Ilyas despertó en la oscuridad, el aire denso y frío envolviendo su cuerpo como una capa invisible. El eco de las estrellas aún vibraba en sus venas, y aunque la luz de Aeliana se había desvanecido, no había desaparecido por completo. Algo de su esencia permanecía con él, marcando cada uno de sus pasos, guiándolo en la profunda negrura del abismo. No comprendía todo lo que había experimentado, pero había algo que lo llamaba hacia adelante, una necesidad que ya no podía ignorar. Algo lo esperaba.
Caminó sin rumbo, pero siempre avanzando. Las paredes del abismo parecían cerrarse, pero sus pasos eran firmes. No había señales de vida, ni rastros de otros seres, solo el sonido del viento que ululaba a través de las grietas de las rocas. A medida que avanzaba, el suelo se tornaba más rugoso, y las sombras parecían hacerse más espesas, como si todo lo que había conocido estuviera desapareciendo, desintegrándose en una niebla interminable.
De repente, algo se movió en la penumbra. Un destello fugaz, casi imperceptible, iluminó brevemente el camino que tenía por delante. Ilyas se detuvo, los sentidos alertas. Los ecos de la oscuridad, que antes lo habían acompañado sin causarle más que una ligera incomodidad, ahora le parecían mucho más amenazantes, como si el mismo abismo estuviera cobrando vida a su alrededor. Con cautela, comenzó a caminar hacia el resplandor.
El destello lo guió a través de un laberinto de pasajes y grietas, donde las sombras se retorcían y la temperatura descendía aún más. No sentía miedo, aunque algo en lo más profundo de su ser le decía que debía tenerlo. Pero no lo sintió. En su lugar, sentía una curiosidad irresistible, una atracción por lo desconocido, como si las sombras, lejos de ser un enemigo, fueran su más cercano aliado.
Finalmente, llegó a una abertura en la roca. Un gran círculo de piedra, rodeado por una neblina azulada que emanaba de las grietas en el suelo, como si el mismo suelo estuviera respirando. En el centro del círculo, una figura se alzaba, su silueta oscura e inalcanzable en la penumbra.
Era una figura humana, pero algo sobre ella no estaba bien. Su forma era etérea, como si estuviera hecha de niebla y oscuridad, pero sus ojos brillaban con una intensidad extraña, iluminando su rostro de una manera que no pertenecía a ese lugar. Eran ojos tan oscuros como la misma noche, pero con un brillo que reflejaba la luz de un destino lejano.
Ilyas se acercó lentamente, sus pasos resonando en la quietud de la caverna. La figura no se movió ni un solo centímetro, pero Ilyas pudo sentir cómo su presencia lo envolvía. No era una amenaza, sino una invitación. Y en el silencio de ese encuentro, una voz resonó en su mente, suave, profunda, como el murmullo del viento en un bosque lejano.
—Has llegado, Ilyas —dijo la voz, que parecía provenir de la misma figura. Pero sus labios no se movieron. La voz era parte de la oscuridad misma, flotando entre las sombras.
—¿Quién eres? —preguntó Ilyas, su voz temblorosa. No por miedo, sino por la inmensidad de la pregunta. Había algo en esa figura que lo conectaba con lo profundo del abismo, algo que desbordaba las fronteras de lo que había conocido hasta ahora.
—Soy lo que buscas, lo que has estado buscando desde que cruzaste la línea entre el mundo de los vivos y el de los muertos —respondió la figura, su voz ahora más clara, resonando en cada rincón de la mente de Ilyas.
Ilyas no entendió completamente, pero sentía que esas palabras eran la clave de todo lo que había experimentado. Las estrellas, Aeliana, el abismo… Todo estaba entrelazado. La figura, esa presencia que no podía identificar, era parte del tejido de su destino.
—¿Qué significa esto? —preguntó, sin poder evitar la desesperación que comenzaba a colarse en su voz.
La figura permaneció inmóvil, pero sus ojos brillaron con una luz cegadora. Un resplandor extraño, como si de esos ojos emergiera una verdad que Ilyas no estaba preparado para entender.
—El abismo te ha dado el don de ver más allá de lo que los mortales pueden percibir —dijo, y la voz parecía llenarlo de una sabiduría que lo envolvía como un manto—. Has tocado el alma de lo que está más allá del velo. Ahora eres uno de nosotros.
Ilyas sintió que la oscuridad lo abrazaba aún más. Algo dentro de él se despertó, una verdad largamente olvidada que fluía en su interior como un río subterráneo. Ya no era el mismo ser que había llegado al abismo. Había tocado el umbral de algo mucho más grande, algo que iba más allá de la muerte y la vida. Algo que solo los elegidos podían entender.
Pero en el fondo, algo seguía sin encajar. Había un precio, lo sabía. El abismo siempre cobraba su tributo. Y Ilyas estaba dispuesto a pagarlo, aunque no comprendiera completamente las consecuencias.
La figura comenzó a disiparse en la neblina, su forma desapareciendo en la misma oscuridad que la había creado. Pero antes de desvanecerse por completo, sus palabras fueron las últimas huellas de su presencia.
—Tu destino está sellado, Ilyas. Has tocado el borde de la eternidad. Ahora, solo queda una elección: seguir adelante, o regresar al olvido.
Ilyas no dudó. La respuesta era tan clara como la noche misma. No podía regresar. Ya no era un hombre común. Ya no era un simple mortal. Estaba más allá, y lo sabía.
La neblina lo envolvió, y la figura desapareció completamente. En ese instante, el abismo ya no le parecía tan oscuro. El eco de la voz resonó en su mente, y en su corazón, una certeza fría comenzó a asentarse: la eternidad lo estaba esperando.