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Chapter 4 - Capítulo 4: Quiero escribir una novela.

El sol de media mañana iluminaba el campus de la universidad, llenando los jardines y los corredores con una luz cálida y vibrante. Los estudiantes se apresuraban entre clases; risas y conversaciones animadas resonaban en el aire, y el sonido constante de pasos llenaba el ambiente. Isabela caminaba lentamente por uno de los senderos arbolados, sus pensamientos absortos en una sola cosa: Carlos.

Desde su última conversación, Carlos había estado actuando de manera extraña. Había desaparecido por varios minutos en el Nevado, como si de un fantasma se tratara, y, como si fuera un espejismo, volvió a aparecer. A pesar de querer preguntar varias veces, él, como si lo presintiera, evadía sus preguntas con la facilidad de quien sabe manejar las palabras para no revelar nada. Había mencionado esa cosa que encontró, un talismán, pero sus explicaciones parecían incompletas, llenas de silencios incómodos que Isabela no pudo ignorar.

—¿Por qué me ocultará cosas? —se preguntó en voz baja, deteniéndose un momento bajo la sombra de un pino. Desde pequeños, siempre habían compartido secretos, sueños y temores. Habían sido confidentes inseparables... hasta ahora.

Perdida en sus pensamientos, casi no se dio cuenta de que alguien se le acercaba, hasta que escuchó una voz familiar.

—¡Izzie! ¡Tierra llamando a Isabela! —gritó Mariana, rompiendo el silencio con su tono alegre y desinhibido.

Isabela parpadeó y sonrió al ver a su amiga de cabello rizado y sonrisa contagiosa, que se acercaba a grandes zancadas.

—Lo siento, Mari. Estaba... distraída, supongo —admitió Isabela, intentando forzar una sonrisa para disimular su preocupación.

—¿Distraída, eh? Apuesto a que estabas pensando en tu querido Carlos —Mariana le guiñó un ojo de manera juguetona mientras enlazaba su brazo con el de Isabela.

—Solo somos amigos de la infancia, ya te lo he dicho, pero mentiría si dijera que no pensaba en él —respondió Isabela con una leve risa.

—Y ya te he dicho yo que esa excusa no me la creo. Es fácil notar cómo se miran, como un par de tortolitos dentro de una novela de romance trágico. Así que cuidado, si no aprovechas la oportunidad, cuando menos lo esperes, Carlos habrá desaparecido —bromeó Mariana, mostrando una sonrisa al ver la postura rígida de Isabela; parecía que sus palabras habían tocado una fibra sensible en el corazón de su amiga.

Ambas comenzaron a caminar juntas hacia la cafetería del campus, un lugar acogedor donde los estudiantes solían reunirse para tomar café y ponerse al día entre clases. La universidad tenía ese aire de libertad y juventud, con paredes cubiertas de carteles de eventos y grupos de estudiantes discutiendo apasionadamente sobre cualquier tema, desde política hasta las últimas series de moda.

Una vez que encontraron una mesa cerca de las canchas, Mariana se dejó caer en la silla con un suspiro dramático, mientras Isabela se sentaba con más elegancia, aunque con la mente todavía llena de preguntas.

—Venga, cuéntame. ¿Qué es lo que te tiene tan pensativa? —preguntó Mariana, apoyando los codos en la mesa y observando a Isabela con ojos curiosos.

Isabela dudó un momento. Sabía que Mariana era la amiga más confiable y divertida que podría tener, pero también sabía que, una vez que se abriera, no habría marcha atrás. Suspiró profundamente antes de hablar.

—Es Carlos... hay algo raro en él últimamente.

—¿Raro cómo? —preguntó Mariana, inclinándose hacia adelante como si estuviera escuchando el mayor secreto del siglo.

—No sé, siento que me está ocultando algo, y no sé muy bien cómo preguntarle.

Mariana arqueó una ceja, sus ojos brillando con una chispa de diversión.

—¡Oh, qué misterio! Quizá fue a encontrarse con una amante secreta o a buscar un tesoro perdido —dijo Mariana en tono dramático, haciendo un gesto con la mano como si estuviera narrando una historia épica.

—No bromees, Mari. Estoy hablando en serio —Isabela sonrió a pesar de sí misma, incapaz de resistirse al humor de su amiga.

—Está bien, está bien, ya me pongo seria —Mariana hizo un puchero fingido y luego se cruzó de brazos—. Pero en serio, ¿le preguntaste directamente? Si es algo que no quiere decir, será como sacar agua de una piedra. Así que lo principal aquí es: ¿realmente oculta algo o solo estás asumiendo cosas?

Mariana abrió su tupper de comida, que principalmente contenía ensalada, al momento que respondía.

Isabela miró la comida para conejos de su amiga, pensando que posiblemente quería hacer dieta. Luego desvió la mirada a su taza de café, removiéndolo con la cucharilla mientras pensaba en la última vez que intentó confrontar a Carlos.

—Le pregunté... pero esquivó mis preguntas como siempre. Ya sabes cómo es, siempre tan reservado o evasivo cuando quiere.

Mariana asintió con una sonrisa comprensiva, dando un bocado a su ensalada al tiempo que respondía con la boca llena.

—Sí, Carlos siempre ha tenido ese don para hablar sin decir nada. Pero, amiga, si realmente te preocupas por "Cantinflas", tal vez deberías insistir un poco más, presionarlo para que se abra. Por la fuerza, si es necesario. Su amistad tiene años, por lo que sé, así que es una grave falta de respeto que no sea sincero contigo cuando es obvio que te preocupas por él. Pero si no quieres llegar a eso, hay maneras de descubrir qué oculta... —Mariana se detuvo, su expresión traviesa—. ¡Podríamos seguirlo la próxima vez que desaparezca! Sería como en esas novelas de misterio que te encantan.

Isabela soltó un sonido indignado que atrajo la mirada de algunos estudiantes en la cafetería. Mariana siempre tenía ideas muy… originales.

—No sé si me atrevería a hacer algo así, pero definitivamente necesito saber qué está pasando.

—Mira, Izzie, sé que te preocupa, pero Carlos es un chico complicado. Recuerda que tú misma me dijiste que siempre ha sido un poco enigmático —Mariana tomó un sorbo de su café—. Pero también sé que le importas más de lo que a veces muestra. Si te está ocultando algo, seguro tiene una buena razón.

Isabela asintió lentamente, reconociendo la sabiduría en las palabras de su amiga. Recordaba las largas caminatas con Carlos cuando eran pequeños, compartiendo sueños sobre lo que harían en el futuro, o cómo lloró en su hombro cuando sucedió lo de su padre. Había un vínculo profundo entre ellos, algo que ni el tiempo ni sus diferencias podían romper. Pero ahora, ese vínculo estaba siendo puesto a prueba por secretos que ella no lograba entender.

—Tienes razón, Mari. Solo... espero que no sea nada grave —dijo Isabela finalmente, con la voz más suave.

Mariana le dio un apretón en la mano.

—No te preocupes tanto, Izzie. Además, si no funciona lo que te he dicho, siempre puedes preguntar a su familia. Sabes dónde vive, ¿no? Confía en mí, de una u otra manera todo saldrá bien. Y si no, siempre estaré aquí para hacerte reír, ¿verdad?

—No sé qué haría sin ti, Mari —respondió Isabela con una sonrisa sincera.

—¡Lo sé, soy absolutamente imprescindible! —Mariana lanzó una carcajada y luego cambió de tema, comenzando a hablar de los últimos chismes universitarios y las complicaciones de sus clases.

La conversación giró hacia temas más ligeros, pero en el fondo, Isabela no podía dejar de pensar en Carlos. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarlo y descubrir la verdad. Pero por ahora, estaba agradecida de tener a Mariana a su lado, una amiga que siempre sabía cómo hacerla sentir mejor.

 

En las últimas clases, Carlos se recargó en la silla de la universidad, con la mirada perdida en el proyector que iluminaba la sala. La clase avanzaba, pero su mente regresaba a ese momento en el que, luego de volver a imbuir de energía el talismán, sintió una sacudida y el mundo a su alrededor se desvaneció, solo para reaparecer en el Zócalo del centro de Toluca en la época moderna. Sacando su cuaderno de notas y observaciones de sus poderes, escribió:

—Parece que cuando aplico energía, el talismán se activa y me permite viajar al pasado o al presente. Si tomo los dos saltos como referencia, el punto en el que aparezco depende del lugar desde donde hago el salto. En el Nevado de Toluca, supongo que viajé por accidente al pasado, igual que en el centro de Toluca.

—Inquieto, sintió el talismán en su bolsillo, como si todavía vibrara de energía.

—Por otro lado, mi poder de duplicar continúa aumentando. Ahora siento que incluso puedo duplicar hasta 100 monedas de plata. Podría fácilmente convertirme en el hombre más rico del mundo... claro, eso si no me imputan crímenes como lavado de dinero o evasión fiscal. Creo que tendré que ser bastante cuidadoso con lo que hago.

Al terminar de escribir en sus notas, reflexionó un rato y sacó el celular discretamente para investigar. Tecleó: "Iturbide vs. Vicente Guerrero". La pantalla mostró varios resultados, y entre ellos leyó un texto que lo hizo fruncir el ceño:

—El encuentro entre Iturbide y Guerrero en Acatempan, en febrero de 1821, puso fin a la guerra contra el yugo español y dio origen al Plan de Iguala, que declaró la Independencia de la América Septentrional el 24 de febrero de 1821.

Entonces, ¿viajé a una fecha anterior a 1821? —pensó con asombro.

Un pensamiento que no había considerado lo hizo sentir un escalofrío.

—¿Qué pasaría si cambio la historia de México? ¿Cambiaría el México moderno? ¿Pondría en peligro a mi familia o incluso mi propia existencia?. Maldita sea carlos, que tan cobarde puedes ser, al inicio tenias miedo incluso de viajar, ¿ahora incluso de dcambiar algo del pasado? No puedo permitirme vivir con miedo,

—carlos recordó que gran parte del origen del miedo es lo desconocido, asi que se prometió aprender mas sobre sus poderes a como diera lugar antes de terminar la semana

 

El sonido de la campana, anunciando el fin de la clase, lo sacó de su trance. Guardó el celular y comenzó a recoger sus cosas. En ese momento, Isabela, sentada a un lado, le habló:

 

—¿Vas a acompañarnos a la cafetería o saldrás corriendo como la semana pasada? —le dijo Isabela, acomodándose el cabello detrás de la oreja y ordenando sus cosas en la mochila.

Carlos dio una sonrisa amplia.

—Sí, solo tenía unas cosas que arreglar, pero hoy los acompañaré. De hecho, tengo algo que decirles.

—¡Alabado sea el señor! Nos honra con su presencia el gran Carlos Ayamonte. ¡Las bebidas carbonatadas y la leche con chocolate corren por tu cuenta! —bromeó Luis desde atrás.

Isabela rió, dándole un ligero empujón a Carlos en el brazo.

—Ayamonte el santo, ¿qué palabras sabias y secretos misteriosos vas a contarnos?

Carlos se encogió de hombros, haciéndose el interesante.

—Solo si son dignos de recibirlos —dijo, riendo—. Además, hoy me siento generoso.

—¡No, no, no! Tenías que decir: "¡Soy un dios generoso!"

—¿Un dios generoso? —preguntó Isabela, confusa.

—Ella no ha visto 300 —dijo Carlos, decepcionado, mientras negaba con la cabeza.

Luis se adelantó hacia la puerta del salón, volviéndose hacia ellos con una gran sonrisa.

—Vamos, mi gran Jerjes I, que este espartano ya tiene hambre.

Mientras salían juntos del salón, Carlos los seguía con una sonrisa, pensando en cómo poco a poco sus planes para cambiar el pasado iban tomando forma. Mientras se dirigían a la cafetería, Isabela mandaba un mensaje a Mariana.

—Nos vemos en la cafetería, el gran Jerjes nos honrará con su presencia. Aprovecharé para preguntarle qué oculta.

—¿Jerjes? ¿Quién es ese?

—No sé, son las referencias rebuscadas de Luis y Carlos.

—Ok, los busco en un rato. No compitas con ellos en referencias, te lo digo por experiencia.

Mientras tanto, Luis platicaba con Carlos.

—¿Qué quieres decirnos, mi estimado? ¿Por fin has reconciliado la relatividad general y la física cuántica?

—Sabes que de lo que dices suelo entender solo la mitad, ¿verdad?

—Bueno, a mí me parece un buen porcentaje.

—No si es para un examen.

—Buen punto. En fin, ¿de qué querías hablar?

—Bueno, tengo una idea para una de mis historias, y quiero algunas referencias.

—Oh, así que ese pequeño hobby de escribir webnovels no ha salido de tu sistema…

Pocos minutos después, estaban los tres sentados en una mesa en la cafetería de la universidad. Carlos les lanzó una mirada a ambos y dijo, captando su atención:

—Ok, pregunta hipotética: si pudieran viajar a México en 1820, ¿qué harían? —Carlos los miró, esperando captar alguna chispa de inspiración en sus respuestas.

Luis fue el primero en reaccionar, echándose a reír.

—Bueno… primero, encontraría cómo sobrevivir sin un baño decente.

—Todos tienen sus prioridades —intervino Isabela con voz crítica.

—Oye, defecar sin temor a que una masacuata te muerda el trasero me parece algo de vida o muerte.

—No creo que tu chispa de vida se extinga en la caca —agregó Isabela. Carlos y Luis la miraron desconcertados.

—Amm… Sir William… cuando se disfraza de caballero para competir… de Corazón de caballero… ¿no? Ok, lo prometo, no vuelvo a hacer referencias de películas con ustedes —dijo Isabela, en parte enfurruñada y a la vez avergonzada.

—¿Y luego de hacer tus necesidades sin poner en riesgo tu vida, qué buscarías hacer? —preguntó Carlos.

—Amm, no sé, no pensé que viviría tanto. Tal vez… ¿trataría de hacerme amigo de algún rico para tener una vida cómoda? —se encogió de hombros, bromeando.

Isabela levantó una ceja.

—No seas tonto, Luis. Eso también puedes hacerlo en esta época.

—Entonces, ¿qué es lo que tú harías?

—Bueno, si yo estuviera en 1820, buscaría hacer algo útil. Ayudaría a impulsar la educación o los derechos de las mujeres… aunque sé que sería un reto enorme en esa época.

Carlos sonrió ante la respuesta algo más útil de Isabela, considerando cómo eso encajaba en su propio plan.

—¿Y si tuvieras la oportunidad de cambiar el curso del país? ¿Hacer de México un lugar más fuerte desde esa época? —preguntó, intentando sonar casual.

Luis se cruzó de brazos, pensativo, pero Isabela respondió antes.

—Bueno, suena a un gran "¿y si…?". Pero considerando que la guerra de independencia duró como 11 años, y luego la guerra de Texas comenzó en 1836, lo más imperativo sería modernizar el ejército. Aunque claro, las luchas de poder en la capital no ayudarían mucho. Siendo realistas, no creo que un par de personas en 1800 pudieran hacer mucho sin recursos. ¿Por qué nos preguntas esto?

Carlos se echó hacia atrás en el respaldo de la silla y dijo:

—Bueno, la trama del libro trata de un chico que viaja al pasado de México para cambiar el país. Así que, bajo esa premisa, estoy buscando ideas para la trama. Piensen en esto: si conocieran ciertos secretos, ciertas tecnologías antes de tiempo, ¿no creen que podrían aprovecharlo para estar un paso adelante de los tiempos?

Isabela lo miró con interés.

—¿Como... traer avances del futuro al pasado? Eso podría cambiar las cosas —sonrió, entretenida con la idea—. Sin duda, una buena máquina de combustión interna haría milagros en la era del vapor, aunque la gente podría verte como a un brujo o algo así.

Luis se unió al entusiasmo, apoyando los codos en la mesa.

—Es verdad. Imagínate: darles electricidad o internet, incluso simples ideas sobre industrias básicas… ¡o hasta armas modernas! Una batalla entre caballeros medievales contra un helicóptero Black Hawk sería genial… No, espera, eso ya lo vi en un anime. Pero la verdad —dijo haciendo una pausa, como si toda la emoción que tenía hubiera desaparecido—. No es que sea mi prioridad viajar al pasado; mi color de piel no es muy compatible con esa época. Después de todo, amo mucho la libertad.

—Eso fue en Estados Unidos, aquí en México no existía la esclavitud —dijo Carlos.

—Bueno, para ser exactos, se abolió en 1829 o algo así. Así que si viajamos a 1820, no es como si nuestro monje cubano gozara de derechos humanos. Además, creo recordar que la separación en castas era muy pronunciada. Estaban los criollos, mestizos, mulatos, y no sé qué más. Así que el racismo y la marginación eran el pan de cada día.

—Eso deja mucho que pensar —dijo Carlos para sí mismo.

—¿Ven cómo mi idea de hacerme amigo de un noble rico no era tan descabellada? —agregó Luis a la conversación.

Carlos asintió, ocultando una sonrisa. Había captado exactamente el tipo de respuesta que necesitaba.

—Justo. Solo piensen en cómo cambiarían las cosas si alguien lograra adelantar la industria de México por algunas décadas. Imaginen los beneficios: comercio, defensas, educación.

Isabela lo miró, ahora con una mezcla de asombro y diversión.

—De verdad te has clavado en esta idea. Parece que tienes un plan en mente… ¿qué impulsarías en México para cambiar el país?

Él rio ligeramente, sin responder de inmediato, dejando el misterio flotando en el aire.

—Solo digo que, a veces, es cuestión de tener la información adecuada en el momento adecuado —dijo finalmente—. Lo demás se acomoda solo.

Luis se inclinó hacia atrás, riéndose.

—Carlos, siempre tan enigmático. Solo espero que si algún día nos encontramos en 1820, no termines con una masacuata en el trasero.

Carlos se encogió de hombros, aunque en su mente las piezas ya comenzaban a encajar.