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Chapter 5 - Capitulo 5: Un pequeño espía.

Capitulo 5: Un pequeño espía.

El atardecer envolvía la ciudad con tonos anaranjados, bañando el cuarto de Isabela en una luz suave y cálida. Ella estaba sentada en su escritorio, con libros y cuadernos abiertos frente a ella, intentando concentrarse en sus estudios. Pero sus dudas sobre Carlos no desaparecían; ese libro que quería escribir no parecía tener relación con el incidente sobrenatural.

Decidida a buscar respuestas, tomó su teléfono y buscó un nombre en su lista de contactos. Lucy, la hermana menor de Carlos, siempre había sido como una hermanita para ella. Quizás, sin proponérselo, la pequeña pudiera darle alguna pista sobre el comportamiento de su hermano.

El tono de llamada sonó un par de veces antes de que una voz alegre respondiera al otro lado.

—¡Hola, Isa! —exclamó Lucy con entusiasmo—. ¡Hace mucho que no hablas conmigo!

—Hola, Lu. Sí, lo sé. He estado un poco ocupada con la universidad —respondió Isabela, sonriendo al escuchar la voz alegre de la niña—. Pero, ¿qué tal tú? ¿Cómo va todo por allá?

—¡Genial! Carlos me ha comprado muchos dulces esta semana —dijo Lucy con un tono de orgullo—. Me trajo mazapanes, obleas y hasta unos chocolates que nunca había probado antes.

Isabela no pudo evitar reír suavemente. Carlos siempre había sido un hermano mayor consentidor, especialmente con Lucy.

—¿En serio? Vaya, parece que te has portado muy bien para merecer todos esos dulces.

—¡Sí! Pero lo mejor de todo es que... ¡tenemos un nuevo miembro en la familia! —anunció Lucy, con la emoción burbujeando en su voz.

—¿Un nuevo miembro? ¿Qué quieres decir? —preguntó Isabela mientras se sentaba más recta en la cama; tal vez aquí estaba la respuesta que buscaba.

—Carlos compró un conejo. Es blanco y peludito, con las orejas más adorables que has visto. Lo llamé Matías.

—¡Qué lindo! —dijo Isabela, imaginando a Lucy emocionada con el nuevo conejo, pero no pudo evitar que su voz tuviera un tono de decepción—. ¿Y cómo va Matías? ¿Te has encargado de cuidarlo?

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, y luego Lucy respondió con un tono un poco apagado, sonando desanimada.

—Bueno... Carlos me dijo que no le diera de comer. Dijo que Matías solo puede comer una lechuga y zanahoria especial que él mismo le trae.

Isabela frunció el ceño, su curiosidad despertando aún más. Carlos siempre había sido meticuloso, pero prohibirle a Lucy alimentar al conejo sonaba... extraño.

—Eso es... curioso. ¿Y no te ha explicado por qué?

—No mucho. Solo dijo que Matías está a dieta y que si come otra cosa engordará —respondió Lucy con un tono de desconcierto—. No sabía que los animales hacen dieta. ¿Tus mascotas hacen dieta, Isa?

A la mente de Isabela llegó la imagen de una pequeña y regordeta Mariana con orejas de conejo comiendo lechuga y zanahorias en la cafetería.

—Bueno, tal vez tengo una mascota que está haciendo dieta —Isabela se mordió el labio para no partirse de risa nuevamente—. Oye, Lucy, ¿no has visto a Carlos hacer cosas extrañas o algo así?

Antes de que pudiera cambiar de tema, Lucy dejó escapar una risita traviesa.

—¿Algo extraño? No lo sé, pero no te preocupes, Isa, ¡yo investigaré por ti!

—¿Qué? —Isabela soltó una carcajada sorprendida—. No, no, no quise decir que investigues, solo me preguntaba si ha pasado algo raro con él.

—Le huelen los pies, ¿eso cuenta como raro? Ah, sí, se ríe como loco y hace ruidos raros en las noches. A veces entro a su cuarto y está viendo el fondo de escritorio de su computadora sin hacer nada. Ah, y tiene una revista de unas señoras en traje de baño bajo su cama —confesó Lucy mientras enumeraba las cosas raras que había visto hacer a Carlos.

Isabela no pudo evitar sonreír al imaginar la vergüenza que Carlos sentiría al saber que sus secretos más oscuros estaban siendo ventilados por su hermana pequeña.

—No deberías espiarlo, pequeña detective. Podrías meterte en problemas —advirtió Isabela con cariño, aunque sabía que era poco probable que Lucy dejara de seguir su curiosidad.

—Oh, Isa, ¿qué crees que esté haciendo Carlos? Últimamente pasa mucho tiempo fuera y vuelve con cosas raras. Incluso hoy en la mañana lo vi cargar algo pesado y traía mucho dinero, pero cuando le pregunté, solo se rió y me dio un dulce para distraerme. Quizás quiere alimentarme como a Matías.

Isabela sintió un nudo en el estómago al escuchar eso. Algo definitivamente no estaba bien. Carlos no tenía un trabajo y su familia estaba limitada financieramente. Pero también sabía que no podía involucrar a Lucy en sus preocupaciones; la niña era demasiado joven para entender los matices de lo que Carlos podría estar haciendo.

—No te preocupes demasiado, Lu. Estoy segura de que Carlos tiene sus razones. Quizá esté planeando una sorpresa para ti.

—¡Ojalá! Me encantaría un regalo... pero, Isa, si descubro algo interesante, ¡te lo contaré primero! —prometió Lucy con entusiasmo.

Isabela no pudo evitar reír otra vez.

—Está bien, pequeña detective. Mantén los ojos abiertos, pero no te metas en líos, ¿de acuerdo?

—Lo prometo. ¡Te quiero mucho, Isa! Espero que vengas pronto a visitarnos.

—Yo también te quiero, Lu. Prometo que te llevaré unas zanahorias cuando vaya, ¿vale?

—¡Sí, por favor! Aunque no sé si Carlos nos dejará alimentar a Matías.

Isabela colgó el teléfono con una mezcla de emociones. Sabía que Lucy no mentiría ni exageraría sobre algo así, y el comportamiento de Carlos parecía volverse más extraño cada día. ¿Era preocupación por Carlos o simplemente el miedo a que su viejo amigo estuviera cambiando de una forma que ella no entendía?

Mientras miraba por la ventana, viendo cómo el sol se hundía detrás de los edificios, decidió que era hora de hablar con Carlos de nuevo, esta vez sin evasivas ni distracciones. Ya no podía ignorar lo que estaba ocurriendo, y si había alguien que podía hacerlo hablar, esa era ella.

En otro lugar, un conejo roía lechuga con tranquilidad en su jaula mientras Carlos estaba sentado en su escritorio, rodeado de papeles y lápices, con la mirada fija en una hoja en blanco en la que había garabateado palabras como "duplicar" y "ganancias". Había estado dándole vueltas al asunto durante días. Sabía que tenía una habilidad increíble, una habilidad que le daría una base sólida para hacer grandes cambios en el México moderno y en el pasado. Pero también conocía sus riesgos y limitaciones. A pesar de crear plata con relativa facilidad, sabía que era algo llamativo. Por otro lado, aún no estaba seguro si crear comida podía producir efectos secundarios. Hasta ahora, el conejo que estaba siendo alimentado solo con verduras duplicadas no parecía tener efectos negativos.

Su mente recorría posibilidades, evaluando una tras otra mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio.

—A ver, ¿por qué no simplemente duplicar billetes? —se murmuró a sí mismo.

Al duplicar un billete de 500 en su mano, Carlos se detuvo, dudando. Era tentador, pero sabía que duplicar billetes no era una opción segura. Además de ser ilegal, los billetes "falsos", a pesar de ser exactamente iguales, podrían atraer una atención peligrosa. Sus ojos se posaron en los números de serie idénticos en los billetes. Recordó historias de gente atrapada por los rastros que dejaron en los billetes falsificados, y el pensamiento de atraer la atención de la policía o, peor aún, de Hacienda, le hizo fruncir el ceño.

—No, eso está fuera de discusión —murmuró, tachando la idea con fuerza en la hoja.

Su mirada se desvió a un par de monedas de plata que tenía en su escritorio, objetos pequeños que había duplicado en una ocasión para probar sus habilidades. La idea de vender metales preciosos a una casa de moneda había pasado por su mente varias veces, pero pronto desechó esa opción también. Vender oro y plata en grandes cantidades llamaría la atención. No solo porque al hacerlo tendría que utilizar una identificación oficial, sino porque los bancos y las casas de cambio podrían empezar a sospechar de un joven desconocido con un suministro constante de metales valiosos. Aunque podría evitar esto utilizando a más gente... pero eso no sonaba muy secreto.

Otra idea surgió, una que parecía prometedora.

—Una joyería... —musitó para sí mismo—. Podría utilizar mi capacidad de duplicar para crear productos de alto valor, incluso utilizar mi oro como materia prima y contratar orfebres para procesarlos. Como el oro me sale gratis, podría dar ofertas especiales. Claro que, al trabajar con oro, los requisitos fiscales serán más estrictos, pero puedo contratar gente que se encargue de eso.

Encerró en la libreta la palabra joyería como idea para más adelante.

—¿Qué tal duplicar tecnología? —Tomó el celular del escritorio y creó un duplicado. Los dos teléfonos parecían funcionar sin problemas, pero pronto surgió una duda—. ¿Qué pasa si me llamo a mí mismo?

—¡Lucy! —gritó Carlos sin esperar. Inmediatamente, un golpe sonó en su puerta. Al voltear, vio a lucy tirada y la puerta completamente abierta, Lucy estaba allí temerosa como si la hubieran atrapado haciendo algo.

Extrañado, pero sin prestarle mucha importancia, Carlos le dijo:

—¿Qué haces?, sabes que no importa, Oye, ¿puedes prestarme tu celular?

—¿Qué? ¿Por qué? Yo... yo no estaba hablando con Isabela —dijo Lucy, nerviosa.

—¿Qué? —dijo Carlos aún más desconcertado que antes

Lucy, al darse cuenta de que había metido la pata, cerró la boca y se negó a responder las preguntas que hacia Carlos.

—Olvídalo, préstame tu celular un momento. Quiero hacer una llamada.

Después de mucha insistencia, Lucy, a regañadientes, le pasó un viejo celular que solo servía para hacer llamadas. Carlos notó en el registro una llamada reciente a Isabela y se hizo una nota mental para sacarle respuestas a Lucy incluso a golpes. Marcó su propio número, pero parecía que la llamada no entraba.

—¿Por qué tienes dos teléfonos? —el contra ataque de Lucy puso a Carlos nervioso.

—Ehh, bueno... uno parece que se descompuso y estoy viendo si el otro funciona.

Después de lograr que Lucy se fuera dándole algunos dulces como soborno para que no hiciera más preguntas, Carlos regresó a su escritorio. Las llamadas nunca conectaron. Parecía que, al compartir el mismo chip o banda, ambos teléfonos interferían entre sí. Esto lo llevó a descartar la posibilidad de duplicar electrodomésticos, al menos aquellos que se conectan a internet o que requieren comunicación.

Consideró entonces la idea de duplicar metales menos valiosos, como cobre o aluminio, para venderlos en centros de reciclaje. La gente llevaba chatarra y metales para vender todo el tiempo sin levantar sospechas. Pero el problema era el mismo: tendría que duplicar grandes cantidades para obtener una ganancia decente, y su última experiencia haciendo esto no fue placentera. Además, hacerlo tantas veces sería agotador.

Carlos exhaló y miró las notas dispersas por el escritorio, tratando de calmar su frustración. Sabía que debía encontrar una forma segura de aprovechar su habilidad, algo que le diera ingresos sin arriesgarse demasiado. Finalmente, escribió una idea que había dejado pasar por alto: duplicar objetos de valor cotidiano que pudieran venderse con menos preguntas. Pequeños artículos, como herramientas, dispositivos o refacciones, cosas que pudiera vender sin levantar sospechas.

—Quizá pueda armar una refaccionaria... —pensó en voz alta—. Literalmente, las refacciones son elementos duplicados que la gente necesita sustituir, y me saldrían gratis. Claro, tendría que imbuir suficiente energía para que cada producto dure años, pero con mi incremento de poder constante, no es tan complicado. Por otro lado mi enriquecimiento será mas lento pero mas transparente, no llamara tanto la atención y me dara un origen de mi riqueza.

Evaluar las limitaciones de su poder y evitar riesgos eran esenciales si quería que sus planes avanzaran correctamente. Cuanto más lo pensaba, más prometedor le parecía.

Armó una lista de lo necesario para arrancar su negocio. Desde los trámites, el local, el tipo de refacciones que necesitaría, mobiliario, etc. Cuanto más escribía, más emocionado se ponía al notar que prácticamente necesitaba solo un ejemplar de cada cosa para surtir indefinidamente su refaccionaria. Eso sí, sonaba como mucho trabajo para hacerlo solo, por lo que tendría que contratar gente. Pero el dinero no sería un problema.

Carlos rio maniáticamente, sabiendo que estaba a punto de dar un gran paso hacia el futuro que tanto anhelaba.

 

 

Isabella miraba la carta del restaurante por enésima vez, aunque ya sabía lo que iba a pedir. Más bien, lo usaba como distracción. El verdadero problema era cómo hablar con Carlos sobre lo sucedido en el Nevado de Toluca. Recordó aquel talismán, brillando con magia y luego... nada. Carlos había desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra.

—Pero, ¿qué le voy a preguntar? —murmuró, mordiéndose el labio. Se sentía ridícula, pero el tema no la dejaba tranquila. Y encima, Carlos ni siquiera era bueno ocultando cosas como para dar una explicación convincente.

Se preguntó si su extraña pregunta del otro día estaba de alguna manera ligada a su desaparición. Entre más pensaba más enredada se sentía. Miró la entrada del restaurante justo cuando Carlos aparecía, con su andar seguro y una sonrisa casual, como si nada raro hubiera pasado. Isabela sintió una mezcla de alivio y frustración.

—¡Hey, Isa! ¿Llevas mucho esperando? —Carlos se acercó a la mesa y tomó asiento sin esperar respuesta.

—No, para nada —respondió ella, intentando sonar despreocupada mientras cerraba la carta y lo miraba a los ojos—. Oye… pareces bastante animado.

Carlos sonrió, sin perder el ritmo.

—claro, porque tengo algo… bueno un proyecto para proponerte. Pero antes que nada, ¿sabes que vas a ordenar? Pide lo que gustes, yo invito.

—bueno, la verdad no tengo mucha hambre, de que proyecto estás hablando

—, entonces solo pidamos algunas bebidas, Quiero arrancar un negocio. Pero hacerlo yo solo es mucho trabajo, necesito a alguien de confianza, alguien que no solo me ayude a ponerlo en marcha, si no que me ayude a gestionarlo.

—¿Un negocio? ¿Así nada más? —Isabela no pudo evitar levantar las cejas—. Bueno, claro que suena bien, pero… ¿cómo vas a pagar algo así? Iniciar un negocio no solo puede ser arriesgado, si no que requiere mucha inversión en sus etapas iniciales.

Carlos sonrió como si estuviera jugando con un secreto.

—Digamos que... he tenido un par de oportunidades inesperadas, así que el dinero y la rentabilidad no serán problema.

Ella lo miró un instante, intentando descifrar esa sonrisa misteriosa mientras el ordenaba algunas bebidas y aperitivos. Era algo típico de Carlos, siempre haciendo cosas sin explicar mucho, pero… un negocio era algo serio. Aunque sus preguntas se arremolinaban, decidió dejarlo pasar para una ocasión más privada. Espero a que la camarera se fuera para preguntar.

—Vale. ¿Y en qué pensabas, entonces?

—Una refaccionaria. Algo sencillo, pero rentable —dijo Carlos, acomodándose en su asiento

—. Te cuento, la idea es que haya de todo, en primer lugar empezare con una refaccionaria de motos, con modelos más comerciales, y poco a poco ampliar el catalogo, cuando tenga suficiente impulso me gustaría agregar atender otras áreas como refacciones de autos o camiones, incluso otros giros como almacenes de productos de cocina, herramientas y demás, déjame decirte que he logrado garantizar la calidad y los precios bajos, por lo que tener ganancias no será un problema, lo que realmente me preocupa son 2 cosas.

Por un lado las operaciones diarias, a pesar de tener este negocio, no poder dedicarle suficiente tiempo para atenderlo, ya que tengo cosas más importantes que hacer, por otro lado, la tasa de crecimiento será explosiva, y no estoy exagerando, la velocidad con la que abriré otras sucursales o negocios será muy rápida, por lo que necesitaremos contratar gente con bastante frecuencia.

Isabela se recostó en la silla, asimilando la propuesta.

—Suena bien, y hay mucha demanda para eso, pero necesitas mucho más que piezas. Por ejemplo, ¿ya tienes pensado el lugar?

—Sí, hay un local en el centro que me interesa. La ubicación es perfecta. Pero aún no cuento con el listado de productos a vender, ni con un proveedor, así que hablar de detalles como precio o promociones aún está muy lejos. Por otro lado, quiero hacer las cosas bien, así que tendría que darme de alta en Hacienda y contratar un contador.

—Ay, Carlos, a mí me parece que aún faltan muchos detalles. ¿Estás seguro de querer iniciar un negocio así? —Dijo Isabela preocupada, cruzando los brazos y mirando seriamente a Carlos—. Porque esto suena a que perderás dinero.

—Bueno, perder dinero no será un problema —bromeó él, con una sonrisa confiada—. No, en serio. Tú y yo podemos armar algo grande. Y en cuanto a financiación... tengo suficiente para arrancar. Te confesaré que, por decirlo de alguna manera, me saqué la lotería. Solo necesito a alguien en quien confiar. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y quiero decirte que mientras me sigas, prometo garantizar que dinero, estatus y control sobre esta nueva empresa serán cosas que no te faltarán. Podrás hacer y deshacer a tu antojo, aprender sobre la marcha y, mejor aún, tendrás un jefe guapo... que soy yo.

Isabela sonrió, un poco sorprendida, pero decidió no hacer la vista gorda ante sus preguntas. Si Carlos iba a confiar tanto en ella, entonces seguramente respondería.

—Está bien, decido ayudarte… pero dime, ¿con cuánto dinero contamos para arrancar este negocio? ¿Cuál será mi salario? ¿Planeas invitar a Luis o a Mariana?

Carlos se inclinó, entusiasmado.

—Perfecto, digamos que usaremos un 100mil pesos para arrancar el proyecto.

—¿cien mil? —Repitió Isabela sorprendida de que Carlos lograra reunir tanto dinero con su situacion familiar—. Carlos, no estarás metido en aguas turbias, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Bueno, para decirte la verdad, eso de sacarme la lotería no fue una broma. Tendré algo de dinero y estoy dispuesto a sacrificarlo por completo para aprender y arrancar el negocio.

—Qué suerte la tuya. Pues si es así, y si estás dispuesto a ser tolerante con mis errores, te ayudaré. Prometo, por supuesto, que no malversaré ni desperdiciaré ese capital semilla que estás invirtiendo. Pero debes estar consciente de que apenas vamos empezando la universidad y no soy una experta en negocios.

—No te preocupes, si necesitamos expertos, podemos contratarlos. Lo que necesito de ti es el control sobre la empresa y tu lealtad para proteger mi dinero.

Ambos sonrieron, y Carlos comenzó a detallar su plan, mientras Isabela tomaba notas mentales sobre todo lo que habría que organizar. Aunque las dudas aún rondaban su mente, decidió enfocarse en la aventura que tenían frente a ellos.