Cedrick quería decir algo, pero mi madre levantó la mano para detenerlo.
—Suprimí tu sentido de la pareja —respondió mi pregunta en su lugar. Su voz no era fuerte, pero la conmoción se asentó en mis huesos.
—¿Cómo pudiste...?
—Si no puedes encontrar a tu pareja, entonces no tendrás que preocuparte por perder el control cerca de ella.
Todo lo que podía hacer era mirarla desde el otro lado de la habitación.
Entonces, ¿qué era yo? ¿Un loco desalmado condenado a vivir en este mundo completamente solo hasta el final de su patética vida? No se me permitía amar, ni odiar. Sin emociones, sin amigos y sin... esperanza.
—¿Por qué yo? —murmuré.
—No lo sé. Pero lo que sí sé es que eres la vigesimoprimera generación de la línea de sangre del Rey Licáon y tu poder es sin igual. Te guste o no, es una bendición de la Diosa de la Luna misma.
—¡Yo nunca lo pedí! ¡Nunca quise este maldito poder!