El festival seguía su curso con normalidad, o al menos eso pensaba Haru. La plaza central de la capital del Frostheim se había transformado en un mar de luces brillantes que danzaban sobre los edificios antiguos. Las banderas de colores ondeaban con la brisa, y las risas y gritos de los asistentes se mezclaban con la música de los músicos itinerantes que recorrían las calles. El aire estaba impregnado con el dulce olor de los pasteles y el humo de las parrillas, mientras los niños corrían entre las sombras de los adultos, llenos de energía y esperanza.
Sin embargo, una ligera incomodidad se cernía sobre Haru. Aunque el festival estaba en su apogeo, él sentía una extraña presión en el pecho, como si algo estuviera acechando en la oscuridad. Miró a su alrededor, observando a los ciudadanos que celebraban, pero entre las sonrisas y las luces, algo parecía fuera de lugar. Una sombra, invisible pero palpable, flotaba sobre la multitud.
Haru intentó concentrarse en lo que tenía a la vista, en las tareas que debía cumplir como príncipe. Sabía que debía sonreír, mantener la compostura y saludar a los nobles y comerciantes que se acercaban a él, pero sus ojos no dejaban de buscar a esa figura que había visto entre la multitud. Una mujer con un vestido azul cielo, casi etéreo, que se movía con una gracia que parecía desafiar la gravedad misma. A su alrededor, un pequeño grupo de soldados de élite la escoltaba, pero no había duda de que todos los ojos estaban sobre ella.
—¿Quién será ella? —murmuró Rin, quien caminaba a su lado, notando también la inquietud en el aire.
Haru frunció el ceño y entrecerró los ojos. No era común ver a alguien de su estatura, al menos no en un evento tan popular como este. Nadie parecía saber quién era, pero había algo extraño en su presencia, algo que no encajaba.
—No lo sé, pero no parece una invitada cualquiera —respondió Haru, observando cómo la mujer parecía ser consciente de todas las miradas que atraía, sin hacer más que sonreír con levedad, como si todo fuera parte de un juego en el que ella ya conociera las reglas.
La mujer se detuvo en un punto estratégico, justo frente a una fuente adornada con estatuas antiguas. La piedra mojada reflejaba las luces del festival, creando un halo brillante alrededor de su figura. Haru, intrigado, se acercó un paso, y fue entonces cuando ella giró su rostro hacia él. En ese instante, sus miradas se cruzaron, y lo que vio en sus ojos fue desconcertante. No solo curiosidad, sino algo más profundo: una mezcla de melancolía, como si estuviera observando un futuro incierto, y determinación, como si estuviera esperando que algo ocurriera.
La mujer se detuvo en un punto estratégico, justo frente a una fuente adornada con estatuas antiguas, representaciones de héroes olvidados y criaturas míticas que alguna vez moldearon la historia de Frostheim. La fuente, hecha de mármol blanco con detalles dorados, emitía un suave murmullo al caer el agua, un contraste calmante frente al bullicio del festival. Las luces de las antorchas y faroles cercanos se reflejaban en la superficie húmeda de la piedra, creando destellos que iluminaban a la misteriosa figura, como si la noche misma conspirara para resaltar su presencia.
Haru, inmóvil a la distancia, sintió cómo su corazón latía más rápido. Algo en aquella mujer lo atraía, más allá de su belleza evidente o el porte altivo que irradiaba. Sus movimientos eran calculados, cada gesto lleno de una elegancia que no parecía natural, sino adquirida a través de años de experiencia, pero en realidad era muy joven, en un mundo que Haru no comprendía del todo.
Mientras la multitud seguía celebrando a su alrededor, parecía que la mujer estaba ajena a todo. Su atención se centró por completo en la fuente, como si estuviera recordando algo perdido en el tiempo. Fue entonces cuando giró su rostro hacia Haru, y por un breve pero eterno instante, sus miradas se encontraron.
Los ojos de la mujer, de un azul profundo como el océano antes de una tormenta, hablaron más de lo que sus labios jamás podrían decir. Haru sintió una corriente de emociones atravesarlo: una melancolía tan pesada que parecía envolverla como un velo, como si cargara con el peso de secretos que nadie más conocía. Pero junto a esa tristeza había algo más, algo que le heló la sangre y al mismo tiempo le encendió el espíritu: determinación. Aquellos ojos no solo miraban a Haru, sino que parecían examinarlo, medirlo, como si ella supiera algo que él aún desconocía.
Por un momento, Haru olvidó dónde estaba. Los vítores, la música y las luces desaparecieron, y todo lo que quedó fue aquella conexión inexplicable con la mujer frente a la fuente. Intentó hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta. ¿Qué podía decirle a alguien que irradiaba tanta seguridad y al mismo tiempo tanta vulnerabilidad?
La mujer esbozó una leve sonrisa, apenas perceptible, y asintió con la cabeza, como si le diera permiso para acercarse. Haru dio un paso al frente, sus botas resonando contra las losas mojadas del suelo, y fue entonces cuando Rin lo sujetó del brazo.
—Haru, ¿qué haces? —susurró ella, su tono mezcla de advertencia y preocupación.
—No lo sé... —respondió él, casi en un murmullo, sin apartar la vista de la mujer.
Pero antes de que pudiera moverse nuevamente, los soldados que escoltaban a la figura misteriosa avanzaron un paso hacia adelante, creando una barrera implícita entre ellos. La mujer alzó una mano, calmándolos, y luego inclinó ligeramente la cabeza hacia Haru. Fue un gesto extraño, casi como si estuviera reconociéndolo, aunque él no lograba recordar haberla visto antes.
En el silencio tenso que se formó, la mujer dio media vuelta y comenzó a caminar lentamente hacia una callejuela oscura que se alejaba del festival. Cada uno de sus pasos resonaba en la mente de Haru como un eco que lo invitaba a seguirla.
—¿Quién demonios es ella? —murmuró Rin, aun sosteniéndolo por el brazo.
—No lo sé, pero... creo que tenemos que averiguarlo.
Haru apenas pudo contener el impulso de correr tras la mujer. Su instinto le decía que aquello no era una simple coincidencia. La conexión que había sentido en su mirada, la sensación de que estaba observando algo más allá de la simple curiosidad...
Mientras la figura desaparecía en la penumbra, la fuente seguía burbujeando suavemente, como si fuese la única testigo de aquel encuentro cargado de misterios y promesas no dichas. Haru sabía que esto era solo el principio, y que las respuestas que buscaba lo llevarían a enfrentarse con algo mucho más grande de lo que jamás había imaginado.
—No lo sé, pero no parece una invitada cualquiera —respondió Haru mientras sus ojos se entrecerraban, tratando de descifrar su identidad.
"Volvamos al castillo, necesita descansar, además ya es muy tarde" dijo Rin con una leve sonrisa fingida, por que realmente estaba preocupa por todo lo que había sucedido.
Una vez que llegaron al castillo Rin le ordeno al capitán de los caballeros que estuvieran muy alerta y que garantizara la seguridad de todos los invitados, también le pidió que organizara un pequeño grupo para vigilar a esa mujer misteriosa.
El captan de inmediato se marcho para realizar su labor.
Por otro lado, en algún lugar de la capital. La mujer avanzó con paso firme por las estrechas calles de piedra, apenas iluminadas por la luz pálida de la luna. A su alrededor, los ecos de la fiesta se desvanecían lentamente, hasta quedar únicamente el sonido de sus botas resonando contra las losas y el murmullo de los pasos de sus guardias.
—Mi señora, no fue prudente detenerse tanto tiempo frente a la fuente —dijo uno de los guardias, un hombre alto con una cicatriz que cruzaba su mejilla. Su tono era respetuoso, pero lleno de preocupación.
La mujer se detuvo en seco, haciendo que el grupo se detuviera con ella. Sus ojos volvieron a brillar bajo la tenue luz, y aunque su rostro permanecía sereno, había una tensión palpable en su postura.
—Lo sé, Alaric, pero era necesario —respondió, su voz suave, pero con un peso que hacía imposible contradecirla. Se giró lentamente hacia ellos, y los tres guardias que la acompañaban la miraron con atención, como si esperaran órdenes inmediatas.
—¿Necesario? —preguntó otra de los guardias, una joven de cabello corto y oscuro que mantenía una mano cerca de la empuñadura de su espada. —Estamos lejos del Imperio, en un territorio que apenas tolera nuestra presencia. Cualquier movimiento en falso podría comprometer nuestra misión.
La mujer suspiró, alisando su vestido azul cielo con un gesto distraído. Luego levantó la mirada hacia el cielo estrellado, como buscando respuestas entre las constelaciones.
—Este reino, pequeño y subestimado, guarda más secretos de los que aparenta. Y esa fuente... —se detuvo por un instante, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—, esa fuente es un vestigio de algo que creíamos perdido. Su presencia confirma nuestras sospechas.
—¿Sospechas? —inquirió Alaric, frunciendo el ceño.
—Las reliquias —respondió ella, y sus palabras cayeron como un peso sobre el grupo. —Sabemos que Frostheim tiene una de las piezas clave, pero si nuestros cálculos son correctos, hay algo más aquí. Algo que podría inclinar la balanza en la guerra que se avecina.
Los guardias intercambiaron miradas, y el silencio que siguió fue interrumpido únicamente por el viento que soplaba entre las callejuelas.
—¿Y el joven príncipe? —preguntó la mujer de cabello corto. —¿Por qué lo observaste de esa forma?
La mujer esbozó una sonrisa, una mezcla de tristeza y determinación.
—Él es... inesperado —dijo con cautela. —No es lo que vine a buscar, pero podría ser una pieza importante en este tablero. Hay algo en él, algo que ni siquiera él comprende todavía.
Alaric dio un paso adelante, su mirada dura pero llena de lealtad.
—¿Qué quiere que hagamos, mi princesa? —
La mujer volvió a mirar hacia el cielo antes de responder.
—Por ahora, sigan observando. Asegúrense de que los nobles no sospechen de nuestra verdadera intención aquí. Mañana me reuniré con los representantes de Frostheim, pero debemos ser cuidadosos. Este reino, aunque pequeño, no es tan frágil como parece. Y recuerden: no estamos solos. Alguien más busca lo mismo que nosotros.
Los guardias asintieron, y el grupo retomó su camino, perdiéndose en la oscuridad. En su mente, la mujer repasaba las razones que la habían traído tan lejos de su hogar imperial. Una reliquia perdida, un reino olvidado por la historia y un futuro incierto. Todo estaba conectado, pero el tiempo se estaba agotando.
Y mientras la noche avanzaba, en algún rincón del castillo, el joven príncipe Haru seguramente estaría preguntándose quién era realmente aquella mujer que había dejado una marca tan profunda en su mente.
A la mañana siguiente Rin organizo una reunión con todos los nobles que estaban en el festival y los representantes de los reinos que habían aceptado la invitación, el problema es que la hizo sin preguntarle a Haru.
En la mesa central, donde se reunían los representantes de los reinos, se encontraba un banquete de frutas exóticas, carnes aromáticas y vinos añejos cuidadosamente seleccionados para la ocasión. Haru se sentó en la cabecera, con Rin a su lado, mientras los nobles conversaban en tonos bajos, evaluando la situación antes de que iniciara la reunión.
Cuando Rin se levantó para hablar, Haru la detuvo suavemente con un toque en el brazo, su mirada intensa dejando claro que debía cambiar el tema planeado. La tensión momentánea entre ambos no pasó desapercibida para algunos nobles, pero Rin disimuló con una elegante inclinación de cabeza antes de iniciar su discurso.
—Agradecemos profundamente su presencia en nuestro festival —comenzó Rin, con un tono controlado y seguro, desviando la atención hacia el evento en curso—. Este festival no solo celebra nuestras tradiciones, sino que busca algo más profundo: fortalecer los lazos entre nuestros reinos.
Mientras hablaba, Haru observaba a los asistentes. Lord Edric, del Reino de valdria, escuchaba con el ceño fruncido, aunque su interés parecía más dirigido a evaluar a los demás que al discurso en sí. Lady Isolde, del Reino de caimath, sonreía suavemente, su presencia calmada equilibrando la energía del grupo. Sir Alaric, del Reino de tryris, se mantenía en silencio, pero su mirada fija en Haru revelaba un interés particular en el joven príncipe.
Haru aprovechó un momento para intervenir, desviando cualquier conversación hacia temas más ligeros.
—Espero que hayan disfrutado las justas y las exhibiciones artísticas. Estos eventos han sido una muestra del talento y la diversidad de nuestras gentes.
Lady Isolde asintió, respondiendo con calidez:
—Las danzas tradicionales y las melodías en la plaza han sido encantadoras. Es un recordatorio de lo mucho que compartimos, a pesar de nuestras diferencias.
Mientras tanto, el ambiente fuera del salón aportaba un contraste interesante. A través de los ventanales, se podían ver las luces del festival iluminando la noche, mezclándose con los murmullos de la multitud. El sonido distante de risas y música creaba una atmósfera vibrante, como si el castillo y su reunión formal fueran un mundo aparte.
Rin, consciente de este detalle, mencionó:
—Este festival ha traído no solo diplomacia, sino alegría para nuestras gentes. Cada actividad es un paso hacia una alianza más sólida.
Lord Edric, sin embargo, no perdió la oportunidad de hablar en un tono más crítico.
—¿Y qué pasa con la seguridad? La alegría no nos servirá de nada si las fronteras están amenazadas—.
Haru respondió con tranquilidad, pero con un aire de autoridad:
—Nuestros soldados patrullan constantemente. Además, los eventos del festival han sido cuidadosamente organizados para garantizar la seguridad. Su preocupación es válida, Lord Edric, pero estamos preparados para cualquier eventualidad.
Mientras la reunión avanzaba, la conversación se desvió hacia los planes futuros del festival. Rin mencionó la competencia de tiro con arco que tendría lugar al día siguiente, una tradición que celebraba la destreza y precisión de los reinos.
Sir Alaric, quien había permanecido callado durante gran parte de la reunión, habló por fin.
—El festival ha sido un éxito hasta ahora. Pero me pregunto, ¿qué más podemos hacer para fortalecer nuestras alianzas más allá de estos encuentros?
Lady Isolde respondió con una sonrisa, su tono reflexivo:
—Tal vez podamos considerar intercambios culturales más profundos, como compartir nuestras artes y conocimientos. Hay mucho que podemos aprender unos de otros.
Haru, viendo la oportunidad, apoyó la idea.
—Es una excelente propuesta, Lady Isolde. Si trabajamos juntos, no solo podremos disfrutar de festivales como este, sino también construir un futuro más unido y próspero.
Con esto, la reunión concluyó, dejando una sensación de progreso entre los asistentes. Haru y Rin salieron del salón, compartiendo una mirada silenciosa pero cómplice. Aunque habían evitado hablar de la mujer misteriosa, ambos sabían que el tema no podía ser ignorado por mucho tiempo.
A la mañana siguientes, el sol brillaba alto en el cielo cuando los representantes de los reinos se reunieron en el campo de tiro. El festival continuaba, y la actividad siguiente consistía en demostrar la habilidad con el arco y las flechas. Haru, acompañado por Rin, observaba con interés cómo los participantes se preparaban.
—¿Te unes, Haru? —preguntó Rin con una sonrisa, mientras ajustaba los guantes de cuero que llevaba.
Haru negó con la cabeza, aun dudando si su habilidad estaría a la altura de los demás. Sin embargo, Rin insistió, alzando una ceja desafiante.
—¿Acaso el príncipe de un reino no puede aceptar un reto? —
Sonriendo, Haru tomó un arco y una flecha, posicionándose junto a los otros participantes. Frente a ellos, un blanco decorado con círculos concéntricos se alzaba a varios metros de distancia. La tensión era palpable mientras los asistentes observaban, animando a sus representantes.
Uno por uno, los arqueros disparaban, algunos alcanzando el centro, otros fallando por poco. Cuando llegó el turno de Haru, cerró los ojos un momento, dejando que la brisa acariciara su rostro. Al abrirlos, tensó la cuerda y disparó. La flecha voló con precisión, clavándose justo en el centro del blanco. Los murmullos de admiración no se hicieron esperar.
Sin embargo, mientras los elogios continuaban, un hombre entre los asistentes se levantó. Era uno de los representantes de un reino vecino, Lord Caliban, cuya presencia siempre había generado cierto recelo. Con una voz grave y desafiante, interrumpió la celebración.
—Todo esto es un teatro —declaró—. ¿De qué sirve fortalecer alianzas con un reino que debería desaparecer?
El aire pareció congelarse mientras todos los ojos se volvían hacia él. Haru dio un paso adelante, su mirada firme.
—Explíquese, Lord Caliban —dijo, su voz cargada de autoridad.
—Es simple —continuó Caliban—. Tu reino no tiene valor estratégico ni recursos suficientes. Es una carga para este continente. Si desapareciera, los demás prosperarían sin tener que cargar con tu debilidad.
La tensión creció, y Rin colocó una mano en el hombro de Haru, como recordándole que debía mantener la calma. Haru respiró hondo antes de responder.
—Mi reino puede ser pequeño, pero su valor no se mide por su tamaño o recursos, sino por la fuerza y determinación de su gente. No permitiré que tus palabras debiliten lo que hemos construido.
Caliban se río entre dientes, pero antes de que pudiera decir más, los guardias lo escoltaron fuera del evento. A pesar de ello, la sombra de sus palabras quedó flotando en el ambiente.
Luego de ese pequeño incidente, el día transcurrió con normalidad.
El sol ya comenzaba a descender en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranjas y lilas cuando Haru se retiró del campo de tiro. Los murmullos aún llenaban el aire, pero su mente estaba atrapada en las palabras de Lord Caliban. Sentía el peso de la confrontación sobre sus hombros, como si cada decisión de su reino fuera puesta en duda.
Con el rostro pensativo, salió al jardín del palacio, buscando un respiro en la serenidad nocturna. El aire fresco de la tarde acarició su piel mientras caminaba entre los arbustos y las fuentes que adornaban los jardines. El agua de una fuente cercana murmuraba suavemente, acompañando sus pensamientos.
Fue entonces cuando la vio: la mujer que había evitado durante tanto tiempo. Ella estaba de pie junto a una fuente, el cabello largo y oscuro ondeando suavemente al viento, como si estuviera hecha de la misma brisa nocturna.
—¿Viniste a buscarme? —preguntó Haru, acercándose con cautela. Su voz tenía un tono de incertidumbre, como si las palabras que seguían fueran más pesadas de lo que quería admitir.
La mujer levantó la mirada, revelando unos ojos de un azul profundo, tan intensos como el océano bajo un cielo despejado. Había algo en su mirada que mezclaba vulnerabilidad con una inquebrantable determinación. Una serenidad cautivadora que parecía desafiar la tormenta interior de Haru.
—No vine porque me enviaran, Haru —respondió, su voz suave pero firme—. Vine porque quería comprender por qué alguien como tú haría tanto por alguien como yo.
Haru frunció el ceño, sintiendo cómo esas palabras lo atravesaban. Durante mucho tiempo había cargado con el peso de ser un príncipe, pero también de la soledad que venía con ello. De alguna manera, esa mujer parecía entender lo que había detrás de su fachada.
—¿Y por qué estarías dispuesta a entenderlo? —preguntó, una ligera desconcierta en su tono.
Diana sonrió levemente, dejando que el silencio se estirara por un momento antes de responder.
—Mi nombre es Diana Aozora. Mi apellido proviene de generaciones que han vivido cerca del mar, pero mi corazón siempre ha pertenecido al cielo. He visto más allá de las fronteras de mi imperio y entendí que hay algo en este reino, algo en ti, que merece ser protegido.
El nombre "Aozora" tenía un significado profundo en japonés: "ao" significaba azul, y "zora" era una forma poética de decir cielo. Juntos, su apellido evocaba la imagen del cielo azul profundo, un símbolo de esperanza y amplitud. Haru comprendió que la mujer frente a él era tan compleja como el cielo mismo, capaz de abarcar tanto el mar como el aire, dos mundos aparentemente opuestos, pero igualmente esenciales.
Haru sintió cómo un torrente de emociones lo invadía. La duda, el alivio, y una chispa de esperanza se entremezclaban en su pecho. Dio un paso más cerca, sintiendo el peso de su respuesta.
—Diana, he cargado con el peso de muchas decisiones, pero si estás aquí por voluntad propia... entonces tal vez haya una oportunidad para cambiarlo todo.
Diana asintió, una leve sonrisa asomando en sus labios, sus ojos brillando con una luz propia que parecía iluminar la oscuridad de la noche.
—Estoy contigo, Haru—. No importa cuán difícil sea el camino, lo recorreré a tu lado.
Por un momento, el mundo pareció detenerse mientras ambos se miraban bajo el manto estrellado del cielo. En ese instante, el destino de los reinos parecía estar en sus manos, y un nuevo vínculo se formó, uno que podría cambiarlo todo.
La brisa nocturna acariciaba sus rostros mientras el cielo estrellado se desplegaba por encima, creando una atmósfera casi mágica en el jardín del palacio. Diana permanecía frente a Haru, su presencia tan serena y misteriosa como el azul profundo de sus ojos. El nombre "Aozora" resonaba en su mente como un eco suave, evocando la vastedad del cielo, pero también el mar lejano, un lugar lleno de secretos y promesas por descubrir.
Haru dio un paso más cerca, sintiendo el peso de las palabras que se tejían entre ellos, y dejó que su mente se despejara por un momento.
—Diana, he cargado con el peso de muchas decisiones, pero si estás aquí por voluntad propia... entonces tal vez haya una oportunidad para cambiarlo todo —dijo Haru, su voz vibrando con una mezcla de esperanza y duda. Había algo en sus palabras, algo que sentía que no podía ignorar.
Diana lo miró fijamente, y por un momento, sus ojos reflejaron algo más allá de la calma que había mostrado hasta entonces. Una incertidumbre apenas perceptible, algo que Haru nunca había visto en ella antes, pero que lo hacía sentirse más cercano a la mujer frente a él. Dio un paso atrás, como si finalmente estuviera a punto de despojarse de una máscara que había mantenido por mucho tiempo.
—Haru —comenzó, su voz un susurro bajo pero decidido—, hay algo que aún no te he contado. He esperado mucho tiempo para decirte esto, pero ahora... ahora parece el momento adecuado.
Haru la observó en silencio, la incertidumbre invadiendo su pecho mientras aguardaba sus palabras.
—No soy quien parece ser —continuó Diana, mirando el suelo por un momento antes de alzar la mirada hacia él con una sinceridad que no dejaba lugar a dudas—. Soy una princesa. La menor de tres hijos en el imperio de Aurelion.
El corazón de Haru se detuvo por un instante. El aire pareció volverse denso, y sus ojos se agrandaron mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Diana, esa mujer que había conocido como alguien ajeno a los asuntos de los reinos, alguien con una mirada tan profunda como el océano... ella era una princesa.
—Princesa... —murmuró Haru, incapaz de ocultar su asombro.
Diana asintió, una leve sombra de melancolía cruzando su rostro. La imagen del océano parecía reflejarse en sus ojos, como si las olas y el viento del mar pudieran entender su carga interna.
—Mis dos hermanos mayores son los herederos del imperio —dijo, con un suspiro leve—. Siempre he estado en la sombra de su destino. Ellos son los que tomarán el trono, los que decidirán el futuro de nuestro imperio. Yo... yo no tengo ese poder. No tengo esa carga.
Haru sintió una mezcla de emociones al escucharla. Comprendió que, al igual que él, Diana no era libre de decisiones ni de su destino. La vida de los hijos de la nobleza estaba llena de sacrificios, y ella, con todo su potencial, había estado limitada por las expectativas de su familia.
—¿Y por qué venir aquí, a este reino? ¿Por qué a mí? —preguntó Haru, su voz suave, pero cargada de curiosidad.
Diana lo miró fijamente, sus ojos reflejando una sinceridad desgarradora. Dio un paso más cerca, su tono se tornó serio, pero sin dejar de ser cálido.
—Porque el destino de los reinos no está solo en manos de los gobernantes o los herederos. Está en las manos de aquellos que, como tú, se atreven a cambiar las cosas. He visto en ti algo que mi propio imperio carece: la valentía de luchar por lo que es correcto, incluso si eso significa desafiar lo que se espera de ti.
Haru sintió que su corazón latía con más fuerza. Las palabras de Diana calaban en lo más profundo de su ser, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza. No estaba solo en su lucha. Diana, con todo su misterio y su nobleza oculta, estaba dispuesta a acompañarlo.
—Lo que sea que decida el futuro de este reino, no será fácil —dijo Diana, con una leve sonrisa que tocaba sus ojos—. Pero lo haremos juntos, Haru. Si confías en mí, yo confiaré en ti.
Un silencio cargado de promesas y compromisos flotó en el aire. Haru asintió lentamente, reconociendo en esa mujer una aliada, una amiga, y quizás algo más.
—Juntos —repitió, con voz firme. Por primera vez, el peso de las decisiones no parecía tan insoportable.
Bajo el cielo estrellado, entrelazaron sus destinos, y con cada palabra compartida, un nuevo camino comenzaba a formarse ante ellos. Un camino que podría cambiar el curso de los reinos y las vidas de aquellos que se atrevieran a caminarlo.
Finalmente llego el último día del festival, toda la gente del reino, los invitados, y todos los demás que llegaron por curiosidad, lo disfrutaron como nunca y hasta el momento todo había transcurrido con toda normalidad.
En algún lugar de la capital, El salón estaba casi a oscuras, iluminado solo por la tenue luz de un candelabro de hierro. Las llamas danzaban en silencio, proyectando sombras inquietantes en las paredes de piedra. Sentado al final de una mesa de madera maciza, el noble Lord Eryndor tamborileaba los dedos contra la superficie, impaciente. Frente a él, el líder mercenario, conocido simplemente como Kael, permanecía impasible, con los brazos cruzados y una expresión fría.
—¿Sabes por qué te he convocado, Kael? —dijo Eryndor con voz suave, aunque cargada de intención.
Kael inclinó levemente la cabeza, dejando entrever una cicatriz que cruzaba su mejilla derecha. Su presencia era intimidante; sus años en los campos de batalla habían hecho de él un hombre implacable.
—Lo imagino, mi señor. Pero prefiero escuchar tus palabras antes de asumir tus intenciones —respondió Kael, con un tono grave y calculador.
Eryndor esbozó una sonrisa tensa y se levantó de su silla, caminando lentamente alrededor de la mesa. Abrió un cofre pequeño y sacó un saco de monedas de oro, dejándolo caer con un golpe sordo frente a Kael.
—Quiero que este reino caiga. Y tú y tus hombres sois la herramienta perfecta para lograrlo. No me importa cuántos deban morir. Necesito que toméis el castillo durante el festival, cuando la vigilancia sea mínima.
Kael arqueó una ceja mientras abría el saco, dejando que las monedas se deslizaran entre sus dedos. Luego miró al noble, evaluándolo.
—El oro está bien, pero un ataque como este no es sencillo. Mis hombres arriesgarán la vida. Necesitaré más que promesas de riqueza. Necesitaré garantías —dijo Kael, su voz tan firme como un filo de espada.
Eryndor se detuvo y lo miró fijamente, como si estuviera evaluando si Kael era digno de su confianza. Después de un momento de silencio, se inclinó hacia él.
—Te daré lo que necesites. Cuando este reino sea mío, tendrás el control de las rutas comerciales del norte. Podrás cobrar peajes, tomar lo que desees. Todo estará bajo tu control. Kael sonrió ligeramente, aunque sus ojos permanecieron fríos.
—Eso es más razonable. Pero si esto falla, mi señor, los hombres como yo no perdonan —advirtió, clavando su mirada en Eryndor.
El noble retrocedió y asintió, ocultando el nerviosismo detrás de una sonrisa segura.
—Nada fallará, Kael. El príncipe Haru está distraído con su festival y la gente estará celebrando hasta altas horas de la noche. Nadie sospechará. Atacad al amanecer, cuando estén agotados.
Kael asintió, guardando el saco de oro en su cinturón y recogiendo un pergamino que Eryndor había desplegado en la mesa. En él, había un mapa detallado del castillo y sus defensas.
—Mis hombres necesitarán entrar sin levantar sospechas. ¿Tienes alguna forma de asegurarlo? —preguntó Kael.
Eryndor señaló un pequeño pasaje oculto marcado en el mapa.
—Este túnel lleva directamente a la parte trasera del castillo. Es un viejo acceso que pocos conocen. Colocaré a uno de mis hombres allí para abrirlo al amanecer. Dejará una linterna encendida como señal.
Kael examinó el mapa con atención y luego enrolló el pergamino.
—Bien. Pero si algo sale mal, no será tu oro lo que me detendrá —dijo Kael antes de levantarse y salir del salón, dejando a Eryndor con una mezcla de satisfacción y tensión.
Cuando las puertas se cerraron, el noble respiró hondo y murmuró para sí mismo:
—El príncipe Haru no sabe lo que le espera. Este reino será mío, y nadie podrá detenerme—
Luego de terminan con el líder de los mercenarios, el noble se dirige a la plaza para seguir viendo y disfrutando del festival, Finalmente, cayo la tarde y mientras que el sol se escondía en el horizonte y la lunas y estrellas empezaban a salir, y todos se reunieron en la plaza para escuchar las palabras del príncipe.
El príncipe Haru subió al estrado, su figura iluminada por las luces tenues que se reflejaban en las guirnaldas de flores que adornaban el escenario. La multitud lo recibió con vítores, sus manos levantándose en señal de respeto y celebración. El aire estaba perfumado con una mezcla embriagadora de flores frescas, especias y el humo lejano de los fuegos artificiales que comenzaban a iluminar el cielo estrellado. La escena era vibrante, llena de vida, pero Haru mantenía una expresión solemne, una calma estudiada que no se disipaba ni ante la calidez del aplauso.
Con un gesto de sus manos, pidió silencio, su figura erguida y su mirada fija en la multitud. La brisa nocturna agitaba ligeramente su capa, pero no se permitió distraerse por ello. Sabía que este momento era importante.
—Queridos ciudadanos, amigos, e invitados —su voz resonó clara, firme, como un faro entre las sombras—. Hoy celebramos mucho más que nuestras tradiciones. Hoy celebramos nuestra fortaleza, nuestra unidad, y el espíritu indomable que nos ha mantenido firmes a lo largo de los años. Este festival, aunque alegre y lleno de color, es también un recordatorio de que, incluso en los tiempos más oscuros, la esperanza florece en nuestros corazones.
Hizo una pausa. Su mirada recorrió la multitud, buscando en cada rostro la seguridad que necesitaba para continuar. Pero algo le inquietaba. No podía evitar la sensación de que algo sombrío se cernía sobre el reino, como una sombra que, aunque distante, no dejaba de acechar en el horizonte. Esta inquietud crecía en su pecho, un presagio inquietante que no se desvanecía, por más que quisiera ignorarlo. A pesar de ello, se forzó a sonreír, pues sabía que su pueblo merecía su aliento.
—Cada uno de ustedes, queridos amigos, es una pieza vital de este reino. Sin su esfuerzo, sin su fe, no habría luz que guiara nuestro camino. Así que, mientras celebramos bajo estas estrellas, rodeados por la calidez de la comunidad que hemos construido, recordemos que juntos, unidos en esta hermandad, podemos superar cualquier adversidad.
El aplauso que siguió fue ensordecedor. Haru cerró los ojos un momento, agradecido por la calidez del pueblo, pero en su pecho seguía esa sensación, como un nudo difícil de desatar. El futuro, aunque brillante en apariencia, traía consigo una pregunta que lo atormentaba en silencio: ¿realmente estaban preparados para lo que vendría?
La multitud continuó vitoreando, pero Haru, en su interior, no podía dejar de sentir que algo aún estaba por ocurrir. Con un suspiro imperceptible, levantó la mirada nuevamente, y con una última sonrisa, se despidió de su gente.
—Gracias por su valentía. Gracias por su fe. Y, sobre todo, gracias por su amor. Que esta noche, como todas las noches, la esperanza nos guíe y nos haga más fuertes, pues juntos, no hay sombra que pueda apagar nuestra luz.
Y aunque las voces del pueblo seguían llenando el aire, el príncipe no podía quitarse de la mente la sensación de que el verdadero desafío aún estaba por llegar.
El frío viento de la noche soplaba entre los altos muros del castillo. A las afueras, oculto tras los matorrales de un sendero olvidado, un guardia de confianza de Diana escuchaba con atención. La oscuridad jugaba a su favor, pero su respiración era pesada, contenida por el temor de ser descubierto.
En la distancia, dos figuras sombrías intercambiaban palabras en voz baja. Uno era inconfundible: el noble cuyo nombre había estado en rumores recientes. La otra figura estaba envuelta en una capa negra, su rostro oculto por una capucha.
—El ataque será rápido y efectivo. —dijo el noble, con un tono seguro y helado—. Una vez que los mercenarios entren, el caos hará el resto.
La voz rasposa de su acompañante respondió:
—¿Y qué hay del príncipe? Su muerte es la clave.
El noble sonrió.
—Haru no saldrá vivo de esta noche. Ya he tomado las precauciones necesarias.
El corazón del guardia se aceleró. Era suficiente. Debía volver al castillo y avisar a Diana antes de que fuera demasiado tarde. Retrocedió con cuidado, pero una rama seca se rompió bajo su pie. Las figuras se giraron al instante.
—¿Quién anda ahí? —gritó el noble.
Sin pensarlo dos veces, el guardia corrió entre los árboles, su armadura ligera resonando con cada paso.
Se dirigía en busca de la princesa diana para avisarle de todo lo que había escuchado.
Mientras tanto, e n las afueras del castillo, bajo la tenue luz de la luna, Diana estaba observando los alrededores, como era habitual en ella. Su mirada siempre atenta recorría el horizonte mientras una leve brisa agitaba su capa oscura. De repente, el guardia irrumpió entre los arbustos, jadeando y con el rostro pálido.
—Señorita Diana... —Su voz estaba entrecortada, pero el tono de urgencia no dejaba lugar a dudas—. Hay un complot... esta misma noche.
Diana frunció el ceño, cruzando los brazos mientras esperaba más detalles.
—Habla rápido.
El guardia explicó lo que había escuchado, incluyendo el plan para el ataque y la intención de asesinar al príncipe Haru. Diana, aunque estoica, no pudo evitar que su rostro reflejara una mezcla de preocupación y furia.
—Hiciste bien en venir. —Dio una vuelta sobre sus talones, su tono ahora más autoritario—. Quédate aquí y alerta a los demás. Yo iré al castillo de inmediato.
La noche parecía volverse más fría mientras Diana corría hacia el castillo. Sus botas resonaban contra el suelo de piedra, y en su mente solo había una idea: Haru debía saberlo antes de que fuera demasiado tarde.
Una vez que llego al castillo unos guardias la detuvieron.
—"¿Quién eres?" — grito uno de los guardias con voz fuerte.
Ella sin saber como decirlo, solo se quedó en silencio.
Rin que estaba cerca al escuchar el alboroto se acerca al lugar.
—"¿qué sucede aquí?" — pregunto Rin
Unos de los guardias responden con algo de nervio.
—"esta señorita quería entran al castillo sin ningún permiso" —
Al ver de quien se trataba, Rin le ordena que la suelten, inmediatamente le pregunta.
—"¿por qué esta aquí?" —
—"no tengo tiempo para darte explicaciones, necesito ver al príncipe, es urgente, su vida y la de todo depende de que me deje entrar" — respondió diana con voz firme.
—"esta bien…pasa…"— contesto Rin con algo de nervios y preocupación.
Las velas en el despacho seguían parpadeando, iluminando tenuemente las paredes de piedra. Haru, aún sumido en sus pensamientos, observaba el mapa extendido frente a él, intentando discernir cualquier detalle que pudiera indicar lo que se venía. Un crujido en la puerta le hizo alzar la mirada, y allí estaba Diana, de pie en el umbral, con una expresión seria pero decidida.
—Haru —dijo su voz, firme y directa—. Necesito hablar contigo, es urgente.
Haru asintió y se acercó a ella, apartando unos documentos. Los ojos de ambos se cruzaron por un momento, sabiendo que lo que venía podría cambiarlo todo.
—¿Qué sucede? —preguntó Haru, con un tono que no dejaba lugar a dudas: su paciencia era escasa, pero la preocupación en su rostro era evidente.
Diana respiró hondo antes de hablar. Sus palabras fueron rápidas, como si la información pesara demasiado.
—Confirmado. Los mercenarios atacarán esta noche, y todo apunta a que tu vida está en peligro. El objetivo eres tú, Haru.
El aire en la habitación pareció volverse más denso. Haru no dijo nada al principio; su mente procesaba la noticia, como un golpe directo al estómago. Sabía que el enemigo estaba cerca, pero la inmediatez del ataque lo tomaba por sorpresa.
—¿Estás segura de esto? —preguntó con voz grave, aunque sin perder la compostura.
—Lo estoy. —Diana asintió con firmeza, su rostro impasible—. Lo confirmé hace apenas unos minutos. Los detalles del ataque son claros, y no tenemos mucho tiempo para prepararnos.
Haru dio un paso atrás, su mirada fija en el mapa mientras analizaba las rutas posibles de los mercenarios. El sonido del viento soplaba fuerte afuera, como presagio de lo que estaba por venir.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó, aunque no necesitaba respuesta. Ya lo sabía. Lo que debía hacer era obvio, pero había algo en el aire, una sensación de que este ataque era más que una simple emboscada.
Diana se acercó un poco más, dejando que el peso de la situación se sintiera entre ambos.
—No podemos perder tiempo. —Sus ojos se encontraron nuevamente con los de Haru—. Pero sé que no será sencillo. Puede que todo esto sea una trampa, algo más grande de lo que parece.
Haru asintió lentamente, su expresión implacable.
—Si es una trampa, entonces sabrán que no somos débiles. —Su voz fue baja, pero llena de determinación—. Es ahora o nunca.
Diana lo miró por un instante, claramente comprendiendo la gravedad de la situación. Luego, sin decir palabra alguna, se giró y caminó hacia la puerta, dejando a Haru con sus pensamientos.
En ese momento, la puerta se abrió de nuevo, esta vez dejando paso a Rin, que entró sin previo aviso, con el rostro fruncido por la preocupación.
—¿Qué está pasando? —preguntó, sin rodeos.
Haru se giró hacia su amiga, dejando de lado momentáneamente el mapa. Sus ojos se encontraron y, en el silencio que los envolvía, ambos sabían que las palabras sobraban.
—Esta noche. Los mercenarios atacarán, y parece que el objetivo soy yo
—respondió Haru, su voz grave, pero contenida.
Rin frunció el ceño, con los brazos cruzados. Parecía procesar la información, pero su rostro mostraba una mezcla de escepticismo y frustración.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó, el tono de su voz reflejando la angustia que empezaba a calar en él—. Apenas tenemos tiempo para reaccionar. Haru respiró hondo, su mirada fija en el rostro de Rin.
—Es nuestra oportunidad —dijo con determinación, la mirada ardiente—. Si conseguimos repeler el ataque, podremos demostrar que no somos tan débiles como creen.
Rin soltó un suspiro, golpeando la mesa con el puño.
—¿O podríamos caer en una trampa aún mayor? —su voz cargada de frustración—. ¿No lo ves, Haru? Todo esto puede ser una maldición disfrazada de oportunidad. Lo que nos están ofreciendo no es victoria, es una trampa.
El silencio llenó la habitación por un momento, solo roto por el crujir de la madera en la chimenea. Haru se quedó quieto, pensativo. Sabía que las palabras de Rin no estaban fuera de lugar, pero no podía permitirse dudar ahora.
—No podemos retroceder, Rin —dijo, su voz firme como nunca—. Ya no.
Rin lo miró, su expresión dura, pero, finalmente, comprendiendo la gravedad de la situación. Tras un largo momento de tensión, asintió, resignado, pero sin vacilar.
—"Entonces, dime qué necesitas que haga" —…..