Momentos acalorados.
Nunca parecían disminuir lo más mínimo, y aún con todo lo que él me hacía, no podía evitar dejarme llevar y emocionarme.
Después de todo, él era un dios del sexo. Un placer enviado desde el infierno para devorarme cada vez que podía, o al menos eso era lo que me gustaba decirme a mí misma. No había manera de que pudiera hacer este tipo de cosas de manera natural.
Era absolutamente pecaminoso en todos los sentidos.
—Quiero que vengas conmigo a algo esta noche —respondió James mientras lo observaba salir de la ducha, envuelto en una toalla y goteando agua.
—¿Ah, sí? ¿A dónde? —Todavía no había tenido la oportunidad de ducharme. Todavía estaba acostada en su cama con las sábanas sobre mí y una neblina de satisfacción nublando mi mente.
—A un club —respondió con una sonrisa maliciosa.
Pausando por un momento, lo miré con curiosidad. —No pareces el tipo que va a clubes, James.