El corazón de Ilyas latía como un tambor de guerra, resonando en la vastedad oscura de aquel abismo en el que había descendido. La esencia misma del lugar lo envolvía, susurrándole secretos olvidados, recuerdos de vidas ajenas que quedaban atrapadas en las paredes de ese mundo subterráneo, como sombras desdibujadas en una eterna danza espectral. Podía sentirlas, como si el abismo entero fuera un organismo vivo, respirando, pulsando al ritmo de esas almas atrapadas en su interior.
La figura de Althea se movía con una gracia casi etérea a través de la penumbra. Parecía conocer cada recoveco de aquel lugar, cada grieta y cada rincón en el que las sombras danzaban en silencio. La seguía en silencio, sus pensamientos atrapados en un torbellino de dudas y temores. Sentía que estaba cruzando un límite invisible, que cada paso lo alejaba más de la realidad y lo acercaba a un destino incierto, uno que le susurraba promesas de verdades olvidadas.
Después de lo que pareció una eternidad, Althea se detuvo ante una estructura extraña. Parecía un altar antiguo, tallado en piedra, cubierto de líquenes y raíces que lo envolvían como una mortaja. Era un monumento a lo arcano, una puerta hacia secretos que habían sido sellados hace eones.
—Este es el centro de todo —murmuró Althea, apenas un susurro que parecía fundirse con el eco de las voces atrapadas en el abismo—. Aquí, el vínculo entre lo visible y lo invisible se hace más fuerte, y quienes buscan respuestas deben estar dispuestos a ofrecer algo a cambio.
Ilyas sintió un estremecimiento recorriéndole la columna. Sabía que algo dentro de él debía ser sacrificado, algo que le ataba a su existencia anterior. Sin embargo, un impulso oscuro, casi visceral, lo empujaba a continuar, a descubrir qué secretos le aguardaban en ese altar perdido en las profundidades.
Althea lo observaba en silencio, su mirada profunda como el océano, llena de enigmas y secretos indescifrables. Finalmente, ella levantó una mano y, sin palabras, señaló el altar. Ilyas comprendió lo que debía hacer; sin pensarlo dos veces, se acercó y colocó una mano sobre la fría superficie de la piedra. Al instante, una corriente gélida recorrió su cuerpo, llenándolo de una sensación de vacío y terror primigenio.
Althea comenzó a murmurar palabras en un idioma antiguo, una lengua que parecía estar hecha de susurros y ecos. Las palabras se enredaban en el aire como hilos invisibles, formando un vínculo tangible entre él y el altar. Ilyas sintió que el peso de esas palabras se filtraba en su mente, llenando cada rincón de su ser con un conocimiento prohibido, una verdad que susurraba a su alma promesas de poder y condena.
En ese momento, un destello de recuerdos comenzó a aflorar en su mente. Recordó su vida antes de llegar a ese bosque, los momentos de dolor y desesperanza que lo habían llevado hasta allí. Pero esos recuerdos comenzaron a desvanecerse, como si el abismo estuviera reclamando esas memorias en pago por el conocimiento que le estaba concediendo. Sentía que una parte de él estaba siendo arrancada, consumida por el abismo, y en su lugar quedaba un vacío que se llenaba con las voces de las sombras.
Finalmente, el murmullo de Althea cesó, y el vínculo entre él y el altar se rompió de golpe, dejándolo exhausto, pero diferente. Se sentía más ligero, como si hubiera dejado una parte de sí mismo en ese altar, una parte que ya no le pertenecía. Althea lo miró con una expresión grave, como si supiera lo que él estaba sintiendo, como si ella misma hubiera pasado por lo mismo en algún momento.
—Ahora eres parte del abismo, Ilyas —dijo ella, su voz un susurro cargado de solemnidad—. Ya no puedes regresar a la vida que tenías antes. El bosque, el abismo… te han reclamado, y ahora debes cumplir con el propósito que ellos te han encomendado.
Él asintió, sin palabras. Había sentido el cambio en su interior, un lazo invisible que lo ataba a aquel lugar. Ya no era el mismo; algo dentro de él había despertado, algo oscuro y antiguo, que susurraba en el fondo de su mente.
De pronto, una sombra comenzó a materializarse frente a ellos, emergiendo del aire como un espectro hecho de humo y penumbra. Su forma era indistinta, cambiante, como si estuviera atrapada en un estado intermedio entre la existencia y la nada. Ilyas observó la figura, sintiendo que cada fibra de su ser se estremecía bajo la presencia de aquella criatura.
La sombra habló, su voz un eco distante, como el sonido de una tormenta lejana.
—Tú… el que ha cruzado el umbral, el que ha sacrificado lo que le ataba a la luz… ¿Estás preparado para conocer los secretos que el abismo oculta?
La voz de la sombra resonaba en su mente, llenándolo de un temor reverente. Ilyas sabía que no podía retroceder; su destino estaba sellado, y debía continuar, aunque eso significara descender aún más en los oscuros dominios del abismo.
Con una resolución renovada, asintió, y la sombra comenzó a deslizarse hacia él, acercándose como una serpiente sinuosa de humo. Al tocarlo, sintió una corriente de energía oscura fluir a través de su cuerpo, inundando cada rincón de su ser con un poder desconocido. En ese instante, supo que su humanidad se desvanecía poco a poco, dejando solo una sombra de lo que alguna vez fue.
Althea observaba en silencio, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de compasión y resignación. Sabía que, en el fondo, Ilyas había aceptado el destino que el abismo le ofrecía, y que ahora su vida estaba entrelazada con los secretos oscuros y antiguos de aquel lugar.
Finalmente, la sombra se retiró, dejando a Ilyas en un estado de calma extraña, casi apática. El abismo había reclamado su alma, y ahora él era uno con sus profundidades. Sintió que la oscuridad lo llenaba completamente, que era parte de él, y que los secretos que alguna vez buscó estaban ahora en su interior, esperando a ser revelados.
Althea se acercó y colocó una mano en su hombro, su tacto frío y reconfortante a la vez.
—Ahora eres parte del abismo, Ilyas. Ya no eres un mero mortal; eres un guardián, uno de los pocos que conocen los secretos que este lugar oculta. Pero recuerda, el abismo es un poder que consume, y si alguna vez dudas o retrocedes, serás atrapado en sus sombras para siempre.
Con esas palabras, Althea se giró y comenzó a alejarse, adentrándose en la penumbra que envolvía el abismo. Ilyas la observó desaparecer, y sintió que su propia esencia comenzaba a difuminarse, como si la línea entre él y las sombras fuera cada vez más tenue.
Ahora, era uno con el abismo, y su destino estaba sellado en las profundidades oscuras y eternas de aquel lugar.