Alzando su mano, Zuri acarició la cara de Khaos y la embadurnó con la sangre del licántropo. Ella sonreía juguetonamente hacia él.
—No te preocupes por mí, estoy bien, esta no es mi sangre —dijo Zuri casualmente—. Ella irradiaba felicidad.
Esa declaración hizo que Gayle sintiera pavor. La forma en que Zuri hablaba, la forma en que sonreía, la forma en que no sentía ningún arrepentimiento ni nada, le hacía sentir mal en todo su cuerpo. Él sabía de quién era esa sangre.
Si no era sangre de Zuri, entonces tenía que ser de alguien más y él tenía razón al respecto.
—Maté a mi sirvienta —dijo Zuri con facilidad—, como si estuviera declarando un hecho.
—¿Por qué? —La expresión de Khaos no cambió, incluso después de escuchar lo que ocurrió—. Recogió unos mechones de pelo de Zuri detrás de su oreja.
—Ella me peinó demasiado fuerte. Por eso la maté. No me gusta.