El continente de Edelrahn era vasto y majestuoso, dividido en siete reinos humanos que, a lo largo de los siglos, habían forjado una delicada paz basada en la distancia y las fronteras naturales. Estos reinos, gobernados por poderosas dinastías, se extendían sobre diferentes territorios, cada uno bendecido o maldito por los elementos que definían su geografía.
Al centro del continente se alzaba el reino de Aurelion, el más grande y próspero de todos. Sus tierras fértiles y su acceso a los ríos más largos de Edelrahn lo habían convertido en el corazón del comercio y la diplomacia. Aurelion era el líder natural de las alianzas entre reinos, tanto por su tamaño como por su poder militar, que sobrepasaba con creces al de sus vecinos. Rodeado de montañas al norte y de ríos al sur, sus fronteras eran casi impenetrables, y sus ciudades, símbolo de lujo y opulencia.
Hacia el oeste, en contraste con la prosperidad de Aurelion, se encontraba el reino de Thyris, un terreno árido donde el viento y la arena dominaban el paisaje. Thyris había prosperado gracias a su habilidad para sobrevivir en las condiciones más
extremas. Sus gentes eran fieras y determinadas, y aunque el reino no era tan grande como Aurelinon, era conocido por sus guerreros invencibles y su capacidad para resistir cualquier invasión.
Al norte, más allá de las montañas de Sarnok, estaba el frío y desolado reino de Valdria, donde los inviernos parecían no tener fin. Valdria era un reino de hombres robustos, acostumbrados al hielo y la nieve. Aunque su territorio era extenso, su población era escasa, concentrada en pequeñas aldeas que bordeaban los lagos congelados. A pesar de su clima hostil, Valdria controlaba los principales pasos montañosos, lo que lo convertía en un reino clave para el comercio entre las regiones del sur y el este.
Cairnath, al este, era un reino bañado por la luz del sol y la brisa del océano. Sus costas interminables hacían de este territorio un punto crucial para el comercio marítimo. Cairnath se enorgullecía de su flota naval, la más grande de todo Edelrahn, y de sus ciudades portuarias, que eran el epicentro del intercambio de bienes y conocimientos entre los reinos.
Más al sur, entre las tierras pantanosas y los ríos enredados, se encontraba el reino de Zardania, el más pequeño de los siete, pero el más antiguo en su linaje. Zardania era una tierra de misterio, donde los mitos y leyendas parecían cobrar vida en cada rincón. Su gente vivía en una constante lucha contra las tierras inhóspitas, pero eran conocidos por su sabiduría y astucia, cualidades que les permitían mantener su independencia frente a los reinos más grandes.
En el sureste, el reino de Lorith se extendía sobre vastas planicies verdes. Aunque no tan extenso como Aurelion, Lorith era el principal productor de alimentos en todo el continente, y su relación con la tierra y la agricultura lo había convertido en una pieza clave para la supervivencia de los demás reinos. Sus campos interminables y su clima templado lo hacían un lugar pacífico y próspero.
Finalmente, al suroeste, el reino de Iverna se levantaba sobre colinas boscosas y cañones profundos. Iverna era conocido por sus recursos minerales y su capacidad para extraer metales preciosos. Aunque su territorio no era tan grande como el de Aurelion, su riqueza en minerales lo había convertido en un reino esencial para el comercio de armas y herramientas en todo Edelrahn.
Año 1426 del Calendario Solar. En la fecha 3 de Frënia, los reinos mantenían un frágil equilibrio, mientras cada uno buscaba expandir su influencia de maneras sutiles. Sin embargo, las tensiones nunca estaban lejos de la superficie. El control de Aurelion sobre el continente comenzaba a generar resentimiento en los reinos más pequeños, que veían en su prosperidad una amenaza latente. Aunque las guerras habían cesado hacía años, la competencia por los recursos y el territorio se mantenía viva en los corazones de los gobernantes.
Edelrahn era un continente marcado por la diversidad, pero también por las ambiciones desmedidas. Y en ese contexto, un pequeño reino, olvidado por la mayoría, comenzaba a despertar lentamente de su letargo.
El reino de Frostheim, ubicado en las montañas más lejanas al noreste, no había sido mencionado en conversaciones de poder durante décadas. Su aislamiento, causado por los inviernos severos y la falta de recursos, lo había dejado fuera de las grandes alianzas. Muchos lo consideraban un reino moribundo, y sus vecinos más cercanos habían hecho poco por integrarlo en los acuerdos diplomáticos. Pero en los rincones más oscuros de la historia, los reinos más olvidados son los que a menudo tienen el mayor potencial para cambiar el curso de los eventos.