Para cuando habíamos vuelto a los estados, estaba más que agotada. El vuelo en avión no había sido como los otros, y por mucho que deseara que hubiera sido así, no podía evitar pensar que eso era parcialmente mi culpa.
No estaba siendo tan comunicativa como antes.
—Ya llegamos —susurró Hale suavemente en mi oído mientras levantaba la vista hacia él. Todavía estaba firmemente presionada contra él en el asiento trasero del coche mientras conducíamos del aeropuerto a la casa de la manada.
—Por fin —respondí—. No puedo esperar para salir de este coche y estirar las piernas.
Hubo un silencio inquietante mientras el coche llegaba a una parada lenta. Los tres chicos se sentaron rectos antes de mirarse unos a otros. —Cuando paremos Ivy, quiero que te quedes en el coche.
—¿Qué? —pregunté confundida—. ¿Por qué?
—Por una vez, por favor haz lo que te dicen. Por favor —suplicó Damian con un suspiro mientras mis ojos se encontraban con los de Hale y él asentía en acuerdo.