.
El claro se llenó de movimiento mientras Naruto repetía los sellos una y otra vez. Cada intento era una lección, cada nube de humo un paso más cerca de la perfección. El sonido de su risa resonaba en el lugar, mezclándose con el eco de su determinación. Bajo la fría luz de la luna, Naruto Uzumaki trabajaba incansablemente, empujándose más allá de sus límites.